Luis Araquistain, El peligro yanqui, Madrid 1921, páginas 107-109
La hispanofilia · II
Hispanofilia inquietante
La hispanofilia tiene en los Estados Unidos numerosas raíces. Conviene clasificarlas para que se sepa cuáles merecen nuestra simpatía, cuáles nuestra indiferencia y cuáles nuestra vigilante y recelosa atención, porque hay formas de hispanofilia que son un estímulo de los legítimos valores culturales de nuestro pueblo, otras que ni nos favorecen ni nos dañan, y otras, en fin, que representan un peligro para nuestro porvenir en América. El eje de todas estas formas es la lengua.
Ya indicamos en el trabajo anterior que la razón fundamental del súbito interés de los norteamericanos por la lengua española es el deseo económico. La América del Centro y del Sur ofrece amplios mercados a la industria y al comercio de la gran República del Norte. La llave de esos mercados es el idioma castellano. «Lo necesitarán –dice la Unión Panamericana, de Washington– el comerciante y el fabricante, para entender a fondo las necesidades de sus clientes y para proveerlos en consecuencia; lo necesitarán el ingeniero mecánico, el civil o el electricista para facilitar y despachar su tarea mediante su aptitud para establecer un contacto íntimo con los hombres a sus órdenes; lo necesitará el maestro para trabajar en las escuelas hispanoamericanas, donde se admiran y copian los métodos norteamericanos de enseñanza; lo necesitará el agricultor experto para hacer frente a la gran necesidad de labranza científica, fomentada con tanto interés por muchos Gobiernos sudamericanos; lo necesitará el abogado para familiarizarse con la legislación y condiciones sociales de Hispanoamérica, lo cual le dará una invaluable ventaja sobre sus colegas menos afortunados.» Como se ve, la Unión Panamericana, de Washington, no desdeña el utilitarismo.
El propio Sr. Wilkins, en un libro, titulado El español en las escuelas secundarias, no se olvida de este lado útil de la enseñanza de nuestra lengua. «Desde el 1900 al 1913, la importación sudamericana total del mundo entero aumentó de 318 a 1.042 millones de dólares... En ese tiempo, la población de la América española creció de 38 millones a casi 60 millones, un aumento de un 58 por 100 comparado con un aumento de un 28 por 100 en los Estados Unidos... El promedio de las utilidades de la población en la Argentina es equivalente al promedio de las utilidades en los Estados Unidos. Merece anotarse que sólo en la Argentina hay tres instituciones bancarias con mayores capitales amortizados que los de ningún Banco de los Estados Unidos, y que la Argentina tiene una reserva en oro de 53 dólares por cabeza, comparada con 23 dólares por cabeza en los Estados Unidos. Estos hechos hablan elocuentemente de la capacidad de compra de la América hispánica antes de que comenzara la gran guerra.» Y a continuación, el señor Wilkins se extasía con las enormes dimensiones geográficas y la riqueza actual o potencial de algunos países centro y sudamericanos y con las pingües perspectivas que se abren a las actividades mercantiles de los Estados Unidos.
He ahí una hispanofilia, en apariencia, inocente y, sin embargo, en realidad peligrosa. Bien está que se aprenda una lengua para ganar dinero. ¡Si sólo fuera para eso! Pero si tras la lengua va el dinero, tras el dinero va la diplomacia y, a veces, tras la diplomacia, el Ejército o la Marina de guerra. Este interés utilitario de los norteamericanos por el español ha de ser una fuente de inquietud para los españoles. ¿Por qué? Porque los anglosajones tienen una divisa clásica; tras el comercio va la bandera (the flag follows the trade). Al comercio norteamericano en Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, Méjico, Nicaragua, ha seguido, o quiere seguir, la bandera norteamericana.
Y no es lo peor que el comercio y la bandera pongan en peligro la independencia e integridad de los países adonde van del brazo. Ponen también en peligro su personalidad histórica. La lengua que se aprendió para penetrar en un país extraño, se olvida y sustituye por la propia tan pronto como se está en terreno conquistado por el comercio y la bandera. En todos esos países sometidos a la «influencia» de los Estados Unidos, ¿no vemos a la lengua inglesa desplazando a la española en la Prensa, en la vida social, en el comercio, en algunas partes incluso en las escuelas? La gran afición de los norteamericanos por el español parece, a primera vista, halagüeña para los pueblos de lengua castellana; parece que es la lengua nuestra la que ha conquistado o va conquistando a la inglesa; pero la realidad es otra, porque el idioma español sirve a los norteamericanos para abrirse las puertas y los pechos de los otros pueblos de América, y una vez dentro, se prescinde de la llave y se la reemplaza prestamente por su rival, la lengua inglesa. Y con ello se hiere en el corazón a la personalidad histórica de los pueblos de lengua española.
Y se hiere también a España. La personalidad histórica de España está estrechamente entremezclada con la América de su lengua, por el futuro tanto como por el pasado; en el pasado, América es su obra; en el futuro, es la esperanza mayor de su subsistencia. Pero anúlese o redúzcase la personalidad histórica, a base del idioma, de la América hispánica, y se habrá reducido la personalidad histórica de España. Esta raíz utilitaria y absorbente de la hispanofilia norteamericana, lejos de ser motivo de lisonja para España, debe serlo de inquietud. Felizmente, hay otras raíces de estímulo y esperanza, como veremos en seguida.
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