Filosofía en español 
Filosofía en español

[ José Sebastián Coll, Manifiesto sobre la conducta de la Academia Médico-Quirúrgica de Castilla la Vieja ante la Homeopatía, Abril 1840 ]

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Manifiesto.

El presente contendrá en bosquejo la conducta de la Academia Médico-Quirúrgica de Castilla la Vieja, y de su Socio corresponsal y Subdelegado D. José Sebastián Coll, Médico titular decano de Toro, con motivo de haberse este último presentado en la capital de dicha provincia, llamado a defender en su Universidad literaria, teórica y prácticamente la doctrina homeopática del Doctor Samuel Hahnemann.
 

Una corporación llamada científica, precisada por una parte, según parece, por los ardientes deseos que la juventud clínica tiene de poseer en lleno la ciencia de curar, y halagada al mismo tiempo de la idea de darse un aumento de crédito y de importancia, bajo la forma de una invitación franca y sincera, ocultando su nombre y valiéndose del de la escuela y Maestro de Medicina práctica de la Universidad literaria de Valladolid, para ponerse a cubierto de todo evento inesperado, ha hecho llegar a mis manos en 24 de Enero último el siguiente cartel de desafío médico literario.

«Sr. D. José Sebastián Coll.– Ciertamente que la Medicina de poco tiempo a esta parte ha dado un gigantesco paso hacia su perfección (merced a la filosofía del siglo y al genio experimental que esta ha introducido) y no parecía dable que unos principios tan luminosos como los emitidos por Broussaix, dejasen de conducirnos con el tiempo a una feliz práctica. Pero inesperadamente Hahnemann, siguiendo un rumbo diametralmente opuesto, se gloría de haber conseguido la palma: y la escuela de clínica de esta Universidad literaria de Valladolid, no ha dejado de ver con sorpresa, tanto por sus ilustrados escritos, como por el aura popular, los beneficios que V. prodiga a la humanidad doliente siguiendo este último.

Deseosa esta juventud médica y su digno Catedrático de no omitir nada de cuanto pueda contribuir a realizar las esperanzas que la Nación tiene puestas en ella y no poseyendo los medios para instruirse en la citada doctrina, no duda conseguir del loable celo por el honor y progresos de la ciencia, que noblemente a V. anima, se sirva comunicarnos sus luces homeopáticas y comprobar en esta Universidad los ensayos que con tanta ilus­tración y constancia ha practicado en esa población y limítrofes. Nuestro digno Catedrático queriendo contribuir todo lo posible a tan laudable objeto, ofrece franquear todos los enfermos que la escuela tiene a su cargo. Si la doctrina de Hahnemann se halla conforme a los hechos; si estos son más ventajosos que los que actualmente obtenemos; no dudaremos suscribir a ella, y la pos­teridad agradecida concederá un distinguido lugar en los fastos de la historia patria al nombre de Coll, como Apóstol de la Homeopatía en España; y a esta escuela no le cabrá uno innoble por contarse entre sus primeros creyentes. = Dios &c. Valladolid 21 de Enero de 1840. = Los encargados de la comisión. - Juan Andrés Enríquez - Pío Hernández.»

Enterado del contenido de este amistoso y honorífico escrito; bien ajeno de pensar que alzaba un guante arrojado en señal de desafío; acepto la invitación, y sin tardanza, parto para donde se me llama. Apenas llegado, veo que había yo incurrido en una equivocación, y los DD. Médicos en otra. Consistía la suya en haberse persuadido que había yo de reusar la lid: estaba la mía (teniendo en esto por compañera la escuela Clínica, que sin percibirlo hizo de heraldo de dichos DD. que con designio permi­tieron este paso), en haber tenido aquel escrito por otra cosa que un reto literario.

De cualquiera punto de vista que se mirase este acontecimien­to, me era ya forzoso saltar a la arena, en que he permanecido 23 días esperando inútilmente un competidor. El combate ha sido esquivado por los mismos que lo provocaron, y por haberlo yo aceptado contra su esperanza, solo ven en mí un odioso rival que hostilizan con asechanzas, emboscadas y demás arterías rastreras. Desde el mismo momento dichos DD. se han permitido todo género de personalidades y se han visto cincuenta bocas vomitando por el pueblo un diluvio de susurros, hablillas, imposturas e improperios para fascinarle contra mí. A vista de tamaña ani­mosidad hubiera yo procedido con demasiada imprudencia y falta de previsión celebrando un ejercicio literario a puerta cerrada, sin otra concurrencia que la exclusiva de mis antagonistas tan declarados. No quiero suponer la intención de cometer una violencia; pero es menester concederme que el medio que me rodeaba ninguna garantía debía ofrecerme de que a mis trabajos no se les daría el color más conveniente a las miras de la liga doctoral.

Estas consideraciones y la manifiesta impaciencia del pueblo, por ser cuanto antes espectador de una solemnidad médica, en que debían ventilarse cuestiones de muerte a vida para él, fueron las que me resolvieron a dirigirme luego por escrito al Señor Rector de la Universidad literaria, solicitando permiso y señalamiento de día y hora para sostener en aquel santuario de las ciencias un acto público literario de medicina que había de consistir en discutir una hora o más en defensa de la siguiente Tesis: La Homeopatía hija de la experiencia y fundada sobre leyes naturales de eterna verdad, es tan evidente y cierta como estas mismas leyes y su utilidad práctica mayor sin comparación que la de cualquiera otro sistema médico. Respondiendo después del discurso a cuantas objeciones gustasen proponerme los DD. Médicos. Establecí una proposición tan general con el designio de presentar a mis opugnadores el más ameno y dilatado campo de objeciones.

Me parece que una cuestión como esta por su originalidad, grandes consecuencias, y otros títulos igualmente extraordinarios debía afectar vivamente la curiosidad y el interés general; lo que hacía injusto el escarnio de los cultivadores de una ciencia que basando sobre la filantropía, ennoblece y sublima el alma de quien la ejerce como debe, y no como un tráfico.

La contestación verbal que por tercera persona dio el Señor Rector a mi solicitud, fue «Que no hablando el reglamento de la Universidad más que de tres especies de actos públicos litera­rios, cuales son los de cargo de cátedra, los de oposición a estas y los de doctorado, y no perteneciendo el que yo pretendía a ninguna de dichas tres clases; creía que no debía permitirlo». Pero, aunque el reglamento no haga mención de otros actos que los acabados de nombrar, no me parece eso bastante razón para resistir el de que se trataba. Del silencio de la ley no debe inferirse la prohibición, y menos cuando se halla en pugna semejante interpretación con la ley suprema de todas: la salud del pueblo. La causa de esta respuesta quizá sería la influencia de las borlas médicas.

Sin embargo de esta sospecha, fundada en bien poderosas razones, acudí a la Academia médico-quirúrgica con la misma solicitud que debía tener por concedida atendiendo a mi condición de Socio corresponsal y Subdelegado de aquella; pero su Vicepresidente me dijo que por sí solo no podía resolver sobre el particular, prometiéndome que en el siguiente día sin falta reuniría la corporación al intento, y en el mismo me comunicaría la resolución académica. Muchos días esperé en vano esta comunicación, adquiriendo en todos ellos nuevas y repetidas pruebas sobre las que ya tenía de que la Academia distaba bien de pensar en semejante contestación y de que lo que se proponía era cansarme con sus dilaciones y otros procedimientos oblicuos, entorpeciendo la vuelta al pueblo de mi destino y dando ocasión a que este reclamase mi desempeño, y tuviera que regresar a él sin haber conseguido el fin de mi venida a Valladolid.

En medio de la ansiedad de esta Ciudad por ver cuanto antes resuelto el problema que ocupaba exclusivamente su atención y daba materia a todas sus conversaciones, mi inesperada ausencia de ella, fácilmente se interpretaría de un modo poco conveniente a mi honor, ignorándose por los más el motivo de tal determinación que podría atribuirse a cobardía o arrepentimiento hijo de una veleidad y falta de meditación antecedente: mucho más cuando un enjambre de Médicos extendido por la población se ocupaba en desacreditarme para con ella y era de esperar que no desperdiciara esta ocasión tan favorable a sus intentos.

Para orillar tamañas consecuencias y la repetición de repulsas como las recibidas ya, rogué al Señor Jefe superior político para que en desempeño de su misión de proteger las ciencias y la salud de los pueblos, se sirviese designar lugar capaz y decente, donde celebrar bajo su presidencia el acto repelido por el Señor Rector de la Universidad y después por la Academia médica. Dicho Señor accedió y a mi presencia firmó el decreto de inserción del anuncio del referido acto público literario, señalándolo para el 23 de Febrero a las diez de su mañana en el Salón de las Angustias, y lo remitió en seguida a la redacción del Boletín Oficial para su inserción en el número del siguiente día.

Pero la Academia, conociendo que nada habría adelantado si al fin se verificaba el acto público (cuya idea tanto le atormentaba) y en lugar mucho más capaz que su sala de sesiones; debió intervenir en la redacción de dicho periódico, y en sus columnas no ha parecido aún el anuncio remitido por la autoridad superior civil de la Provincia; disparando en su lugar la Academia una hoja volante a modo de filípica, que aunque suscrita por M. L. se sabe que es producción académica o a lo menos escrita bajo sus auspicios y atestada de indecentes personalidades, y mentirosas aserciones conforme a lo de Utatur animi motu, qui uti ratione non potest.

Continuando su estrategia, la corporación médica aparece acto continuo en la Jefatura política, reclamando su pretendido derecho a que todos los ejercicios médicos literarios hayan de celebrarse exclusivamente en su seno. Pretende de la autoridad civil lo mismo que de la suya propia había negado hasta aquella hora. Aunque a costa de una inconsecuencia, o sea retractación de conducta, aparenta quererse poner en camino de la buena fe, y en la realidad solo intentaba añadir obstáculos a cuanto tendiese a la publicidad del acto literario en cuestión.

Aunque bien penetrado de las miras de la Academia por todos sus procedimientos; noticiado de este último, le digo en mi oficio de 20 de Febrero. «Accedo gustoso a esta resolución bajo la condición indispensable de que para no chasquear la esperanza pública, haya de celebrarse dicho acto con toda la solemnidad y publicidad posible &c.» A este oficio contesta la Academia en 22 del mismo Febrero diciéndome entre otras cosas, que no se permitirá asistir al acto a otras personas que a los Médicos, variando el día y la hora para el 24 del mismo mes a las cuatro de la tarde, y diciendo que tiene a la vista mi oficio del 20, como si en él no estuviese expresada la condición indispensable de solemnidad y publicidad.

A consecuencia de estas contestaciones, deseoso de terminarlas y de quitar a los DD. de la facultad todo pretexto de resistencia a la celebración del acto, no queriendo tampoco aparecer yo demasiado exigente, repito mi oficio del 23 condescendiendo en actuar en la Sala de Sesiones de la Academia, donde apenas cabían los Médicos, pero con la precisa condición de que la puerta estuviese abierta, para que por ella, ya que no cupiesen dentro, pudiesen desde fuera ver el ejercicio, siquiera una media docena de personas, atendiendo a que nos hallábamos en tiempo de libre discusión y  nada en contrario previene el reglamento. Pero en la noche del mismo 23 por otro oficio, el Vicepresidente de la Academia me dice: «En contestación al oficio de V. S. que acabo de recibir en este momento no puedo menos de manifestarle, que no residiendo en mí facultades para variar lo acordado por la Academia en su última sesión y cuyo acuerdo le he comunicado con fecha de ayer, no me es posible acceder a sus deseos ni mandar que la sesión señalada para mañana y a que está V. S. convocado, se verifique de otro modo que en los términos que se le han comunicado.»

El espíritu y la letra de todas las comunicaciones de la Academia y su Vice-presidente, no me permitían dudar que cuantos esfuerzos yo hiciese para el logro de mi pretensión, serían sin resultado. Todo me aseguraba de que la Academia, jamás consentiría en un certamen público; y el motivo de esta resistencia era bien notorio. Persuadido pues, de que el permanecer más tiempo en Valladolid, soba podía proporcionarme el retardo de mi vuelta a Toro, resolví esta. Aunque en todas mis contestaciones, tenía expresada bien constante y categóricamente mi resistencia a actuar encerrado a solas con mis antagonistas, quise no obstante avisar por última vez al Señor Vice-presidente de la Academia; que pues insistía aun en mantener la puerta cerrada; nadie se tomase la molestia de esperarme, pues no concurriría. Así aparecerá de mi oficio del 24, remitido a su Señoría a las ocho de la mañana, y concebido en estos términos. «La constante resolución que V. S. ostenta a que se mantengan cerradas las puertas de la Academia, mientras en su seno defiendo la verdad y utilidad de la homeopatía, envuelve la sospecha de que cualquiera que sea el resultado de mis trabajos literarios, se les quiere dar el aspecto que armonice con las animosidades de esa corporación hacia mí; y fuera poca prudencia celebrar dicho acto bajo tales auspicios. Lo que comunico a V. S. para su inteligencia y gobierno, deseoso de evitarle la molestia de esperarme. = Dios &c. Valladolid, 24 de Febrero de 1840. = José Sebastián Coll.»

Con toda la certeza que el Señor Vice-presidente tenía de mi falta de concurrencia, no quiere dar aviso de ella a los Académicos, que tenía convocados para las cuatro de la tarde de aquel día, sino que al contrario (si no estaban en el secreto de su Señoría) da lugar a la reunión y los mantiene en ella, desentendiéndose del contenido de mi último oficio y aparentando que voy a actuar allí aquella tarde. Y teniendo en su poder como tenía mis repetidas protestas escritas que le aseguraban de mi inasistencia a la sesión, ¿por qué pasó ni aun a convocarla? Mas, aparentando ignorar la que también sabía y resuelto como estaba a no permitir la entrada en la sala de sesiones, a persona alguna del pueblo, ¿a qué permite que este en masa se agolpe en la calle a las inmediaciones de la Academia? Y si este creía ser admitido al acto, el Domingo 23 de Febrero, a las diez de la mañana, ¿quién le pudo avisar que no se moviese dicho día y hora?… ¿Quién le reunió al siguiente a las cuatro de la tarde a las puertas de la Academia? ¿Y con qué objeto si no había de tener entrada?… Creo que este enigma no sea difícil de descifrar. Seguro el Señor Vice-presidente de que mi presencia no podía estorbarle el designio de poner al pueblo en mal sentido conmigo, aparentó su admisión al espectáculo, y aparentó igualmente lo inesperado de mi falta de asistencia. El golpe estaba bien dispuesto, hallándome bien distante del sitio donde se fraguaba; pues de otra suerte, mi presencia lo hubiera destruido haciendo ver al pueblo que en nada se pensaba menos que en admitirlo aunque yo hubiese concurrido, y que por este solo motivo no asistí. A saber yo la farsa que se estaba entonces representado allí, no hubiera el público esperado hasta sol puesto, lo que la Academia de ningún modo quería concederle; y cuando inquieto de tanto aguardar mostraba su impaciencia, no hubiera sido al Vice-presidente, puesto en un balcón del edificio académico, decirle con un ademan disimulado y candoroso. «Señores, nosotros no tenemos la culpa del chasco que VV. sufren con tanto esperar al Señor Coll, se le ha convocado y no concurre.» Por este manejo se podrá conocer qué ideas germinan en algunas cabezas debajo de las borlas amarillas.

¡Accipe nunc Danaum insidias, et crimine ab uno,
Disce omnes!………

De aquí se podrá deducir bien el resultado de un acto literario en reclusión con tales concurrentes, y si he debido o no sustraerme a celebrarlo bajo tales influencias.

La única razón, o más bien, pretexto de la Academia, para oponerse a la publicidad, aparece de su reclamación dirigida a la Jefatura superior política, en 18 de Febrero, donde se lee lo siguiente: «Se acordó por unanimidad (habla la Academia) manifestar a V. S., que como Jefe y protector de estos establecimientos, se sirviese hacer entender a dicho Coll, cumpla con lo prevenido en el párrafo 7.°, del capítulo 7.°, del reglamento de Academias, que dice: = Los socios que anunciaren a las Academias algunos descubrimientos, tendrán obligación de comprobarlos por sí mismos en las juntas, o en las comisiones señaladas para ellos; o presentarán documentos justificativos que los acrediten, cuando no puedan verificarlo en la forma que acaba de prevenirse.»

Pero esta ley que la Academia trae en apoyo de su conducta, no establece que los actos a que se refiere sean públicos ni secretos: permite pues optar entre ambas circunstancias; y en tal caso, bueno fuera contar con la voluntad y la conveniencia pública, que aquí están bien patentes. Pero la Academia, a falta de otro asidero, se agarra a una interpretación de ley, demasiado violenta y caprichosa: conocía que una conducta franca haría traición a sus designios ocultos, y por eso propendía a que el certamen fuese inquisitorial, excluyendo la entrada a toda otra persona, porque como es un deber de los que nos honramos con el título de médicos ilustrar al pueblo en materia tan importante… esto era muy consiguiente. Mas el público de Valladolid, de quien parece se está haciendo befa si se comparan las palabras de la Academia con sus obras, ha percibido ya el eco de los sorprendentes resultados de la Homeopatía, ansía y con razón por ver esta doctrina, sometida a la doble prueba del raciocinio y la experiencia, y dice ¡hasta cuándo el cuerpo directivo de la ciencia médica en esta provincia nos hará todavía esperar que se le antoje dar alguna importancia a la cuestión homeopática de muerte a vida para la sociedad, concediéndola siquiera los honores de un imparcial examen, para averiguar si lo mucho que promete es cierto y utilizarlo! Nosotros no queremos intervenir en el gobierno de la facultad, pero como parte que hacemos de la humanidad sujeta a enfermedades y deseosa de la perfección del arte de curarlas, tenemos (y lo confiesa el Dr. Vigel, médico de cámara de Constantino, y catedrático de medicina homeopática en Varsovia) el derecho incontestable de conocerla la historia de la medicina, de pesar sus principios, de examinar sus procedimientos y de juzgar de sus resultados. La salud y la vida que gozamos es nuestra propiedad más preciosa, los médicos nuestros administradores natos, pues… ¿Desde cuándo el propietario no tiene facultad de pedir cuentas a su administrador?… Y cuando este no quiere rendirlas. ¡Cómo estarán ellas!… Su Señoría la Academia cuando en guisa de Crisálida, de propagadora de las luces médicas, se transforma en estanquera de las mismas encerrándose y pretendiendo encerrar en su académico capullo a los que las quieren difundir, ¿qué pretende? En tamaña avaricia de clandestinidad, ¿qué busca? Sin duda, que se le diga con el P. Isla.

¡Para qué es encubrir la quisi-cosa,
Si así te ensucias más, querida Rosa!

Es bien extraordinaria y chocante por cierto la conducta de la Academia: sin cesar y por todas partes grita: que la homeopatía es un desvarío insostenible, la concepción de un cerebro en delirio, un edificio tan débil y deleznable que va por tierra al primer soplo de impugnación, y sin embargo todos sus miembros unidos no se consideran bastante poderosos a derribarla. No impugnan la doctrina que tan poco cuesta destruir. Conocen su falta de razones científicas, de lógica severa con que abrir la brecha, y se sirven por eso de una sonrisa de desprecio, o tal vez disparan un libelo infamatorio contra quien la intente sostener,{1} como el que la Academia me incluyó en su oficio de 22 de Febrero bajo una común cubierta; sin ruborizarse de una bajeza que acaso por tal se tendría aun en un rancho de gitanos. Y no limita su regalo solamente a mí, sino que lo hace transcendental a varias provincias donde con largueza lo derrama, sin contar con que en ninguna de ellas será tan desconocido como la homeopatía a estos sus adversarios, el siguiente pensamiento de Madama Sthael, que dice: «La mayor parte de los descubrimientos han empezado siempre por parecer absurdos; y el hombre de talento jamás hará cosa alguna, si tiene miedo a las bufonadas: pierden estas su fuerza cuando se las desprecia, y toman por el contrario un notable ascendiente cuando se las teme.» Poco pues habrá adelantado la Academia con la publicación de su papelucho, que después de costarle catorce días de incubación (y no por falta de calor) al cabo salió huero de noticias científicas.

Largo y fastidioso sería en extremo patentizar las contradicciones, falsedades, tergiversaciones premeditadas de circunstancias destinadas a aparentar lo que no hay y los insultos personales de que está llena la hoja volante que me ha dirigido la Academia sin provocación anterior. Por eso y por partícipe del pensamiento de la sabia alemana citada arriba, solo haré una ligera reseña de tales demasías para descender más pronto a lo que en dicha hoja parece facultativo. Protestando que si por ser el papel de que se trata, el primero de su especie llegado a mis manos, me ocupo lo poco que he dicho, en notar sus vicios; será sin ejemplar, pues injurias substituidas a razones científicas en escritos polémicos no merecen contestación, sino desprecio. Ni se tache de excesivo mi lenguaje que justifican las circunstancias de no ser mía la iniciativa, pues hablo atrozmente provocado, y esta provocación es la recompensa dada a un acto filantrópico, sobre desinteresado y aun dispendioso, que he sido invitado a practicar; fuera de que en obsequio de la verdad y de la humanidad deben hablar alto la lengua, el corazón y el entendimiento; haciende militar a favor de aquellas, las palabras, los afectos y las ideas.

La Academia en su filípica me trata de loco o de Quijote afincado en hacer confesar a los mercaderes la sin par fermosura de su dama. Pero como es peculiar de todo loco, reputarse cuerdo y tener por dementes a cuantos no piensen como él, no podemos saber si la locura debe adjudicarse a la Academia o a mí. Quizá lo que sigue unido a lo que antecede disipe esta duda. Aquella corporación llama a la ocurrencia del manchego caballero una aventura graciosa, y es un dolor que de la aplicación que hace al mío de aquel lance no se pueda con verdad decir otro tanto; porque si aquella es una aventura graciosa, es bien desgraciada la comparación académica y tanto que puede servir de prototipo, de inexactitud e irracionalidad, por media docena de razones. 1.ª Por que Don Quijote acometió aquella loca empresa, sin motivo, provocación, ni compromiso alguno: mientras yo invitado, llamado, retado, y comprometido, vengo al desempeño de un acto literario, nada semejante a un hecho de armas. 2.ª Si Don Quijote va con su empeño a una encrucijada de un camino: yo con el mío me dirijo al santuario de las ciencias. 3.ª Los mercaderes deseaban un retrato de Dulcinea, aunque fuese del tamaño de un grano de trigo, para juzgar por él de la belleza del original, sin temeridad y sin perjuicio de las demás hermosuras de la Extremadura y de la Alcarria: los DD. Médicos de Valladolid, no pueden ver a la homeopatía ni aun pintada, y esto no solo con perjuicio de los Alcarreños, Extremeños y Vallisoletanos de ambos sexos, sino de cuantos habitan el globo, sean feos o hermosos. 4.ª Los Mercaderes piden el retrato de Dulcinea, y el inexorable caballero lo niega: aquí todo sucede al revés; yo voy a poner a la vista de los Doctores el cuadro al natural de la Homeopatía, con todas sus gracias y atractivos, para que contemplen su hermosura verdaderamente sin par; y ellos cierran los ojos. 5.ª Los mercaderes querían examinar el mérito de la ponderada belleza: los DD. condenan y rechazan sin examen la Homeopatía tan conocida de ellos, como Dulcinea de aquellos otros. 6.ª Cuando los comerciantes no estaban obligados a conocer aquella mujer, los médicos están en la gravísima obligación de no desconocer sistema alguno médico. ¿Dónde está pues la analogía que salve la irracionalidad de la alusión? ¿Dónde el lazo de unión armónica que une estos dos hechos? Menester es renunciar al buen sentido para ofrecer como semejantes dos acontecimientos tan diferentes, que muestran que el que lo intentó obraba de memoria, abdicando el entendimiento y la razón. Pues bien, la falta de esta es locura: la del entendimiento, estupidez.

He dicho y es seguro, que los mencionados DD. se hallan tan familiarizados con la Homeopatía, como los mercaderes de Cervantes con la Dama Tobosina, aunque en la hoja volante hayan estampado: Las doctrinas de Hahnemann hace algunos años que son estudiadas y puestas a la prueba de la piedra de toque de la experiencia por algunos facultativos individuos de la Academia médica, la que se ha ocupado de este asunto con la imparcialidad necesaria a su representación como consta de sus actas &c., porque toda esta fanfarronada no es más que una ficción con que engañar al que lea lo rayado. De las actas a que se refiere, si no son fraguadas con el mismo objeto, deberá constar que hace dos años que de la sección médica de la dirección general de estudios, tuvo la Academia orden de someter a la experiencia la doctrina de Hahnemann, y dar cuenta de los resultados, pero hallándose la Academia en la más completa falta de conocimiento de aquella doctrina, transfirió el desempeño de su comisión al Catedrático de Medicina clínica, que por estar en igual caso, la delegó en algunos de sus discípulos que casualmente habían leído algún pequeño escrito mío de homeopatía: mas como esto no fuese bastante para el buen resultado, no lo hubo en el primero y único experimento practicado en esta Ciudad a mitad de Enero de este año: sin que antes ni después de dicha época se haya repetido otro hecho práctico de homeopatía, fuera de los que yo he ejecutado en el mes de Febrero último.

Cuáles sean los conocimientos homeopáticos de la Academia, fácil será deducirlo de la invitación insertada al principio de este manifiesto, en la que se lee, y no poseyendo los medios para instruirse en la citada doctrina, no duda conseguir del loable celo por el honor y progresos de la ciencia, que noblemente a V. anima, se sirva comunicarnos sus luces homeopáticas, y comprobar en esta Universidad &c. Júntese esta cláusula con la bocanada de la hoja volante copiada poco más arriba, y se verá la amalgama de principios tan heterogéneos que da: véase también qué crédito debe darse a las aserciones académicas, y pasemos a la análisis del único caso práctico homeopático ocurrido en esta Ciudad, bajo la dirección ya dicha. El hecho en cuestión es respecto a su homeopaticidad un titulus sine re, pues se reduce a la administración de una dosis crecida de tintura de cantáridas sin dinamizar, a un enfermo de la sección de clínica que entre otros síntomas los que formaban el grupo representante de su estado morboso, era molestado del síntoma llamado iscuria, que fue el único a que se atendió para la elección del medicamento, despreciando todos los demás.

Proceder nada conforme a los preceptos de Hahnemann, pues aunque presenta a primera vista alguna apariencia homeopática, esta desaparece delante de la consideración, de que si la tintura de cantáridas produce en el hombre sano aquel efecto; hay otras muchas sustancias que también lo provocan, y es indispensable elegir la que entre todas ellas conviene más en la semejanza de sus efectos primitivos producidos sobre el hombre sano, no solo con todos los síntomas de la enfermedad que se intenta curar, sino también con el modo que estos tengan de manifestarse respecto a la época y circunstancias de su aparición, desarrollo, aumento, diminución, suspensión, desaparición &c. v. gr., si los síntomas de la enfermedad natural se agravan por la mañana, y se mitigan por la noche o al revés, es necesario que con los síntomas patogenéticos  del medicamento suceda lo mismo; debiéndose al efecto indagar con el mayor cuidado y sagacidad, si el enfermo se halla mejor en quietud o en movimiento; antes, o después de tomar alimento; echado, sentado, o de pie; en la cama, o fuera de ella; al aire libre, o de la habitación; si los dolores u otras molestias se agravan o al contrario, se alivian, se suspenden, o cesan del todo, por la presión sobre la parte afecta, o cambiando de postura &c. &c. A más de cuadrar así el medicamento en cuanto a la naturaleza, hora, y circunstancias de los síntomas morbosos naturales, debe también estar en exacta armonía con las influencias de la causa ocasional morbosa, de la edad, sexo, constitución individual, ocupación del enfermo, posición social del mismo, y cambios que en su moral haya la enfermedad provocado.

Una vez hallado el medicamento que tenga la virtualidad de hacer nacer en el hombre sano un estado patogenético sui generis que armonice con el estado morboso natural tan completamente como queda dicho, la curación de la enfermedad natural se obra necesariamente de un modo directo, pronto, suave y permanente, por medio de la administración de un átomo de la sustancia medicinal educada homeopáticamente.

Esto consiste en que no siendo la enfermedad otra cosa que un estado de desarmonía de la vida comunicado al organismo; y siendo los síntomas de la enfermedad los conatos que la fuerza vital ejecuta para recobrar el estado normal, y restablecer el equilibrio de los movimientos orgánicos, la sustancia medicinal administrada homeopáticamente, obrando con preferencia y con mayor intensión sobre las partes más enfermas, con quienes se halla en mayor afinidad patogenética, y por consiguiente accionando en el mismo sentido que los síntomas o esfuerzos convergentes del organismo, se une a ellos, y viene en su auxilio ayudándoles a repeler la agresión morbosa, y restablecer el equilibrio de la vida accidentalmente perdido, o sea la salud. Por lo mismo que la medicación homeopática vibra la misma cuerda que los síntomas o esfuerzos de la vida, exige dosis tan diminutas, pues se percibe claro que las enormes de la Alopatía en tal caso producirían un aumento u agravación de síntomas proporcional a su masa que harían las más veces sucumbir bajo su acción al organismo más fuerte y vigoroso.

Todas estas circunstancias y otras muchas que sería largo enumerar hacen la homeopatía tan racional y segura, como embarazosa y difícil de practicar para los avezados a ella; y solo ofrece facilidad a los que la desconocen. Esto mismo hace las experiencias homeopáticas impracticables para los últimos, aun cuando a un grande talento reúnan bastante aplicación. De esta verdad ofrece una prueba el sabio Andral, a quien algún homeopatista le nota las imperfecciones que ha cometido en las experiencias homeopáticas hechas por comisión de la escuela de medicina de París, para servir de base a sus decisiones médicas reglamentarias, con la circunstancia de probar dicha inexactitud por la relación misma circunstanciada de este hombre eminente con que da cuenta de los procedimientos y resultados del desempeño de su comisión al cuerpo comitente.

Andral, es quizá la primera notabilidad médica alopática hoy día: nadie osará disputarle su mérito colosal: se halla a más bien enterado de la teoría homeopática, y a pesar de tantas brillantes recomendaciones, sus experimentos sobre esta doctrina adolecen de imperfección, por falta de hábito a ellos: sin embargo, a su perspicacia científica no han podido ocultarse ciertas verdades, que con el candor y buena fe que le son naturales, consigna en las siguientes frases. Creemos que esta es una mira (el tratamiento homeopático) que se halla apoyada por hechos incontestables, y que por las mismas consecuencias que de ellos pueden resultar merecen, a lo menos la atención de los observadores. Repítanse, pues, estas experiencias y es seguro que se producirán hechos igualmente auténticos: medite estos un espíritu vigoroso, que los compare después de bien examinados por todos lados. ¡Quién sabe las consecuencias que de aquí saldrían! Confesión ingenua y de mucho valor por haber salido de la boca de un alopatista a quien justamente respeta y admira el orbe médico. A vista de todo esto, fácil será ya calcular cuán poco satisfecho debe quedar el celo del supremo gobierno médico español, con las noticias y resultados que le pueden presentar las comisiones experimentales de homeopatía encargadas a sujetos y a corporaciones aun las más ilustradas, si carecen de práctica en este género de ocupaciones.

Al fin de la hoja volante de la Academia se hallan dos pequeñas notas que forman todo el inventario médico que de tal escrito aparece. Dice la 1.ª «El método homeopático se sirve de remedios que excitan efectos semejantes a los síntomas de la enfermedad que se intenta curar; pero su administración ha de ser en cantidades tan pequeñas, que se consideran dosis muy apreciables, un millonésimo, billonésimo y aun un trillonésimo de grano.» La primera parte de esta nota contiene una definición de la homeopatía, de tal exactitud y precisión que conviene a esta doctrina lo mismo que a la de la otra escuela; porque ambas usan de medicamentos que produzcan efectos semejantes a los síntomas de la enfermedad que se intenta curar. La diferencia está en que la una echa mano de medicamentos, cuyos efectos primitivos o de acción provocados en el hombre que goza salud sean semejantes a los síntomas de la enfermedad, mientras la otra busca esta semejanza en los efectos secundarios o de reacción del medicamento que se quiere administrar. Si hubiera dicho: El método homeopático requiere la administración de un medicamento que sea el emblema fiel del movimiento orgánico desordenado que constituye la enfermedad que se propone curar; o hubiera dicho: el método homeopático se sirve de medicamentos aptos para producir sobre el organismo sano, efectos patogenéticos semejantes a los síntomas o manifestaciones del mal que se tiene a la vista; o aptos para producir una enfermedad artificial semejante a la natural que se pretende destruir; esto ya fuera exacto y daría margen a pensar que lo había notado algún médico, iniciado en homeopatía.

Lo restante de esta primera nota muestra bien que su autor todavía no ha abierto siquiera la farmacopea homeopática de Hartmann única que se halla venal en nuestra España y nuestro idioma: pues de lo contrario, no nos presentaría como el máximum de la divisibilidad medicamentaria homeopática, lo que precisamente es el mínimum, según se debe inferir de aquel, aun al trillonésimo de grano. Una ligera ojeada a dicha obrita que es bien poco voluminosa hubiera libertado al autor de la nota, de la fea en que ha incurrido, de meterse a impugnar cuestiones sin leerlas siquiera primero. Aquel pequeño trabajo le hubiera hecho patente que la citada obrita contiene 31 preparados homeopáticos que se administran por bajo del trillonésimo; 12 aún al trillonésimo de grano; 69 no más que hasta el decillonésimo; todos los restantes, se hallan entre el trillonésimo y decillonésimo grado de divisibilidad, y aun Hahnemann y otros sabios prácticos de la homeopatía aseguran que se puede llevar dicha atenuación hasta más allá del trigintillonésimo grado sin que la sustancia medicinal así educada deje de manifestar su actividad medicamentosa. El contenido pues de dicha nota, agregado al procedimiento homeopático experimental de la Academia, y a la frase de la invitación citada arriba nos proporcionan la medida fiel de la veracidad académica relativa a esta aserción. Las doctrinas de Hanhemann, hace algunos años que son estudiadas y puestas a la piedra de toque de la experiencia por algunos facultativos individuos de la Academia médica &c. El Charlatán menos pudoroso, más pedante y embaucador ¿pudiera exceder este comportamiento?… Pues sin embargo quien así se conduce, me cuelga el dije de la charlatanería, sin otro motivo que el resistirme yo a sostener un ejercicio literario inquisitorial, por los motivos que van manifestados; me compara a un maestro de esgrima en asalto en una plaza pública; a un charlatán que publica sus pretendidos secretos en las plazas y sitios concurridos; me dice que: La medicina tiene su templo donde se aclaran los puntos controvertibles. Por eso me fui derecho a él y se me negó la entrada. Si por eso tuve que buscar otro local, reputado por la Academia poco a propósito para cuestiones semejantes, tratadas bajo la presidencia de la autoridad protectora de las ciencias, que señaló el destinado a las sesiones de una asociación de piedad cristiana, ya que ni la Universidad, ni la Academia lo concedieron: mucho menos a propósito deberá parecer para tales actos, un café, una partida de juego del monte, en el pueblo donde se estaba actualmente celebrando una feria pública de las más concurridas que tiene la Nación, y sin embargo aquellos sitios fueron el templo donde se aclaran los puntos controvertibles de la ciencia médica que se conceptuaba decaída de su dignidad en el salón de las Angustias: en aquellos sitios no había más persona competente para juzgar de la cuestión, más Médico, ni más Doctor que el que actuaba mucho después de haberse estampado en la hoja volante, por lo mismo no deben ser sus cuestiones (las de medicina) objeto de entretenimiento para la curiosidad pública. Hablar contra lo que se obra, u obrar contra lo que se habla, es la divisa de la charlatanería y la mala fe: por estas señas será fácil hallar su habitación.

El aviso a los amigos y enemigos de la Homeopatía (reproduzco íntegra la segunda y última nota) que dio a luz el Médico Coll hace poco más de un año, es un tejido de denuestos contra la ciencia, y de improperios a todos los Médicos de todos los tiempos, de todas las escuelas y de todos los países. Así lo afirma el foliculario, y lo prueba nada más ni menos que de autoridad propia cuyo valor ya hemos visto. Los pasajes que más han debido alborotarle, son tomados de escritores bien acreditados y bien leídos de los médicos estudiosos; de ellos he preferido los que menos deprimen la alopatía. La obrita que se me critica es una serie de hechos tan evidenciados que nadie me contradirá seguidos de sus corolarios más obligados y a mí me ha parecido mejor este proceder lógico, que el seguido por mi crítico de hablar ad libitum sin más razón ni pruebas que la de yo lo digo. En cuanto a la terminología opino que para que se comprenda bien cualquier cosa, conviene llamarla por su nombre, y como vulgarmente se dice, al pan, pan: al vino, vino: y al pícaro mal hombre. Es pues infundado el reproche que se me dirige por los noteros, y mucho más considerando que al reformar una ciencia tan importante como la de conservar la vida de los hombres, no sabe disimular los errores, sino al contrario darles a conocer para que en lo sucesivo puedan evitarse.

Si la historia de la medicina presenta tantos vacíos ¿qué extraño será que muchos genios sublimes se lastimen a menudo de esta falta y quieran remediarla? Yo no he sido más que el eco del voto y de los deseos de estos a que ha dado cumplimiento el inmortal Hahnemann, presentando en sus doctrinas la reforma de la ciencia médica toda entera y racional. Esta doctrina hecha general, con su clara luz disparará todas las tinieblas alopáticas; y el arte conservador de la vida de los hombres, de incierto y conjetural que es, se elevará al rango de las ciencias exactas: y poniendo bajo el dominio del Médico la curación de todas las enfermedades de un modo seguro, siempre el mismo, sujeto a demostración con evidencia semejante a la geométrica hará que abunden los felices resultados curativos que ahora tanto escasean, y por consiguiente que la medicina cese de ser el objeto de la sátira y de la diversión vulgar.

Desechada largo tiempo como una ilusión pasajera, la Homeopatía por hallarse los sorprendentes hechos que proclama (cual sucede a todo descubrimiento inesperado) fuera del círculo de los conocimientos de la época, adquiere cada día mayor consistencia, multiplica sus resultados y los consigna en muchos periódicos homeopáticos de las principales capitales del mundo. Cuenta acérrimos apasionados entre los sabios de Hungría, de Polonia, de Rusia, de Bohemia, de Austria, de Suiza, de Baviera &c. En Filadelfia, en Roma, en Nápoles, en Sicilia, en Ginebra &c., se halla practicada con el mejor éxito. En la última sesión de las cámaras de Karlsruhe, los diputados del gran ducado de Baden, han adoptado unánimemente la proposición de crear una cátedra de terapéutica homeopática en cada Universidad, y de no admitir al grado de doctor en medicina, sin el requisito de tener el aspirante los conocimientos necesarios en homeopatía. En León de Francia, se ha reunido un congreso muy numeroso de Médicos homeopatistas convocados de las provincias y ciudades inmediatas de Grenoble, de Piamonte, de la Suiza, de Ginebra, de Colmar, de Mulhouse &c. Se tuvieron las primeras sesiones en los días 6, 7, y 8 de Setiembre de 1833, se pronunciaron brillantes discursos y establecieron las bases de una Saciedad homeopática al modo de las que hay en Alemania. (Gueirad. exam. de la homeop.).

En París el Dr. León Simón, está hace ya algunos años desempeñando una Cátedra pública de medicina homeopática, a la que diariamente concurren quinientos o seiscientos Médicos, muchos de entre ellos de crédito bien antiguo en aquella capital, que después de oída cada lección oral proponen sus dudas y objeciones sobre la materia en cuestión, y reciben acto continuo la respuesta a unas y otras. De este elaboratorio de la ciencia homeopática y otros muchos de su especie esparcidos por el orbe, salen a menudo numerosos San Pablos convertidos en celosos y ardientes apóstoles de la homeopatía, de acérrimos perseguidores de ella, que antes eran.

Así es que por todas partes abundan Médicos del más brillante renombre literario, desengañados por una larga práctica, de la insuficiencia de su arte incierto, hombres de la más alta capacidad, que lejos de suponer límites posibles a la ciencia, no han desdeñado confesar con el mismo Hahnemann, que ayer ignoraban lo que hoy saben y guiados de una imparcial observación han emprendido con valor (algunas en edad ya demasiado avanzada) una serie ilimitada de nuevos estudios (Gueirad., loc. cit.). Uno de ellos es el grande Broussais, el genio que desterró el incendiario Brounismo, y la ominosa ontología médica. Este hombre pues respetable por tantos y tan grandes títulos es quien hace ya algunos años dijo. «Que l'on pent encore mieux faire en medecine que l'on n'a fait jusqu' à ce jour; et qui il conseille chercher ce mieux dans la méthode de Hahnemann, que lui-meme á experimentée et experimente encore avec succés.»

Aquí tiene pues la Academia médico-quirúrgica de Valladolid, un modelo de candor, de buena fe, y de grandeza de alma que debiera haber imitado. Toda la aversión de este cuerpo literario a la homeopatía proviene de un punto de honor mal entendido. Le parece indecoroso renunciar a las creencias que le han alimentado desde su infancia médica. Tiene por muy repugnante duro, y aun ignominioso meterse de nuevo a estudiante can barbas y borlas, sin considerar que distando mucho de igualar en mérito a Broussais, nunca apareció este más grande y elevado que cuando creador de un sistema generalmente adoptado por el orbe médico, se confiesa inferior al otro doctrinario alemán, y abraza, sigue y recomienda el dogma homeopático.

El cuerpo pues, regulador de la ciencia médica de Castilla la Vieja, en pos de las huellas trazadas por este hombre colosal en el saber, por deber y por obsequio a la humanidad debía ilustrarse en la doctrina del anciano de Coethen, anteponiendo el deseo de saber a quiméricas preocupaciones; y unir sus esfuerzos a las que fueran fruto de la experiencia más atinada de tantos médicos que con ánimo sereno propenden a remover los obstáculos que se presentan a la propagación de un sistema médico tan racional y beneficioso. España, sí, nuestra Patria, cuna de la libertad, donde el genio ha difundido los conocimientos, es hoy día la Nación más a propósito para figurar en los fastos de la historia tanto en la ciencia de curar, como ya lo hace por sus progresos respecto a las otras. La discusión pública fijaría la certeza, consignaría la evidencia y exactitud de la Homeopatía, o la postergaría. España no debe perder la esperanza de lograr este bien, tiene un gobierno benéfico y libre; posee una facultad sin límites para publicar, extender y propagar sus pensamientos y abriga en su seno hombres científicos en Medicina, que animados también de valor personal, sin temor a las amenazas, sabrán dar aquel ensanche que la filosofía del siglo reclama, y esto a pesar de cuantos esfuerzos en contrario haga la Academia médica de Valladolid. Mengua y aun baldón sería que nuestra Nación careciera de la belleza, de la verdad y exactitud de la homeopatía, de su conveniencia y utilidad, abjurando de sus benéficos resultados cuando entre los musulmanes de Constantinopla, en las márgenes del Surinan, en la bárbara África, en las Américas, bajo la protección de Mehemet Alí en el Egipto, se está ensayando y practicando con ardor y asombro por sus grandiosos efectos: cuando esa sabia Francia, digna de ser imitada, levanta estatuas en homenaje de Hahnemann{2}, para perpetuar la memoria del hombre que más servicios ha dispensado a la humanidad. Secundar estos hechos dechados del saber y de la experiencia es un deber no solo del Gobierno en la esfera de su poder, sino también de todo profesor de medicina. Por mi parte correspondiendo al que sobre mí gravita, hasta donde alcance el círculo de mis limitados conocimientos, sin temor ni miedo a mis declarados enemigos, he de contribuir para que triunfe la verdad, evidencia y exactitud de la doctrina homeopática, con cuyo objeto he fijado mi residencia permanente en Valladolid, seguro de que la homeopatía ha de dar las bases sólidas y permanentes que aseguren para siempre jamás y hagan certera la práctica de la medicina. Entonces las corporaciones que en fiel desempeño de su misión sean las primeras en abrazar y propagar la homeopatía (pues su descubrimiento forma época y pertenece ya a la historia) convencidas de su verdad y utilidad, ocuparán un lugar honroso y distinguido en los fastos de la medicina española; así como merecerán un título denigrante las que permaneciendo en la pereza e insensibilidad perpetuando la ruina de la humanidad doliente, sean dignas de la pública execración.

Valladolid 6 de Abril de 1840.

José Sebastián Coll.

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{1} Al llegar a esta parte de mi manifiesto hoy 4 de Abril, he sabido por varios sujetos fidedignos, que el Licenciado Carballo, está trabajando hace ya cerca de un mes, en la impugnación de la Homeopatía; la cual concluida que sea, se leerá en la Academia, en sesión extraordinaria convocada al intento a que deberán concurrir no solo todos los socios, sino también cuantos médicos de la provincia puedan venir a sancionarla y suscribirla. Si dicho escrito es una crítica racional; si para formarlo lee primero el autor la doctrina contra que se dirige, tendremos motivos de felicitarlo y felicitarnos por la apertura de una polémica tan deseada como útil y necesaria, en que entraré gustoso, contribuyendo con mis cortas luces a la aclaración de la verdad en asunto tan capital. Pero si como la hoja volante de la Academia no es más que una colección informe e infundada de personalidades, en vano se esperará mi contestación.

{2} Hallándose Samuel Hahnemann en Paris el 19 de Febrero de 1838, una comisión formada de MM. los DD. Davet, Molin y León Simón, llevando este último la palabra a nombre de todos los homeopatistas y amigos de Hahnemann existentes a la sazón en aquella capital, le presentó una corona de bronce dorado en cuyo adorno se hallaban inscritos los nombres de los Médicos homeopatistas de París y de la Suiza, que más habían contribuido a la propagación de la homeopatía. Dicha corona, cuya presentación fue acompañada de un elocuente discurso en honor del Héroe de la Medicina, y en que se ostentaban los motivos de su gloria póstuma, fue de las sienes de este trasladada a la cabeza de una estatua de mármol, obra del acreditado cincel de Mr. David, consagrada a Hahnemann en recompensa de sus grandes servicios a la humanidad. Así el discurso como lo demás del acto tan glorioso para aquel anciano respetable, le causó una viva conmoción inspirándole una breve y muy interesante respuesta. Finalizando esta ovación con el cántico en celebridad de los descubrimientos del Héroe Médico, en una oda italiana que leyó el Doctor Sinibaldi de Roma, y varias estancias en verso francés, que también leyó Mr. Briouse afecto a la homeopatía. (Arch. de la Med. homeop. Serie 2, tomo 7. París, Marzo de 1838.)

Valladolid: Imprenta de Don Julián Pastor.

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 20 páginas.
Aunque el original impreso siempre dice “Hanhemann” hemos vertido Hahnemann.}