Filosofía en español 
Filosofía en español

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Apreciaciones de los últimos esfuerzos hechos por los homeópatas de Madrid y de los resultados que han obtenido

Reimpreso en Santiago:
Establecimiento Tipográfico de Manuel Mirás
Cuesta de S. Payo, 1 (Casa de la Concha)
1865

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Manifestación que hacen al buen sentido los médicos de Madrid que suscriben

Las ciencias, en el incesante trabajo de su lenta evolución, han recibido siempre el influjo que sobre ellas ejerce el espíritu filosófico, que tanto cambia en las épocas, y tomado, en su virtud, diferentes direcciones para llegar a la realización de sus altos fines. De aquí han surgido las diversas teorías y sistemas que se han disputado el dominio, en la serie de los tiempos, para caer después en el olvido; aprovechando de todos ellos cada ciencia en particular, lo útil y positivo que sus esfuerzos han alcanzado. Pero jamás en estas luchas intestinas, que tienen por objeto llegar con más seguridad a la certidumbre a que la razón aspira, se ha buscado por los hombres verdaderamente científicos el apoyo de las personas vulgares, ni solicitado especial protección de los Gobiernos. Estaba reservado a nuestros días y a los sectarios de la homeopatía, presentar solicitud al público, a los Jefes de la Administración del Estado y a los Cuerpos legisladores, para lograr con su apoyo el triunfo que la razón les niega, haciéndoles jueces de un litigio que solo puede fallarse en el Tribunal de la opinión científica.

Solo a ellos les ha ocurrido la peregrina idea de pretender un raro privilegio, que ni pidió jamás sistema alguno, ni puede otorgar ningún Gobierno sin adquirir el grave compromiso de dispensar la misma protección oficial a todos los demás sistemas, así médicos como filosóficos, económicos &c., tanto actuales como pasados y venideros. Con lo cual, gozando todos de semejante apoyo, llegaría a desaparecer la unidad que cada ciencia representa, en la infinita variedad de sus diversos puntos de vista, y a establecerse de hecho la libertad más absoluta en la enseñanza, autorizada legalmente y del modo más adecuado para producir el escepticismo con todas sus consecuencias.

Es por cierto singular que, cuando los homeópatas decantan la amplia libertad en que se hallan para demostrar su doctrina y difundirla por todas partes, de viva voz, por la práctica y por la prensa, aspiren a una protección que para nada necesitan, a no ser para dar a sus errores la autoridad oficial.

En las Facultades se da a conocer la ciencia en general y el valor de los diversos sistemas que en su larga historia figuran, sin que deje de manifestarse a los alumnos ningún útil adelantamiento que aparezca en el anchuroso campo de sus importantes aplicaciones. Todos los medios más apropiados se exponen y emplean en ellas según las circunstancias: usándose, en la de Madrid sobre todo, los hidroterápicos y los electroterápicos, a más de los numerosos que en su rico arsenal encierra la Medicina, según lo exigen los diversos casos.

En sus clínicas se hicieron también, ha tiempo, ensayos públicos de la homeopatía por varios catedráticos, y entre ellos por el Sr. Obrador, homeópata, el cual pudo continuarlos en vez de permutar su asignatura práctica por la de historia natural médica; habiéndose abstenido de verificarlos, por temor sin duda a un desengaño, el Sr. Janer, cuya afición a tal sistema era conocida. Los resultados de estas pruebas salieron completamente fallidos, como sucedió en varios países extranjeros; y desde entonces no se han repetido, porque no es licito someter al enfermo desvalido a ensayos imprudentes, que sólo puede autorizar, en raros casos, el noble fin de obtener la demostración de un nuevo método que ofusque a los incautos, para evitar la propagación del error.

El distinguido profesor Bouillaud proponía en la Academia Real de Medicina de París, hace algunos años, que se repitieran los ensayos en los Hospitales para dar el golpe de gracia a la homeopatía; y aquella respetable Corporación se negó a ello, recordándole las víctimas del Hôtel-Dieu en los años de 1832 a 1835, y manifestando que sería un crimen de lesa humanidad el reproducirlos, después de haber fallado entonces contra la acción de los medicamentos homeopáticos, la misma Academia, la de Ciencias, y los médicos de los Hospitales.

Si, pues, a los alumnos se les enseña la ciencia en general y los sistemas y métodos en particular, quedándoles, luego que son profesores, amplia facultad para elegir el que su razón encuentre más aceptable; y si, por otra parte, los homeópatas, por confesión propia, gozan de toda la tolerancia que puede permitir el espíritu de nuestra época, para demostrar y difundir sus creencias, ¿hay fundamento legítimo que autorice sus pretensiones perturbadoras? Ni aun en el caso remoto, y hasta imposible, de que hubieran dominado la ciencia con la demostración de la verdad que se hacen la ilusión de haber alcanzado, tendrían derecho para solicitud tan absurda; porque, cuando una doctrina arrolla a las anteriores y se coloca en el alcázar de la ciencia a que corresponde, el sentir común de los hombres doctos la proclama espontáneamente y la confiere el dominio, sin que el entusiasmo del vulgo ni la irregular intervención de ningún poder extraño necesiten ayudar a un triunfo, que nunca se alcanza sino en el palenque propio y con la fuerza de la convicción.

Ni el sistema escocés de Brown, ni el francés de Broussais, ni el italiano de Rassori, ni ningún otro, necesitaron ayuda extraña para entrar por las puertas de las Universidades y las Academias; ni tampoco vino una Real orden a declarar su caducidad cuando, fallados por la razón experimental, pasaron a la historia, dejando para el tesoro de la ciencia lo verdaderamente útil de sus prolijos trabajos.

El vulgo sólo ha tomado parte en favor de los sistemas médicos, que le son completamente inaccesibles, cuando se le han presentado en las plazas pregonados por la sonora trompa del charlatanismo; como el famoso de Thesalo en Roma, el del alquimista Paracelso en Suiza, y el de Mesmer y le Roy en nuestras épocas. Los que han aparecido con la noble aspiración de llegar más directamente a la certidumbre que el entendimiento anheloso busca, no saltaron jamás la valla del campo vedado en que la razón y la experiencia son los árbitros para el juicio.

Asentadas ya estas consideraciones generales sobre el asunto, y lamentando, por la dignidad de la ciencia y del elevado ministerio que su ejercicio representa en la sociedad, que tan sensibles extravíos obliguen a la defensa de objetos tan sagrados; pasamos a rectificar las más notables aseveraciones que encierra la singular Exposición dirigida al Senado por la Sociedad libre titulada Academia homeopática, autorizada recientemente por el Gobierno, como todas las que quieren formarse para tratar de asuntos científicos, bajo cualquier punto de vista que se consideren.

Empezaremos por observar, que a tal exposición ha querido darse por sus autores una grande importancia, recogiendo adhesiones o firmas de personas legas en la materia, de las cuales unas se han prestado por afición al sistema y no pocas por compromiso. Si el negocio de saber si la homeopatía contiene o no algo de verdad, o la singular pretensión de formar para ella sola un proyecto de ley que autorizase legalmente su enseñanza y su ejercicio, hubiera de ser resuelto por sufragio universal, comprendemos la importancia de las firmas, pero siendo lo primero de exclusiva competencia de las autoridades legítimas en la ciencia, y lo segundo absurdo en buena administración, nos parece hasta ridícula la estratagema de las firmas incompetentes para pedir lo que no saben ni entienden las personas que las prestan. Tanto valor tendrían para el caso las que aparecieran en otro escrito solicitando lo contrario.

Esta parodia, de lo que, no ha mucho, se hizo sobre la enseñanza pública, resultando suscribir un documento en que se pedía represión para ciertas doctrinas filosóficas, algunas personas rudas y hasta que no sabían firmar, nos parece una candidez que excita la compasión más que el desprecio.

Preparóse después el terreno por medio de sueltos en la prensa política, que no cesan de llamar la atención del público sobre el asunto como Holloway sobre sus píldoras; manifestándose en La Correspondencia, con el mayor desenfado, que la medicina se halla en un lamentable atraso en España y en el extranjero, para decir después que la boga adquirida por la homeopatía en el vecino Imperio había alcanzado el establecimiento de una cátedra. Con lo cual se quiso dar a entender al público, que, mientras la ciencia está sumergida en todo el mundo en las tinieblas; la reforma homeopática reflejaba su brillante luz sobre el espejo de la verdad.

Sentimos; por el buen nombre del periódico a cuya dirección hacemos la gracia de creer que dio pase sin examen al suelto referido, que se permitiese tan vituperable y falsa aseveración, sobre una ciencia que tenemos sobrado fundamento y derecho para asegurar que marcha, entre las primeras, en la difícil senda del progreso. Si el director del periódico aludido no fuera incompetente en la materia, le retaríamos valerosamente a la prueba de tan equivocado aserto; mas no pudiendo entablarse el reto con armas tan desiguales, nos limitamos a reprochar tal falsedad, advirtiéndole que no es prudente lanzarse así de ligero, en asuntos de tal especie, a consignar aserciones no menos graves que fáciles de desmentir.

En cuanto al establecimiento de la cátedra de homeopatía en París, no tiene otro fundamento la noticia que el de haberse concedido autorización a un profesor homeópata para que la explique en un anfiteatro, como se otorga en aquel país, por el sistema que en él rige, a todo el que lo solicita para exponer una doctrina sobre cualquier ramo científico. Y aquí nadie impide, por cierto, a los adeptos de la homeopatía que abran enseñanzas, cuando gusten, en las sociedades que tienen establecidas, como lo hicieron ya en otro tiempo en el Instituto y en el Ateneo, con éxito a la verdad bien desgraciado.

Precedida, pues, de todo este aparato, llegó la célebre exposición a el alto Cuerpo colegislador, donde se esperaba, sin duda, grande efecto. Pero ¡qué desencanto! Después de tanto preparativo, aquella respetable Asamblea, inhibiéndose, como era de esperar, en el asunto, la pasó simplemente al Gobierno, librándose de tal impertinencia; sin que una voz siquiera se levantara en aquel santuario de la ley, en apoyo de semejante despropósito.

Desairada la petición en el Senado, como lo fue, no ha mucho; otra análoga presentada en el de Bélgica, parece que deberíamos excusarnos de toda rectificación; mas, como el documento impreso ha circulado profusamente y en algunos periódicos políticos ha tenido recomendación o encomio, menester es aplicar el necesario correctivo a las inexactitudes que contiene, para que el error no cunda con perjuicio de las personas incautas.

Apélase en tal exposición, como en apoyo de su contenido, al bien común de la salud pública, a la tranquilidad de las familias, a la seguridad de las personas en la asistencia de los enfermos, y a la ley eterna del progreso. Lugares comunes a que acude igualmente todo anuncio de remedio secreto, de esos que ocupan todos los días la última plana de algunos periódicos; explotando la codicia de este modo la credulidad del público, con las mentidas ofertas de virtudes atribuidas a tanta panacea como a cada instante descubren los desinteresados filántropos para alcanzar la inmortalidad del hombre. Objetos sagrados, que la ciencia, legítimamente constituida y legalmente representada, tiene como único fin de sus constantes aspiraciones y progresivos trabajos; consagrándose a satisfacerlos con toda asiduidad en el silencioso retiro de los hospitales, anfiteatros y laboratorios, y en el acotado campo de las cátedras y academias, sin alardes ruidosos ni estrepitosas alharacas.

Lo que estos grandes intereses de la humanidad exigen de todo Gobierno ilustrado, es una organización perfecta de la enseñanza médica, con todo el material que sus demostraciones necesitan, a beneficio de la cual se formen profesores bien instruidos en la ciencia en general y en las especialidades de más importancia; y además, que se acomoden a dicha organización los Reglamentos que ordenan el régimen profesional; estimulando con el premio a la aplicación y al verdadero talento.

Pero ocúrrensenos dos observaciones sobre la mencionada seguridad de las personas en la asistencia de sus enfermedades, y sobre el progreso de la ciencia con el decantado sistema.

En cuanto a la primera, ¿en quiénes podrá estar la seguridad personal más garantida? ¿En los que, obedientes a lo preceptuado en la ley escrita, prescriben por receta los medicamentos que juzgan indicados en cada caso, o en los que, contraviniendo osadamente a las fundadas determinaciones de las leyes sanitarias, antiguas y modernas, llevan en su bolsillo, con misterio, los remedios que se proponen usar y los administran secretamente sin más responsabilidad que la de su propia conciencia? El error o la malicia, que la ley, con harta razón, quiere precaver en la práctica del arte, ¿en quienes se hace más difícil de comprobar para responder? Que contesten la ley de Sanidad y la Administración de Justicia. Y en cuanto a la segunda, ¿cómo llegará la ciencia a su mayor perfección? ¿Aumentando cada día el conocimiento de las leyes vitales por la constante observación y repetidos experimentos, y el de los medios orgánicos necesarios para el cumplimiento de ellas por la anatomía normal y patológica, la física y la química aplicadas, o entregándose sin criterio a un híbrido enlace del misticismo más exagerado y el más grosero empirismo, engastados en las hipótesis más extravagantes? Que el buen sentido se encargue de dar la solución a esta pregunta.

Convengamos, pues, en que ni la conducta tolerada en la práctica a los homeópatas, injustamente por ser contraria a lo dispuesto en la ley de Sanidad, ofrece la seguridad completa en la asistencia que esta ley previene, ni el absurdo doctrinal de la homeopatía es camino, recto ni tortuoso, para el progreso científico.

Aseguran después los firmantes, que la homeopatía viene extendiéndose hace más de sesenta años por todas las naciones, acreditándose principalmente en las grandes calamidades públicas: pero que otras causas y otros agentes se han opuesto a la marcha progresiva de lo que ellos llaman gran reforma de la ciencia y del arte médica.

Mucho tarda, por cierto, el atrevido cisma en conseguir el dominio que pretende, en tiempos en que tanto influye en los ánimos el espíritu de novedad y en que tan poderosamente arrastra el atractivo de la moda.

A ningún otro llegó a costar una serie de años tan prolongada el fascinar a las inteligencias poco firmes en los principios; y ninguno contó, sin embargo, con medios tan poderosos para llegar al término de la conquista. Y adviértase, que en vez de obstáculos, como dicen, que en el terreno científico se reducen todos a los que opone a su paso el recto uso de la razón ilustrada, la homeopatía encuentra, por el contrario, exteriormente fanático apoyo, en el influyente vulgo de costumbres sibaríticas, halagado por un sistema que no le impone molestias, privaciones ni repugnancias; en la muchedumbre poco ilustrada que sólo juzga con la falsa lógica de los hechos, que por probarlo todo nada prueban sin el criterio analítico; y en la multitud de omniscios, incrédulos en la medicina porque no la comprenden, que acogen con beneplácito la forma que hace al arcano más accesible a su vanidosa inteligencia, aunque esté calcada en el mayor absurdo.

Y que el sistema sea fácil de aprender, lo demuestra bien a las claras el hecho significativo de haber alcanzado en la práctica del mismo, una celebridad nada envidiable, quien confiesa sin rebozo que no ha hecho los estudios que se requieren para empezar a saber; a más de los que, en el propio caso que la persona aludida aunque sin título, administran la grajea homeopática tan seguramente como si no careciesen de este requisito.

¡Y a esto llaman los firmantes de la exposición la gran reforma de la ciencia y del arte médica! Y el Sr. Hysern, que en otro tiempo fue el creyente más ciego que tuvo el sistema broussista, que después se declaró partidario del contraestimulante, que más tarde se aficionó en extremo a la hidroterapia, que luego tuvo la singular pretensión de fundar un monstruoso engendro de homeopatía e hidroterapia, y que en una Memoria, publicada siendo ya campeón de aquella doctrina, confesó que la homeopatía prescinde de un elemento importante de las enfermedades, y que el principio de la curación por los semejantes sería una paradoja, un verdadero absurdo considerado en el dinamismo vital, porque la naturaleza no puede proceder en la destrucción de dos principios dinámicos sino por el eterno principio de contraria contrariis curantur; este encumbrado doctor, repetimos, después de sus veleidades sistemáticas, ¡acaba por colocarse al frente de los firmantes para hacer de semejante doctrina tan pomposa calificación! ¡Qué fijeza de principios! ¡Qué sabiduría tan arraigada en convicciones profundas!

Y repárese que su ofuscación llega hasta el extremo de declararse en tal documento enemigo irreconciliable, en doctrina, de las Facultades de Medicina, siendo Consejero ponente de esta sección en el Real Consejo de Instrucción pública, y como tal, Inspector General de las Escuelas. ¿Puede ofrecerse un espectáculo más anómalo en el orden administrativo? ¿Cabe en hombres de buena razón representar a la vez tan encontrados papeles? Si el señor Hysern ha llegado al punto de creer que la medicina formada por los siglos es decrépita y perjudicial, y que la reforma que proclama es la ciencia inspirada y verdadera, no comprendemos como no ha abandonado desde entonces un puesto que le coloca al frente de esa enseñanza que considera perniciosa y tilda de enemiga irreconciliable de su nueva doctrina; pues en el hecho de semejante declaración queda completamente desautorizado para intervenir en todo lo que incumbe a un cargo tan importante, no pudiendo servirse a la Administración con dos criterios opuestos.

Porque una de dos: o cumple en él con rectitud, o faltándole la fe que es necesaria no procura con lealtad el fomento y buen orden de la enseñanza establecida. Si lo primero, contraría la inspiración de su conciencia: si lo segundo, incurre todavía en más grave responsabilidad.

La Iglesia Católica no puede ser regida por obispos protestantes; ni el gobierno de un Estado constitucional puede ser desempeñado por los partidarios reconocidos del poder absoluto de los reyes. Recusando el Sr. Hysern, en uno de los párrafos de la exposición, como jueces prevenidos para intervenir en este asunto, a los dignos individuos de las Academias y a los Vocales facultativos de los altos Cuerpos consultivos del Gobierno, se recusa a sí propio para intervenir en todo lo que concierne a la enseñanza oficial de las ciencias médicas.

Si tan rara novedad contuviera alguna cosa verdaderamente útil, ¿habría dejado de aprovecharla una profesión tan ávida de adelantamientos que, por tan diversos medios y caminos, se consagra en todos los países a ensanchar su dominio y a enriquecer el pingüe patrimonio que heredara de pasadas generaciones? ¿Qué invención positiva deja de trasmitirse y aceptarse en esta época de actividad tan pasmosa?

Pero se dice que la homeopatía es una gran reforma; y lo es, con efecto, tan grande, como que intenta destruir lo que fundó el saber humano a costa de grandes esfuerzos en la no interrumpida serie de los siglos, y conculcando los principios demostrados por una larga experiencia, pretende sustituirlos por el misticismo, la hipótesis y el absurdo.

La ponderada reforma de la ciencia se reduce, a mistificar la fuerza de la vida considerándola sin relación importante con los órganos que son los medios creados para hacer posible la determinación de sus leyes; a considerar la enfermedad representada por síntomas, con independencia de la averiguación de su causa productora y de la ley de su curso; a anular por consiguiente todos los descubrimientos y progresos hechos en las materias fundamentales que completan, perfeccionan y ensanchan el conocimiento de la vida con el auxilio del escalpelo, del microscopio, de los medios físicos, de los reactivos y de la observación sobre el orden que rige el desarrollo de los diversos padecimientos; a considerar los males crónicos como resultado necesario de un miasma ficticio; y a erigir en principio absoluto, para la curación de las dolencias humanas, la necesidad de intervenir siempre en ella, desconociendo el poder autocrático de esa misma fuerza que el sistema lleva hasta el misticismo, y de verificarlo con el uso de sustancias que sean capaces de aumentar el mal cuya desaparición se intenta. Misticismo por un lado, empirismo por otro, e hipótesis absolutas: he aquí el abigarrado conjunto de los componentes filosóficos de la ponderada reforma.

Pero aún es más radical, si cabe, por lo que respecta al arte; pues, desconociendo el valor evidente, en la ocasión oportuna, de la sangría y del baño, del vomitivo y del purgante, del opio y de la quina, del hierro y del mercurio, y de todos los medicamentos heroicos, cuyo número tanto ha enriquecido la edad actual con el auxilio de la historia natural y de la química, a las dosis en que su acción es determinada, pretende locamente suplantarlos con ilusorias sustancias arregladas a dos hipótesis extravagantes: 1.ª, la de que todo medicamento dividido hasta el punto de reducirse a una fracción que tenga la unidad de grano por numerador y por denominador la misma unidad con cincuenta y nueve ceros

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avo de grano, es capaz de producir un efecto sobre la economía, aun cuando los reactivos más sensibles no dan en tal atenuación el menor indicio de presencia de la sustancia ni en el hombre sano se manifiesta acción ninguna; y 2.ª que la actividad del medicamento así atenuado, es decir, con la fuerza separada de la materia, que desaparece quedando aquella aislada, crece en razón directa de su división, de modo que una millonésima parte de grano sea más activa que una centésima, ésta más que una décima, y todas respectivamente más que la misma unidad!!!...

La suposición de este hecho, indemostrado e indemostrable, es una ofensa hecha al sentido común: siendo digno de la contemplación del filósofo observar que, en unos tiempos en que todo absolutamente se sujeta al libre examen de la razón orgullosa sin permitir el paso a creencia alguna que no haya sido sometida a la prueba experimental, se reproduzca el misticismo de la astrología judiciaria, de la magia y de la theurgia, bajo formas, aunque nuevas no menos extravagantes, que representan la dinamización homeopática, el magnetismo y el espiritismo.

Esta es la gran reforma que para el arte se ofrece, ayudada con el efecto mágico de la petaca misteriosa que osadamente elude la fórmula legal de la receta; sin que por eso deje de acomodarse el régimen a los principios de la medicina racional, ni obste a que, transigiendo con el gusto y con la moda, se prescriba por los mismos reformistas el uso de las aguas minerales, cuya acción se dirige bajo los sanos principios de la ciencia verdadera, que cuenta con este eficaz recurso, desde lo antiguo, para el alivio y curación de las dolencias crónicas.

¿Qué juzgará la posteridad del siglo llamado de las luces que se burla con razón de la estrella del destino, de las brujas y encantamientos, del mal de ojo, de la buena ventura y de los saludadores, y cree, entre otros delirios, en la mistificación de la materia medicamentosa?

Pero aseguran los firmantes con grande aplomo, que, en las epidemias y las guerras, ha demostrado su sistema el poder que le atribuyen.

Nosotros, empero, lo que recordamos es: que en Manila, en el año de 1851, se permitió por el Jefe de Sanidad militar hacer un ensayo homeopático en el Hospital Real, habiendo sido los resultados tan desastrosos en las enfermedades graves, y sobre todo en la disentería endémica, que tuvo, por el terror, que suspenderse la prueba.

Que, en la Habana, en el año de 1861, habiéndose también abierto una sala en el hospital militar, para tratar de igual manera a los atacados de fiebre amarilla, fue preciso cerrarla por haber sucumbido casi todos o todos los enfermos.

Que, habiendo ido, en el año de 1855, dos homeópatas a combatir el cólera que afligía a la población de Villarroya, aumentó de tal manera el número de las defunciones con su sistema, que tuvieron que abandonar el pueblo.

Que, hallándose en Noblejas, en el mismo año, encargados de asistir la epidemia colérica, el Sr. de Benavente y el secretario actual de la Academia homeopática que suscribe dicha exposición, sorprendido este de los buenos resultados que aquel conseguía con el uso de los medios que la medicina secular aconseja, le consultó lo que hacía; y proveyendo su cajita del medicamento que aquel empleaba, le usó desde entonces, a las mismas dosis y con la misma eficacia. Así se publicó en el Siglo médico, sin que el homeópata lo desmintiera.

Que, en el mismo año, consiguieron los homeópatas de Marsella que las autoridades encargaran a M. Chargé, el más acreditado en su sistema, una sala del Hôtel-Dieu para asistir coléricos; siendo el resultado qué de veintiséis enfermos sometidos a su tratamiento murieron veintiuno, mientras solo fallecieron once de igual número asistidos por el método ordinario. En vista de lo cual, la administración mandó suspender la asistencia al Sr. Chargé, comprendiendo que no la era lícito disponer de la vida de los pacientes, condenándolos a una muerte tan segura.

Y por fin, que a M. Gillot de la Salpetrière, se le murieron todos los coléricos asistidos por tal sistema.

También nos recuerda la memoria, que en 1832 se puso en Lyon a cargo del homeópata más distinguido, M. Guerard, una sala de veinte enfermos para que demostrara el valor de sus tratamientos; y que, convencido de su ineficacia a presencia de muchos alumnos y profesores que acudieron a observar, abandonó la prueba.

Públicos son los resultados que tuvieron en París los ensayos hechos por la Comisión de la Academia Real de Medicina, en virtud de orden del Gobierno, en los años de 1832 a 1835, y no son menos conocidos los que en Nápoles tuvieron efecto en 1829, bajo la vigilancia de una Comisión regia y con las condiciones que requiere una fiel experimentación: resultando de todos le ineficacia en la práctica, de tal sistema, y los graves perjuicios que con su uso se ocasionan dejando de emplear remedios capaces de verificar la curación.

En las epidemias del cólera que hemos sufrido en los últimos años, no cuidaron los homeópatas de hacernos conocer los favorables resultados que ahora decantan; y lo que recordamos es, que tuvo la desgracia de fallecer uno de ellos, que anunciaba preservativos infalibles homeopáticos, y que el más encumbrado de la secta nos abandonó los laureles de tan peligrosa refriega, saliendo al extranjero, en vez de quedar entre nosotros para ostentar el triunfo de su doctrina y para salvar más víctimas del fiero azote que a la población afligía.

Sería necesario, por fin, que comprobasen los firmantes las proezas de sus afiliados en las grandes batallas que la Europa ha presenciado aterrada en estos últimos tiempos; y que refiriesen si en la campaña de Marruecos, en que tan justo crédito adquirió el brillante cuerpo de Sanidad militar, debió este su gloria a la recta aplicación de los métodos curativos que enseña la ciencia, o al uso de los dinamizados glóbulos de la misteriosa reforma.

Quéjanse después en la exposición, en un estilo que nos abstenemos de criticar por prescindir de las formas, de la fuerte resistencia que encuentra su doctrina en todas las Corporaciones y Médicos de importancia: pero teniendo, como confiesan, tantos medios para demostrar la verdad, ¿qué puede arredrarles la oposición que tanta amargura les ocasiona? Pasaron ya los tiempos en que se creía a ciegas sobre la palabra del maestro. Hoy la razón ilustrada, proclamándose independiente, no adopta los principios que se la imponen; sino que admite los que se la presentan con las pruebas de la evidencia. Las Universidades y las Academias, depositarias del verdadero saber, en posesión de la ciencia tradicional que heredaron ya rica y cuyo precioso tesoro aumentan con nuevos y no escasos adelantamientos, no tienen cerrados los caminos sino para el funesto error que estorba la perfección y dificulta el progreso. Tal es el sagrado deber que el Estado les impone, como legítimas autoridades en la ciencia y como fieles timoneros que deben dar al arte la dirección que convenga. Las reformas fundadas podrán tardar algo en conseguir en ellas el triunfo a que aspiran, mientras ofrecen plena demostración: pero la fuerza de la verdad no encuentra valladar ni muralla que al fin no venza. Si los homeópatas, con la amplitud de medios de que disponen, hubiesen demostrado la acción positiva de sus misteriosos glóbulos; si hubiesen hecho ver la posibilidad de reunir principios que se repelen y hubiesen llevado la demostración donde solo se descubren las soñadas hipótesis, la oposición, no lo duden, estaría ya vencida.

Largo tiempo há que las Corporaciones y los Médicos de más fundada celebridad se dedicaron, como debían, a examinar tan irregular doctrina; sin que, después de haberla juzgado, hayan vuelto a malgastar el tiempo, que emplean más útilmente, en criticar semejante desvarío, que es la nulidad de la ciencia y la inacción en el arte.

Sólo en ocasiones especiales, como en la actual, se levantan provocados, para protestar enérgicamente contra las tendencias extraviadas que, de realizarse, llevarían gran perturbación al ejercicio profesional con notable detrimento de la salud pública. Tan grande es la convicción que ha producido en los hombres de verdadero saber, el ningún valor de semejante paradoja, después de los análisis y pruebas experimentales a que fue sometido el sistema en época oportuna, que bastará citar lo ocurrido en el último Congreso científico celebrado en Milán antes de la guerra de Italia, al cual acudieron, de toda Europa, mil personas reputadas en los diferentes ramos del saber humano. En este Congreso, que se reúne periódicamente en diferentes ciudades, se ofrecen premios a las mejores Memorias que se presentan sobre ciencias, artes e industria; y habiéndose propuesto por un rico panadero de Milán la oferta de un premio de 3.000 ducados a la que mejor tratara de la homeopatía, consta en las actas de aquel Congreso que se levantaron los concurrentes para protestar enérgicamente diciendo: En este santuario de las ciencias no tiene entrada la impostura; y la oferta fue desechada.

La homeopatía, pues, quedará en el mundo con sus prosélitos, porque el error providencialmente acompaña a todas partes a la verdad, reinando uno hasta que otro le deja a un lado llamando con más fuerza la atención de las inteligencias débiles y del público novelero. No pensamos en perseguirla ni en desarraigarla; porque la preocupación no se arranca, sino que lentamente se extingue con el desengaño. Cumplimos solo con el deber defendiendo la verdad cuando se la ataca, y previniendo a los incautos para que no beban la ponzoña que se les ofrece corno un néctar en rica y cincelada copa.

Confiesan después, con el mayor candor, los exponentes, que los medios de que la homeopatía dispone son suaves e inofensivos: de lo cual a su entender resulta, que el que la ejerce podrá dejar morir a los enfermos, mientras que el médico; empleando los enérgicos auxilios que posea la ciencia secular, podrá con ellos causar daño. Ingenua declaración escapada en su fervor, indiscretamente, que indica bien a las claras la idea que tienen de la poderosa eficacia de sus misteriosos glóbulos. Es cierto que entre no hacer nada y hacer algo que no esté bien fundado en una recta indicación, es preferible dejar a la naturaleza, que en sí tiene muchas veces bastante poder para sobreponerse a los trastornos de la enfermedad; pero el quedar en la inacción con medios inofensivos, es decir, inertes, a presencia de una enfermedad apremiante en que la medicina tiene recursos seguros y enérgicos para socorrer a la naturaleza agobiada por un mal grave, es hacerse cómplice, por omisión, de una muerte prevista. Recuérdanos, por otra parte, este curioso párrafo, la conducta semejante observada por la secta metódica en la antigua Roma; que, halagando a la corrompida sociedad de aquel pueblo decaído por el pernicioso influjo de la filosofía epicúrea, la ofrecían también curar los males cito, tuto, et jucunde, es decir con medios suaves y seguros, profesando una doctrina tan fácil de aprender y cómoda de aplicar, como lo es la homeopatía bajo otra forma.

Alegan después en su apoyo, los firmantes, el triste conflicto en que se hallan las familias en los momentos supremos de graves enfermedades, cuando, agotados los recursos de la ciencia secular, acuden en último extremo a la homeopatía. Imposible parece que haya ocurrido tomar con formalidad esta razón, para pedir que se establezca la enseñanza y práctica oficial de tal sistema. Lo contrario sucede en muchas ocasiones; y mientras haya médicos de escuelas opuestas, no dejaran de ocurrir, en los casos apremiantes, compromisos de tal especie. En la ofuscación que producen los apuros, se busca siempre una tabla de salvación, aunque con ella se hunda el náufrago en el abismo. Y las familias, atribuladas en tan terrible conflicto, acuden en su desconsuelo a los medios que no emplearon, aunque los suministre un curandero, pasando de unos a otros con el natural deseo de hallar en la casualidad alguno que salve en el peligro. Y de todos modos ¿quiénes son los que han producido los conflictos que se lamentan? ¿Los profesores que practican la ciencia que en las Escuelas públicas se enseña, o los que introducen un cisma perturbador en el ejercicio de tan sagrado ministerio?

Apoyan, por último, su extraña pretensión, en la existencia de enseñanzas y hospitales homeopáticos en varios puntos, que citan, de Alemania, Inglaterra y América, algunos tan desconocidos como nuestras aldeas. Sobre lo cual debe advertirse, que tales enseñanzas y práctica hospitalaria se hallan libremente abiertas, como otras, en los Estados cuya constitución social permite a los individuos explicar las doctrinas que tengan por conveniente, y a los particulares fundar hospitales a sus expensas; pero que en ninguno las hay establecidas de un modo oficial, abriéndose y cerrándose cuando los profesores y los fundadores así lo determinan.

Claro está que, bajo tal organización, puedan establecerse enseñanzas y clínicas de todos los sistemas conocidos y por conocer; pudiéndose añadir a la lista de las que están abiertas, otras de las que se han cerrado en los mismos países, incluso el hospital de Leipsick fundado por Hanhemann. Pero la Administración que, por libre que sea, tiene siempre adoptados una religión, un código legislativo y un sistema económico, no sostiene a la vez en ninguna parte, cultos, códigos ni sistemas diferentes de los que en ella hay reconocidos. La tolerancia y la libertad que se respeta en los ciudadanos, no autoriza a los Gobiernos a que se aparten de la unidad que debe regir en cada Estado. ¿Cómo de otro modo habrían de resolverse las infinitas cuestiones que representan la regular acción de todo poder constituido? ¿Podría haber uniformidad en las resoluciones, cuando pudiera juzgarse a la vez o discrecionalmente, con dos o más criterios? Tamaño absurdo no podía caber ni ha cabido, en efecto, en el buen sentido público.

Por último les contestaremos, que si alguna vez ha encontrado resistencia en el ánimo de los hombres doctos algún positivo y útil descubrimiento, solo ha sido mientras la demostración ha patentizado su verdad: que no es cosa de acatar en ciencias constituidas cualquier invento, sin exigirle las pruebas de su certeza. Y que es, por lo contrario, más común en la historia que la humanidad haya sufrido y sufra las graves consecuencias de lamentables errores, que han fascinado con prontitud a los espíritus veleidosos o de convicciones poco arraigadas, hasta que el tiempo y los desengaños hacen conocer el extravío: en cuyo caso se encuentra la famosa reforma homeopática que, absurda en principios y nula en la aplicación, se reduce al cabo en la práctica al sistema de no hacer nada, fascinando con el misterio a los enfermos y entreteniéndoles hasta que la naturaleza, si puede, restablece la armonía perturbada y vuelve a la salud al organismo, o el mal desaparece espontáneamente, si es de los que se presentan y se desvanecen con prontitud como los nerviosos.

Tal es el valor de las principales razones contenidas en la exposición de que nos hemos ocupado, dejando aparte otras más frívolas, y hasta pueriles, que en tono enfático alegan los firmantes.

Pero mientras el Sr. Hysern se dirigía ufano a exhibir su exposición en el Senado con su cohorte y acompañamiento de firmas de legos, recogidas muchas de ellas en las oficinas públicas, el antiguo canónigo de la catedral de Astorga y médico por gracia del Gobierno, según él mismo afirma en el artículo comunicado inserto en el número 13.249 de La Iberia, trabajaba con más astucia y favor para obtener, por la vía reservada, el restablecimiento de una orden del año de 1850; por la cual, el Ministro de entonces, separándose del parecer del Real Consejo de Instrucción pública y aceptando el voto particular de los homeópatas Sr. Hysern y Sr. Janer (padre este último del oficial del negociado que tiene hoy a su cargo los asuntos de medicina en el Ministerio de Fomento) se decidió a establecer una enseñanza y una clínica en la Facultad, como de ensayo. En virtud de cuya orden fueron nombrados, para el desempeño de la enseñanza el Sr. Núñez y de la clínica el Sr. Fernández del Río, bajo la inspección de una Comisión de que formaban parte el Ilmo. Sr. D. Bonifacio Gutiérrez, catedrático de clínica médica, y el Excmo. Sr. D. Tomás de Corral y Oña, catedrático de clínica de obstetricia.

Estos señores, de conformidad con los demás catedráticos, pensaron en fijar las condiciones bajo las cuales debería hacerse tal ensayo para que el éxito no fuera engañoso; pero los homeópatas no se presentaron, y la orden no tuvo efecto, quedando caducada de hecho desde entonces para exhumarse a los quince años.

En este largo intervalo de tiempo, la homeopatía no ha demostrado en ninguna parte que valga más de lo que en dicha época valiera, habiendo sufrido, por el contrario, nuevos reveses en pruebas posteriores, y desengaños notables en la práctica diaria: sin que las corporaciones ni los médicos se ocuparan ya de un asunto pasado en autoridad de cosa juzgada, excepto en las Escuelas y en las obras generales, donde solo llena su lugar en la revista histórico-crítica de los sistemas.

Sin embargo; a instancia del referido Sr. Núñez, cabeza de la fracción de homeópatas puros que forman la Sociedad hannemaniana, opuesta a la que preside el señor Hysern en la Academia homeopática, ha tenido a bien el Ministro de Fomento resucitar la caducada Real orden, sin audiencia de ninguno de los Cuerpos consultivos y competentes, en la forma que mejor le ha parecido.

Por ella se dispone el establecimiento de una enseñanza y clínica homeopáticas sin carácter académico y como experimento científico, reservándose el Gobierno la más amplia inspección; se cargan a los fondos generales de Beneficencia los gastos que por ello se ocasionen, y se encomienda la dirección al referido Sr. Núñez.

Sobre esta orden singular, que tanto ha llamado la atención, se nos ofrecen también las siguientes observaciones, que emitirnos con el noble fin de que se aprecien en lo que valgan, antes de que se lleve a cumplido efecto lo dispuesto.

La Administración, en primer lugar, ha echado sobre sí sola el grave compromiso de autorizar la enseñanza de un sistema particular reprobado por las autoridades legítimas fuera y dentro de España, dándose por satisfecha con haber oído el parecer contrario del Real Consejo de Instrucción pública en el año de 1850, en que se expidió la referida Real orden por el voto particular de dos Consejeros adictos a la homeopatía. Si acuden en adelante otros profesores partidarios de cualquier otro sistema con pretensiones análogas ¿habrá razón para negarlas subsistiendo este precedente? Si consultadas entonces las Corporaciones competentes dieran un dictamen negativo ¿se respetaría la preferencia otorgada al homeopático? Por otra parte, si se trata de un ensayo científico, aunque ya tardío por versar sobre asunto experimentado y fallado en las capitales importantes de Europa y en la misma España, ¿es lógico permitir la enseñanza de lo que, en el hecho de someterse a la prueba, se reconoce que no tiene aún la sanción de la experiencia? Dificultades son estas que no sabemos cómo se resuelven con justicia e imparcialidad ante la orden de que nos ocupamos.

Con respecto al ensayo clínico tiene también que considerarse, que va a recaer sobre personas que nunca se someterán a la prueba con plena conciencia de lo que hacen; porque el desvalido que acude a un hospital para que le remedien sus males, se halla muy distante de comprender las diferencias de los sistemas médicos. El desgraciado va a que le curen; y no sabe ni averigua cómo ni con qué. Y en esta situación nos preguntamos; si el Gobierno, que ejerce la alta tutela de sus administrados, obra o no con prudencia autorizando que el pobre, al acudir a un establecimiento benéfico, pueda servir de sujeto en una experimentación, ensayada ya, como se ha dicho, sin resultado ventajoso, y bajo un sistema no autorizado oficialmente por la ley ni aceptado por los Cuerpos facultativos. También cabe duda sobre si los fondos destinados en el presupuesto a satisfacer las necesidades de los asilos benéficos, pueden aplicarse en parte a ensayos de tal especie.

Pero veamos el resultado que debe esperarse del expresado ensayo, para que merezca saltar por encima de todas estas dificultades. Si se verifica con las precauciones y seguridades que exige el buen sentido, vendrá a deducirse lo que ya sabemos: que, careciendo de acción las dosis infinitesimales, queda reducido el plan terapéutico con el uso de la homeopatía a un simple método higiénico, con el cual se curan muchas enfermedades, y aun de las más graves como han demostrado recientemente algunos profesores nacionales y extranjeros, si bien se corre en esto mucho riesgo. Y que, por lo tanto, no puede admitirse, porque expone al peligro de que perezcan sin auxilio los enfermos que sufran padecimientos en los cuales el arte debe intervenir, por lo general, con eficaces auxilios que la razón y la experiencia tienen sancionados.

¿Y qué hacer entonces? ¿Prohibir, como en Rusia se hizo, el ejercicio de la homeopatía, o tolerarla en la práctica como se hace al presente? Lo primero será difícil que se haga; y aunque se proscribiera de Real orden, no dejaría por eso de haber médicos y clientes que la sostendrían. Y si lo segundo, nada se habrá adelantado. Para los fanatizados no servirán las pruebas, porque siempre tendrán los hechos sin crítica en que aferrarse; y para los que no están prevenidos, basta el buen sentido y el juicio imparcial de las autoridades competentes. Pero supongamos todo lo más favorable: que con el uso del sistema homeopático resulta la curación de algunos enfermos, cuya explicación atribuirán los hannemanianos al poder de su grajea, y los médicos a la actividad espontánea y regularizadora de la naturaleza. ¿Qué se hará entonces? ¿Dejar a los profesores y a los pacientes en libertad de obrar como mejor les plazca? Pues así se está haciendo. ¿Reconocer dos medicinas, estableciendo dos clases de enseñanzas opuestas y doble servicio sanitario en la administración pública, o proscribir la medicina secular de las escuelas y de la administración, desconociendo la certeza demostrada por los siglos y montándolas bajo el sistema homeopático? Dedúzcase, en buena lógica, si el experimento científico resolverá la cuestión en definitiva de un modo satisfactorio para el bien del Estado.

Pero si el ensayo se hiciera sin las debidas precauciones o sin las reglas que exige toda prueba experimental, entonces, aparte de las dificultades para la Administración, que crecerían con las exigencias de los parciales, el error, autorizado con el apoyo oficial, ocasionaría graves daños extraviando más la opinión pública. Si los interesados en probar que la invención homeopática es cosa que vale algo, quedan libres para hacer su demostración o bajo una inspección poco garantida, es de inferir desde ahora que se arreglarán estadísticas fabulosas de males graves curados con seguridad en pocos días, y tan extraordinarios como el caso de rabia sin rabia que se publicó hace poco. Lo cual es tanto más de temer, cuanto que en la homeopatía no caben diagnósticos ni clasificaciones filosóficas, bastando los cuadros de síntomas y siendo, por lo mismo, indiferente el nombre.

La Real Academia de Medicina de esta Corte y la Facultad de Medicina de la Universidad central, tan luego como fueron advertidas de lo que se intentaba, recelosas, sin duda, de que no se las consultara, como ha sucedido, y guiadas por el sincero deseo de prevenir a la Administración para que no obrara por sorpresa, acudieron al Ministerio de Fomento, exponiendo la inconveniencia de que los Gobiernos intervengan en los sistemas particulares de las ciencias para dar el apoyo de su autoridad a ninguno de ellos, cuando a todos se les da a conocer en la enseñanza pública y con todos se guarda la más amplia tolerancia; manifestando el juicio que merece a tan competentes Corporaciones el absurdo sistema que aspiraba a una protección tan privilegiada; y añadiendo, por último, que si el Gobierno, obrando por sí, tratase a pesar de todo de hacer con la homeopatía un ensayo oficial, era indispensable que este se verificase con todas las seguridades que exige la buena experimentación, a fin de que el error no viniera a falsear el resultado de las pruebas.

Al efecto, tanto una como otra Corporación, han venido a estar conformes, a lo que sabemos, en las siguientes reglas:

1.ª Que los ensayos se hagan por los homeópatas más acreditados entre ellos, y que sean intervenidos y apreciados por una Comisión compuesta de Académicos y Catedráticos propuestos por ambas Corporaciones.

2.ª Que tengan por objeto demostrar primeramente, la supuesta acción de las sustancias medicamentosas a dosis infinitesimales; y después, que la aplicación de los principios del sistema homeopático es ventajosa en la curación de las enfermedades.

3.ª Que admitiéndose para los experimentos personas que a ello se presten voluntariamente, deben ser elegidas para las pruebas de la primera especie las que se hallan en el mejor estado de salud; y para las segundas, sujetos que padezcan enfermedades de cualquier clase, siempre que no sean de las que pueden simularse de las que solo se dan a conocer por signos que el paciente refiera, y que no hayan sufrido recientemente tratamiento alguno de la medicina regular.

4.ª Que los medicamentos que se empleen sean prescritos por receta y preparados en el Colegio de Farmacéuticos de esta Corte, para la más completa seguridad.

5.ª Que el servicio de las salas deba ser elegido a satisfacción mutua de los experimentadores y de la Comisión inspectora.

6.ª Que los encargados del ensayo deben manifestar a la Comisión, tanto la acción que se propongan desarrollar con los glóbulos empleados en la experimentación pura, como su juicio sobre la enfermedad que traten de combatir, y la razón del uso de los remedios que dispongan.

Y por último, que la Comisión, reconociendo los sujetos y los casos, observando todo lo actuado, haciéndose cargo de las explicaciones expuestas y llevando de todo un registro exacto, formule su dictamen al concluir el plazo señalado para las pruebas.

Solo de este modo podrá, en efecto, tomarse en consideración el experimento, para las deducciones a que legítimamente se presten los resultados. Con precauciones análogas se han hecho en los países donde el Gobierno ha procedido a tales pruebas (París, Nápoles y Rusia), sometiéndolas siempre, como no podía menos de ser interviniendo el Gobierno, a la inspección y criterio de las Reales Academias y de las Facultades, que son las Corporaciones competentes y de la confianza del Estado; y sin autorizar por eso la enseñanza, que lógicamente viene después de haberse demostrado la certeza de lo que se admite a ensayo.

En sueltos que han circulado estos días, abultando los homeópatas la cifra de sus adeptos y haciendo pomposo alarde del favor que les dispensa el público, califican de humillantes las seguridades a que debe sujetarse la prueba experimental que han solicitado y obtenido para demostrar la bondad de su sistema. Pero, aun concediéndoles que sean todos los que dicen, viniendo siempre a representar una exigua fracción de la numerosa clase médica, que permanece fiel a la ciencia progresiva de los siglos; y sin negarles la aceptación que les presta una parte del público, en el cual nunca ha faltado apoyo a cualquiera novedad, por extravagante que sea, ¿serán estas razones valederas para que, al salir la alta Administración del terreno de la tolerancia y queriendo llevar el asunto a la demostración experimental, prescinda de la intervención legítima que la corresponde por derecho y por deber, con todas las seguridades que para el experimento exige el método, según los casos, y más teniendo un carácter oficial y de trascendentales efectos? Si tan firmes se consideran ¿por qué eludir las reglas que solo han de servir para justificar plenamente la certeza que pregonan si en realidad la poseyeran?

También pretenden sacar partido de las ventajosas estadísticas que publican fuera los encargados de hospitales libres, casas de curación y consultas de asistencia homeopática: sin reparar que tales estadísticas, hechas en primer lugar por personas interesadas y que no merecen fe en el diagnostico por el modo que en su sistema tienen de apreciar las enfermedades, y siendo además de resultados opuestos a los que se han obtenido cuando se ha inspeccionado el uso de la homeopatía, vienen a probar más la necesidad de una intervención legítima, tratándose de averiguar lo que haya, por medio de un experimento oficial, solemne y público. Cuando con datos de tal especie se prueban cosas tan contrarias, se adquiere la convicción de que un recto análisis debe buscar en el conjunto de todas las circunstancias que concurren en los hechos, aun siendo positivos, la razón exacta de los resultados y la causa que explique las diferencias. El obrar de otra manera sería proceder a ciegas, y exponerse a tomar moneda falsa por oro de buena ley.

Mas, en la orden de planteamiento a que nos referimos, no se expresa a cargo de qué Corporaciones quedará sometida la amplia inspección que se reserva el Gobierno: ni se consigna cual va a ser el objeto concreto de la experimentación; ni se previene que ésta haya de ser sometida a las condiciones que se determinen; y como, por otra parte, se autoriza al propio tiempo la enseñanza de lo dudoso que se va a ensayar, y se recomienda la dirección al mismo peticionario Sr. Núñez (que tiene confesado no haber hecho los estudios necesarios para obtener título de médico) sin marcar el objeto sobre que ha de versar tal dirección, es de recelar, por los antecedentes, que el experimento científico no ofrezca las garantías que el bien público y la verdad se hallan en el caso de exigir sin reserva alguna.

De esperar es, pues, que la Administración, subsanando las faltas u omisiones, en que sin duda ha incurrido por no haber consultado a las Corporaciones que deben asesorarla, evitará los graves inconvenientes y perturbaciones a que puede dar lugar semejante ensayo: contra el cual, de llevarse a cabo, desde luego se ve la profesión obligada a protestar, si no se verifica con arreglo a las condiciones que son indispensables para que el error y el interés de sistema no falseen la verdad.

No cumple a los Gobiernos proteger ni imponer sistemas; sino impulsar el desarrollo de las ciencias que influyen tan poderosamente en la prosperidad pública; y, guardando con todos una justa tolerancia, no consentir a sus sectarios la trasgresión de las leyes, ni que, en los puestos administrativos, haya quien se aparte de la ciencia que el Estado reconoce, enseña y sostiene.

Por decoro del país sentimos el espectáculo que estamos dando a la culta Europa; y para que la responsabilidad caiga sobre quien deba llevarla, hemos creído necesario ocuparnos con tal extensión y publicidad, de tan grave y trascendental asunto.

Madrid 15 de Febrero de 1865.

Los Doctores y Licenciados.

Juan Gualberto Avilés.– Francisco Alonso y Rubio.– Antonio Codorniu.– Luis Martínez Leganés.– Serapio Escolar.– Juan Vicente y Hedo.– José de Arce.– Rogelio Casas de Batista.– Andrés del Busto.– Manuel Ruiz de Salazar.– Leoncio Sobrado y Goyri.– Juan Castelló y Tagell.– Manuel Pérez Manso.– Eusebio Cartelo Serra.– Teodoro Yáñez.– José Díaz Benito y Angulo.– Matías Nieto Serrano.– Tomás Santero y Moreno.– León Anel y Sin.– Ramón Coll.– Casimiro Olózaga.– José Eduardo García.– Rafael Cervera.– Pedro González Velasco.– José Calvo y Martín.– Pedro Fernández Trelles.– José Negro y García.– Mariano Benavente.– José Antonio Arenas.– Patricio Salazar.– Ramón Félix Capdevila.– José Seco Baldor.– Elías Polin.– Toribio Guallart.– Juan Luque.– Gabriel Usera.– Joaquín Quintana.– Pedro Cepa.– Ramón Sánchez Merino.– Pablo León y Luque.– José Eugenio Olavide.– Domingo García Roca.– Rafael Martínez.– Francisco Santana.– Marcelino Gómez Pamo.– José Rodríguez Benavides.– Luis Colodrón.– José Ametller.– Valentín Mayorga.– Basilio San Martín.– Francisco de Cortejarena.– Santiago Ortega.– Antonio Alcayde de la Peña.– Domingo Pérez Gallego.– Esteban Sánchez de Ocaña.– José María González Aguinaga.– Ciriaco Ruiz Jiménez.– José Salgado.– Luis Navarro.– Félix García Caballero.– Ildefonso García Asensio.– Juan Villa y Villa.– Antonio Berzosa.– Miguel de Vicente y Carrera.– Santiago Iglesias.– Félix Tejada y España.– Natalio Cano.– Antonio Moñino.– Miguel de la Plata y Marcos.– Nicolás Espina.– José Martínez Adisnea.– Nicolás Fernández.– Gregorio de Escalada.– Eduardo Gómez Navarrés.– Adolfo Moreno y Pozo.– Francisco Ossorio y Bernardo.– Manuel Maquibar y Arana.– Julián Sainz Cortés.– Miguel Medina.– Manuel Andrés Soria.– José Pastor y Magán.– Bernardino Gallego y Saceda.– Manuel Ortega Morejón.– Gerónimo Blasco.– Ignacio Gato.– Antonio Negro.– Ricardo Díaz y Sal.– Pedro Espina y Martínez.– Ricardo Egea.– Miguel Vinaja.– Dámaso Planillo.– Antonio Martínez Saez.–Andrés Ayllón.– Manuel Sanjurjo y Rodríguez.– Francisco Angulo.– José Fernández Carretero.– Braulio Manuel de Alvarado.– Claudio Claramunt y Celda.– Francisco Comas de Ruidor.– Ramón Carrión y Sierra.– Genaro Zozaya.– José Mondejar y Mendoza.– José Molina Castell.– Tomás García Delgado.– Cecilio María Palacios.– Miguel Mangas y Sánchez.– Juan Valentín.– Pedro Gómez Martínez.– José Antonio Cervantes.– Eduardo de Escalada y López.– Francisco Muñoz.– Joaquín Moreno de la Tejera.– Antonio Saez.– Miguel Canal.– Mariano Ortega.– José María Palomino.–Francisco Arranz y Herrera.– Gabriel Alarcón.– Fermín Caberta.– Dámaso Fernández.– Manuel Chicote y González.– José Fontana.– Modesto Martínez Pacheco.– Ángel Sánchez Pantoja y Ayerte.– Mariano de Mezquia.– Ramón Martín Galindo.– Fernando de Mora.– Pedro Velasco y García.– Manuel Gor.– Manuel Lobarinas.– Diego de Santos Rodríguez.– Esteban García.– Ángel Custodio y Lucea.– Antonio Mencia.– Calixto del Pozo.– Isidoro Paz.– Cándido Urrea.– Ventura Traver.– Eugenio Acero.– Pedro Martínez.– José de Parga y Martínez.– Manuel Rodríguez y Luque.– José Vélez Prieto.– José de Luxan.

Los profesores de Santiago se adhieren a los sentimientos de los de Madrid.

José Varela de Montes.– Ramón Otero.– José Andrey.– José Montero Ríos.– Francisco Freire Barreiro.– José María Otero.– José M. Morales.– Laureano García y García.– Rafael Costoya.– Ángel Botana.– Antonio Novoa Varela.– Domingo García Mosquera.– Juan García Baeza.– Francisco Javier Fernández.– Vicente M. de la Riva.– Rafael del Valle.– Ignacio Caballero.– Braulio F. Reino.– Maximino Teijeiro.– Juan Ramón de Barcia.– Manuel Corral y Delgado.– Francisco Seijas.– Eduardo García Somoza y Moreno.– Antonio Fernández Vaamonde.– Pedro Mosquera.– Jaime Martínez Porto.

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 28 páginas.}