Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro

Oración del género eucarístico que hizo a la Real Sociedad de Amigos del País de esta Corte la excelentísima señora doña María Isidra Quintina Guzmán y la Cerda, doctora en filosofía, y letras humanas. Consiliaria perpetua, examinadora de cursantes en Filosofía, y Catedrática honoraria de Filosofía moderna en la Real Universidad de Alcalá. Socia de la Real Academia Española, y Honoraria, y Literata de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.

En el día 25 de Febrero del año de 1786 en que fue incorporada en esta Real Sociedad.

En Madrid por don Antonio de Sancha, año de 1786.

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Me sorprendo, Señores, cuando reflexiono la triste constitución de nuestra España en el siglo pasado. Este reino, que poco antes se había presentado a los ojos de todo el orbe, fecundo, vigoroso, y abundante de cuantas producciones es capaz el arte y la naturaleza. Este reino, que se hizo respetar de las demás Naciones por la fertilidad de su suelo, por el talento, docilidad, y constancia de sus habitantes, ofrecía una repugnante y espantosa figura a cuantos con principios de humanidad aman el género humano, y anhelan por el feliz estado de la patria. Destruido el comercio, asolados los campos, pobres sus habitadores, oprimidos con el fatal azote de la guerra, sin premio, sin fomento, ni dirección, parecía que la naturaleza había roto el precioso molde en que solía fabricar unos ingenios tan sublimes, que serán siempre inmortal honor de nuestra España. Ya estaba para arruinarse en ella el famoso templo de la sabiduría; las artes, la industria, y el gusto, compañeras inseparables de una verdadera felicidad, ya estaban tocando los de un fatal sepulcro. ¡Ha! su memoria me sorprende, vuelvo a decir, me llena de un justo sentimiento, del más vivo y penetrante dolor.

Pero ¿cuál fue la sorpresa de las demás Naciones, emulas de nuestra gloria, cuando vieron a el incomparable FELIPE EL ANIMOSO, que entre los afanes de una guerra molesta y prolongada se ocupaba principalmente en animar este vasto cuerpo que contemplaban ya difunto, en proteger el mérito inconcuso de los sabios, en fomentar las artes, vivificar el comercio, premiar la industria, y no perdonar trabajo alguno para restituir la amada patria a su antiguo esplendor? ¡Época feliz! que ocupará eternamente uno de los primeros lugares en los fastos de la Nación. Y ¿no podré yo decir, que entonces puntualmente comenzaron a renacer la felicidad y el bien de los vasallos, la subsistencia de los pueblos, el aumento, la gloria y esplendor de la Monarquía?

Para nuestros días únicamente estaba reservada aquella dichosa aurora, que difundiéndose por todo el cuerpo, desterrase las vanas preocupaciones de la Nación, y le hiciese conocer por último las verdaderas fuentes de su felicidad. El gran CARLOS, que excediendo a Camilo en el amor a la patria, a Torcuato en la igualdad de la justicia, y en el desvelo a Temístocles, piadosamente nos enlaza en su pecho, donde la humanidad reside como en trono propio, las ha llegado a comprender en todas sus partes, y extensión. Los Ministros de sus Consejos, los intérpretes y órganos de sus dictámenes, al paso que conservan la balanza de la justicia con tanta igualdad y discreción, que se nos presenta tan respetable como el santuario en que estos sabios profieren sus juicios, los vemos por otro lado íntimamente convencidos de los mismos piadosos sentimientos que el Monarca. Los pueblos, las ciudades, y las provincias todas, consultan a porfía los medios de su felicidad, agitados interiormente con una especie de fermentación política hacia sus propios intereses, los vemos concurrir a las capitales para establecer en ellas Sociedades Económicas que los dirijan bajo la augusta protección. ¡Amantes verdaderos de la patria y de la humanidad, a quienes su compasión hizo atentos a las miserias de los pobres! Aplicados incesantemente a fomentar el mejor cultivo de las tierras, viñas y plantíos; a refinar las reglas de la industria en la erección de nuevas fábricas, o en el reparo de las que estaban arruinadas: ocupados otros en examinar las primeras materias, y hacerlas trabajar por unos medios fáciles, sencillos y acomodados a las manufacturas; en animar con repetidos premios a los artesanos y menestrales, cuyo merito y trabajo se aplaude sin distinción, ellos se hicieron acreedores a la estimación del público, y a los elogios de los sabios.

¡Con cuánta razón, pues, deberé yo manifestar mi gratitud el día de hoy a esta noble Sociedad, a esta respetable Junta de hombres instruidos y virtuosos, que se ha dignado admitirme en el número de sus individuos! ¡Con cuánta razón deberé yo consagrar mis tareas en obsequio suyo! Y ¡con cuánto gusto deberé yo contribuir a los laudables objetos de sus intenciones, para que nuestro reino llegue al colmo de su felicidad en los faustos días del gran CARLOS III. Por lo menos, señores, así os lo prometo con la mayor sinceridad, y cuando las débiles fuerzas del discurso no pudiesen llenar el hueco de vuestra expectación, cifraré todo mi mérito en desterrar el ocio, y haber servido a una Sociedad, que me distingue con su honor. Dije.

{Transcripción íntegra del texto contenido en un opúsculo de papel impreso de 12 páginas.}