[ Narciso Díaz de Escovar ❦ Rodolfo Gil Fernández ❦ Marcos Rafael Blanco-Belmonte ]
La mujer
Séneca
La Torre de la Malmuerta
Poesías
Premiadas en el Certamen celebrado por el periódico “La Unión”,
bajo el patrocinio del
Excmo. Ayuntamiento de Córdoba,
en la noche del 28 de mayo de 1894
Córdoba 1894
Imprenta y Papelería de “La Unión”
Leones 11, y Gondomar 1
Al Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Córdoba, a la ilustrada Corporación Minicipal, patrocinadora dignísima del Certamen celebrado por el periódico “La Unión”, dedican los trabajos poéticos laureados en dicho acto
Los Autores
Narciso Díaz de Escovar
A la mujer
Lema:
Bendecid la mujer, cantadla un himno
de alabanza y de honor, y a vuestro canto
se unirán los acordes de la lira
que humildemente pulsa el pobre bardo.
José María de Silva
(Obtuvo el “Objeto de arte”, regalo de S. M. la Reina Regente.)
I
Es pobre la lira mía,
humilde mi pensamiento,
y tosco mi sentimiento,
y torpe mi fantasía,
para elevar este día
las endechas de mi canto
al dulce ser cuyo encanto
convierte la tierra en cielo,
de nuestras penas consuelo
y alivio de nuestro llanto.
II
Si me falta inspiración,
rayo de amor me ilumina,
dulce fuego que germina
dentro de mi corazón.
Dulcísima vibración
de un ser que alienta animoso,
al conjuro cariñoso
de una esposa idolatrada
y de una madre adorada
ante el recuerdo amoroso.
III
¡Mujer! palabra bendita
que aleja dudas y agravios,
que santifica los labios
cuando en los labios palpita.
Frase que aparece escrita
dentro de los corazones,
que late entre inspiraciones
y entre inspiraciones brota,
un sentimiento, una nota
de armónicas vibraciones.
IV
De Dios la sublime ciencia,
cuna del saber profundo,
hizo de la nada el mundo
mostrando su omnipotencia.
Dio a las estrellas fulgencia,
al sol le dio resplandores,
dio su perfume a las flores,
sus espumas a los mares
y a los vientos los cantares
del amor de sus amores.
V
Reflejada su grandeza
vio en valle, selva y colina,
que a su palabra divina
surgió la naturaleza.
Corona a tanta belleza
quiso un instante obtener
y, meditando en un ser
tan celestial como humano,
rasgó el misterioso arcano
y dio vida a la mujer.
VI
Adán triste contemplaba
a la avecilla parlera
que de tierna compañera
las caricias disfrutaba:
la fiera que se amansaba
ante el halago amoroso;
y, al agitarse envidioso,
hallar nuevo goce quiso,
soñando otro paraíso
más completo y más hermoso.
VII
Sin la mujer, nuestra vida
fuera un inmenso desierto,
nave sin timón ni puerto
donde encontrar su guarida.
Ilusión desvanecida,
sol sin luz ni resplandores,
vergel sin aguas ni flores,
existencia sin infancia,
primavera sin fragancia
y corazón sin amores.
VIII
Que es ella luz y color,
destello que el alma hiere,
aurora que nunca muere,
encarnación del amor,
nube que ahuyenta el dolor,
queja que del pecho brota,
arpegio, murmullo, nota,
cadencia que el viento lleva,
brisa que al cielo se eleva,
beso que en el aire flota.
IX
En ella todo es poesía,
todo cariño y ternura;
¡no es Isabel de Segura
creación de la fantasía!
Aunque una nube sombría
tienda su crespón de duelo,
rasga el sol el denso velo
y aparece más brillante;
¡aunque se oculte un instante
siempre hermoso será el cielo!
X
No es posible comprender
a la luz de la razón,
ni mujer sin corazón,
ni corazón sin mujer.
Conceptos vienen a ser
ambos en su esencia iguales,
pues guardan ricos caudales
de esperanzas halagüeñas,
de bienandanzas risueñas
y de dulces ideales.
XI
Quien a la mujer profana
o a la mujer no venera,
pertenecer no debiera
a la gran familia humana.
Contra sí mismo se afana,
y, cual cobarde suicida,
se abre a sí propio la herida,
al escupir su veneno
contra quien le dio en su seno
calor, y cariño y vida.
XII
¡Madre! ¿cómo he de olvidar
que en las batallas del mundo
fue tu cariño profundo
mi escudo y mi valladar!
¡que me has enseñado a amar,
a ser bueno, a combatir,
a creer, a resistir
nubes de amargura y llanto,
a ser fuerte ante el quebranto
y altivo ante el porvenir.
XIII
Perdóname, madre mía,
si en alas de mi cariño
a mis memorias de niño
se eleva mi fantasía.
Si recuerdo la alegría
que en mi pobre hogar sentí,
y el amante frenesí,
fuente de inmensas delicias,
que tesoros de caricias,
reservaba para tí.
XIV
Hoy, a la mujer bendigo
al sentir el palpitante
beso de la esposa amante
que unió su suerte conmigo.
De mis afanes testigo
torna en dichas mis dolores
y al calor de sus amores
y sus gracias peregrinas,
de este camino de espinas
hace un camino de flores.
XV
¡Mujer! perdona mi canto
y perdona si un momento,
mi mezquino pensamiento
hasta tu cielo levanto.
Si mezclo tu nombre santo
a los ecos de mi lira,
si un corazón que te admira
se une al himno de tu gloria,
y se inspira en tu memoria,
y en tu grandeza se inspira.
XVI
Mi canto desvanecido
en el aire morirá
y su eco se perderá
en las sombras del olvido.
Mas tu recuerdo querido
alentará mi pasión
y, a falta de inspiración,
en tu altar ofreceré
los tesoros de mi fe,
el alma y el corazón.
Rodolfo Gil
Séneca
Lema:
«Dan fama a Córdoba
sus dos Sénecas y
su único Lucano.»
C. V. Marcial
(Obtuvo el premio donado por el Sr. D. Jaime Aparicio Marín, Alcalde de esta ciudad.)
Aún resuena su voz. Egipto, Roma
y la ciudad en que la luz primera
vio el filósofo insigne, han esculpido
de la historia en las páginas eternas
su nombre y su moral. Huestes de ingenios
filosofan tras él, forman la escuela
del senequismo, y las naciones cultas
abren a la verdad sus férreas puertas.
Aún resuena su voz. El gran estoico
al templo de la ciencia
sube. ¡El camino es largo como breve
y empinada la cuesta!
Sube y mira alredor… Se encuentra solo
consigo y sus ideas,
y allí, abajo, las locas muchedumbres,
que arrojan la careta
y en orgías e inmundas bacanales
entronizan la estúpida materia.
Quién inmola su ser ante el Estado,
quién al placer su espíritu sujeta,
éste adora sus mármoles,
aquél ante sus vicios se prosterna.
¡Ah! ¿Dónde está la Roma de otros días?
¿Qué se hizo de las artes y las letras
importadas a Italia
de la vencida y vencedora Grecia?
¿Por qué la voz del sabio de la cima
en la cima se queda
y todo es claridad en las alturas
y aquí abajo densísimas tinieblas?
Atrofiado el cerebro,
abierto el corazón a las miserias,
en los labios la risa del sarcasmo,
en el alma el abismo,
estaba ciega
aquella pobre gente,
que arrastraba su carne por la tierra.
El hijo del Retórico les habla;
su palabra es serena,
aguda, penetrante; su doctrina
descubre otro horizonte y las ideas
surgen y se desbordan en los libros,
cual torrentes riquísimos de ciencia.
Él vislumbra el amor puro y sagrado,
la caridad fraterna,
que con su sangre fecundó el Mesías
y despertó en el hombre la conciencia.
Él entrevé modernos adelantos,
el dinero desprecia,
predica la virtud con celo ardiente
y en máximas selectas
da a los hombres la norma
de hacer feliz la mísera existencia.
La envidia proporciónale el destierro:
él se resigna, y parte, y se consuela,
y a su madre amantísima
relata sus tristezas
con el valor del fuerte y con la calma
del hombre sabio que la muerte espera.
La calumnia le escupe su veneno
y la audacia le acecha;
y mánchase de sangre
por la torpe soberbia
la púrpura imperial. Nerón lo quiere;
morirá el preceptor; él lo decreta.
Mas ¿por qué ha de morir nuestro filósofo?
¿por qué se le condena?
¿Su delito?… Saber. No es como todos:
la corrupción no llega
a su pecho de bronce; la ignorancia
jamás hizo en él mella;
¡la cumbre está muy alta y los de abajo
pretenden escalaría a viva fuerza!
¡Necios! Poned en práctica el intento;
allí os aguarda Séneca.
¿Así pagáis consejos y virtudes?
¿Así premiáis trabajos y abstinencias?
¿Así correspondéis a sus mercedes?
¡Paso a la luz y caigan las cadenas!
Mirad: Aquel anciano vigoroso
escucha la sentencia:
el semblante tranquilo, el cuerpo flaco
y el espíritu fuerte. El mismo Séneca
hácese abrir las venas de los brazos
y la sangre que hierve en sus arterias
enrojece su manto; huye la vida
de el corazón ardiente del poeta
y, en torno de los suyos,
abandona el Filósofo la tierra
con ánimo sereno
y con la faz escuálida risueña.
El decadente imperio,
de que Roma es cabeza,
del cordobés la muerte resignada
admirado contempla.
Del humano saber en las regiones
apágase una estrella…
Y Cristo, el Salvador, el Verbo encarna,
e ilumina la faz de este planeta
la nueva religión: sus enseñanzas
son profundas y excelsas,
y su moral, que en nada se parece
a las paganas éticas,
tiene algo así que enorgullece a todos:
las senequistas máximas recuerda.
Y, al correr de los siglos
y al renacer las letras,
vuelve a brillar con luz inextinguible
la figura de Séneca.
Las naciones admiran sus virtudes,
la crítica moderna
aquilata el valor de sus trabajos
y alaba al hijo de Helvia.
Su fama es hoy universal y justa:
en libros y academias
repítese su nombre
con el nimbo de luz de su grandeza.
Despertad, cordobeses,
batid palmas, filósofos poetas,
reverdeced los ya marchitos lauros,
coged todas las flores de la sierra
y coronad la frente del patricio,
del jefe ilustre de la estoica escuela,
de la gloria de España,
que es antes gloria nuestra,
¡pues «Córdoba, que es patria de Lucano,
es cuna de los Sénecas!»
M. R. Blanco Belmonte
La Torre de la Mal-Muerta
Lema:
«Yo sé la historia que allí palpita,
yo su secreto supe inquirir;
es una historia triste y maldita
la que mi pluma va a referir.»
(Obtuvo el premio donado por el Ilmo. Sr. D. Eduardo Ortiz Casado, Gobernador civil de la provincia.)
I
Atalaya vetusta y carcomida;
maciza construcción de la Edad Media;
mole gigante, cuyos muros pardos
de cuatro siglos las caricias muestran;
viejo atleta que en lucha con el tiempo
tiene por canas la verdosa yedra;
coloso indestructible, que pretende
levantar a los cielos sus almenas;
esqueleto de rancias tradiciones;
erguido centinela;
recuerdo fiel de edades que pasaron
es la vetusta Torre, la Mal-Muerta.
Cuando al cruzar las fértiles campiñas,
y al recorrer las escarpadas sierras,
pone el viajero su cansada planta
en la hermosa ciudad que el Betis riega;
en la ciudad donde el dorado Arcángel
sobre las torres tiembla…
el viajero pregunta por la historia
que guarda la Mal-Muerta.
Escuchad esa historia, conservadla
cual supo conservarla la leyenda;
es historia de muertes deshonra,
es página de amor, terrible y negra!
II
Yo la recuerdo, y en mi memoria
impresa vive la tradición,
el cuento raro, la triste historia
que encierra el nombre del torreón.
Yo sé la historia que allí palpita,
yo aquel secreto supe inquirir;
es una historia triste y maldita
la que mi pluma va a referir:
*
Como en dulcísimo abrazo
la virgen se une a la Cruz,
así en el suelo andaluz
se unieron en dulce lazo
Don Gutierre y Doña Luz.
Él, castellano leal
de la morisma terror,
amó por suerte fatal,
siendo tan puro su amor
como el soplo divinal.
Fue Doña Luz un tesoro
que amó el Conde castellano
más que las joyas y el oro,
más que a sus templos el moro,
más que a su Dios el cristiano.
Y con amor tan fecundo,
con afecto tan profundo
era Don Gutierre un niño,
que hallaba mezquino al mundo
para encerrar su cariño.
Ella, la gentil esposa,
ante cariño tan fiel
amó… cual la mariposa
ama el cáliz de la rosa
donde liba dulce miel.
Hasta que en rápido vuelo,
presa del fugaz anhelo
que en ella vive y se encierra,
o se remonta hasta el cielo
o se arrastra por la tierra.
Y así también, inconstante,
aquella dama condal
desdeñó al esposo amante
y con borrón infamante
manchó el tálamo nupcial.
Mientras que en amor fecundo,
lleno de afecto profundo
Don Gutierre, como un niño
hallaba mezquino al mundo
para encerrar su cariño.
III
Sobre un alazán brioso,
dando al viento su bandera
vencedora en cien batallas,
vuelve el Conde de la guerra.
Muy alegre torna el Conde
y a sus dominios se acerca
y cien ricos estandartes
de los hijos del Profeta,
a Doña Luz, Don Gutierre
para alcatifas le lleva.
Mas ¡ay! que nunca en el mundo
dicha existe sin tristeza!
mientras más azul el cielo
más rudas son las tormentas;
y así pronto Don Gutierre
siente el dardo de la pena,
que el ángel de la deshonra
al batir sus alas negras
manchó el hogar, templo santo
donde el honor se conserva.
IV
¡Qué atroz es el martirio
de los atroces celos!
Qué atroz es la deshonra, si desgarra
con sus uñas de acero
los nobles corazones que se albergan
en los honrados pechos,
convirtiendo el amor y la ternura
en odio y en veneno!
*
Entre celajes de zafir y nácar
lanzaba el sol sus pálidos reflejos;
los oscuros cendales de la noche
ocultaban las torres y los templos;
era la noche negra cual la pena
y el corazón de Don Gutierre, negro!
V
Como el himno dantesco de la deshonra
triste y sangrienta;
como el ronco graznido de la lechuza
siempre agorera;
como infernal concierto que ansioso clama
venganza horrenda…
así llegó hasta el Conde débil murmullo,
plática lenta,
de amor y de adulterio, que sangre piden
y hay que verterla!
Paso a paso el esposo, ciego de rabia,
hacia el lecho maldito, loco se acerca;
paso a paso camina, cual los chacales
que en el desierto buscan segura presa…
y es la nupcial alcoba testigo mudo
de atroz escena.
Dos aceros chocaron lanzando chispas;
el sorprendido amante de miedo ciega;
redobla sus ataques el bravo Conde,
la muerte acecha…
y al fin, entre torrentes de sangre roja,
el honor de aquel noble lavado queda.
Cuando el Conde ofendido, desangre ansioso
a el lecho mancillado de nuevo llega…
inútilmente llama… nadie responde…
a Doña Luz invoca… mas no contesta…
…que era mujer, y el miedo su sangre impura
le heló en las venas.
Mariposa sin alas, ídolo roto,
ya Doña Luz estaba rígida, muerta…!
VI
Cuando el rumor popular
hasta el trono hizo llegar
este lance desgraciado
y el Rey lo escuchó contar
al noble Conde ultrajado;
Al concederle el perdón,
pasa como cosa cierta
que ordenó la construcción
del vetusto torreón
llamado de la Mal-Muerta.
Torre que es ejecutoria
de esta legendaria historia;
torre que el pueblo andaluz
miró alzarse a la memoria
de la muerta Doña Luz.
VII
Así, cuando el viajero fatigado
cruzando las campiñas cordobesas
detenga un punto su cansada planta
en la hermosa ciudad que el Betis riega,
en la ciudad donde el dorado Arcángel
sobre las torres tiembla…
si el viajero pregunta por la historia
que guarda la Mal-Muerta…
referidla vosotros, ¡referidla!
tal como la refiere la leyenda,
que es historia de muertes y deshonra,
que es página de amor, terrible y negra!
[ Versión íntegra del texto contenido en un opúsculo de 24 páginas impreso sobre papel en Córdoba con fecha 1894. ]