
[ Rodolfo Gil Fernández ❦ Marcos Rafael Blanco-Belmonte ]
Gil – Blanco Belmonte
La Mezquita-Aljama
La Mezquita de Córdoba
Poesías con una carta-prólogo
de D. Manuel Reina
Córdoba
Imprenta de «La Unión», Leones, 13
1895
Carta-Prólogo
Sres. Don M. R. Blanco Belmonte y D. Rodolfo Gil
Mis queridos poetas: Puesto que desean Vds., siempre amables y bondadosos, conocer mi opinión acerca de La Mezquita de Córdoba y La Mezquita-Aljama, expuesta va en las siguientes líneas, trazadas al correr de la plum, bajo la impresión gratísima que ha dejado en mi ánimo la lectura de estas hermosas composiciones.
La Mezquita de Córdoba es una verdadera inspiración. Todo en esta poesía es bello y armónico: la forma se ajusta al pensamiento como brazalete de perlas a blanco y redondo brazo.
Después de las admirables kásidas del inmortal Zorrilla, no he saboreado otras que me satisfagan tanto, como las que alzan en La Mezquita de Córdoba dulcísima serenata.
Son éstas cinco deliciosas canciones de estro alado y volador, bañadas de orientales perfumes y suaves y arrulladoras como la guzla morisca.
Menos arábiga, pero tan rica en lumbres y colores como La Mezquita de Córdoba, es La Mezquita-Aljama, sonoro himno triunfal en que resplandecen las imágenes, como la sangre del islamita en las hojas toledanas; excelente silva, cuyas brillantes descripciones trasportan la mente del lector a las peregrinas edades, más felices cuanto más lejanas, en que nuestra amada Córdoba era cuna del arte, emporio de la riqueza y templo de la sabiduría.
Creo sinceramente que las dos composiciones celebradas en esta carta, son dos fragantes rosas con que ha adornado sus cabellos de oro la musa cordobesa.
Reciban Vds. por ellas, estimados compañeros, la cordial felicitación de su apasionado amigo,
Manuel Reina
25 Mayo, 95.
La Mezquita-Aljama
I
Callada y misteriosa,
con imponente majestad se alzaba
noche oscura y sin fin. En la arenosa
y fresca orilla del profundo río
dormitaba el poeta: dormitaba
y en sus crispadas manos sostenía
la dulce lira a cuyo son cantaba
la canción del amor y la alegría.
Cerca de él la ciudad, la noble anciana
de tristes ojos y rugosa frente,
la Patricia romana,
la occidental Sultana,
la perla refulgente
de la morisca gente,
que, empañados su brillo y su grandeza,
desgarrada su púrpura, en el suelo
su cetro de oro, inclina la cabeza
bajo la inmensa bóveda del cielo.
Su mano descarnada
toca la sien del vate adormecido
y ofrece a su mirada
hechos y nombres que borró el olvido.
–«Canta» –dice, y el joven se estremece.
–«Canta, poeta» –y a su voz parece
que en los lejanos montes
se levantan fantásticos palacios
que llenan los espacios
y ensanchan los perdidos horizontes.
–«¿Quiéres inspiración? Abre la historia.
Allí relucen limpios los aceros
de invencibles guerreros;
allí escriben mis páginas de gloria
los Sénecas, los Porcios, los Lucanos,
los mártires cristianos;
mis laureles, allí; mi poderío
llévalo el ancho río
a confines lejanos
y cantan los rugientes Occeanos
una estrofa inmortal, ¡y el canto es mío!
»Levántate y despierta. Los Omniadas
cubren con el turbante
mi cabeza gentil y, perfumadas
con áloe y ámbar gris mis vestiduras,
huríes encantadas
proclámanme su reina. Las alturas
hienden soberbias cúpulas doradas;
alcázares, jardines
circúndanme doquier y, en las mechleses,
ejércitos de vates cordobeses
hacen sonar del arte los clarines.
»En los altos midzanes
llaman a los creyentes los muezzínes
y cesan en los regios corredores
las canciones de amores
que improvisó el Califa en sus festines.
»Córdoba soy. La joven de otros días,
ciudad de las ciudades musulmanas;
la que ahogó en el placer las energías
de amires y sultanas;
la opulenta Damasco de Occidente…
Córdoba soy; no cantes el presente,
con las joyas de ayer cubre mis canas,
¡que en el cielo esplendente de la Historia
refulge el sol de mi perdida gloria!»
Dijo: y la hermosa Ceca
erguíase ante mí como un gigante
que con mirada altiva y penetrante
desafía a la Meca.
Guadalquivir en su cristal retrata
la gran Aljama que el muslim pregona
y en su lira de plata
un himno ardiente al Califato entona.
II
Es la hora de adohar. Blanca bandera
trémola en la as-sumúa; la alicama
óyese dentro de la gran Mezquita
y el sol, en la mitad de su carrera,
sobre el templo de Aláh su luz derrama.
La comitiva real entra en la Aljama
y la azala comienza. Mármol y oro
donde quiera se ve; la fantasía
cede a la realidad; el laúd sonoro
pierde en la Aljama su postrera nota
y habla la admiración y su eco flota
en el espacio. El alfaquí murmura
la koránica sura
sobre el rico minbar, y los creyentes,
vuelto el rostro al Profeta,
repiten las aleyas reverentes.
El alma del poeta
no puede aquí callar. Por los calados
ajimeces penetra luz medrosa
que busca los bordados
capiteles, los techos esmaltados,
la lámpara grandiosa,
cuyas luces brillantes
mienten perlas, rubíes y diamantes;
y, tímida, se posa
del venerado Imán en la cabeza.
Gallarda, majestuosa,
resalta su figura,
envuelta en albornoz de oro y de nieve;
lee el códice de Ostmán y, a su lectura,
el pueblo se conmueve.
Y aquel rayo solar busca la altura,
y besa los turbantes, y se eleva…
Ah! que no hay guzla que cantar se atreva
de Aláh el poder, la luz y la hermosura!
Allàh ua aqbar! –exclaman los faquíes
¡y aquel rayo de sol desaparece!…
La Kaaba cordobesa resplandece
al fulgor de millares de rubíes;
que no otra cosa son luces sin cuento
que alimentan mil lámparas de plata,
con que el Califa espléndido retrata
la belleza eternal del firmamento.
En medio del Mirahb arde y oscila
gigante cirio, cuya viva llama
semeja la pupila
del Dios potente que el Imán aclama.
Mas callan los rumores,
se apagan los fragantes pebeteros
y las columnas son adoradores
que convierten las sombras en guerreros.
Todos están de pie. Cota dorada
visten aquellas piedras relucientes
que orgullosas vigilan e imponentes
la Mezquita sagrada.
Sus naves atraviesa recatada
la odalisca gentil, hasta los ojos
calado el capuchón de rica seda
que a la nieve da enojos;
por sus mejillas rueda
lágrima triste de mortal congoja,
como rueda la hoja
que arrancó el huracán a la arboleda.
Gime. ¿Y su voz se pierde en el vacío?
A sus quejas de hastío
responden Zaide, Aben-Guzmán, Ben Baca,
Zeriab el bagdadita,
que, con brillantes notas musicales,
hacen repercutir en la Mezquita
sus hermosas muaxajas y cejales.
Y vierte la odalisca amargo lloro;
¡que aquel ritmo sonoro
aumenta su pesar! Bella Sultana,
ya despierta en Oriente la mañana;
duerme tranquila sobre el lecho de oro
de tu sin par Mezquita musulmana.
III
Es la alta noche. La ciudad reposa
a la orilla del río. En la corriente,
cual en espejo veneciano, hermosa
se ve la gran Mezquita, esplendorosa,
callada y sonriente,
como el soñado Edén. Alabastrinas
fuentes, por los azahares perfumadas,
en chorros bullidores
dicen a las palmeras sus amores
y cuentan sus leyendas encantadas.
Las ninfas y las hadas,
que en las broncíneas puertas esculpieron
una historia sin nombre
que nunca pudo descifrar el hombre;
las que en el ancho espacio suspendieron
capiteles de encaje y pétreos arcos;
las que, al conjuro de su voz, hicieron
surgir la gruta celestial, la Kaaba
de amires y califas, penetraron
en el recinto oscuro. Iluminaba
clara luna la artística cabeza
de la bella odalisca; la tristeza
copiaba en su semblante
las líneas del dolor; y los reflejos
pálidos dibujaban a lo lejos
las sombras del Profeta y sus fabíes…
* * *
Llorosas, las huríes
salieron del Mirahb. Extraño ruido
agitó en repetidas convulsiones
la Meca abderrahmánica; temblaron
los guerreros de jaspe, y los creyentes,
puestas sobre los mármoles sus frentes,
a Aláh y a su Nabí la voz alzaron.
Las huestes castellanas
escalaron el muro. Sus pendones
tremolaron al viento y las campanas,
mudas y reverentes, oraciones
elevaron a Dios. Aquel tañido
estalló cual volcán de hirviente lava
en los muslimes pechos. Rebramaba
con salvaje bramido
la fiera del Islám, viéndose herida,
y de su Aljama en el dorado nido
en vano busca sangre, aliento y vida.
Muerto está el Califato. De la cumbre
rodó la ingente mole despeñada
y de el abismo alzóse coronada
la esclava muchedumbre.
Las pesadas cadenas
trocó lanzas la fé; valor altivo
la sangre que circula por las venas
del cristiano cautivo…
Las dentadas almenas
rindiéronse al empuje irresistible
de indómitos guerreros,
que esgrimían valientes sus aceros
ante el augusto altar del imposible
y penetraban firmes, vencedores,
en la regia ciudad. El estandarte
de los cristianos el midzan corona
y el ejército entona
el Deus adjúva en la mansión del arte.
Fernando besa a Córdoba y convierte
la odalisca gentil en fiel cristiana.
Vencida está la muerte!
Triunfante la bandera castellana!
Gloriosa la Ajarquía!
Canta, Guadalquivir; que su oro vierte
sobre la Aljama el sol del nuevo día!
La Mezquita de Córdoba
KÁSIDA I
Allá ho ákbar
Bosque soberbio de jaspe y oro,
regio palmar;
florón brillante, rico tesoro,
templo del moro
que hasta las nubes quiere llegar:
Joya preciada del muslemita,
creación ingente donde palpita
excelsa gloria de noble Emir…
es la Mezquita
santa y bendita,
la Gran Mezquita
que arrulla y besa Guadalquivir!
Torres esbeltas, filigranadas
de la Mezquita ciñen la sien;
torres doradas
que con encajes fueron labradas
por los gnómos y por las hadas
ante el mandato de Abderramen.
Nardos y rosas, mirto y jazmines,
flores fragantes de cien jardines
a la Mezquita perfumes dan;
y en los minares fieles muezzines
recitan súras de su Korán.
Córdoba altiva gentil descuella
como una estrella
entre los astros del cielo azul;
y en vano quieren seguir su huella:
Bagdad la bella,
Damasco, Smirna, Persia, Stambul…
Porque ninguna guarda en su seno
de flores lleno,
rico tesoro
de jaspe y oro
como el que guarda la musulmana,
la fiel sultana,
la favorita,
en el recinto donde palpita
excelsa gloria de noble Emir…
en el recinto de la Mezquita
santa y bendita
que arrulla y besa Guadalquivir…
El viejo río que susurrando
corre hasta el mar,
mientras repite con eco blando:
Allá ho akbar.
KÁSIDA II
Là illàh ill allàh
Jardín de piedra lleno de flores;
iris de tonos deslumbradores,
selva de mármol, sueño de ondinas,
donde columnas alabastrinas
juntan airosas sus capiteles
de fino encaje,
como las palmas que en los vergeles
juntan sus ramas y su follaje;
gentil derroche de cincelados
y alicatados,
raro portento de arquitectura
donde fulgura
con viva llama
la media-luna del pueblo Islam…
eso es la Aljama
templo gigante de Abderramán.
Cubre los suelos mármol de Páros
que abrillantara diestro cincel,
y los mosaicos lindos y raros
lucen al lado del Macäel;
despide rayos de viva lumbre
el oro y nácar de la techumbre,
y cuando al alba renace el día,
cuando se dora la celosía,
cuando destellan claros reflejos
los azulejos,
cuando relumbra la crestería
como un diamante
centelleante,
como un rubí:
cuando despiertan los ajimeces,
cuando murmuran sus roncas preces
el viejo Ulema y el fiel Mokrí…
en el recinto de la Mezquita
brota, se agita…
vaga… se aleja…
flota… palpita…
doliente queja,
triste suspiro
que en raudo giro
nace en la tumba del sabio Hixén
y vibra y muere con los cantares
que en los minares
lanza el mueden,
que al despuntar el alba cantando está:
Là illáh ill alláh
KÁSIDA III
Le galib illé Alláh
Venid, venid creyentes,
doblad, doblad las frentes
mirad, mirad la Aljama
en todo su esplendor,
y en su recinto mágico
que asombra y maravilla
doblando la rodilla
rezad por Almanzor.
Venid hasta esa gruta
mansión deslumbradora
formada con diamantes
y perlas de Bassora,
con pórfido y cristal;
es el Mirahb insigne,
tesoro de grandeza,
prodigio de riqueza,
compendio de belleza
portento sin rival.
Mirad, mirad sus muros
por silfos cincelados;
mirad de la techumbre
los prismas irisados
donde la luz chispea
con mágico fulgor;
mirad los pavimentos
de mármoles preciados,
mirad los pebeteros
de aroma embriagador.
¡Miradle! lo formaron
con jaspe y filigrana,
mirad su regia pompa,
su espléndida beldad;
¡miradle! que es la joya
que exorna y engalana
a Córdoba sultana,
orgullo de Occidente
y envidia de Bagdad.
Venid, venid creyentes;
ved cual se hundió la gloria
del ínclito Almanzor;
del bravo que entre bravos
obtuvo la victoria
perdiose la memoria:
¡Dios solo es vencedor!
KÁSIDA IV
Al Dohar
El muezzin grita con voz potente
desde el minar;
muere la tarde, reza el creyente
las oraciones del Al Dohar.
Del sol poniente la roja llama
cubre la noche con su capuz;
por cada rayo que el sol derrama
brilla en la Aljama
lámpara argéntea de tibia luz.
Flotan las sombras como alquiceles,
y de pilastras y chapiteles,
y de amplias naves,
y de arquitraves,
y de labores
hechas de encaje fino y sutil,
brotan mil luces de mil colores,
luces que rompen sus resplandores
en jaspe y oro, cedro y marfil.
Y las columnas bellas, labradas
en Geb-Elvira y en Macäel,
semejan suras petrificadas,
suras sagradas
que alzó al Profeta su pueblo fiel.
Fingen las sombras danza de huríes
y los Imanes y los Fakíes
desde el mimbar,
con dulce acento
con voz pausada como un lamento
rezan las suras del Al Dohar.
Y con Fakíes y con Imanes
los musulmanes
con lento son,
con voz pausada
y entrecortada
rezan fervientes santa oración.
KÁSIDA V
No hay más Dios que Dios
Bosque soberbio de jaspe y oro
regio palmar;
florón brillante, rico tesoro,
templo del moro
que hasta las nubes quiere llegar:
Joya preciada del muslemita,
creación ingente donde palpita
excelsa gloria de noble Emir…
es la Mezquita
santa y bendita,
la Gran Mezquita
que arrulla y besa Guadalquivir.
Por la Mezquita siglos pasaron,
por la Mezquita reyes cruzaron
de gloria en pos;
y en el recinto de la Mezquita
vio el islamita:
su Dios, vencido por otro Dios!
M. R. Blanco Belmonte
[ Versión íntegra del texto contenido en un opúsculo de [iv]+16 páginas impreso sobre papel en Córdoba fechado 1895. ]