Filosofía en español 
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Demófilo

Cartilla Pacifista
 

Imprenta y Encuadernación de Eustaquio Raso
Vergara 10, y Amnistía 1
MADRID 1905

A Magalhaes Lima

Flote sobre estas páginas el alma luminosa de usted –que se le sale por los ojos celestes promesa de eterna paz bajada del cielo– para inspirar en los niños el amor intenso, el amor insondable a la paz.

¿Cómo hablar de la paz y no recordarle, su amigo del alma, Fernando?




La guerra es un crimen.

El mayor de todos los crímenes es la guerra.

Declarar una guerra equivale a dictar una sentencia de muerte contra millares de inocentes. El Estado no tiene derecho a matar a los inocentes. El Estado no tiene derecho a declarar la guerra.

Si no se tolera ya al verdugo que mata al malo, ¿cómo se tolerará la guerra, que mata al bueno?

Horrores de la guerra.

¡Pobres niños! No tienen casa, no tienen abrigo, no tienen pan; van errantes por el mundo alargando la mano para pedir una limosna. Su padre murió en la guerra. Su madre se murió de pena.

Nubes de polvo se levantan por el camino; los regimientos avanzan al galope; detrás crujen las cureñas arrastrando los cañones; una ola de fuego ha pasado por el pueblo, que no es ya sino montón de escombros y cadáveres. La doncella gentil, cubriéndose el rostro con las manos, llora su deshonra sobre las ruinas.

¡Maldita sea la guerra!

El vasto campo está cubierto de cadáveres. Durante tres días dos ejércitos compuestos de centenares de miles de hombres, han chocado en aquel inmenso llano que se extiende hasta el mar. La tierra temblaba durante el combate como si estuviera agitada por un terremoto; las bombas, al estallar, convertían en escombros pueblos enteros o levantaban en alto los regimientos reduciéndolos a una masa confusa de carne y huesos destrozados; los soldados, entre aquella tromba de destrucción, dominados por el terror, no sabían dónde poner el pie, temiendo ver abrirse el suelo y tragárselos entre llamas; algunos, enloquecidos de espanto, huían a la ventura por los campos con el pecho abierto, cubierto de sangre y el cabello erizado. Entre tanto, en el mar inmediato, el formidable acorazado, presa de las llamas, agujereado a balazos, rotas las chimeneas; chirreando carne humana sobre las planchas de acero enrojecidas como el hierro al salir de la fragua, se hunde lentamente entre gritos de desolación que dicen: –«¡Adiós esposa! ¡Adiós madre! ¡Adiós hijos!»

«¡Guerra a la guerra!»

He ahí la divisa adoptada por los maestros de Francia en el Congreso que acaban de celebrar.

Que los niños todos tomen también la misma divisa: «¡Guerra a la guerra!»

Nada de soldados; nada de uniformes; nada de fusiles y cañones. Ni en pintura.

¡Guerra! a los juguetes que representen armas y aparatos bélicos. No más soldados de plomo. No más cascos, sables y cañones. No más jugar a los soldados.

Juguemos a los bomberos con sus hachas, sus picos, sus mangas, sus bombas, y hagámonos ágiles para trepar por la cuerda al balcón y bajar por ella en los brazos al niño que dormía en la cuna, próximo a ser devorado por las llamas.

Aprendan los soldados a matar; aprendamos nosotros a salvar.

En vez de formar en batallones, formemos en manifestaciones. Floten al viento nuestras banderas de papel representando los oficios, el comercio, la industria, los sindicatos y los comités; al hombro picos, azadones y demás instrumentos de trabajo. En marcha hacia el Municipio a pedir justicia al alcalde. Llevémosle nuestra protesta contra la guerra. Cantemos la Marsellesa. Cantemos la Internacional. Ahora a ensayarnos para ver quién hace una arenga mejor pidiendo la paz.

¡Ese sí que será un bonito juego!

Medio de poner fin a las guerras.

Hay guerras porque hay hombres que quieren dominar sobre los otros y explotarlos. Hay guerras porque hay reyes, sacerdotes y capitalistas.

El medio seguro de acabar las guerras es hacer que los pueblos se gobiernen a sí mismos; que todos los ciudadanos participen del poder político; que todos participen del poder económico. Afirmar la democracia, traer el socialismo: he ahí el medio de acabar las guerras.

Ya los progresos de la democracia han evitado que haya guerras en Europa desde hace treinta y cinco años.

Ahora han estado a punto de venir a las manos Alemania y Francia. Las democracias socialistas de ambos países lo han impedido. Los socialistas organizados de Francia han declarado que quieren la paz. Lo mismo han hecho los socialistas organizados de Alemania. El representante del socialismo francés fue invitado por los socialistas alemanes para dar en Berlín una conferencia sobre la paz; el emperador alemán lo prohibió, pero el representante francés envió a sus compañeros alemanes el discurso en el cual se sellaba la paz entre los socialistas alemanes y franceses, y los alemanes en magna reunión de Berlín lo aprobaron unánimemente.

Reforzar ese pacto con el proletariado organizado de los demás países; he ahí la manera radical de evitar la guerra.

Depende así la paz de que los trabajadores lo quieran; de que aumenten y consoliden la democracia republicana; de que entren a formar parte del socialismo organizado.

Por eso cada niño debe preguntar a su padre:

–¿No formas parte de un Comité?

–¿No formas parte de un sindicato obrero?

Y si contesta negativamente, añadir:

–Pues haces mal, porque no ayudas a impedir la guerra, y por tanto, a evitar que ese monstruo venga un día y nos mate a todos.

La paz armada.

La paz armada no es la guerra, pero es la preparación de la guerra, el temor de la guerra, la preocupación de la guerra. No es el crimen pero es la premeditación del crimen.

Se funda en este axioma sofístico: «¿Quieres la paz? Prepara la guerra.»

Dos hombres llevan navaja, y se han amaestrado en su manejo. Cuestionan. ¿Qué es lo probable que suceda? Que se hieran porque van armados y preparados al combate. Pero si van desarmados y cuestionan, no pasará nada. Pues eso sucederá a los pueblos. ¿No están armados ni amaestrados en el manejo de armas? Pues no guerrearán.

Nuestro axioma debe ser, por tanto, este otro: «¿Quieres la paz? Prepara la paz.»

Pide el desarme de los pueblos. Pide que todas las cuestiones entre las potencias se resuelvan por el arbitraje.

La paz armada está produciendo los más grandes horrores.

Se distrae una enorme suma de fuerzas para construir máquinas y armamentos de guerra.

Millones de jóvenes, cuando llegan al vigor de la edad, son cogidos y encerrados por la fuerza en los cuarteles, sometiéndoles a una disciplina bárbara y degradante para obligarles a aprender el arte de matar. El cuartel es una horrible prisión. Es la muerte de la libertad; el eclipse del derecho; la escuela del despotismo y de la vagancia. La naturaleza nos ha mandado crear, producir. El cuartel interrumpe toda obra de creación, toda obra de producción. El cuartel consume, no produce. El cuartel es un enemigo de la creación, un enemigo de la Humanidad.

¡Guerra a los cuarteles!

¡Guerra a la paz armada!

Los niños contra el cuartel.

Los niños deben declarar guerra al cuartel. Es la boca del lobo que les espera para tragárselos cuando sean jóvenes. Es la cadena que les espera para sujetar sus piernas y sus brazos mientras sus madres les gritan desde lejos sollozantes:

–Venid, venid a consolarnos.

La herramienta del taller se ve arrinconada entre el polvo; el campo se cubre de abrojos; la yunta enflaquecida ha perdido el lustre de su piel; todo sufre, todo se agosta, todo llora cuando el mozo abandona sus lares para ir al cuartel. La obra creadora cesa, donde había vida, hay muerte.

«¡No más cuarteles. Queremos vivir!» He ahí otra divisa de los niños que deben escribir en sus banderas.

Cada vez que haya un sorteo de quintas, los niños deben pedir permiso a sus padres para hacer una manifestación e ir a decir al alcalde:

«No queremos quintas. No queremos cuarteles. La patria tiene derecho a pedirnos nuestra sangre, pero no nuestra libertad y nuestro derecho. Nosotros no somos criminales para que se nos encierre en una prisión que es el cuartel. Nosotros no hemos cometido ningún delito para que se nos prive del derecho común y se nos aplique la bárbara ordenanza. ¿Se quiere que aprendamos el manejo de armas y las evoluciones militares? Vengan maestros militares a enseñárnoslo. Obligarnos a abandonar los trabajos del campo y del taller, es privarnos de un aprendizaje absolutamente indispensable a nuestros progresos técnicos y al progreso industrial de la patria. Es privar a nuestras familias de nuestro apoyo y del fruto de nuestro trabajo cuando más les podemos ayudar. Es además rasgar nuestros corazones y el corazón de nuestras madres. No pedimos el dejar de servir a la patria, pedimos que, puesto que es posible, se concilie ese servicio con los derechos de la familia, con nuestro perfeccionamiento técnico y los progresos de la industria nacional.

Si aún se cree necesario educarnos para la guerra, edúquesenos en nuestras casas, sustituyendo el ejército militarista de los cuarteles por milicias cívicas, con lo cual se ahorrará el enorme gasto del acuartelamiento y se aumentará el contingente, porque abrazará a todos los ciudadanos.

La organización actual del ejército es una rutina, ruinosa para el presupuesto y atentatoria a la seguridad nacional.

Permítanos el señor alcalde, por tanto, terminar gritando:

¡Abajo las quintas!

¡Abajo los cuarteles!

¡Abajo el militarismo!»

La defensa nacional.

 –Bien, se dirá, y si otra nación nos ataca, ¿no nos defenderemos?

Con toda nuestra vida y toda nuestra sangre.

Nos debemos a la patria. Ella representa una serie de sublimes esfuerzos para darnos la lengua que hablamos, la tierra que cultivamos, el taller en que trabajamos, la libertad y el derecho de que gozamos que, si bien mermados, representan un grande y precioso patrimonio de revolución.

España ha cometido grandes faltas, pero ha ostentado excelsas virtudes y realizado los hechos más transcendentales y fecundos de la Historia.

Irguiéndose la primera entre las naciones modernas, en medio de una Europa condenada a la división y a la impotencia por el feudalismo, contiene en Lepanto la ola del envilecido Oriente que nos amenazaba con hacernos esclavos, y crea el hogar de una nueva vida libre y autónoma descubriendo esa América, hacia donde van hoy todas las energías y todas las miradas. Con decir que es la primera nación que ha dado la vuelta al mundo, está dicho todo; porque ese hecho muestra que ha sido la más arrojada, la más potente, la que ha guiado a las demás por esos rumbos de expansión colonial que hoy siguen.

Y como ensancharon nuestros mayores la escena del mundo material, ensancharon la escena del mundo ideal, creando un Teatro, el más espléndido de todos y el modelo que ha servido a todos.

¿Que España ha sido cruel, despótica, orgullosa? No sabía obrar de otra manera. Esas lecciones de imperio las había recibido de sus padres los Césares romanos, y esas otras lecciones de crueldad se las habían inculcado los sacerdotes de un Dios vengador que castigaba con la muerte eterna entre llamas a todos los descendientes de Adán no bautizados.

Notad, empero, que hoy, después de tantos progresos, los ingleses en el Transvaal y los yankis en Filipinas, se han entregado como nosotros al furor de la destrucción, y hasta hacen gala de llamarse cesaristas, esto es, dominadores y señores.

Pero virtudes y defectos, grandezas y miserias, han ido elaborando durante largos siglos un alma común, cuyas alegrías y cuyos dolores se han ido transmitiendo de padres a hijos, formando esta gran fracción de Humanidad que se llama patria España, de cuyo espíritu participan todos los que hablan nuestra lengua repartidos por una vasta extensión de la tierra, pues hasta los judíos descendientes de los que expulsamos en el siglo XV, conservan y aman con pasión la lengua y las tradiciones españolas.

Defender la autonomía e independencia de una patria que tiene esas profundas raíces históricas, es un deber esencial.

Cierto, hay ya quien dice: –Yo no tengo patria; mi patria es el mundo.

Pues para hacer del mundo una patria, es indispensable conservar no sólo la patria española, sino también todas las demás que tienen grandes raíces en la historia, pues la patria universal no será un todo confuso, sino una unidad orgánica traída y mantenida por las patrias actuales.

Los mismos que no reconocen otra patria que el mundo, se niegan a aceptar su sumisión a otro hombre. Pues también una patria digna debe negarse a aceptar su sumisión a otra patria.

Sin duda, debemos prepararnos a defender con toda nuestra sangre y toda nuestra vida la autonomía de nuestra patria contra cualquiera nación que quiera someternos.

Se nos argüirá. ¿Pero cómo preparar la defensa nacional sin ejército?

Acabamos de ver que el ejército no sirve para la defensa nacional. Cuba era parte de la nación y el ejército no la supo defender. Filipinas era parte de la nación y el ejército no la ha sabido defender. En cambio, los cubanos no tenían ejército, ni colegios militares, ni cuarteles, y han creado una patria. En cambio, los filipinos no tenían tampoco nociones de instrucción militar, ni siquiera armas, e improvisaron un ejército que venció y cautivó al nuestro.

El rutinario ejército de cuartel y de parada que tenemos, no sirve para la defensa de la patria.

Se vio aquí lo mismo cuando Napoleón invadió a España.

Salvo algunos oficiales aislados como Daoíz y Velarde, el ejército organizado se puso a las órdenes del invasor. Fue el pueblo, armándose, el que rescató la patria del invasor y del ejército organizado.

No; no es medio de prepararse para la defensa de la patria tener un ejército de cuartel que amenaza la libertad y arruina con sus gastos la nación. El medio seguro de prepararse para la defensa, es hacerse inteligentes, ricos y fuertes, empleando la actividad entera en amaestrarse en todas las artes útiles y en acrecentar la riqueza. Los que saben construir barcos y locomotoras y toda suerte de maquinaria y herramientas, como manejar y combinar las sustancias químicas, pueden, cuando lleguen las horas de batalla, construir potentes máquinas de guerra, inventar explosivos y tenerlo todo, porque serán inteligentes y hábiles para todas las empresas. Tendrán, además, riqueza, que es el nervio de la guerra.

Es lo que se vio ha poco en la guerra con los yankis. Estos nos vencieron, no por tener más ejército permanente, pues no llegaba a treinta mil soldados, sino por tener más ingenieros, más físicos y químicos, más mecánicos y una potencia de riqueza y una potencia de fabricación de toda clase de productos infinitamente superior a la nuestra.

Estaremos indefensos mientras subsista este ejército de oficio y de rutina, al cual mira con ojeriza el pueblo, porque sabe que es el principal instrumento de dominación en manos de sus opresores. Para entrar en pleno orden de defensa nacional hay que transformar ese ejército en un organismo de milicias, cuyos oficiales sean los jefes amados del soldado, como lo fueron aquí nuestros guerrilleros de la Independencia y lo han sido en Cuba y Filipinas, los que mandaban al pueblo armado en defensa de su independencia y de su libertad.

Órganos de pacificación.

Existen ya importantes y numerosos órganos de pacificación en el mundo, que se dan la mano por encima de las fronteras luchando generosamente para impedir las guerras.

Entre ellos, los más potentes son:

La Liga de la Paz Internacional, que tiene su capitalidad en Berna.

La Federación Internacional de Trabajadores, cuyo centro directivo está en Bruselas.

La Federación Internacional de Librepensamiento, que tiene también su Comité directivo en Bruselas.

Esas Sociedades celebran con frecuencia Congresos, a los que asisten delegados de todos los países de la tierra, donde fraternizan y establecen lazos cada día más apretados de unión y solidaridad.

Al Gran Congreso Librepensador de París, celebrado en Septiembre de 1905, han enviado su adhesión niños y niñas de algunas escuelas laicas españolas, prestando así su tributo a la obra de la paz y de la libertad del mundo.

Que de igual suerte obren todos los niños adhiriéndose a cuantas obras de pacificación se celebren en adelante y contribuirán con ello a la defensa de la independencia de su patria y a la conservación de su propia vida.

La prensa como instrumento pacificador.

Para poder hacer eso, claro es que tienen que enterarse de cuándo se realizan esos actos, cosa que sólo pueden averiguar leyendo la prensa. De ahí que el más necesario, el más indispensable de los instrumentos pacificadores, sea la prensa. El que no lee no puede enterarse de los trabajos de pacificación que se hacen por el mundo, ni cooperar, por tanto, a ellos. La prensa permite a millones y millones de almas asistir en espíritu a los Congresos de pacificación, participar de sus entusiasmos y conocer sus resoluciones.

He aquí por qué los niños deben decir a sus padres:

–Es indispensable que tengamos un periódico por el cual enterarnos de las obras de pacificación, para cooperar a ellas. Qué nos cuesta, ¿una peseta mensual? Pues esa peseta es un seguro de nuestra vida contra la guerra.

En las casas donde los padres no sepan leer, los niños deben leerles necesariamente algún periódico amigo de la paz.

Arbitrajes.

El espíritu pacificador ha llegado ya a los gobiernos, los cuales, a pesar de estar aún influidos por ambiciones de dominación y avaricias de conquista, se han visto obligados a celebrar su Congreso pacificador: tal fue la Conferencia de La Haya, reunida en 1899.

La Conferencia de La Haya, en que participaron 26 potencias, todas las que tienen fuerza y poderío en la tierra, recomendó el empleo del arbitraje antes de apelar a las armas, acordando la creación de un Tribunal Permanente de Arbitraje.

Ese Tribunal, establecido en La Haya, ha comenzado ya a funcionar resolviendo pacíficamente varios conflictos que pudieron motivar la guerra.

Reclamar, apenas se vislumbre la probabilidad de una guerra, que se entregue la solución del conflicto al Tribunal de Arbitraje; he ahí un deber de todos los ciudadanos que no estén embrutecidos y cegados por la ignorancia.

Los niños de las escuelas deben, los primeros, manifestarse de todos modos, cuando sepan que va a haber una guerra, pidiendo que se acuda al arbitraje para evitarla:

–«No queremos que se destruya un pueblo –deben gritar– quitando la vida a inocentes niños. No queremos que se mate a los padres, a los hermanos, a cuantos sirven de apoyo a nuestros débiles y desamparados camaradas de las escuelas extranjeras.»

Y enviar telegramas a los gobiernos de los países en litigio, diciendo:

«Los niños de la escuela Tal, piden el arbitraje.»

El desarme.

También la propia Conferencia de La Haya se declaró contra el aumento creciente de los armamentos, tomando por unanimidad este acuerdo:

«La Conferencia estima que la limitación de las cargas militares que pesan actualmente sobre el mundo es grandemente deseable para el acrecentamiento del bienestar material y moral de la Humanidad.»

La misma Conferencia acordó también:

«Que los gobiernos, teniendo en cuenta las proposiciones hechas en la Conferencia, pongan al estudio la posibilidad de un concierto relativo a la limitación de las fuerzas armadas de tierra y mar y de los presupuestos de la guerra.»

Los gobiernos, lejos de cumplir estos acuerdos, han aumentado las cargas militares y las fuerzas armadas de tierra y mar.

Ello prueba la resistencia interna que por su naturaleza viciada oponen los poderes actuales al desarme y a la paz.

Por eso, para vencer esas resistencias, no hay otro instrumento que la energía popular. Es criminal el pueblo al no tomar acta de esas palabras de los gobiernos excitándoles con toda ocasión a cumplirlas. De igual suerte, los niños serán en su parte responsables del horrible peso de las cargas militares, si no exhortan a sus padres, a sus madres, a todos los vecinos de su pueblo, a pedir el desarme simultáneo cuando se celebre cualquier manifestación obrera, yendo ellos mismos con sus banderas, donde diga:

«Guerra a la guerra.»

«Pedimos el arbitraje.»

«Exigimos el desarme.»

En la hora del peligro.

Poco ha hubo peligro de que estallara la guerra entre dos grandes potencias. El presidente del Consejo de ministros que había a la sazón en España, dijo que podían llegarnos «las salpicaduras», y en previsión de los acontecimientos movilizó tropas, enviándolas a Canarias y Baleares, islas que corren un gran riesgo apenas se declare una guerra europea.

El gobierno se movió. Y el pueblo, ¿qué hizo? Nada.

La sensibilidad popular está embotada. Con la mayor indiferencia vio este pueblo a los soldados ir hacia la muerte, y sintió rugir muy cerca la tormenta de la guerra que hubiera hecho llover sobre nuestras cabezas hierro y plomo derretidos.

El pueblo cree todavía firmemente que él no tiene intervención sobre esas cosas, y que las guerras vienen porque sí, como las tormentas y las sequías.

Ya hemos dicho que el pueblo francés y el pueblo alemán no lo entienden así, y en cuanto han visto ahora cerca el peligro de la guerra, se han erguido y juntado sus voces para gritar unidos: –No queremos la guerra.

Esos proletarios extranjeros que creen que el pueblo influye en las guerras y que puede evitarlas hoy, si desarrolla una gran energía frente a los gobiernos, y que las evitará absolutamente mañana, una vez que organice la sociedad y el trabajo conforme a sus principios de solidaridad y justicia; esos proletarios extranjeros son sabios y conscientes. Estos proletarios españoles que quedan impasibles, como el embrutecido musulmán, al oír hablar de una tremenda guerra cuyas «salpicaduras» nos van a llegar, son hombres inconscientes.

Los niños, que deben aspirar a ser hombres conscientes, es preciso que tomen la lección que les han dado los extranjeros, y, creyendo firmemente que el pueblo puede influir en la guerra, que los hombres, las mujeres, los niños del pueblo pueden evitar una guerra, cumplan la parte de deber que les corresponde, apenas tengan noticia de que una guerra va a estallar.

¿Que va a ser inútil su esfuerzo? Eso jamás. Un esfuerzo común humano, cuando va bien encaminado, no es jamás inútil; si no obtiene frutos inmediatos, los tendrá remotos. ¿Quién sabe, además, el resultado inmediato de un esfuerzo? Una gota sola de agua hace rebosar el vaso, y todas las anteriores que se echaron no tuvieron esa misma virtud. ¿Pero es que sin las anteriores hubiera rebosado el vaso al echar la última?

Echen los niños su gotita de agua en el vaso de la indignación general contra las guerras, y ¡quién sabe si serán ellos los que le hagan rebosar!

Las mujeres italianas se arrojaron sobre los rails y los levantaron para impedir que trenes cargados de soldados partieran para la guerra de África. Los soldados no fueron al matadero. Las mujeres con su resolución valiente impidieron la guerra.

¿Quién sabe si impedirán otra guerra los niños?

Pero sea lo que fuere, el deber de los niños es gritar contra la guerra apenas oigan decir que va a estallar.

Que van a declararse la guerra Inglaterra y Alemania: los niños de la escuela organizan su manifestación; dan al viento sus banderas contra la guerra, y se dirigen al Ayuntamiento para decir al alcalde:

–«Señor alcalde: venimos a pedir a usted, respetuosamente, que ponga un telegrama al Gobierno alemán y otro al Gobierno inglés, diciéndoles que los niños de esta escuela no quieren la guerra; que condenan como un crimen execrable esa guerra. Nosotros tenemos declarada «guerra a la guerra.»

No importa que se trate de extranjeros; para nosotros todos los pueblos son hermanos; queremos ayudar a vivir, no a morir, a los demás hombres. Nuestro enemigo es la miseria, es el hambre, es la ignorancia, es la dominación y la explotación del débil por el fuerte. Y ese es también el enemigo del proletario alemán, del proletario inglés y de todos los demás proletarios de la tierra. Así, en vez de querer que se maten ingleses, franceses, alemanes, italianos, queremos que vivan y junten sus fuerzas para poner fin a la miseria material y moral que nos hace infelices a todos.

Señor alcalde: suplicamos a usted que haga suya, con el Ayuntamiento y el vecindario todo entero, nuestra petición. Que se sepa en el extranjero que en este modesto pueblo todos los vecinos, poseídos de un profundo sentimiento de piedad humana y de una ardiente pasión de solidaridad, maldicen la guerra y aclaman la paz.»

¡Luchemos contra la guerra!

¡Luchemos contra todas las fuerzas del mal! contra la explotación de las fuerzas proletarias, contra la división de clases, contra los oligarcas de la política y del capital.

El triunfo es seguro.

El voto, remedio decisivo.

El pueblo, que es el número, es la ley y la soberanía. Dueño de la soberanía política, es dueño de la paz y de la guerra. Dueño de la soberanía económica, es dueño del trabajo, de la industria y de la propiedad. Cuando él lo quiera no se fabricará una sola arma y se convertirá el hierro y el bronce de los instrumentos de destrucción, acumulados por montañas dentro de los parques, en maquinaria y herramientas para la industria. Cuando él lo mande se derribarán los cuarteles, y no se votará ni un soldado, ni un céntimo para la guerra.

Todo eso lo puede hacer, porque tiene en su mano el instrumento con que se conquista, que es el voto.

Puesto que forma inmensa mayoría, usando del voto, se hará soberano y mandará y gobernará y pondrá definitivo término a la guerra.

El pueblo español no triunfa porque no quiere. Porque no sabe el poder que encierra la papeleta electoral, porque es ignorante. Porque vende el voto, porque es corrompido. Porque teme al cacique, porque es miedoso.

Hay cuarteles, hay quintas, hay guerra, hay armamentos de tierra y mar, porque el pueblo es ignorante, es corrompido, es miedoso.

Los niños deben poner término a ese estado de degradación y de infamia popular.

Puesto que declaran «guerra a la guerra», es preciso, si han de ser fieles a su lema, que se ilustren, estudiando, atendiendo, volviéndose todo ojos y todo oídos en la escuela, sin distraerse, sin distraer la atención del maestro y de sus condiscípulos, guardando el mayor respeto y el más perfecto orden para aprovechar el tiempo y conquistar la mayor suma posible de saber.

Es preciso también que sean virtuosos, leales, fieles, incapaces de venderse, ni de hacer traición a su clase. Si saben que su padre ha vendido un día el voto, ya que no le increpen, porque los hijos no tienen derecho a censurar a sus padres, que expresen su vergüenza y su dolor. Que en tan triste día digan: –Yo no quiero comer ese pan, que es el precio de la venta de la conciencia de mi padre y de la honra de la clase obrera a que pertenece.

Los niños deben afear como acción indigna de hombres, a los obreros que dejen de votar por miedo al cacique.

Que se sepa que si los niños son pacifistas no es por miedo a la guerra, porque ellos no tienen miedo a la muerte, sino por odio al crimen. Cuando haya que sacrificarse por la libertad, por el derecho, por conquistar las reivindicaciones populares, los niños, al llegar a hombres, no deben dudar en el sacrificio.

No hay palabras bastante duras para condenar a los miserables que dejan de votar por miedo al cacique. Ese miedo es la perdición de España. Cuando acabe, el pueblo será el amo, será el soberano de la nación.

Sin duda, el pueblo con sólo usar de la papeleta del voto puede hacerse el amo de España y dictar la ley. Lo ha querido en Barcelona, y es el amo de Barcelona. Quiéralo en toda España, y será el amo de España proclamando la República y acabando con la dominación de reyes, clérigos y capitalistas, que son, como hemos dicho, los promotores de la guerra. Esto es, quiéralo el pueblo, y habrá paz.

En resumen, por tanto: hay un medio seguro de acabar con la guerra: que el pueblo vote.

La resolución del proletariado internacional de poner fin a la guerra, es tal, que ahora mismo, en vista del peligro que acaba de correr la paz, ha convocado un Congreso especial para acordar en él una acción común contra la guerra. Seguramente se tomarán en ese Congreso resoluciones enérgicas. Los proletarios amenazarán a los gobiernos con la rebelión, si éstos declaran la guerra. Nadie podrá por eso calcular hoy las terribles consecuencias que traería una guerra europea, porque, al choque de los ejércitos y de los pueblos, se juntaría el choque de las clases, no siendo dudoso que las llamas gigantescas de la guerra entre naciones serían enanas al lado de las llamaradas que levantaría sobre ellas la revolución social.

Por eso, la burguesía dominante será insensata si se aventura a declarar una guerra internacional.

Tengamos la esperanza de que la amenaza que va a salir ardiente y rugidora del futuro Congreso, contendrá el salvajismo de los tigres coronados sedientos de sangre y de batalla, como la amenaza de los proletarios organizados de Suecia y Noruega ha contenido la guerra próxima a estallar entre los gobiernos de aquellos dos países, los cuales al fin han acordado someter sus diferencias al arbitraje. Pero no basta evitar la guerra, hay que asegurar la paz, cosa que será un hecho desde momento en que el proletariado, que con tantas vehemencias trabaja por la paz, conquiste el poder público, porque entonces es él quien hace la paz y la guerra. Y puesto que esa conquista depende del obrero mismo, una vez que lo quiera, una vez que se resuelva, como hombre decidido y valiente a ejercitar su derecho electoral, yendo con sus compañeros en columna cerrada a las urnas, donde triunfarán, sin duda alguna, porque forman la inmensa mayoría, de ahí que se pueda decir con toda verdad: hay un medio seguro para el pueblo de llegar a la grande, perpetua paz: votar.




Cartilla Pacifista, por “Demófilo”

Sumario dialogado

Maestro.– ¿Cuál es el crimen más grande en tu concepto?

Discípulo.– La guerra.

M.– ¿Por qué?

D.– Porque se mata en ella a millares de seres humanos, todos inocentes.

M.– ¿Y no más que eso?

D.– Todavía más. Los soldados roban y violan, como se mostró no hace mucho en la guerra de China, donde los soldados de la Europa cristiana y militarista se entregaron al saqueo, a la matanza y a todos los excesos.

M.– ¿Causa muchos horrores la guerra?

D.– No hay terremoto, ni incendio, ni huracán furioso, que cause los estragos de una guerra moderna, donde los soldados se cuentan por millones y las armas despiden en cada minuto una lluvia de proyectiles y de materias explosivas que barren batallones enteros y hacen volar en escombros las ciudades.

M.– ¿Cuál es la divisa de los maestros franceses?

D.– «Guerra a la guerra». Y esa es también la mía.

M.– ¿Te gusta jugar a la guerra?

D.– No puedo ver la guerra ni en pintura; tanto, que he dicho a mi padre que no me compre más ni soldados de plomo, ni lanzas, ni cañones, ni ningún otro juguete que se refiera a la guerra.

M.– ¿A qué jugarás entonces?

D.– Jugaré mejor a los bomberos.

M.– ¿Por qué?

D.– Porque los bomberos salvan y los soldados matan.

M. ¿No te gusta formar en filas?

D.– Sí; pero en filas de una manifestación.

M.– ¿Qué aprenderías tú de mejor gana?

D.– Una arenga, que hiciese levantar las piedras de las calles, contra los que se quieran llevar los mozos a los cuarteles.

Medio de acabar las guerras.

M.– ¿Por qué hay guerras?

D.– Porque hay reyes, clérigos y capitalistas.

M.– ¿Quién acabará las guerras?

D.– El pueblo, uniéndose y organizándose, política y económicamente, en Comités republicanos y sindicatos socialistas.

M.– ¿Cuánto tiempo hace que no hay guerras europeas?

D.– Un tercio de siglo; mientras que en la Edad Media y en la Edad Moderna había siempre guerra.

M.– ¿Quién ha impedido que haya ahora guerras?

D.– El crecimiento de la democracia. Luchando, por tanto, enérgicamente y sin cesar por acrecentar la democracia, se pondrá fin a las guerras.

M.– ¿Quién ha impedido que estalle la guerra entre Alemania y Francia, por la cuestión de Marruecos?

D.– La democracia socialista francesa y la democracia socialista alemana que, dándose la mano por encima de las fronteras, han hecho un pacto de unión y de paz perpetuas.

M.– ¿Cuál es el deber de los proletarios de todos los países?

D.– Reforzar ese pacto, ampliándolo a todas las naciones.

M.– ¿Pero, se podrá hacer si cada proletario obra por su cuenta?

D.– No; es preciso que los proletarios de cada país se organicen, como lo han hecho los socialistas alemanes y los socialistas franceses.

M.– ¿Pues, no están divididos los socialistas franceses?

D.– Lo estaban, pero ya se han unificado, lo cual ha sido una inmensa conquista; porque así ha podido un gran socialista, que se llama Jaurés (Yorés se lee en español), hablar a los alemanes en nombre de todos los socialistas franceses.

M.– ¿Pueden los niños influir en la organización proletaria?

D.– Sí; excitando a sus padres a entrar en Comités republicanos y en los sindicatos socialistas, como medio indispensable para defender sus hijos y su casa contra la guerra.

La paz armada.

M.– ¿En qué se funda la paz armada?

D.– En el axioma: «Si quieres la paz, prepara la guerra».

M.– ¿Qué otro axioma conviene oponerle?

D.– ¿Quieres la paz? Prepara la paz.

M. ¿Y cómo se prepara la paz?

D.– Por el desarme simultáneo y el empleo del arbitraje para dirimir las cuestiones que pudieran ocasionar la guerra.

M.– ¿Trae muchos males la paz armada?

D.– Incalculables. Ella consume y no produce; roba la libertad a los jóvenes; desgarra el corazón de las madres; deja mustios los campos, silenciosos los talleres, llorosos los hogares. La paz armada es causa principal de la miseria que devora a los proletarios; ella lleva al vientre de las armas lo que necesita para alimentarse el vientre de los trabajadores.

«¡Guerra a la paz armada!»

Los niños contra el cuartel.

M.– ¿Cuál es el monstruo que espera al niño para robarle la libertad cuando llega a mozo?

D.– El cuartel.

M.– ¿Qué representan los cuarteles?

D.– Un ataque a la libertad y al derecho, una escuela de servidumbre y de despotismo, un estímulo a la vagancia y una paralización de la instrucción técnica, ruinosa a los individuos y a la patria.

M.– ¿Qué divisa deben tomar los niños?

D.– «No más cuarteles».

M.– ¿Qué deben hacer los niños cuando llegue el día de sorteo de quintos?

D.– Organizar una manifestación de protesta, amaestrándose antes en pronunciar arengas para dirigirlas al vecindario, excitándole a combatir las quintas.

M.– ¿Cómo se evitarán las quintas?

D.– Reemplazando el ejército acuartelado por milicias cívicas, y dando a los mozos la instrucción militar en sus pueblos como se da a los niños la instrucción civil en las escuelas.

La defensa nacional.

M.– ¿Es que se debe abandonar el territorio a la invasión de cualquier ejército extranjero?

D.– Lejos de eso, los niños están obligados a dar su sangre y su vida por la independencia de su patria.

M.– ¿Pero no es ingrata con nosotros la patria?

D.– Los gobiernos serán ingratos, la patria no; porque ella nos ha dado la lengua, la independencia, los bienes y las libertades y derechos que gozamos a costa de derroches de energía y de heroísmo. Los ingratos, los monstruos son los que abandonan la patria en peligro.

M.– ¿Qué servicios especiales ha hecho España a la civilización?

D.– Ella contuvo la irrupción de los pueblos de Oriente que amenazaron esclavizar a Europa y dio a los hombres un nuevo mundo descubriendo la América.

M.– ¿Qué otro mérito, muy singular, tiene España?

D.– Uno que no puede ofrecer otra nación alguna: el haber sido la primera que dio la vuelta al mundo.

M.– ¿Cuáles han sido sus defectos?

D.– El despotismo, el fanatismo la crueldad,

M.– ¿Qué deben hacer los buenos españoles?

D.– Corregir esos defectos, pero por sí mismos, y continuar, también por sí mismos, su grande historia pasada, cooperando con las demás naciones a la obra de pacificación y liberación universal.

M.– ¿No es ya perjudicial aplicar esfuerzos a sostener las patrias nacionales, cuando los más bellos espíritus luchan por fundar una patria común que abrace la humanidad entera?

D.– No se opone una cosa a la otra; antes bien, la patria humana necesita para ser, no un todo confuso, sino una unidad orgánica, la subsistencia de las actuales patrias nacionales.

M.– Pero, ¿qué podrá nuestra patria decadente prestar a la formación de la patria humana?

D.– Mucho, por el mismo radio de acción a que alcanza su lengua, pues se extiende por casi toda la América, por la Oceanía, y aun también por el África septentrional y por el Oriente europeo, mediante los judíos oriundos de España que aman aún con pasión nuestra tierra y nuestra lengua.

M.– Mas ¿para defender la independencia de la patria se necesitará un ejército?

D.– El ejército militarista no sirve para defender la patria, como se ha demostrado en Cuba y Filipinas.

M.– ¿Cómo se organizará la defensa nacional?

D.– Instruyéndose, trabajando, desarrollando todas las fuerzas productivas de la nación hasta conquistar un gran poder industrial que sea fuente de toda suerte de recursos en el caso de una guerra.

Órganos de pacificación.

M.– ¿Cuáles son los órganos de pacificación más importantes que hoy existen?

D.– La Liga de la Paz, la Federación Internacional de trabajadores, la Federación Internacional de Librepensadores.

M.–¿Dónde tiene su capital la Sociedad de la Paz?

D.– En Berna.

M.– ¿Dónde está Berna?

D.– Berna es la capital de Suiza.

(El maestro debe hacer que el discípulo le señale en el mapa dónde está Berna y hablarle con ese motivo de la geografía de Suiza. Lo mismo hará cuando le hable de otra ciudad.)

M.– ¿Dónde está el Centro directivo de la Federación Internacional de Trabajadores?

D.– En Bruselas. (Se escribe Bruxelles y se pronuncia en español Brusel.)

M.– ¿A qué país pertenece Bruselas?

D.– Es la capital de Bélgica, país que fue mucho tiempo de España, formando parte de nuestros Estados de Flandes.

M.– Y el Comité directivo de la Federación Internacional de Librepensadores, ¿dónde está?

D.– También en Bruselas.

M.– ¿Qué deben hacer los niños de las escuelas cuando esas grandes Sociedades pacificadoras celebren Congreso?

D.– Enviarles su adhesión, diciendo: «Queremos la paz».

La Prensa.

M.– ¿Qué otro instrumento pacificador hay muy importante?

D.– La Prensa, que es el órgano por el cual se difunden por el mundo las ideas y las obras pacificadoras.

M.– ¿Cuál es la obligación de todo padre de familia celoso de defender su hogar contra la guerra?

D.– Leer algún periódico donde pueda enterarse de la obra universal de la paz.

M.– ¿No será ese un gasto superfluo en la casa de un jornalero?

D.– Antes bien, es necesario porque representa un seguro contra la guerra, la cual sólo podrá ser dominada con el concurso de los proletarios todos.

M.– ¿Y cuando los padres no sepan leer?

D.– Los niños deben entonces apresurarse a conocer bien la lectura, para leer en alta voz a sus padres todos los días, o cuando menos, semanalmente, algún periódico.

Arbitrajes.

M.– Los gobiernos, ¿se han interesado también por la paz?

D.– Sí; ellos reunieron una Conferencia de la Paz en La Haya, donde tuvieron representación casi todas las naciones civilizadas.

M.– ¿A qué país pertenece La Haya?

D.– Es la capital de Holanda, país que perteneció también a España.

M.– ¿Qué recomendó la Conferencia de La Haya?

D.– Que las cuestiones entre naciones procurasen resolverse por el arbitraje.

M.– ¿Qué institución creó al efecto?

D.– El Tribunal Permanente de Arbitrajes, establecido en La Haya, que ha resuelto ya pacíficamente varios conflictos, algunos muy graves.

M.– ¿Qué debe hacerse cuando se tema que va a estallar una guerra?

D.– Organizar manifestaciones, pidiendo que se entregue la cuestión al arbitraje.

El desarme.

M.– ¿Qué acordó sobre el desarme la Conferencia de La Haya?

D.– Que es deseable la limitación de las cargas militares.

M.– ¿Y qué más?

D.– Que se pusiera en estudio la posibilidad de un acuerdo disminuyendo los armamentos y los presupuestos de la guerra.

M.– ¿Han hecho algo en ese sentido los gobiernos?

D.– No; lejos de disminuir los armamentos y los presupuestos de guerra los han aumentado.

M.– ¿Qué deben hacer todos los organismos de pacificación?

D.– Recordar sin cesar a los gobiernos que están comprometidos solemnemente a limitar las cargas militares y a preparar el desarme gradual y simultáneo.

M.– ¿No serán inútiles esas manifestaciones?

D.– Lejos de ello, a consecuencia de la presión creciente de la opinión se anuncia que va a celebrarse por los gobiernos otra nueva Conferencia de la Paz en La Haya.

En la hora del peligro.

M.– Cuando estalle una guerra entre dos naciones europeas, ¿podrán las demás quedar neutrales?

D.– Difícilmente, y menos una nación marítima como España.

M.– ¿Quién podrá evitar el rompimiento cuando ya el peligro sea inminente?

D.– Los pueblos con un rasgo de energía.

M.– ¿Qué riesgo corren hoy los gobiernos si declaran una guerra?

D.– Que los pueblos, una vez con las armas en la mano, las vuelvan contra los gobernantes que los oprimen y explotan, realizando la revolución social.

M.– ¿Pueden los niños influir, en los momentos decisivos, para evitar una guerra que va a estallar?

D.– Por lo menos, el propio instinto de conservación les obliga a poner su esfuerzo junto al de los demás, sea cualquiera la medida en que obre,

M.– ¿Qué harás tú cuando llegue un caso semejante?

D.– Decir a mis compañeros: –Vamos en manifestación a decir al alcalde que no queremos la guerra.

M.– ¿Y qué diríais al alcalde?

D.– Encargaríamos al niño que hablara mejor que le dirigiera una arenga.

M.– ¿Qué le dirías tú si a tí te encargaran?

D.– (Aquí el niño debe llevar aprendida su pequeña arenga para contestar.)

El voto, remedio decisivo.

M.– ¿Cuál es el remedio decisivo contra la guerra?

D.– El uso del voto electoral.

M.– ¿Por qué?

D.– Porque con el voto conquistan los proletarios el poder político, y siendo dueños del Estado, podrán imponer la paz.

M.– ¿Por qué no triunfa el pueblo español?

D.– Por ignorancia, por corrupción y por temor.

M.– ¿Cómo podrán los niños poner fin al envilecimiento popular?

D.– Trabajando mucho en la escuela por ilustrarse, haciéndose virtuosos y no temiendo morir por defender el derecho.

M.– ¿Pero es posible que pueda vencer el pueblo la presión corruptora de los gobiernos?

D.– Sin duda. Ahí está el ejemplo de Barcelona donde el pueblo ha querido vencer y ha vencido, haciéndose dueño del Municipio de la ciudad.

M.– ¿Qué conviene que los niños digan a los hombres de la clase popular?

D.– Van vuestros hijos al servicio militar, porque vosotros queréis; los aprisionan en los cuarteles, porque vosotros queréis; los matan en la guerra, porque vosotros queréis.

M.– Y si contestan: «¿Y cómo podremos evitarlo?»

D.– Se les responde: Votando.

FIN

Las Dominicales, periódico semanal.

Es el órgano amado del pueblo militante español.

No hay proletario despierto a la luz de la verdad, que no lea con pasión Las Dominicales.

Es, además, el órgano oficial del Librepensamiento Internacional en España y América.

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[ Edición íntegra del texto contenido en un opúsculo de 52 páginas, más cubiertas, impreso sobre papel en Madrid 1905. ]