Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Diálogos
I

El Heraldo Granadino, 3 agosto 1899
(Reproducido de nuevo en X, 6 marzo 1900)

 

—¿De qué voluntad me hablas? de la energía o inclinación racional al bien, de Santo Tomás? ¿de la fuerza universal e inconsciente, alma del mundo, que adquiere en el hombre conciencia de sí misma, permaneciendo incognoscible y que negándose a sí produce la libertad, de Shopenhauer? ¿de la voluntad como origen del conocimiento, condición de las percepciones sensibles e intelectuales según Main de Biran? ¿de la voluntad como facultad particular de perfección moral, que juzga del mérito o demérito de las acciones, a juicio de Thurot? ¿como una participación de la voluntad divina, con la forma de pasiones en el hombre, que son, por tanto, divinas, como afirma Fourier? ¿de la voluntad como fuerza autónoma y libre, de Kant? ¿de la libre voluntad de Hegel, resultado de las evoluciones del espíritu práctico, pasando por impulso, apetito e inclinación? ¿de la voluntad de Maudosley y Lewes «excitación causada por las ideas», «reacción motora de los sentimientos y las ideas»? ¿de la voluntad indefinible de Th. Ribot, considerada sólo en sus actos o voliciones como resultantes de la actividad mental, como estados definitivos de la conciencia, condicionados por el medio y el carácter? ¿de la voluntad como aceptación consciente de lo determinado, según Leibniz? ¿de la voluntad impotente de los fatalistas? ¿de la voluntad...?

—Para, hombre, para. Yo hablo de la voluntad que todos entendemos.

—¿Te burlas de mi? ¿crees que he citado todas esas opiniones, por gusto de pronunciar nombres raros y de reproducir ideas extravagantes? ¿Cómo ha de haber una voluntad que la entendamos todos, si cada uno de los señores que tienen la exclusiva en eso de explicar lo inexplicable la consideran con diferente naturaleza, origen, destino y funcionamiento?

—No hay tantas diferencias. Todos convendrán en que por la voluntad se puede hacer el bien.

—¿Pero qué es la voluntad, desdichado? Vamos a hablar de una cosa que no sabemos lo que es? Sea, si lo quieres. Dices que se puede hacer el bien. Falta saber lo que es el bien. Y falta averiguar antes si se puede, es decir, falta saber si somos libres. Ya sabía yo que de la voluntad iríamos a parar a la libertad. Pues bien, en esto de la libertad, a la que Bain consideraba como enmohecida cerradura de la metafísica, estamos tan a oscuras como en lo otro. Spinoza dice rotundamente que el libre albedrío es una quimera; para Schopenhauer las acciones humanas son el producto de dos factores, el carácter y los motivos; y la deliberación es el conflicto de dos motivos que acaba siempre con el triunfo al más fuerte; para Wundt el carácter es la única causa inmediata de los actos voluntarios; los motivos no son más que mediatos, y como Kant, Schopenhauer y Spencer consideran el carácter individual inmutable, saca la consecuencia.

—Spencer, como evolucionista, afirma la transformación.

—Sí, al cabo de mil generaciones.

Taine considera la vía independiente de la voluntad; esto es, cree a la voluntad aislada e impotente; y lo mismo dicen, en el fondo, todas las teorías fatalistas.

—El fatalismo está desacreditado.

—Ha cambiado de nombre y de génesis; pero las conclusiones son prácticamente las mismas; se llama determinismo.

—No es igual el fatalismo que el determinismo. He leído en un determinista que sólo dentro de una teoría cabe la libertad.

—Hablaremos de eso. Por ahora te digo que a los más fervorosos partidarios del libre albedrío se les rebaja notablemente su entusiasmo libertista o libertófilo cuando tratan de las pasiones y se ven obligados a reconocer su formidable y ciego poderío.

Si de los filósofos puros pasamos a los hombres que piensan, cualquiera que sea su oficio, notamos a cada paso frases exactísimas unas, exageradas otras, que anulan sus confesiones morales, prejuicios impuestos por la rutina y mantenidos por la tiranía de las palabras. Libros enteros, como El Espíritu de las leyes dan más importancia al clima en los actos humanos que a la voluntad y sus leyes y a la libertad y su ejercicio.

—Las religiones, de un lado y de otro, las leyes penales de todos los pueblos, suponen a la libertad libre.

—No la suponen muy libre las religiones cuando tantos auxilios sobrenaturales la brindan, y cuando en el seno de ellas han vivido doctrinas como la predestinación agustiniana, vencible por la gracia, y la más horrible predestinación calvinista. En cuanto a las leyes penales muy deprisa las han dado en suponer que respondan al concepto de libertad. Impuestas por la necesidad y mantenidas por la fuerza, o al reves, o por ambas cosas al mismo tiempo, significan la reacción del egoísmo social contra aquello que le perjudica. Y aunque fuera lo que tú dices ¿es infalible la sociedad?

Blas J. Zambrano

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 57-59