Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

El huerto de Epicteto
El Liberal, 13 febrero 1907

Reproducido en Nuevos Horizontes, páginas 103-108.

 

El traductor y comentador insigne de las obras fundamentales de Filosofía, el pensador-artista de las Crónicas de El Liberal, ha publicado un libro El Huerto de Epicteto, ensartando en el áureo hilo de una lógica subjetiva, perlas desengarzadas de sus Crónicas.

El título del libro, bien expresivo, indica al público en general lo que ya sabíamos los devotos lectores de Zozaya: su afinidad con los más nobles creadores de la filosofía moralista.

Y no empleo la palabra filiación, sino la más genérica de afinidad, porque no creo en eso de las filiaciones, dado lo complejo de cada espíritu y la originalidad de los más selectos; pues si «nada hay nuevo bajo el sol», existen, creo yo, más que maestros y discípulos, individualidades espirituales acordes a través del tiempo y del espacio. Así queda más a salvo la autonomía de cada uno, al par que se afirma la solidaridad espontánea de todo; una armonía de esferas en gravitación, partes heterogéneas en su estructura, aunque homogéneas en sus leyes, de un todo primitivamente homogéneo, el espíritu humano.

Leo la dedicatoria del libro, «a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a los enfermos... a los que nada poseyendo, lo esperan todo», y me digo una vez más: ¡Qué bueno es Zozaya!

En mi opinión, contraria a la dominante sobre la amoralidad del pensamiento, esa bondad es muy de tener en cuenta en el pensador, por trascender, no al género de las ideas profesadas –¿quién osaría afirmarlo escuetamente?– pero sí y en influencia decisiva, a la manera de tratar esas ideas, de aplicarlas a la realidad, de encadenarlas en los juicios más o menos generales sobre las cosas y las personas. ¿Cómo negar la influencia del sentimiento en la inteligencia? Si ésta es movida por la voluntad –y lo es, sin disputa, en todo trabajo de larga ideación consciente– y a la voluntad la mueve el sentimiento –lo que parece fuera de toda discusión– ¿qué falta para dejar demostrado que según como se sienta así se ha de pensar?

¡Líbreme Dios de la tentación de pretender fundar o resucitar ningún sensiblismo filosófico! Ni el horno está ahora para esos ismos, ni aunque estuviera, habría de ser yo quien cociera en él un nuevo pan con la vieja masa. Pero lo que hemos llamado la manera de pensar, usando el corriente tópico, ¿no es también pensamiento más vivo, más original, más interesante, en la propia como en la ajena vida, que las puras abstracciones de una determinada teoría?

Digo, pues, que en este libro de Zozaya se perciben los latidos de un noble y grande corazón, que se mueve por todo, que todo lo ama y que, como «quien todo lo ama, todo lo explica», según su frase predilecta, el lema del escudo de este noble luchador de lo impersonal, es la tolerancia para todas las ideas y la compasión para todas las desgracias y la delicadeza más exquisita para todo lo débil y tierno, el carácter que resplandece en todo el libro.

No estoy yo conforme con todas las ideas del autor –él, muy optimista; yo, pesimista acérrimo–. Pero hay un no sé qué que nos une. Sería muy difícil, y, sobre todo, muy prolijo, explicar estas aproximaciones de los extremos, estas síntesis inconscientes de los conscientes opuestos, que hacen de dos hombres, al parecer enemigos, dos hermanos, –¿hermanos en qué?– como si cada uno mirara los mundos de la realidad y de la idealidad con cristales de distintos colores, pero con idéntico sentido de la línea y con igual interés, con el mismo amor a la verdad y al bien, siquiera uno los crea encontrar doquiera y el otro, al no verlos en parte alguna, desconfíe hasta de su existencia.

Con ser El Huerto de Epicteto un conjunto de trozos, posee unidad íntima superior a la de muchos libros con aparente unidad de masa compacta y hasta pegajosa y que, observados de cerca, no poseen otra que la inestable de las nubes; nubes grises, a las que no dora con sus rayos ningún sol del espíritu.

Esta unidad hay que buscarla en el pensamiento del autor, en el que parece darse una síntesis de modernas doctrinas, que no sé si podrá ser apellidado «evolución progresiva indefinida con criterio experimental, partiendo de la negación metafísica del positivismo crítico, y conservando cierto recuerdo hegeliano». Esta calificación parece justificada, sin contar los indicios esparcidos aquí y allá en El Huerto de Epicteto, por la definición que su autor da del progreso: «La sucesiva adaptación de los seres y de las cosas al medio, cada vez más perfecto, en que viven».

No obstante declarar que la lucha moderna por el estómago es asquerosa y oscura, como esa entraña, y de adherirse a la opinión de Max Nordau, de que las antiguas batallas, libradas hipócritamente bajo los nombres de Religión, Patria, Libertad, Gloria, obedecían a la misma causa, y cuando el lector espera una conclusión pesimista, el buen corazón de Zozaya, que se obstina en tener algo bueno que amar, lo lleva a esta consoladora distinción: «Antes se luchaba, engañando al mundo, por el pan de algunos, hoy se lucha por el pan de todos». Y en el párrafo siguiente pregunta: «¿Por qué ha de ser la felicidad opuesta al bien?»

Aunque con cierto dejo melancólico, inseparable de todo espíritu noble, que, contemplando el reinado de la injusticia sobre la miseria, ansía el advenimiento de lo mejor, sin renunciar al culto de lo bueno, entona un cántico a lo porvenir: a la juventud, que proyecta alzar lo nuevo sobre la ruina de lo viejo; al niño, cuya sonrisa parece una promesa de felicidad; al año, que llega preñado de realidades mejores que las ya muertas del año que se va; a todo lo porvenir, porque en lo porvenir construye su nido la esperanza, la esperanza de cada mañana que nos sostiene en cada hoy. «La felicidad –dice– no se encuentra en el beso que dan los labios, sino en ese otro inmaterial que nuestro espíritu deposita en esas castas frentes, cuyo calor jamás sentiremos.

¿Por qué, entonces, no declararlo de una vez? La vida es triste; sólo lo no vivido es hermoso. ¿Qué mayor acusación contra la vida?

De la contradicción del estetismo hecha por Zozaya, aunque de innegable verdad desde el punto de vista en que el autor lo considera, habría mucho que hablar. Cierto que el criterio único de belleza en lo moral no es un criterio lógico y admite mil criterios en uno, del mismo modo que «libre interpretación de las Escrituras», que proclamó la Reforma puede dar origen a tantas religiones como personas. Pero, ¿es acaso indiscutible cualquiera otra moral basada en distinto criterio? ¿No proclamaría el señor Zozaya a la razón individual como el guía mejor de la conducta? ¿Y no es esta teoría fuente de continuas divergencias? ¿No puede admitirse además, que la inteligencia encuentre, al fin plena justificación a la sinonimia griega entre lo bello y lo bueno?

* * *

En cuanto al estilo del libro, diré únicamente que no hay sólo bellezas de amplitud, párrafos impecables, sino felices palabras punzadoras, que hacen vibrar todo el cerebro. Véase:

La alondra.- Allá abajo, sobre la escarcha, ¿lo ves?, hay un bulto rígido.
El gusano.- ¿Rastrea?
El ánade.- No.
El gusano.- Entonces no vive.

¡Qué gran frase pesimista en este maestro de optimismo! Verdad es que la pone en boca de un gusano.

Para terminar: Este pequeño libro, hecho de retazos, me parece un gran libro.

<<< >>>

La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
© 2001 filosofia.org
  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 183-186