Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo III

Cómo debe la Sociedad conducirse con los que ejercen gran autoridad en el Estado, y que, aunque no sean ricos, pueden prestar otros servicios.

1. Además de las cosas que acaban de decirse, y que con discernimiento pueden [285] aplicarse casi todas, es preciso cuidar de atraerse su favor contra nuestros enemigos.

2. Es preciso servirse de su autoridad, de su prudencia y de su consejo, para que la comunidad adquiera bienes, y obtenga empleos, que puedan ser ejercidos por los nuestros, sirviéndose en secreto de sus nombres para la adquisición de bienes temporales, si se cree que se pueda fiar de ellos.

3. Es preciso servirse también de esos personajes para ablandar a la gente vil y al populacho, contrario a nuestra Sociedad.

4. Deberá exigirse lo que sea posible de obispos, prelados y otros superiores eclesiásticos, según la diversidad de razones y la inclinación que sientan por nosotros.

5. En algunos sitios bastará obtener que los prelados y los párrocos hagan que sus subordinados respeten la Sociedad, y que no impidan nuestras funciones en los países en que tienen más influencia, como en Alemania, en Polonia, &c. Será preciso tributarles grandes respetos, a fin de que por su autoridad y por la de los príncipes, los monasterios, las parroquias, los prioratos, los patronatos, las fundaciones de misas, los edificios consagrados al culto, puedan caer en nuestras manos, lo que no será difícil donde los católicos están mezclados con cismáticos y herejes. Debe también hacerse comprender a esos prelados, la utilidad y mérito que hay en cambios semejantes, y que no pueden esperarse del clero secular o de los frailes. Si lo hacen, como deseamos, debe alabarse [286] públicamente su celo, hasta por escrito, y hacer eterna la memoria de su acción.

6. Para esto debe procurarse que esos prelados se sirvan de los nuestros, así para las confesiones como para el consejo, y que si aspiran a más altas dignidades, en la corte romana, les ayudemos con todas nuestras fuerzas por medio de amigos.

7. Que los nuestros obtengan de obispos y de príncipes, que cuando funden colegios e iglesias parroquiales, la Sociedad pueda poner vicario con cura de almas, y que el superior sea el cura, a fin de que el gobierno de esas iglesias nos pertenezca, y que los feligreses estén sometidos a la Sociedad, que obtendrá de ellos cuanto pueda.

8. Donde las academias nos sean contrarias, o donde los católicos o los herejes impidan nuestras fundaciones, es preciso servirse de los prelados, y ocupar las primeras cátedras, porque así la Sociedad hará conocer sus necesidades.

9. También deberá influirse en los prelados, cuando se trate de la beatificación o canonización de los nuestros, y obtener, de cualquier manera que sea, cartas de los grandes señores y de los príncipes, que influyan favorablemente cerca de la Sede Apostólica.

10. Si los prelados o los grandes señores van de embajadores, convendrá impedir que se sirvan de otros religiosos, de los que están mal con nosotros, a fin de que no les inculquen su odio, y los lleven a las provincias y ciudades donde estamos establecidos. Y si estos embajadores pasan por las ciudades en [287] que la Sociedad tiene sus colegios, debe recibírseles con honores y afección, y regalarles lo que permita la modestia religiosa.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 284-287