Monita Secreta
o Instrucciones Reservadas de la Compañía de Jesús

Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  >>>

Capítulo XI

Cómo se conducirán los nuestros de común acuerdo, con los expulsados de la Sociedad.

1. Como los expulsados sabrán algunos de nuestros secretos podrán perjudicar a la Compañía, y habrá que contrarrestarlos del siguiente modo: antes de expulsarlos se les obligará a prometer por escrito, y a jurar que no dirán ni escribirán nunca nada perjudicial a la Compañía. Los superiores conservaran escritas por los mismos culpables, sus malas inclinaciones, sus defectos y vicios, confesados en descargo de su conciencia, según la costumbre de la Sociedad, y de los que en caso de necesidad de los superiores se servirán revelándolos a los grandes y a los prelados para que no los asciendan.

2. A todos los colegios deberá escribirse inmediatamente, anunciándoles las expulsiones, exagerando las razones que las han motivado, particularmente la insumisión de su espíritu, la desobediencia, la terquedad, &c., previniendo a todos los otros que no tengan relaciones con ellos, y si hablan de ellos con extraños, que todos estén de acuerdo, diciendo en todas partes, que la Sociedad no expulsa a nadie sin razones poderosas; que cual la mar, arroja los cadáveres, insinuando las causas que los hacen odiosos, para que su expulsión parezca plausible.

3. En las exhortaciones domésticas tratarán de convencer a todos de que los [309] expulsados son gente inquieta, que quisieran volver a la Sociedad, exagerando los infortunios de los que perecieron miserablemente, por haber salido de la Sociedad.

4. También habrá que anticiparse a las acusaciones que puedan hacernos los expulsados, sirviéndose de la autoridad de personas graves, que digan que la Sociedad no expulsa a nadie sino por causas gravísimas, que no rechaza a miembros sanos, lo que puede probarse, por el celo con que procura la salvación de las almas de los que no son miembros de ella, y que por lo mismo más se preocupará de la salvación de los suyos.

5. Después la Sociedad debe prevenir y obligar, por todos los medios, a los grandes y prelados con quien los expulsados adquirieran autoridad o crédito, haciéndoles comprender, que el bien de una Orden tan célebre como útil a la Iglesia, debe merecerles más consideración que un simple individuo, sea el que fuere. Si todavía conservan algún afecto por el expulsado, se les dirán las razones que motivaron su expulsión, exagerándolas, aunque no sean ciertas, con tal de obtener resultados.

6. De todos modos habrá que impedir que los que por su voluntad se salen de la Sociedad, no adelanten en cargos ni dignidades en la Iglesia, a menos que no se sometan, y den cuanto tengan a la Sociedad, y que todo el mundo sepa que ellos mismos han querido volver a ella.

7. Debe procurarse desde luego que no adquieran cargos importantes en la [310] Iglesia, como son las facultades de predicar, de confesar, de publicar libros, &c., para evitar que se atraigan la simpatía y el aplauso del pueblo. Para esto hay que investigar mañosamente su vida y costumbres, las compañías que frecuentan, sus ocupaciones, &c., y descubrir sus intenciones, para lo que será conveniente ponerse en relaciones con alguno de la familia con que vivan después de ser expulsados. Cuando se descubra algo indigno y censurable en su conducta, deberá publicarse por medio de gentes de menor categoría, para que llegue a oídos de los grandes y prelados, favorecedores de los expulsados, a fin de que estos los repudien, temerosos de que su infamia recaiga sobre ellos. Si no hacen nada censurable, y antes bien se conducen honradamente, habrá que atenuar con sutilezas y palabras ambiguas las virtudes y acciones suyas que son alabadas, para menguar, hasta donde se pueda, el afecto y la confianza que inspiren. Porque importa mucho a la Sociedad, que los que expulsa, y sobre todo los que voluntariamente la abandonan, sean del todo suprimidos.

8. Hay que divulgar sin descanso los siniestros accidentes que les sucedan, sin por eso dejar de implorar para ellos las plegarias de los devotos, para que no se crea que los nuestros obran apasionadamente; pero en nuestras casas hay que exagerar mucho las desgracias de los que nos abandonan, para retener a los otros.


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org

© 2000 España
Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 308-310