Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
<<<  >>>

Capítulo X

Sumario. Los jesuitas en Flandes, aliados de Felipe II, y Flandes perdido para España por seguir los reyes la política jesuítica.

I.

La doctrina del regicidio, proclamada, propagada y practicada por los jesuitas, se convirtió en doctrina y en política de los católicos. Unos de éstos, fanatizado por las enseñanzas de las predicaciones de la Compañía, asesinó a Guillermo de Orange. Poco después fue víctima de otro atentado su hijo Mauricio de Nassau; y los jesuitas fueron perseguidos en Holanda.

Lejos de desanimarlos las persecuciones, los alentaban; donde no podían abiertamente entraban de oculto, disfrazados, según su táctica.

La dominación española en Flandes era el triunfo y exclusivismo de la religión católica, y con ella el predominio de la Compañía; y los jesuitas se introdujeron disfrazados [145] en la Flandes protestante, dominada por los holandeses, y en la misma Holanda, para servir como espías y de todas maneras, a sus auxiliares, los soldados de los Felipes.

II.

Como antes dijimos, la Compañía estaba proscrita de aquel país, desde que se emancipó de la dominación española, y cuando cogían a uno de sus audaces miembros no había piedad para él; lo empalaban cuando no le ahorcaban, vengándose así de las víctimas protestantes que entretanto sacrificaba la Inquisición española, introducida por los reyes austríacos en la parte de los Países Bajos en que aún dominaban.

El resultado de aquella terrible lucha centenaria, promovida por la intolerancia religiosa del terrible Felipe II, que decía que antes renunciaría la corona que reinar sobre herejes, fue la pérdida de tan ricas comarcas, regadas con sangre española durante cerca de dos siglos, y en las que se sepultaron, con el poder de España, y la juventud de muchas generaciones, gran parte de los tesoros que venían de Méjico y del Perú.

España acabó por perder para siempre los Estados de Flandes, por causa de los jesuitas [146] cuya política e intereses seguían sus reyes insensatos; pero los jesuitas, tantas veces expulsados, acabaron siempre por introducirse, gracias a su astucia.

III.

El espíritu de partido, que ciega a los hombres, y más aún si está alentado por el fanatismo religioso, convertía a los ojos de los católicos en actos sublimes y generosos sacrificios, los atentados contra las leyes cometidos por los jesuitas y sus parciales, o por ellos inspirados, y en actos de tiranía las sentencias de los tribunales, dadas en el pleno ejercicio de sus funciones.

Cuando no podían de otro modo, los jesuitas servían su causa marchando tras el ejercito español, y estableciendo sus colegios bajo la protección de nuestros heroicos tercios; pero cuando los flamencos vencían, como en el sitio de Ostende, en 1600, ardían los conventos, y los jesuitas eran pasados a cuchillo. Así murieron Lorenzo Everard, Bujelin y Oton de Cant; el padre Miguel Brilmache, que fue envenenado en Maguncia, y el padre Martín Latarre, predicador del rey de Polonia, que fue arrojado al mar. La noche del 11 de Julio de 1611, el pueblo de colonia se amotinó contra los jesuitas, causantes [147] de la prisión de muchos calvinistas, y asaltó la casa de la Compañía, donde mataron al padre Bevius, apoderándose de los otros, y lleváronlos al ayuntamiento, con ánimo de inmolarlos. Felizmente para ellos, uno era francés, y amenazó con las iras del gobierno de su nación a sus perseguidores; éstos se intimidaron, y dieron lugar a la llegada de tropas católicas, y con ellas al restablecimiento de la Compañía, en su colegio.

IV.

Favorecidos por la tolerancia religiosa, establecida por los gobiernos protestantes en la República holandesa, los jesuitas expulsados se habían ido introduciendo sin ruido, de tal manera, que a fines del siglo XVII contaban ya en aquel hospitalario país setenta y cinco casas o colegios; pero la revocación del edicto de Nantes, y los horrores que le siguieron, debidos a la influencia de la Compañía de Jesús sobre Luis XIV de Francia, sobreexcitaron los ánimos en toda Europa, y especialmente en los que, como los protestantes holandeses, concedían a la Compañía, y a los católicos en general, la tolerancia que los jesuitas no querían conceder donde se veían fuertes, a los que profesaban otros cultos.

La expulsión se llevó a cabo el 20 de Junio [148] de 1705; pero ellos todavía se dieron tales trazas para no cumplir el decreto de expulsión, que hasta el 17 de Junio de 1708 no salieron, y esto fue porque les impusieron pena de la vida si no salían de los Estados de Holanda en el término improrrogable de veinticuatro horas. Retirándose a Utrech, y cuando pasó la tormenta, según su propia expresión, fueron volviendo paulatinamente, bajo diferentes nombres y pretextos, restableciendo sus casas y colegios en Amsterdam, Leyden, Roterdam, Groninga, y en otras provincias.

Algunas veces se han apercibido los Estados Generales para expulsar definitivamente la «perniciosa y parricida secta de los jesuitas;»pero éstos se han escabullido y escapado siempre, como si dijéramos entre los dedos, ocultándose para dejar pasar la tormenta, y volver sin ruido cuando se han creído olvidados.

Tal es hoy su situación en Holanda, donde están establecidos, gracias a la tolerancia de los poderes públicos, que hacen la vista gorda. La opinión pública reclama, no obstante, que se cumpla la ley, que les prohibe vivir en Holanda, sobre todo después que la nación se ve invadida por los jesuitas expulsados de Alemania hace cinco años.


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org

© 2000 España
Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 144-148