Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza Editorial Española. San Sebastián 1940

La herencia de la Institución Libre de Enseñanza

La herencia de la Institución Libre de Enseñanza

Ángel González Palencia

Catedrático de Universidad, Académico

Desbaratado el tinglado institucionista al dominarse la Revolución para cuyo servicio se levantara pacientemente en el transcurso de varios lustros, habrá el Estado español de resolver acerca de las piezas sueltas de aquel tinglado, construidas en su totalidad con dinero de la Nación. La casa matriz, la escuela de niños que en la calle de Martínez Campos era el núcleo fundamental de la secta, habrá de sufrir la suerte de los bienes de todos aquellos que han servido al Frente Popular y a la Revolución marxista. Como en los días gloriosos imperiales, podría arrasarse la edificación, sembrar de sal el solar y poner un cartel que recordase a las generaciones futuras la traición de los dueños de aquella casa para con la Patria inmortal.

Pero habrá que ocuparse de los demás organismos creados por y para la Institución con dinero del Estado; habrá que resolver acerca de la situación legal de tantas y tantas personas incrustadas por la secta en los cuerpos de funcionarios públicos. Hay casos clarísimos: todo el profesorado de Segunda enseñanza creado en 1933 y años siguientes por el famoso procedimiento del cursillismo debe ser revisado cuidadosamente; y si queda algún profesor que no haya formado parte del ejército rojo (sé de algún Instituto andaluz en el cual «todo» el profesorado salió a mandar [274] columnas de milicianos) y que haya mostrado su capacidad, procurar los medios de que se incorpore por la puerta grande a los cuadros docentes. (Claro que damos por supuesta la anulación de la legislación roja después del Movimiento, de la cual habremos de hablar a los españoles en otra ocasión.)

Hay que anular los nombramientos de ciertas cátedras de Química, ilegalmente provistas en varias Universidades antes y después del Frente Popular. Hay que disolver la Escuela de Criminología. La Universidad de Barcelona ya ha vuelto al estado que tenía antes de la República y del plan autónomo del Patronato, famoso y funesto. Y así de tantas otras covachuelas donde se habían ido injertando los hombres y las prácticas de la secta.

Pero existen ciertos organismos, principalmente la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, con todos sus anejos; la Junta de Relaciones Culturales, etcétera, que no deben desaparecer, sino transformarse y ponerse al servicio de la nación, que los paga, y no al servicio de la secta, que los aprovecha.

El punto neurálgico de la vida universitaria española desde 1910 acá ha asido el de las relaciones entre la Universidad y la Junta para Ampliación de Estudios. La Junta, dirigida y gobernada realmente por la Institución, aunque se le procurara dar apariencias de neutralidad, sustituyó de hecho a la Universidad en las funciones más augustas de la investigación pura. La Junta alegaba, para proceder así, que la Universidad no estaba capacitada para desarrollar esa misión. La Universidad contestaba que no la podía desarrollar por falta de medios materiales. La verdad es que la inmensa mayoría de los que trabajaban para la Junta eran universitarios y habían iniciado su formación en la Universidad; pero como los dineros los administraba la Junta, allí habían de ir, de grado o por fuerza, los que [275] sintieran el estímulo de la vocación por el trabajo científico. Los reacios a someterse a la férula de la Junta, que casi, casi siempre puede decirse que era la de su secretario, se tenían que limitar a trabajar solos, sin laboratorios, sin bibliotecas, sin dinero para publicar sus libros.

Debe buscarse la forma de que la Junta para Ampliación de Estudios, con todos sus anejos dependientes, pase a la Universidad, en la cual debieron crearse y de la cual no debieron jamás haberse divorciado. La ciencia y la investigación deben estar por encima de todo partidismo político. Maravilloso hubiera resultado que los profesores españoles hubieran trabajado todos unidos, con la vista puesta en la gloria de la nación. La forma en que esta fusión de servicios debe hacerse no es cosa que deba atreverse a resolver un escritor, aunque tenga su opinión, sino que pertenece a las autoridades del Estado, las cuales procurarán, sin duda alguna, toda clase de asesoramientos para resolver bien, y claro es que la primera entidad consultada será la misma Universidad, aunque sólo sea para no cometer con ella la desatención que los gerifaltes de la Junta cometían cada vez que les venía en gana crear algo nuevo.

Hay que procurar dar eficiencia a todos los elementos aprovechables de la Universidad, sobre todo teniendo en cuenta la falta de «material humano» que habrá después de la guerra; pero cuidando de que no se malgaste el dinero, como ocurría antes, ya que también habrá de ir más escaso. Hay que ayudar al profesor que trabaja, de forma que su cátedra pueda ser el núcleo alrededor del cual se vayan agrupando otras cátedras, hasta formar centros u organismos complejos de investigación. Hay que evitar a todo trance los repartos a prorrata entre las diversas Facultades, ya que no todas tendrán las mismas probabilidades de éxito. (Y eso [276] pensando en Facultades, no como algunas de las de ahora, en las que de diez disciplinas sólo tienen profesores numerarios tres; sino en Facultades ya renovadas y completas.) Hay que escoger los pensionados en España y en el Extranjero entre los alumnos más aventajados de las cátedras universitarias y enviarlos a trabajar sin perder el contacto con su profesor respectivo.

Y hay que exigir, sin contemplación de ninguna clase, que los frutos de cada investigación se publiquen; así el país conocerá el resultado de los dineros que gasta y la Universidad podrá presentar de manera tangible los jalones de su progreso: los graduados en ella y los libros por ella publicados serán la mejor ejecutoria de su valor.

Así volverán a servir a la nación, que los paga, estos organismos, desviados por la pasión sectaria, que no vaciló en parapetarse tras el sagrado nombre de la Ciencia para hacer propaganda subversiva de los principios fundamentales de nuestra gloriosa civilización hispana.

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Ángel González Palencia Una poderosa fuerza secreta
San Sebastián 1940, páginas 273-276