Filosofía en español 
Filosofía en español


Falsificadores intencionados

(Diario Arriba, de Madrid, diciembre de 1941.)


Invitado por la Dirección de Arriba para colaborar en este número extraordinario de homenaje al Ejército, ni quiero ni puedo negarme. Aprovecho la oportunidad para abordar de frente un tema que ha querido hacerse espinoso y que ha servido de aspillera para que muchos «malos inteligentes» hicieran blanco en la candidez de algunos «buenos simples».

Me refiero a esa cuestión, tan traída y llevada, del Ejército y la Falange, lo militar y lo civil, lo castrense y lo político –que de todas estas maneras acostumbra a enunciarse–, estableciendo ya en principio una separación y hasta una presunción de antagonismos. Porque hay un prurito por hacer resaltar la impenetrabilidad de dos esferas que se suponen perfectamente definidas, rodeando a cada una de su foso invadeable, como si cupiesen dentro de la unidad nacional-sindicalista estas maneras pequeñas y parciales de entender la Patria. Y es que agobia todavía a muchos espíritus el lastre de las concepciones liberales; los encorva, los imposibilita para ver claro en los nuevos caminos, para mirar de frente a su final sin tropezar en el obstáculo ni en la emboscada. El tópico individualista fue tan lejos en su preocupación disociadora, que llegó a concebir el individualismo hasta en lo unitario por esencia. Así, nos dice Ramiro que «para el burgués –para el liberal–, vestir uniforme es una aspiración a destacarse, a reforzarse; es decir, a afirmar aún más la personalidad individual. Cuando quien se uniforma, quien entra en unas filas, pierde relieve y significación como individuo». En esa suma de renunciaciones radica precisamente la fuerza de las colectividades disciplinadas. Hemos querido destacar esta característica primordial del liberalismo para dejar al descubierto el verdadero origen de estas teorías disgregadoras, que no pueden concebirse dentro del pensamiento falangista español y revolucionario. El primer postulado para el cumplimiento del destino de la Patria en lo universal, último porqué de toda nuestra brega, no puede realizarse, ni siquiera comprenderse, mientras no se mantenga el más intransigente concepto de la unidad. Todo lo que dentro del Estado Nacional-Sindicalista constituya una fuerza viva y actual, debe entenderse incorporado a él tan íntimamente como las potencias del alma al alma misma. El afán de aislar el Ejército de la Falange y la Falange del Ejército, hasta el aceptar que pueden concebirse como sectores cerrados y diferentes, indica un desconocimiento o una intencionada falsificación de la doctrina. Cuando se busca tímidamente en una sucesión de pareceres, en un turno de partidos cansados, una postura provisional para los pueblos, es lógico suponer en el Ejército una actitud pasiva, separada, de desesperanza y de incertidumbre; pero cuando la Patria se encuentra de cara con su destino, cuando se hace de día en todas las sendas y grita sus consignas ardientes la misión, la empresa, desaparece la distancia y la separación, porque iguala todos los hombros el correaje guerrero de lo heroico. Estas son las horas que vivimos, y a esta claridad, que con facilidad ofusca, hay que acostumbrar la mirada.

Es necesario que algunos «falangistas» se den cuenta de que hay un exclusivismo que quiere ser puritano y sólo se nutre de viejas concepciones liberales; el ropaje sugestivo en que a veces se envuelve tiene algo de enredadera que entorpece el sendero. No puede hablarse, por ejemplo, del Ejército como término contrapuesto a la Falange, ni siquiera diferente en esencia. La Falange no es una institución dentro del Estado, al lado de otras instituciones. La Falange es, en su doctrina, el Estado mismo, y su esencia informa todo lo que es valor activo ecuménico en la Patria después de la victoria. Es la unidad de los hombres de España. No están debajo de ella ni sobre ella –políticamente hablando– lo militar, lo religioso y lo social: están en ella misma. Porque de lo religioso, de lo militar y de lo social nacieron sus consignas. La verdadera intransigencia está en no consentir, en no tolerar que se admita precisamente aquella otra concepción parcial de la Falange. En no ceder ante esa tendencia al exclusivismo y a la separación que lleva dentro nuestra generación, como un atavismo disolvente y antiunitario del último siglo.

Mal camino para culminar las grandes empresas es la disociación, y más en España, «que se justifica por una voluntad imperial para unir». «Queremos que la Patria se entienda como unidad armónica e indivisible superior a las pugnas de los individuos, las clases, los partidos y las diferencias naturales». «Sueño de unidad y de común tarea frente al angosto particularismo y al paso atrás de las fragmentaciones suicidas.» Esta es la verdad pura, la palabra que para nosotros es dogma. El Ejército, dentro de la Patria y dentro de la Falange, es sólo un servicio, una función diferente. No imprime carácter de grupo ni de clase; en él se forma cuando la Patria llama para morir.

Cuesta trabajo creer que puede haber alguno incapaz de ver clara la mano traicionera del enemigo en esta burda maniobra de querer distanciar en cierto modo a los falangistas del Ejército y a los militares de la Falange. Si alguna profesión, como tal profesión, predispone a la concepción nacional-sindicalista de la vida, es precisamente la de las armas. No es necesario hacer una apología de lo militar. Todos nuestros fundadores coincidieron en considerarlo nervio y fibra de nuestra idiosincrasia. La disciplina, el patriotismo viril, la acción directa, es la Falange y es la Milicia. Cuando se nos busca una actitud, se nos da la del soldado. Cuando es preciso adoptar un modo entero de entender la vida, se nos señala el militar; si queremos un hábito, ha de ser uniforme, y hasta si tenemos un himno, ha de sonar a canción de guerra. Hacemos obligatoria la enseñanza premilitar, que es como un noviciado, como una iniciación en la mística castrense, una impaciencia por ofrecer a la Patria el sacrificio. No hace falta insistir más en el contrasentido en que incurrirían quienes fuesen capaces de ver en el Ejército otra cosa que uno de los servicios más honrosos y más bellamente nacional-sindicalistas que pueden prestarse. Allá, bajo cielos lejanos, de cara a la muerte, hay una legión de camaradas que saben mucho de estas cosas. Su heroísmo es una garra española hundida en la carne del último enemigo; es el desplante ibérico, que ha vuelto a reanudar sus citas con la gloria del riesgo. Si alguno tiene aún dudas, recelos u oscuridades sobre la doctrina pura en los puntos a que nos hemos referido, que vaya a batirse a su lado para aclararlos, porque en esta asignatura, la mejor aula es el campo de batalla.

¡Arriba España!

 
(Diario Arriba, de Madrid, diciembre de 1941.)