Filosofía en español 
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Trascendencia de la División Azul

(Madrid, enero de 1942.)

 

A Cesáreo del Caño, Javier G. Noblejas, Matamoros y Nicanor Astruga, camaradas presentes.

 

La estrella de nuestros mejores ha sentido siempre, acaso como consecuencia de la calidad heroica de sus vidas, una predilección extraña por el maridaje con la muerte. Hay una complacencia en ir de la mano del peligro, una impaciente mala fortuna en precipitar el relevo de la guardia eterna. El signo sombrío recogido en el color de nuestras banderas nos acompaña en la Falange con fidelidad, y tal vez hayan sido nuestras horas más firmes aquellas en que se manifestó más presente. Esta inquietud, esta dolorida ansiedad clavada en tantas vidas y en tantas muertes gloriosas, han impreso en nuestra mística un sello indeleble que patentiza la sinceridad de nuestro idealismo. Una aureola legendaria ganada a punta de heroísmo, que induce al respeto a los enemigos y explica nuestra asombrosa capacidad para el proselitismo entre los españoles nobles.

En la paz, en la calma, en las misiones menos bellas, la manifestación de este importante matiz de la manera de ser falangista tiene un perfil más desdibujado; vive en cierta tristeza, en cierta rebeldía imprecisa que quieren explotar quienes no la comprenden. Es una consecuencia de la ansiedad por llegar al fin, del temor a que la gran empresa se malogre, de la inacción forzada a que se somete un espíritu nacido para la acción y educado en la lucha. La misma moral de alerta constante que prohíbe el reposo hasta en la noche del triunfo, el «Cara al Sol», que todavía nos da su consigna de ataque: «Arriba, escuadras, a vencer», después del retorno de las banderas victoriosas, cuando ya empezó el amanecer de la Patria.

Por eso, en cambio, la División Azul es el exponente más claro de este valor nacional-sindicalista; la atracción del combate, la inquietud del sacrificio, el sentido español de entender el orgullo y de mostrarse al mundo como raza y como imperialismo. Es el ambiente heroico tan propicio a la perfección falangista, donde las virtudes son más espontáneas, más exacto el sentido de la misión, donde es más ardiente la fe y más agudo el emblema, porque se caldean los espíritus con el fuego y se afilan las flechas con las espadas.

Por eso, para dentro y para fuera de España, la legión de hombres que se bate en tierras rusas debe ser un símbolo. Es una minoría selecta situada en las mejores condiciones para vivir, para interpretar y para representar el sentido falangista español revolucionario. Nosotros creemos que hay una razón de su presencia en la batalla que está mucho más allá de la ayuda y de la venganza, mucho más arriba de la gratitud y del odio. En esta gran guerra, en que se revuelven concepciones de la vida unas veces opuestas y otras dispares, ellos representan el modo español, el espiritualismo específico de la Patria, que bajo el yugo de los reyes padres ha recogido la Falange de la tradición y del presente. No es una masa de combatientes amorfa y gris destinada a rellenar un hueco, a la que se pone como a una mercancía su marchamo de procedencia: es esencia de la España que lleva hoy el Caudillo por caminos nuevos; no es un sumando, sino un signo; no es un guión, sino una bandera.

No os engañéis con las palabras, porque el enemigo trabaja siempre en la disociación y en el recelo; pensad que es empequeñecer la empresa todo lo que contribuya a ocultar esta significación trascendente, a silenciar el nuevo grito español, que por haber sido los primeros en el choque tenemos derecho a que escuche el mundo.

Creo que ya estamos de vuelta, gracias a Dios, de las concepciones estrechas y parciales de entender la Patria y de entender la Falange. Entristece pensar que todavía pudiéramos hacer el juego al enemigo con bizantinismos infantiles, que cuando nos acerca la idea sea capaz de separarnos la palabra. Que no se haga difícil a ningún buen español llamar a las cosas con un nombre que es encarnación de la idea española, de ese pensamiento y de ese sentido que cada uno debemos hacer nuestro y dentro del que no caben exclusivismos, porque todo el que tenga buena voluntad y un poco de noción de la eficacia estará convencido de que la gran Patria hay que hacerla entre todos. A esa División de héroes, a la que algún día veremos aún más claro lo que le debemos, llamadla Azul, que es llamarla dos veces española, porque azul es todo lo que tiene nervio auténticamente nacional, el color del libro donde se escriben con sudor o con sangre todos los servicios diferentes prestados a una misma fe.

Y esta vez el sacrificio no va a olvidarse tan pronto, porque guardando la espalda a los que se baten hay medio millón de españoles que vivieron tres años una guerra muy brava. Esta sí debe ser para nosotros una verdadera preocupación.

Nos duele en la carne cada ausencia, por cariño y por cálculo, por la pena de hoy y por la labor de mañana, y nos amarga la duda de pensar sí es más precioso para la Patria el esfuerzo de la vida o la gloria de la muerte de sus mejores escuadristas. Para ellos, para todos los que quedan o quedaron allá, el recuerdo constante –presente– y la decisión de seguir en esta batalla oscura de atrás el ejemplo de su coraje en las vanguardias.

 
(Madrid, enero de 1942.)