A las Asambleas Nacionales de Mutualidades y Montepíos laborales
Invitación a la ofensiva de la cultura
(Noviembre de 1950.)
Camaradas asambleístas: Cada año, con una rapidez que para nosotros no constituye una sorpresa, aunque lo sea todavía para los rezagados de la Nueva España, va apareciendo más clara la capacitación de los trabajadores para el gobierno de sus intereses y para la dirección política de su propio destino. Esta certidumbre de hoy ha sido durante años la mayor esperanza de la Revolución y de su Jefe, el Caudillo Franco. Pero no se conforma la Revolución Nacional ni se conforma su Jefe con esta comprobación, sino que aspira a que la capacitación del trabajador para el acceso a todas las plataformas del Poder aparezca en toda la brillantez que constituye su aspiración y que fue la de quienes murieron por una Patria sin clase dominante ni clase dominada.
Al dirigirme a las Asambleas Nacionales de los Montepíos Laborales lo hago por igual a patronos y obreros, trabajadores todos, cuyas fronteras económicas muchas veces, en ciertas actividades, son tan difíciles de precisar.
Pero ante todo, estas palabras van dirigidas a los obreros, porque ellos son el sujeto protagonista de las entidades de previsión laboral.
Y me dirijo a vosotros, camaradas, con la dignidad que merecéis, en el lenguaje que entendéis y con las palabras que queréis oír. Porque ya es hora de acabar con la monserga híbrida del liberalismo capitalista y del marxismo esterilizante de que los obreros sólo comprendéis un lenguaje bronco, primitivo, tosco, limitado a la mera expresión de sentimientos elementales. Eso es una mentira y eso es una infamia. Y, sobre todo, eso es un miserable e indigno truco para manteneros siempre alejados de aquello a que como seres humanos redimidos apetecéis lícitamente y de aquello a que tenéis derecho: el Poder, la influencia, el goce de los bienes de la civilización. Con aquella monserga se os creaba un foso que solamente podíais salvar con un esfuerzo heroico que muy pocos estaban en condiciones de realizar. Y la masa, la gran masa proletaria, continuaba su fatiga al compás de cantos de esclavitud, oyendo palabras de pesadumbre, lanzando desde el fondo de su desgracia alaridos de desesperación, amenazas de exterminio, embalsando rencor, para arrollar en roturas periódicas de los diques de su ira todo lo que la mente humana había ido elaborando de hermoso y de útil, pero que sólo una minoría de la clase dominante disfrutaba egoístamente. Y en ese juego de atesoramiento de bienes y de destrucción de bienes iba transcurriendo la historia del hombre, porque jamás el hombre se decidía con verdad y con pureza a ser justo, a ser cristiano, a ser verdaderamente humano.
Venimos a hablaros en el elevado lenguaje que vuestra condición de obreros de un viejo y culto país merece. Excusad si las limitaciones de mi palabra no alcanzan el nivel al que quisiera llegar.
Ha terminado la época de los latiguillos, instrumentos de azote oral inventados para levantar espíritus anestesiados por el hambre o por la indolencia. Ha terminado la época de la demagogia, sin que esto quiera decir que los verdaderos demagogos, los que desde la acera capitalista o desde la comunista os hacen visajes impúdicos para seduciros, nos llamen demagogos a nosotros, que aspiramos a dirigimos a vuestra inteligencia y no a vuestros instintos. De sobra saben ellos que con la inteligencia se llega al poder y con los instintos se va a la catástrofe, de la que han estado viviendo, como los buitres de la muerte.
Dicen de nosotros esos fariseos que siempre os hablamos de vuestros derechos y no de vuestros deberes. Eso es otra infamia. Lo que ocurre, camaradas, es que hubiéramos sido unos cínicos si os hubiéramos hablado de vuestros deberes antes de otorgaros vuestros mínimos derechos. Tan mínimos, que apenas cubren una pequeña parte de una existencia digna. Y si en el más elevado orden de las actividades humanas, en el orden de la misión religiosa, no hay misionero que avance por territorio de infieles sin llevar por delante por lo menos algunos objetos con que satisfacer los sentidos, o unos metros de tela para abrigar los cuerpos ateridos, o unas latas de leche para alimentar criaturas depauperadas, ¿por qué en un orden de tejas abajo se había de exigimos a nosotros que avanzáramos sobre la selva de la injusticia social de siglos hablándoles a los obreros de sus deberes mientras acechaban el hambre, la enfermedad, la vejez, la orfandad, el salario paupérrimo, la jornada brutal, el trato indigno? ¿Por qué luego, cuando hemos cumplido la primera parte de nuestra jornada abriéndonos paso por la manigua de injusticias, aquellos mismos que las crearon, aquellos que estuvieron engordando durante siglos a vuestra costa, aquellos que os ofrecen falsos paraísos sociales, se vuelven hacia vosotros y con un aire hipócrita de compungida beata os dicen que el Movimiento no ha hecho nada?
Si se os ha hablado preferentemente de vuestros derechos, ha sido, en primer lugar, por servir a la justicia. Pero se os ha hablado también, y se os ha empujado a obtenerlos, para que desde el plano elevado en que económicamente debéis estar, dominéis la situación, dominéis la sociedad de vuestro tiempo, percibáis desde la elevación el posible acecho del enemigo. Porque si en la guerra el dominio de una altura concede superioridad, también en la vida de los trabajadores una altura económica que permita contemplar un mínimo de panorama permite avanzar y dominar perspectivas que dentro de un pozo jamás se tienen.
Precisamente vosotros, camaradas de las Asambleas Nacionales, estáis en condiciones, puesto que tenéis en vuestras manos la administración de un tesoro que parece un sueño, de contemplar perspectivas nuevas para el trabajador. Vuestra fortaleza económica os permite contemplar ante vuestros ojos un destino nuevo en el que, sí, hay muchos deberes que cumplir. De ellos vamos a hablar en familia, aunque con la viveza y el lenguaje urgente que requieren nuestras decisiones. No es lo mismo la familiaridad, que es una condición humana, que el academicismo, que es una petulancia para ociosos. Hablemos, pues, de cara, sin eufemismos, de vuestras obligaciones.
En el orden de las obligaciones hay una sin la cual todas las demás conducen a la anarquía, al ridículo, y finalmente a la catástrofe. Esa obligación primaria y básica es la que tenéis de capacitaros. ¿Capacitaros para vuestro oficio? No, camaradas. ¡De ninguna manera sólo para eso! Eso sería limitar el horizonte de vuestros derechos como hombres. Eso sería ponerle puertas al campo. Eso es lo que os dirán en todos los tonos vuestros «protectores» capitalistas o vuestros «protectores» koljossianos: que seáis muy buenos obreros, que os partáis el pecho... y nada más. Pero nosotros os decimos mucho más que eso, porque queremos aumentar vuestra responsabilidad no solamente como obreros, sino como hombres. Nosotros queremos aumentar vuestras obligaciones para aumentar con ellas vuestros goces y para dignificar vuestra condición. Y al contrario de la sociedad liberal, que al extender al pueblo el honor de defender a la Patria se olvidó de extender al pueblo los goces de su cultura, nosotros queremos que se repare esa injusticia para que no continúe el sarcasmo de que quien obtuvo el derecho de dar su sangre por la Patria no haya obtenido el derecho de penetrar hasta los últimos secretos de su civilización.
Nosotros os decimos: capacitaos, ¡sí!, para vuestro oficio; descubrid cada día algo para aumentar la producción; no os privéis del goce de la perfección de la propia obra, porque es un goce espiritual de alta alcurnia; participad en el orgullo de levantar la economía de un país que debió su grandeza y su espiritualidad, en buena parte, al brazo de sus trabajadores. Pero ¡dad un paso más! Capacitaos para todo. Para mandar, para dirigir, para que vuestros hijos manden y dirijan, para que tengáis a vuestro alcance los bienes que una sociedad esclavista ha tenido siempre alejados de vosotros, como un trágico «aliguí» que no se alcanzaba jamás. He ahí, camaradas, la primera y urgente obligación. Vuestra inferioridad ha sido cuidadosamente cultivada por una sociedad brutal y no os es imputable, porque jamás se os había permitido sacar la cabeza del pozo. Os querían ciegos instrumentos de su codicia unos y otros; los capitalistas, para que prosiguiera un privilegio a costa vuestra y de vuestra prole, y los marxistas porque teniéndoos ciegos, inermes, drogados por la mariguana de su doctrina, os tenían propicios para servir de pedestal a la ambición de una nueva clase que estaba surgiendo como clase dominadora: la de los dirigentes políticos, cuya existencia se basaba en vuestra incapacitación.
Ha llegado el momento de que deis un paso decisivo hacia adelante, y podéis darle precisamente desde la dirección de vuestros Montepíos. ¡Atención a este momento, trabajadores! Acaso vosotros mismos no os dais cuenta de que es uno de esos momentos estelares en el que hay que lanzarse a obedecer ciegamente la voz del destino y triunfar, o bien cerrar los oídos a esa voz para escuchar una voz más prosaica y sucumbir; que a tanto equivaldría el no progresar.
Se advierte en vosotros una preocupación bien visible y propia de quien tiene en sus manos un tesoro: la preocupación de las inversiones de vuestras reservas técnicas y de vuestros excedentes. Y con un sentido un poco inmediatista, muy laudable por lo que tiene de revancha contra una época demasiado próxima en que todo eran carencias para vosotros, algunos Montepíos se han lanzado a inversiones materiales buenas en sí mismas, suficientemente aseguradas y suficientemente rentables, y cuyo valor real se incrementa con el tiempo. Otros Montepíos, con un laudable coraje y comprendiendo que su función social excede de los límites de la pura y simple previsión de las prestaciones reglamentarias, se han lanzado a su vez a crear servicios poco premeditados. Y estas tendencias, camaradas, estamos a tiempo de sistematizarlas en una dirección mucho más revolucionaria, más trascendente, que os ponga en condiciones de un triunfo social fabuloso. Vuestra bendita propensión a la solidaridad, que os ha llevado tantas veces a privaros incluso de lo necesario para acudir a remediar a vuestros camaradas más necesitados; vuestro secular ejercicio de la privación y del sacrificio para mantener y mejorar el destino de la prole, tiene ocasión de lanzarse en un torrente arrollador por un canal nuevo que os hará desembocar en el triunfo. Sería una extravagancia que existiendo el Seguro de Enfermedad, el Seguro de Enfermedades Profesionales y el Seguro de Accidentes, los Montepíos emplearan su dinero en remedar unos servicios que nunca alcanzarían perfección técnica y que consumirían unos caudales inútilmente en una duplicidad de prestaciones. Un Estado menos revolucionario que el nuestro no os advertiría del peligro. Una sociedad injusta y cauta os dejaría marchar por ese camino. Pero nosotros, hablándoos como a seres humanos enteros y verdaderos, como a hombres que entienden el alto lenguaje del espíritu y de la inteligencia, con las palabras que sabemos que os gusta escuchar, porque riegan la parte más noble de vuestro ser, nosotros os decimos: ¡Capacitaos! Invertid vuestro dinero en capacitaros y en capacitar a vuestra prole. Romped con el oro de vuestras arcas el hierro de vuestras cadenas. Redimid a metálico vuestra esclavitud. Asaltad valientemente, decididamente, las posiciones que os habían sido vedadas. Abrid las puertas de la cultura al proletariado español. ¿Qué mejor inversión que aquella que va a daros la sublime renta de ver a vuestros hijos camino del triunfo, del poder y del mando? Centrad toda vuestra preocupación en esto. Llevad esta inquietud, camaradas, hasta el viejo que consume sus últimos años de actividad laboral en el taller y hasta el aprendiz que aún no se da cuenta del drama que le espera si no rompe los grilletes de la ignorancia. Llevadla a las fábricas, a las minas, hasta la última choza de España. Sed la punta avanzada de un Movimiento verdaderamente revolucionario que ciegue de espanto a vuestros enemigos y que les haga o sobrecogerse de pavor, si son unos negreros vulgares, o bendecir a Dios si son unos verdaderos cristianos.
Hasta hoy, y porque las circunstancias creadas por una sociedad injusta lo exigían, todos vuestros movimientos masivos terminaban en una convulsión destructora o negativa o sangrienta. Los restos de esa sociedad, aún aferrados a las posiciones de privilegio, sostienen todavía que lo único que vosotros aportáis como masa es el disturbio. Naturalmente, si a un movimiento biológico de crecimiento se le opone la ortopedia de una política bárbara, ocurre el disturbio; lo mismo en un organismo individual que en una masa trabajadora. Esa idea de que sólo servís o para trabajar como máquinas o para introducir el desorden, es una idea estúpida que debe terminar, y que terminará cuando el peso de las masas proletarias se sienta en el país por un aumento de la dignificación del hombre logrado por las masas mismas y sostenida por una mística. Camaradas: hay que ir a la conquista de la cultura por vosotros mismos y con vuestros medios propios, que la Revolución ha puesto en vuestras manos: con vuestro dinero, en suma. Los falsos profetas de antes, frente al hecho cínico del paso del plutócrata ante vosotros, os decían: «Vedlos. Mientras os salpican de barro con las ruedas de su coche, donde llevan a sus amantes, vosotros dais vuestra sangre para mantener sus vicios.» Y la única reacción que se fraguaba en una mente estilizada por el hambre era la reacción del tiro. Era lo que querían los farsantes: suscitar en vosotros emulaciones de este tipo. Nunca se les ocurrió brindaros la conquista del equipo moral e intelectual necesario para elevaros sobre el nivel vulgar del obrero e imponer respeto al plutócrata más desenfrenado, que hubiera acabado por saludar vuestro paso como se saluda a un hombre, nada menos que a todo un hombre.
Porque cuando los demagogos dicen que el proletariado quiere el poder más que el pan, expresan una idea incompleta deliberadamente. Se callan que lo que quiere el proletariado –aunque en su mundo de angustia no halle las palabras necesarias– es la cultura, idea más genérica que la de poder y que engendra ésta. Cuando el demagogo ofrece poder, sólo poder, sin la cultura que le engendra y le sostiene, sabe que ofrece el fracaso, sabe que brinda al proletariado una ocasión de ejercer algo para lo que no está preparado, algo que acabará el demagogo por arrebatarle con el pretexto de su inexperiencia, para terminar esclavizándole en una tiranía de la que jamás se levantará: es el caso bien conocido del comunismo, que a los pocos años de haber brindado el poder al proletariado le ha sojuzgado brutalmente al servicio de una nueva casta dominante: precisamente la casta de los demagogos.
Nosotros no venimos a deciros: ¡Asaltad el Poder! Eso sería un crimen. Os venimos a decir, eso sí: ¡Asaltad la Cultura! Y desde ella como posición dominante, ambicionad todo lo que es lícito ambicionar: el Poder también. ¡Pues no faltaba más! Pero ambicionad también todos los bienes de disfrute, todos los goces que la cultura trae consigo y que son los que labran la influencia y los que elevan la condición de la criatura humana y los que engendran el sublime bienestar del deber cumplido. El acceso a la cultura aumenta nuestro mundo de obligaciones, pero también, y como consecuencia, aumenta nuestro mundo de satisfacciones.
Ganad esta posición, camaradas trabajadores, porque tenéis derecho a ella, un derecho sagrado que os han venido negando sistemáticamente. Capacitaos, no para una conquista efímera del Poder mediante la subversión, sino para llegar a él normalmente, por la fuerza de vuestra capacitación y de vuestro armamento moral e intelectual, de modo que podáis conservarlo y no os veáis precisados a entregarlo en manos que acaben por esclavizaros nuevamente.
Ahora tenéis la primera ocasión de la Historia para conseguirlo con toda dignidad y con vuestro único esfuerzo. Y con vuestro dinero, que no es un dinero estático como el dinero de la sordidez, sino un dinero político, un dinero social, un dinero humano, un dinero ágil y palpitante como la sangre de las venas. Invertid vuestro dinero en crear centros gigantescos para vuestra capacitación y la de vuestros camaradas jóvenes y la de vuestros hijos; centros que os prepararán no sólo para ser unos magníficos trabajadores, sino unos magníficos hombres, armados con armas tan poderosas como las del más poderoso de los privilegiados. Abrid de par en par las ventanas de vuestra antigua prisión para que entre el aire vivificador, para que entre el sol, que hace crecer a las plantas y alegrarse a la tierra. Rasgad de una vez la silueta del obrero a quien sólo se le habla de enfermedades, de hospitales, de vejeces desamparadas, de zahúrdas inhabitables. Echad de vuestro lado a quien ya no os hable más que de los instintos primarios para excitarlos en sentido negativista y catastrófico, o a quienes se entretengan morbosamente en irritar la herida abierta en vuestro costado por siglos de injusticia. Esa herida material se está cerrando y acabará por cicatrizar: eso es lo más fácil. Ha llegado el momento ya de que salgáis con vuestro tesoro al encuentro de la cultura, que es cara, como todo lo bueno, pero a la que podéis dotar con bastante decoro. Abríos camino, porque podéis, por la ancha, iluminada y alegre avenida hasta ahora reservada a unos pocos como el paseo de un parque cerrado. Al final hallaréis mil ocasiones de sentir la alegría de haber cumplido con obligaciones difíciles y trascendentes, útiles para la Humanidad, útiles para vuestra prole. Y hallaréis, finalmente, todos los disfrutes que se os negaban y que levantarán vuestro ser interior hasta alturas insignes. Vuestro espíritu, vuestra inteligencia, están preparados para ello. Sólo os faltaba el instrumento, ya que las dotes, los dones del espíritu, no os han sido negados por Dios, toda vez que sois españoles y poseéis, por juro de heredad, un mundo de reacciones y un sistema de inspiraciones que os tiene colocados siempre en trance de superación.
No creemos que nadie presente estas palabras como «slogan» político de baratillo para parapetarse en la sublimidad de unas ideas y actuar como mercaderes sin conciencia. Por el contrario, queremos dotar al trabajador del instrumento necesario para que estos sentimientos, estas ideas resplandezcan por sí mismas con la fuerza que la dignidad del trabajador español merece. Damos a nuestros enemigos el suficiente margen de beligerancia como para esperar que no interpreten estas palabras como abandono de la obligación permanente, siempre inmediata, siempre urgente, de remediar las necesidades materiales en la medida en que nuestra azotada economía permite. Pero el cumplimiento de esa obligación, por el cual hemos sido difamados, no nos apartará ya ni un instante de la obsesión de que quede grabada en vuestra mente la urgencia y la ocasión de capacitaros con vuestro propio tesoro colectivo para el acceso a todas las posiciones sociales, por altas que os parezcan. Y para que no se vuelvan a perder los ingenios como se pierde el agua de los ríos en el mar, y para que no masque su tragedia el hombre inteligente en la oscuridad de un taller o de una mina mientras se agosta un cerebro privilegiado y acaso nacen en él, por natural y justa reacción, ideas de venganza y de destrucción.
Alzad, camaradas, en los cuatro puntos cardinales de España enormes Ciudades Universitarias Laborales para vuestros hijos, para vuestros camaradas jóvenes, y declarad valerosamente, como hombres de nuestro tiempo, que constituye una meta muy menguada luchar permanentemente por el rancho y sólo por el rancho. Y que cuando esa meta se hace permanente el hombre se achica, se asquea de sí mismo, se deja rodar por todas las pendientes y aleja cada día más de su frente la luz que alumbra las ideas levantadas y justas y que han de alzar al trabajador de su condición de esclavo permanente.
Invertid vuestro dinero en levantar vosotros mismos los castillos de vuestra conquista, los puntos clave de donde ha de partir la alegre y luminosa marcha de los trabajadores hacia las cimas augustas del Poder por el camino de la Cultura. No hay otro, camaradas. Escuchad la voz de la Historia. Apartad vuestro dinero de inversiones de renta cicatera y limitada. Y después de asegurar técnicamente –porque esto es sagrado– la continuidad matemática de vuestras prestaciones, desviad el torrente financiero de vuestros Montepíos hacia el ambicioso canal que ha de regar y fructificar y suavizar la enorme, la secular aridez de vuestras vidas torturadas. Franco lo quiere así, y en nombre de la Revolución que acaudilla os señala el camino.
Camaradas: Dentro de un par de años, lanzados como un solo hombre a esta empresa, podéis asombrar a la Patria y conquistar vuestra libertad y la de las generaciones que os sucedan.
En las tumbas de que está sembrada la Patria, los que buscaron la justicia social por el camino de la muerte se estremecerán de gozo.
Camaradas: Por la libertad del trabajador, por la liberación de las inteligencias, por el goce de los espíritus torturados, con Franco,
¡Arriba España!