Filosofía en español 
Filosofía en español

Faustino Rodríguez San Pedro Díaz-Argüelles  1833-1925

Faustino Rodríguez San Pedro

Abogado, empresario (accionista mayoritario de la fábrica de tejidos La Algodonera, en Gijón; de la Sociedad Fomento de Gijón –fundada en 1875, propietaria del puerto carbonero por ella construido– y de la Azucarera de Veriña –fundada a raíz de la pérdida de Cuba, introductora en España del cultivo de la remolacha azucarera–) y político español, nacido en Gijón, en una de las casas de la actual plaza del Ayuntamiento, villa en la que murió, nonagenario, el primer día de 1925. Faustino Rodríguez San Pedro fue el promotor, en 1913, de que las celebraciones del doce de octubre se denominasen “Fiesta de la Raza”. La organización Unión Ibero-Americana, por él presidida, celebró por vez primera el 12 de octubre de 1914 como “Fiesta de la Raza”, logrando Rodríguez San Pedro, a través de Antonio Maura, que tal fiesta y con ese rótulo se convirtiera a partir de 1918 en Fiesta Nacional en España (Ley de 15 de junio de 1918), fiesta que se mantuvo oficialmente cuarenta años, hasta que en 1958 fue redenominada como “Día de la Hispanidad”.

En 1873 fue elegido diputado por Gijón para la Asamblea Constituyente y en 1875 designado Concejal del Ayuntamiento de Madrid (presidido por el Conde de Toreno). Elegido diputado a Cortes por Alcoy en 1884, lo fue después, hasta la pérdida de Cuba, por Pinar del Río (su primo el general Suárez Valdés, de guarnición en la perla del Caribe, ejercía en la distancia como agente electoral suyo). El 8 de octubre de 1890 toma posesión de la Alcaldía de Madrid, al dimitir de tal cargo el duque de Vista Hermosa. Una de las primeras disposiciones que adoptó desde tal cargo fue la plantación de 50.000 árboles en los terrenos de La Elipa, en el entorno de la Necrópolis del Este. En la crisis de noviembre de 1891, por la que sale Silvela del Ministerio de la Gobernación, se solidariza con el ministro a quien debía el cargo, y abandona la alcaldía de Madrid (fue sustituido el 28 de noviembre de 1891 por Alberto Bosch), dejando como proyecto que Madrid se sumase a las celebraciones del cuarto centenario del descubrimiento de América con una magna exposición en el parque del Retiro. Renuncia a su acta de Diputado a Cortes por Pinar del Río en la sesión secreta del Congreso de 13 de septiembre de 1898, por entender que la pérdida de Cuba le privaba de representación; y el 21 de abril de 1899 fue nombrado Senador Vitalicio, ocupando en 1901 la vicepresidencia del Senado. Fue ministro de Hacienda en 1903 (en el último gobierno de Silvela) y a finales de ese mismo año Maura le nombra ministro de Estado, hasta la dimisión del gobierno el 16 de diciembre de 1904. Como presidente del Consejo de Administración de los Ferrocarriles del Norte logra de Francisco Cambó, Ministro de Fomento, la electrificación del puerto de Pajares, desde Ujo a Busdongo.

Como ministro de Instrucción Pública –con Antonio Maura, desde el 25 de enero de 1907 hasta la crisis del 21 de octubre de 1909– «estructuró, modificó profundamente, cuando no creó: la Escuela Superior del Magisterio [de la que fue nombrado Ortega profesor numerario de Psicología, Lógica y Ética –Gaceta de Madrid de 4 de agosto de 1909–], las de Ingenieros y Peritos Industriales, y la de Comercio; becas de estudios; y prestó decidida ayuda, aún no comulgando con sus ideas, a la Institución Libre de Enseñanza, que tanto bien pudo hacer de haber superado su intransigencia celtibérica, y tanto daño hizo con su intelectualidad superficial y de salón» (Apolinar Rato 1965:37). De su paso por este ministerio logra la villa de Gijón que el Instituto de Jovellanos fuera elevado a categoría nacional, y la creación en su villa natal de la Escuela de Peritos Industriales y la de Comercio. (Gijón le reconoce como Hijo predilecto el 15 de mayo de 1907.) El 21 de septiembre de 1908, representando al Rey, le cupo como Ministro el honor de presidir en el patio de la Universidad de Oviedo la ceremonia principal de las conmemoraciones del III Centenario del inicio de las actividades docentes de esa institución, en la que él había estudiado, consistente en el descubrimiento de una estatua en bronce del fundador de la Universidad de Oviedo, el Arzobispo católico e Inquisidor General don Fernando Valdés Salas.

Estuvo muy vinculado a la asociación Unión Ibero-Americana desde su constitución, en el Paraninfo de la Universidad Central, el 22 de marzo de 1885 –fue vocal de su primer consejo de gobierno, presidido por Segismundo Moret–. La Unión Ibero-Americana, impulsora de la Real Orden de 17 de enero de 1888 que abrió las Academias Militares españolas a las juventudes hispanoamericanas, declarada de fomento y utilidad pública el 18 de julio de 1890, y destacada en las celebraciones en 1892 del cuarto centenario del descubrimiento de América, le elige su presidente en 1894, cargo en el que se mantuvo hasta que su avanzada edad le aconsejó presentar la dimisión, acordando la Unión Ibero-Americana, por aclamación, nombrarle Presidente honorario en su sesión de 25 de enero de 1920. [La Unión Ibero-Americana publicaba la Revista de las Españas.]

En enero de 1913 la Unión Ibero-Americana difunde unas hojas rotuladas “Fiesta de la Raza”, en las que podía leerse:

«Fiesta de la Raza. Es aspiración fomentada por la Unión Ibero-Americana, y para cuya realización se propone efectuar activa propaganda en 1913, la de que se conmemore la fecha del descubrimiento de América, en forma que a la vez de homenaje a la memoria del inmortal Cristóbal Colón, sirva para exteriorizar la intimidad espiritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo americano, hoy prósperos Estados. Ningún acontecimiento, en efecto, más digno de ser ensalzado y festejado en común por los españoles de ambos mundos, porque ninguno más ennoblecedor para España, ni más trascendental en la historia de las Repúblicas hispano-americanas. De no haber sido ineludible el amoldarse a la organización oficial de los agasajos que se celebraron en honor de los Delegados ibero-americanos en las fiestas del Centenario de Cádiz, se hubiera celebrado el té con que les obsequió la Unión el día 12 de octubre en vez del 13, pues tal era el propósito de nuestra Sociedad, el de hacer coincidir con esta fecha el honor de recibir en ella a los emisarios ibero-americanos.»

El 12 de octubre de 1914 celebra Unión Ibero-Americana, por primera vez, la “Fiesta de la Raza”, estando el Gobierno de España representado por el Marqués de Lema, Ministro de Estado, pronunciando Faustino Rodríguez San Pedro el siguiente discurso:

«Señor Ministro, señoras y señores: hay un regla, tanto jurídica como de buen sentido, que dice: a lo imposible nadie está obligado. Yo me encuentro, sin embargo, en el caso de faltar a esta regla, porque evidentemente, comprende esta selecta reunión que es imposible hablar sin voz, y yo, no obstante, tengo necesidad de usar de la palabra al conjuro de nuestro dignísimo presidente, el señor Ministro de Estado; y a la vez de este conjuro, me impulsa a ello el tener que cumplir una manifiesta obligación como Presidente de la asociación Ibero-Americana, que os ha convocado con objeto de celebrar por nuestra parte, en la medida y forma que las circunstancias actuales aconsejan, lo que hemos venido propagando constantemente; la conveniencia de que en este día aniversario del descubrimiento de América, celebremos la Fiesta de la Raza Española, que ha tenido providencialmente la fortuna de llevar la bandera de la civilización y del progreso en aquella memorable empresa, realizada por Colón bajo los auspicios de la gran reina Isabel la Católica.
A nosotros nos hubiera movido siempre a esto, a establecer una manifestación periódica que determine lo que consideramos como un fin patriótico que todos, en conjunto, debemos perseguir, cual es nuestra Unión con los países americanos que hablan nuestra lengua y en que predominan, como elemento gobernante, los hombres de nuestra raza.
Pero nuestra inspiración en este punto viene, si puede decirse así, de mucho más alto, porque todos los aquí reunidos saben, y recuerdan seguramente, que el gran pontífice León XIII, el insigne entre los insignes, con ocasión de celebrarse la 400 anualidad, el cuarto centenario del descubrimiento de América, dirigió una Encíclica al Orbe católico, y encomendó singularmente a los Prelados de las iglesias españolas y americanas que procurasen glorificar aquel recuerdo, convirtiendo en fiesta solemne de la Iglesia este día, para el que recomendaba los mayores cultos a fin de celebrar, dentro de lo meramente terrestre, el acto más importante que la Historia registra en cuanto a la suerte de la Humanidad.
Esto nos hubiera bastado, ciertamente, para entender que uno de los propósitos de la Unión Ibero-Americana, en armonía con el espíritu general que la inspira, había de ser el de recordar solemnemente ese día memorable en que se vio surgir del Océano un mundo entero cobijado bajo la bandera castellana. Tanto nosotros, los descubridores, como aquellos que, siendo de los nuestros, rigen y gobiernan los Estados de nuestro origen en el Nuevo Continente y las poblaciones que, bajo su inspiración, viven y progresan, debemos recordar todos los años este extraordinario acontecimiento, enlazando sus ventajas, su bienestar, sus progresos con aquel verdadero origen de los mismos, y haciendo que las generaciones futuras no pierdan este sentido de anudar su historia con nuestra historia y de mantener los prestigios de nuestra raza a los fines a que la Providencia la tiene destinada.
Por eso nos dirigimos a todos nuestros numerosos delegados, y a nuestras relaciones en América desde hace muchos años, invitándoles a que en su país, como en España, fuese considerada como fiesta; a que todos nos asociaremos al día en que hubiéramos de hacer esta conmemoración y todos respondieron en la forma que han determinado las adhesiones que acaban de leerse, y en la forma más extensa, que hemos publicado en la Revista de propaganda que la Unión Ibero-Americana sostiene, por donde se ve, comenzando por Chile donde apenas hay una población donde esta fiesta no se celebre, con grandes solemnidades y regocijos, siguiendo por la Argentina, Cuba, Colombia, Méjico, a pesar de los luctuosos acontecimientos que en los años últimos, desgraciadamente, se han sucedido en este último país, que ese día las Escuelas, las Universidades, elemento culto y elemento oficial, lo han celebrado con grande resonancia.
En Cuba, para citar también una tierra apartada del Continente, principiando por la Habana y otros pueblos, Cienfuegos, Manzanillos, &c., regocijáronse en muchos lugares nuestros paisanos, los españoles que allí residen, lo mismo que los nacionales, de encontrar esta ocasión para demostrar el afecto que los unos para los otros sienten, expresando a los ojos del mundo que no solamente conservan el recuerdo de su común progenio, sino que tienen la voluntad de sentimientos y la mayor compenetración de sus respectivos intereses.
La Unión Ibero-Americana en el día de hoy, por lo mismo no podía sustraerse a la obligación a que la compromete su propia propaganda, correspondida tan brillantemente desde la Patagonia hasta Texas, y aún podría decir que de Texas arriba también, puesto que los propios Estados Unidos, y sin haber sido requeridos propiamente para ello, se asociaron y celebraron como día festivo aquel en que había de celebrarse la efemérides del descubrimiento de América. Por consiguiente, no podíamos menos de celebrar un acto especial, en que procediéramos según habíamos aconsejado a los demás que procedieron, manteniendo firme este propósito, en que hemos de perseverar hasta su entera consecución; el de que sea declarada Fiesta de la Raza oficialmente, como lo ha sido ya en muchos de aquellos países, la de este día, dando motivo con esta mutua significación del lazo que nos une a estrechar más y más en las voluntades y en los espíritus las relaciones de parentesco en que nos hallamos por razón de procedencia, a los que debemos procurar se agreguen, la de la recíproca conveniencia.
Aparte de los países ya nombrados, Colombia, Panamá, el Uruguay, el Paraguay, hasta el mismo Brasil, que aún cuando iberoamericano no se halla de modo tan frecuente en contacto directo con nosotros, han tomado, de una u otra manera buena parte en estas conmemoraciones, y tenemos para fortalecer nuestro espíritu en el fin que esta Asociación persigue, la satisfacción de que a nuestra excitación hayan también respondido en cordiales manifestaciones.
Claro es que las circunstancias que el mundo padece en estos tan luctuosos días sintiéndose todo acongojado y conmovido, aconsejaban que este nuestro acto fuera modesto, que no lo celebráramos con aquel estruendo, con aquella amplitud con que en otro caso lo hubiéramos podido celebrar, porque no estamos, con encontrarnos alejados afortunadamente de la contienda que destroza países para nosotros igualmente afectos; no estamos, repito para entregarnos a festejos extraordinarios, por eso reducimos esta velada a una mera plática de familia, a una reunión de americanos y españoles en la que dedicamos a los americanos nuestro mejor recuerdo, nuestra buena voluntad, nuestro afecto, siendo nosotros los que llevamos la palabra para hacer más sensible el sentido de esta dedicatoria, pero concretándonos, como en las fiestas familiares, a comunicarnos abiertamente nuestras impresiones como la mejor expansión del espíritu en esta condición de familiaridad que queremos dar a la reunión de los americanos y de los españoles. Téngase, pues, esto presente; oigamos lo que nuestros meritísimos compañeros nos han de decir; oigamos también la palabra del señor Ministro de Estado, dignísima representación del Gobierno español, y en medio de la catástrofe universal que todos lamentamos profundamente, comuniquemos nuestras impresiones para fortalecer las relaciones de paz, de prosperidad, de progreso, que deben enlazar constantemente a los hombres que somos de una raza y de una misma lengua.
He realizado el imposible, por mí indicado al principio, en los breves términos en que cabía hacerlo por mi parte por el notorio mal estado de mi voz; os he expuesto el objeto y sentido de esta reunión fervoroso apoyo, y una vez cumplida esta obligación de mi parte, sólo me resta rogaros que me perdonéis el haberos molestado, poniendo término a estas palabras para que oigáis las más elocuentes que han de sucederme. (Grandes aplausos.).» (Apolinar Rato 1965: 46-49.)

El periodista ovetense José María González García (a) “Columbia”, que había propuesto en un artículo publicado por el Diario de Cádiz el 6 de octubre de 1912, aprovechando las celebraciones del Primer Centenario de las Cortes, que reunieron en Cádiz a numerosos representantes de las repúblicas americanas, que «España e Hispano-América deben fijar todas en sus Estados, como día de Fiesta Nacional, el glorioso del Descubrimiento del Nuevo Mundo», y acabó convertido en apóstol inagotable de la celebración en las naciones hispanas del «Día de Colón» (festividad instaurada por los americanos anglosajones, desde los días del cuarto centenario del Descubrimiento, en alianza con italianos migrantes y migrados, buscando al exagerar el papel jugado por Colón oscurecer el protagonismo de España, operación de propaganda antiespañola que el ingenuo “Columbia” ni siquiera era capaz de alcanzar), convencido de que la idea de conmemorar el doce de octubre era invención suya, entendió que la Unión Ibero-Americana fue la primera en usurpar su propuesta:

«Poco después de la conmemoración del Centenario de las Cortes de Cádiz y de empezar a triunfar mi iniciativa, quisieron usurpármela algunas entidades y personas. La primera en intentarlo fue la antigua y desaparecida Sociedad americanista denominada 'Unión Ibero-Americana', de Madrid (que estaba subvencionada oficialmente), publicando unas hojas fechadas en Enero de 1913 bajo el título 'Fiesta de la Raza'. (…) Unión Ibero-Americana ideó la 'Fiesta de la Raza' sobre mi iniciativa de la Fiesta Nacional Hispanoamericana del 12 de octubre, en 1913, y empezó a celebrarla en 1914. ¿Por qué no aprovechó la reunión de España y América en las fiestas del Centenario de las Corte de Cádiz, al que todos asistimos, para pedir la institución de la solemnidad colombina? (…) Como en las circulares que Unión Ibero-Americana hizo para la Fiesta de 1914 se apropiaba de mi iniciativa diciendo que 'la Prensa le prestaba atención a su idea', El Liberal y El País, de Madrid, publicaron el 12 de Octubre, con el título 'El Día de Colón, obra de la Prensa', la carta que les dirigí desde Oviedo (…). Antes que usted, señor Crespo, está la benemérita Sociedad Unión Ibero-Americana, de Madrid, que empezó a propagar mi idea en España y América en 1913, después del Centenario de las Cortes de Cádiz, al que ella asistió, y cuyo patriota presidente, mi paisano el ex ministro D. Faustino Rodríguez San Pedro fue –sobre mi iniciativa– el autor de la denominación de 'Fiesta de la Raza', seguida en 1918 oficialmente en España (…). La denominación de 'Fiesta de la Raza' es de iniciativa particular, fue ideada en 1913, ante el triunfo de mi iniciativa, por el presidente [Faustino Rodríguez San Pedro] de la desaparecida Sociedad Unión Ibero-Americana, de Madrid, y propuesta por él mismo a su jefe político [Antonio Maura] ocupando éste el Poder, se impuso oficialmente en España en 1918. Como creador de la Fiesta Colombina Hispanoamericana, me opuse oportunamente en la Prensa de Madrid a dicha denominación, por perjudicar ésta a la universalización del 12 de Octubre, y solicité que de no designársele 'Día de Colón', se dictara la Fiesta Nacional del Descubrimiento del Nuevo Mundo sin darle ningún nombre.» (José María González, Columbia, El Día de Colón y de la Hispanidad, Gráficas Lux, Oviedo 1955, páginas 27, 28, 30, 40 y 117.)

«Faustino Rodríguez San Pedro. Biografía. Político español, nacido el 30 de junio de 1833 y muerto en Gijón el 1º de enero de 1925. Estudió en Oviedo la carrera de abogado, licenciándose a los veinte años. Ejerció en Oviedo durante algún tiempo y después se trasladó a Madrid, donde su bufete no tardó en ser uno de los primeros. En 1872 fue elegido diputado por su pueblo natal, en 1884 por Alcoy y desde entonces hasta 1898 por Cuba. En 1900 fue nombrado senador vitalicio y se le eligió vicepresidente del Senado. De arraigadas ideas conservadoras, figuró primero al lado de Cánovas, después de Silvela y por último de Maura. Su sólida preparación, sobre todo en materias financieras; su constancia política y sus dotes oratorias parecían las más indicadas para que realizara una rápida carrera; pero no fue así, pues ya contaba setenta años cuando llegó a los Consejos de la Corona, confiándosele en 1903 la cartera de Hacienda. Luego fue Ministro de Estado (1904) y de Hacienda. Fue también profesor de la Universidad Central, académico de la de Ciencias Morales y Políticas y de la de Jurisprudencia, presidente de la Unión Ibero-Americana y presidente del Consejo de Administración de los ferrocarriles del Norte.» (EUI, 1926, 51:1313.)

«Faustino Rodríguez San Pedro. Nace en Gijón en el año 1833 y fallece en 1925. Diputado conservador por Gijón y por Alcoy, se distinguió en las Cortes de 1893 por sus ataques a las reformas preconizadas por Maura para resolver los problemas de Ultramar. Sin embargo, en 1903, colaboró con el prohombre mallorquín en el gobierno Silvela, desempeñando el ministerio de Hacienda al dimitir Villaverde. Llegó a identificarse con Maura, de suerte que fue uno de sus más incondicionales amigos. En el primer gobierno Maura (1903-1904) fue ministro de Estado, y, en el que constituyó en 1907, desempeñó la cartera de Instrucción Pública. Académico de Ciencias Morales y Políticas, y de la de Jurisprudencia, fue también senador vitalicio y vicepresidente del Senado.» (Gran Enciclopedia Asturiana, Gijón 1970-, 12:268.)

Sobre Faustino Rodríguez San Pedro

1965 Faustino Rodríguez San Pedro, por Apolinar Rato Rodríguez San Pedro, con el asesoramiento del Conde de Rodríguez San Pedro, del Conde de Duquesne y de Ramón y Faustino de Rato, Celebridades, Revista Popular de Biografías (año 1, número 3, mayo 1965), Madrid 1965, 56 páginas.

2004 Luis Miguel Piñera Entrialgo, Álbum de Honores de Gijón [1866-2004], Ayuntamiento de Gijón (Memoria de Gijón), Gijón 2004, pág. 7.

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