“Ayacuchismo”
El ayacuchismo, fase superior del doceañismo
La palabra “ayacuchismo” toma cuerpo por escrito en septiembre de 1842, derivada de otro vocablo utilizado desde pocos años antes, el de “ayacuchos”. “Ayacuchismo” se acuña en el contexto político de la regencia de Espartero. Este y otros militares componían una generación que se había formado junto a militares ingleses, pues era la generación de la francesada. El éxito que habían conseguido en España no lo tuvieron en los territorios de América: el Virreinato de Perú se independiza en 1826. Espartero y otros militares de su rango vencieron después al carlismo en 1839, siendo Espartero el máximo protagonista de esa victoria. Los liberales que seguían empeñados en conseguir una monarquía de características similares a las de la monarquía inglesa, impulsan a Espartero a la regencia. Los militares y políticos que rodeaban a Espartero eran la máxima representación de los continuadores del ideario que había revolucionado España a principios de la década de los años veinte. Un ideario que se había reactivado en los treinta, dado que el carlismo representaba al absolutismo fernandino (la “derecha primaria”). El modo de dirigir el país por parte del grupo político que rodea a Espartero durante su regencia será lo que sus críticos más feroces denominen “ayacuchismo”.
Conviene por tanto esbozar primero el uso de “ayacuchos”, con algunos ejemplos de los tres años previos al nacimiento del “ayacuchismo”:
1839 «También se hacen correr las voces de que Espartero con 800 bayonetas quiere dar la ley a España; que impone condiciones al gobierno y que es la causa de todas las desgracias, manteniendo inerte una fuerza tan considerable que apura todas los sacrificios de la nación. Que este general quiere extender su dominación a Cataluña y a las provincias del medio día mandando Ayacuchos o generales americanos, y que sus miras no son buenas.» (El Eco del Comercio, Madrid, 27 de marzo de 1839, número 1791, página 1.)
«Más dado caso que contra las probabilidades que se ofrecen a la razón, la fortuna se pusiera de parte del jefe delos ayacuchos o que la transacción terminase la guerra civil, siempre sería por extremo peligroso el anunciar las máximas que propone el editor del Tiempo.» (El Correo Nacional, Madrid, 2 de abril de 1839, página 3.)
«Otro tendido, colocado debajito del palco de la autoridad y al que podremos llamarle el tendido de los ayacuchos, insinúa su soberana voluntad levantando una vara de roble, dando un estornudo, o meneando el dedo meñique, y la autoridad atenta solo de servir y complacer a su amo y señor, luego que percibe sus ayacuchas inspiraciones, manifestadas a golpe de uña, las obedece y pone en ejecución con una humildad que edifica.» (El Correo Nacional, Madrid, 13 de junio de 1839, página 1.)
1840 «Salió para los baños el general Van-Halen, dicen que excitado por la reina gobernadora para reponerse de su herida. Suponen que dicho general era el principal agente aquí de los llamados progresistas, otros dicen que lo es en la corte el general Valdés: no falta quien suponga que no se trata de exaltados ni moderados sino de ayacuchos.» (El Católico, Madrid, 21 de julio de 1840, página 7.)
«Todos los oficiales que tomaron parte en la guerra de América desde 1815 hasta 1824, han formado a su vuelta a España una especie de confederación. Ellos solos habían guerreado en este tiempo y componían la primera generación militar después de la de la guerra de la independencia. Casi todos los generales han obtenido después elevados puestos: Valdés, Rodil, Maroto, Canterac, Seoane, Carratalá, López, Narváez, Ferraz, Villalobos, Alaix, Araoz, Aldama y otros eran de esta confederación como Espartero. Se les llama en España irónicamente ayacuchos por el nombre de la desastrosa capitulación de Ayacucho, que puso fin a la guerra y a la dominación española en la América del Sur. Aunque no tengan motivo para gloriarse de sus recíprocos recuerdos han permanecido siempre muy unidos aunque se hayan alistado en los más opuestos bandos; y esta unión, que tendremos ocasión de recordar algunas veces en este artículo, explica muchos acontecimientos de la vida de Espartero, entre otros el más grande de todos, el famoso convenio de Vergara. Don Baldomero tenía pues a su vuelta de América en 1824 el grado de coronel y un gran caudal. Como había sido encargado de conducir las banderas conquistadas en la campaña, recibió a su llegada el grado de brigadier y pasó de cuartel a Logroño. Allí conoció a la preciosa Jacinta, hija de D. N. Santacruz, rico propietario, y se casó con ella a pesar de la oposición del padre. El ministro de la Guerra Zambrano le nombró a poco coronel del regimiento de Soria, que fue enviado a Palma en la isla de Mallorca, donde vivió Espartero muchos años, viniendo de tiempo en tiempo a Barcelona con su mujer que adquirió en esta ciudad gran celebridad por su gracia y su belleza. También contrajo entonces amistad con Elio, con quien más adelante debía pelear en Navarra; y también desde este tiempo se pudo conocer su marcada preferencia para con todos los individuos de la pandilla de los Ayacuchos.» (El Correo Nacional, Madrid, 1 de septiembre de 1840, página 3.)
A partir de 1841, una vez que el general Espartero –considerado “jefe de los ayacuchos”– es nombrado regente, se observa en la prensa no afín a su mandato toda una campaña de desprestigio donde el calificativo “ayacuchos” se hace muy frecuente:
1841 «El señor jefe político ha quedado lucido. La junta que presidió, y a la que él mismo acaso dio pábulo en un principio, le hace ahora en su manifiesto la más cruda guerra, y lo presenta como un hombre imbécil, incapaz de gobernar una provincia, además de atribuirle una insigne mala fe. A pesar de todo esto, el señor Valdés se quedará riendo de la junta que le insulta, y del gobierno a quien faltó; porque como es ayacucho se encuentra en lo firme, y para el gabinete Infante-González, un ayacucho es un miembro de su misma familia, un ángel incapaz de cometer el más leve desafuero» (El Correo Nacional, Madrid, 15 de noviembre de 1841, página 1.)
«Diez y seis varas pusieron al ciudadano aquel, mató cinco caballos, llevó tres pares de banderillas, y Montes le despachó como al anterior de una excelente por todo lo alto. El cuarto, de Veragua, frío, flaco, feo, flojo y fatal, perlino o barroso, fue un toro mediano, un toro de transición. Varias veces tuvieron los picadores que cambiar de caballos, porque los que sacaban eran falsos y disparaban coces a traición, ni más ni menos que si fueran ayacuchos.» (El Guardia Nacional, Barcelona, 7 de octubre de 1841, página 2.)
«Fuertes los “Ayacuchos” con la posesión del poder sostienen las pretensiones de la Inglaterra para que prestándoles ésta en cambio su apoyo puedan permanecer al frente de nuestros negocios, cosa que de otra manera les fuera imposible a causa de su harto desgraciadamente notoria ineptitud y debilidad. Es esta una alianza mutua en que da la Inglaterra su influencia y los “Ayacuchos” esperanzas de un tratado de comercio para hacer de esta suerte cada uno de por sí su interés particular, en que se juega la tranquilidad y el porvenir de España para satisfacer las ambiciosas miras de esa inmoral pandilla. […] Si los “Ayacuchos” vencen la nación entera está contra de ellos y no podrá mirar que se atropellen conculquen de una manera tan escandalosa las respetables prácticas parlamentarias y que se convierta el poder representativo en juguete y maniquí de miras e intereses particulares. […] Si por lo contrario son vencidos los “Ayacuchos” y salen triunfantes las prácticas parlamentarias, la causa del país y los verdaderos amigos de la prosperidad y verdadera independencia nacional; tendremos que habérnoslas entonces con la Inglaterra…» (La Ley, Barcelona, 19 de junio de 1842, página 1.)
1842 «Si la prensa periódica no teme por su libertad; si los redactores no la defienden al ver este nuevo acto de iniquidad, además de los verificados por los jefes políticos de Cádiz y Barcelona, prevemos que los antecedentes que se consientan por los escritores públicos y por los señores diputados a Cortes, acabarán por arrancarnos un día el precioso derecho constitucional de que hablamos. Parece que los periódicos de todos los partidos ignoran que están mandando los ayacuchos, y que los ayacuchos y doceañistas son capaces de todo.» (La Posdata, Madrid, 22 de junio de 1842, página 3.)
Encontramos impreso el rótulo “ayacuchismo” mediado septiembre de 1842, cuando está a punto de terminar la regencia de Espartero, jaleado desde El Heraldo de Madrid, diario conservador de Madrid, recién aparecido en junio de 1842, dirigido por Luis José Sartorius, al servicio del general Narváez y contrario a Espartero.
1842 «Decíamos el otro día que después de la revolución de septiembre el ejército tendió sus ojos por todas partes y no halló más que el ayacuchismo. Este nombre es el símbolo de todas las antipatías nacionales. […] El partido ayacucho, se compone de dos elementos. En su origen lo componían los hombres que fueron al Perú , no como Pizarro a descubrirlo y conquistarlo, sino a perderlo España: es decir, era un partido puramente militar. Luego se arrimaron a su sombra otros hombres a quienes las tempestades civiles arrojaron también del otro lado de los mares para consumarse en el arte de hacer constituciones y repúblicas independientes; es decir, se hizo también un partido político, o lo que es lo mismo, se convirtió en un partido doblemente revolucionario. El elemento militar le introdujo en el ejército; el elemento político en la revolución compacto y uno por esencia, fuerte y multiplicable en medio de la división intestina, removiéndose en los campamentos, arrastrándose en los clubs, este partido fue el vínculo que enlazó a la revolución con el ejército en el levantamiento de 1840 y prosiguiendo tenazmente en la obra tan largamente preparada de su dominación exclusiva, encadenando al ejército con la revolución y a la revolución con el ejército estamos el 1842 y el cetro de la monarquía española se ha convertido en un caduceo de Mercurio, en que están enroscadas las dos serpientes revolucionarios de ese partido. […] La nación, en fin, que ha sentido los dolores de la revolución en su seno mientras ceñía su frente con los laureles de la gloria militar, la nación también se levanta y dice al ejército: “Tú pusiste tu confianza en las promesas de una revolución a quien creíste generosa, y la generosidad de esa revolución fue el desamparo de una REINA en el destierro de otra REINA; tú preferiste una gloria soñada en tu imaginación a la gloria pacífica de sostener a un gobierno, y la gloria de tus sueños ha sido el suplicio de tu mejor soldado y caballero. Esta es mi historia, y esta es también tu historia de dos años al presente.” El ejército escucha semejantes palabras y fija involuntariamente sus ojos en el ayacuchismo. ¡Oh! ¡cómo hubiera sido posible que el ejército se arrojase en los brazos de la revolución, si hubiese conocido el impulso a que obedecía! ¿Cómo hubiese sido posible que el ejército acometiese empresas de arrebatos y de violencia, si hubiese previsto que la libertad había de parar en tanto escarnio! ¡Cómo hubiera sido posible que el ejército, no ya prestase el apoyo de sus bayonetas, sino diese siquiera la sanción de su inmovilidad a la causa revolucionaria de 1840, si hubiese presumido el gobierno y la constitución que la providencia de los ayacuchos dispensa a la España de los ayacuchos! Pero ¡oh! la gloria, volvemos a repetir, la gloria, aquella matrona esplendente que descendía de los cielos de la revolución y del ayacuchismo para ceñir de laureles la frente de los debeladores de la Europa, la gloria compensa sobradamente la ausencia de la libertad y la muerte de las ilusiones revolucionarias. ¿Qué importa que la nación y el ejército lleven grillos en sus pies, si esos grillos les han sido puestos por las manos de los reyes vencidos que estos cónsules y emperadores de España han conducido hasta las puertas de su capitolio?» (El Heraldo, periódico de la tarde. Político, religioso, literario e industrial, Madrid, martes 20 de septiembre de 1842, número 85, página 2.)
«Ya que El Espectador ha puesto nombres a lo del ayacuchismo, con nombres se continuará por parte nuestra hasta donde al Espectador le plazca. No hemos asentado nosotros que el general Rodil, que el general Seoane, ni el general Espartero estuviesen en la acción de Ayacucho. Lo que nosotros decimos, que tampoco lo hemos dicho hasta ahora, es que a estos tres generales ni más ni menos que a otros repartidos a la sazón por la península y por otros puntos de América, cabe también su responsabilidad en aquella jornada tristemente famosa. […] Permitasenos ahora extrañar la acepción estricta en que forma el Espectador la palabra “ayacuchismo”. Es menester cierta candidez o cierta malicia para obstinarse en no llamar ayacuchos, sino a los que personal y materialmente perdieron el Perú en aquella batalla y con aquella batalla. […] La fortuna de la última guerra favoreció entre todos los ayacuchos al general ESPARTERO, sus amigos le adularon, sus amigos le valieron, sus amigos desplegaron ante él el espectáculo de la Regencia: la Regencia cayó en manos de los ayacuchos, y D. GERÓNIMO VALDES no es ya más que el patriarca, porque ESPARTERO es el héroe del ayacuchismo. […] Tal es la cuestión de las cosas suscitada por el Heraldo; tal es la cuestión de las personas suscitada por el Espectador. ¡El ayacuchismo! ¿Es posible que el Espectador no comprenda en esta denominación sino a los actores de aquella tragedia cuyo puñal se clavó en el corazón de la España? […] Si el Espectador es el órgano del ayacuchismo, que lo diga; si su objeto es defenderlo, que lo defienda; si su vocación es canonizarlo, que lo canonice: todo menos rehuir las cuestiones de tan importante naturaleza. Cuando nosotros arrojamos la palabra “ayacuchismo” en la liza de la discusión actual, no se nos ocultaba que esta palabra era un dardo de dos arpones. Tendimos el brazo, arrojamos el dardo: ahí está: quien quiera que se hiera con él, no se dirá que hemos obrado con falta de valor o de nobleza. El arpón más agudo está vuelto contra nuestro pecho: que se venga a clavar en nuestros corazones.» (El Heraldo, Madrid, sábado 1 de octubre de 1842, nº 95, página 2.)
El Espectador de 5 de octubre de 1842, “demostrada la manía de crear partidos sobre los muchos en que desgraciadamente están divididos los españoles”, publica un remitido del militar y político Andrés García Camba [1793-1861]:
«…habiendo sido yo uno de los que se hallaron en esa memorable batalla, creo de mi deber hacer alguna aclaración por lo que pueda convenir. Cuando en agosto de 1835 regresé a la Península con el honroso cargo de procurador a cortes por las islas Filipinas, me llamó particularmente la atención, el sobrenombre Ayacuchos, muy en boga entonces ya, con que se pretendía designar a determinadas personas hubiesen o no estado en dicha batalla, y como se me figuraba advertir cierta ofensiva tendencia en su aplicación, ignorantes los que la hacían en mi presencia de que también me comprendía, no solo no creí honroso guardar el incógnito, sino que gradué de injusta la generalidad con que se aplicaba ese mote…» (J. Andrés G. Camba, [Sobre los ayacuchos], El Espectador, Madrid, miércoles 5 de octubre de 1842, págs. 2-3.)
«El ayacuchismo. Los ayacuchos han sido descubiertos en sus planes: han sido sorprendidos en medio de sus trabajos; se les ha delatado; y cuando creían seguro el triunfo, y cuando se saboreaban con el deleite de la prolongación en el poder, y de su duración en el mando, han visto hundirse a sus pies el edificio que levantaron en las tinieblas de la noche, y en las cavidades de los clubs…» (La Posdata, periódico joco-serio, Madrid, jueves 6 de octubre de 1842, páginas 1 y 2.)
«Se había estado clamando: “la Constitución se va a violar: la minoridad de la REINA va a prorrogarse: tal es el plan del ayacuchismo y del doceañismo conspirados para prolongar indefinidamente su dominación”. Esto se decía, y mil y mil circunstancias habían venido a corroborar la sospecha en el corazón de la España política.» (El Heraldo, Madrid, 1 de noviembre de 1842, número 121, página 2.)
1843 «Dice un periódico de la corte: El viernes a cosa de las once de la noche se dio una serenata en la calle del Noviciado, próximo a la calle Ancha. El regidor del barrio ayudado de los serenos prohibió en nombre de su autoridad que aquel acto continuara. Ignoramos en qué pudo fundar tan extraña como despótica resolución, pero sí nos atrevemos a creer que semejante tropelía es un abuso y una extralimitación de sus facultades, cuando ningún motivo fundado pudo dar margen a ella. Mucho sentiríamos que la respetable municipalidad ayudase con sus actos el sistema arbitrario del ayacuchismo y del escándalo.» (El Constitucional, periódico político, literario y comercial, Barcelona, sábado 21 de enero de 1843, página 2.)
«No nos lisonjeamos, empero, con el apoyo de los secuaces del Espectador: han soltado demasiadas prendas para que puedan bajarse a recogerlas todas: se han unido para intrigar, sí, mas no para expresar su pensamiento: los hemos visto reunirse, elegirse y proclamarse por su omnímoda voluntad representantes de las ideas progresistas y monopolizadores de los trabajos electorales; mas no manifestar sus intenciones a los pueblos, no ofrecerles nada, nada más que sus nombres que en el poder y fuera de él ofrecen bien pocas o ningunas garantías: y entre esos nombres, se ocultan como vergonzantes los principales agentes del ayacuchismo…» (El Eco del Comercio, Madrid, miércoles, 25 de enero de 1843, nº 147, página 2.)
«La Posdata previene a los electores contra las intrigas del gobierno, y revela algunos de sus manejos conocidos ya en muchas provincias; sobre los cuales discurre, aconsejando a los enemigos del ayacuchismo mucha prudencia y mucha unión.» (El Castellano, periódico de política, administración y comercio, Madrid, jueves 9 de febrero de 1843, página 4.)
«Pero esa no es ni por asomo la cuestión del momento. Ahora no tanto se trata de una cuestión de legalidad, como de un punto en que se interesa el derecho, el pudor y la moral. Ahora no tanto importa a los diarios del ayacuchismo probar la necesidad imprescindible del pago de las contribuciones, como demostrar el derecho que tienen a los ojos de la opinión y de la decencia pública, para invocar semejante principio, los mismos hombres que no han reconocido esa necesidad ni aun durante el conflicto de una guerra en que se jugaba la suerte del trono y de la causa constitucional.» (El Heraldo, Madrid, lunes 20 de febrero de 1843, página 2.)
Fermín Gonzalo Morón, uno de los máximos ideólogos del partido moderado y de los máximos opositores a Espartero, director de la Revista de España y del extranjero, escribe lo siguiente:
«El ayacuchismo, es decir, los dominadores de España, han sido derrotados parlamentariamente, y no pueden ya ser gobierno: hasta ahora el jefe del estado había identificado su causa con la de estos prohombres; y réstanos saber si continuará prestándoles su apoyo, o se resignará a ser un Regente constitucional. La situación está hoy más aclarada que nunca; o el poder público ha de dejar de ser el patrimonio de la pandilla derrotada, o el gobierno parlamentario ha de morir a mano airada: no parece deba haber elección fuera de ambos extremos. El tiempo sin embargo nos despejará la incógnita.» (Fermín Gonzalo Morón, Crónica política, Madrid, 12 de abril de 1843, Revista de España y del Extranjero, año II, tomo 5, Madrid, 1843, pág. 442.)
Las menciones al “ayacuchismo”, lo mismo que sucede con los “ayacuchos” y al que consideran su máximo representante, Espartero, se multiplican, tanto en los periódicos mencionados como en otros muchos diferentes. Día tras día se publican artículos demoledores con la labor de Espartero y los que denominan “ayacuchos”. Pese a que deja la regencia y sale de España –el último día de julio de 1843– los diarios continúan su labor destructiva. Tras esas fechas, durante la década moderada las menciones al ayacuchismo van decayendo.
«Tenemos que convenir en que si todos los militares hubiesen siempre seguido los pasos del señor Villalonga, ni hubiera la nación sufrido tantos trastornos, ni estaríamos tan atrasados en la consolidación y complemento de las instituciones. Solo encontramos que su manifiesto no se halla suficientemente motivado por las expresiones del periódico a que alude. Deseamos que el gobierno utilice las buenas disposiciones de este general, con quien no nos une otra relación que la de haber tenido la bondad de dirigirse a nosotros. Otras personas que bien voluntariamente y sin ninguna necesidad han dado muestras de rabioso ayacuchismo permanecen todavía en sus puestos de suma influencia…» (El Corresponsal, Madrid, jueves 17 de agosto de 1843, página 4.)
«No se olvide que el pueblo español acaba de arrojar del poder y del suelo patrio al soldado afortunado que fuera un día su ídolo; y este mismo pueblo celoso de su dignidad está en acecho y observa y mira ya con recelo y desconfianza ciertos actos últimamente consumados, y no consentirá, vive Dios se entronicen nuevos opresores ni que la pandilla del retroceso sustituya a la del ayacuchismo.» (El Constitucional, Barcelona, viernes 25 de agosto de 1843, página 2.)
«Dice la Posdata que hemos roto toda mancomunidad con la coalición, separándonos de la hermandad que tuvimos en las batallas contra el ayacuchismo, para formar nuevas alianzas con diversos y encontrados objetos…» (El Eco del Comercio, Madrid, 1º de septiembre de 1843, página 2.)
«Bien pronto procuró Espartero remediar el mal, y rehacerse de semejante contratiempo; y al momento salieron los periódicos vendidos a su corte, y el secretario particular, y todos los órganos del ayacuchismo; y negaron con ese cinismo, y ese impudor que les es habitual, el hecho de la imposición de los CINCO MILLONES declarando al mismo tiempo que su Señor carecía de fondos y de recursos, y que apenas tenía para alimentarse, y que a no ser por las rentas de su esposa, de seguro lo pasaría muy mal, con lo cual pretendían engañar a los crédulos e inocentes españoles, y con lo cual solo consiguieron una parte del inmenso descrédito que pesa sobre Espartero, y que le hace hoy el hombre más desacreditado de la tierra.» (La Posdata, Madrid, 11 de septiembre de 1843, página 1.)
«Por último, puede hacerse la reorganización llamando y entregando las armas únicamente a los vecinos notoriamente afectos a la situación actual o mejor dicho, a los enemigos del ayacuchismo.» (El Castellano, Madrid,27 de noviembre de 1843, página 2.)
1845 «No ha designado a ninguno de los jefes del antiguo ayacuchismo, porque el sistema de gobierno que siguieron fue grandemente perjudicial para la nación, y despierta recuerdos dolorosos en todos los pechos nobles.» (La Posdata, periódico joco-serio, Madrid, jueves6 de marzo de 1845, página 1.)
1847 «Las cortes se abrieron por fin el día 3 de abril [de 1843]. Sus primeras sesiones fueron frías, insignificantes; pero a poco se dio a conocer la opinión de la mayoría en la discusión de las actas de Badajoz que el congreso desaprobó, quedando imposibilitados por consiguiente de sentarse en sus escaños algunos de los principales jefes del ayacuchismo, que habían sido elegidos a fuerza de intrigas y de amaños por aquella provincia. Desde entonces la mayoría se pronunció decididamente contra el ministerio Rodil, y este ministerio tuvo al cabo que hacer su dimisión cuando, habiendo procedido el congreso a constituirse, resultó nombrada la mesa con individuos que todos pertenecieron a las ya robustas filas de la oposición.» (Vicente Boix, Historia de la Ciudad y Reino de Valencia, tomo III, Valencia, 1847, pág. 495).
Desde 1848 la palabra ayacuchismo se olvida y no se utiliza, sólo aparece impresa esporádicamente en contadas ocasiones: una alusión en 1855 en La Época; tres menciones en 1862 en El Clamor Público; otra más en 1880 en el diario La Época…
En 1854 ya no se habla en España de “ayacuchismo”, a pesar de que Espartero había vuelto de su exilio en 1849. Sin embargo el término queda mencionado en español, dentro de un artículo en inglés, por un diario norteamericano, en un texto sin firma que publica el New-York Daily Tribune el 19 de agosto de 1854, un libelo sobre la figura del general Espartero. Décadas después quedará identificado el autor de ese anónimo, es Carlos Marx, y tal texto será reeditado en español decenas de veces, tras ser traducido por vez primera por Andrés Nin en 1929:
«Espartero's military merits are as much contested as his political shortcomings are incontestable. In a voluminous biography, published by Señor de Florez, much fuss is made about his military prowess and generalship as shown in the provinces of Charcas, Paz, Arequipa, Potosi and Cochabamba, where he fought under the orders of Gen. Morillo, then charged with the reduction of the South American States under the authority of the Spanish Crown. But the general impression produced by his South American feats of arms upon the excitable mind of his native country is sufficiently characterized by his being designated as the chief of the Ayacuchismo, and his partisans as Ayacuchos, in allusion to the unfortunate battle at Ayacucho, in which Peru and South America were definitively lost for Spain. He is, at all events, a very extraordinary hero whose historical baptism dates from a defeat, instead of a success.» (“Espartero”, New-York Daily Tribune, New-York, saturday, August 19, 1854, vol. XIV, nº 4.161, pag. 4, cols. 3-5.)
«Los méritos militares de Espartero son puestos en tela de juicio en la misma medida en que nadie pone en duda sus defectos políticos. En la extensa biografía publicada por Flórez{2} se habla mucho de las actitudes guerreras y de las cualidades de mando manifestadas por Espartero en las provincias de Caracas, Paz, Arequipa, Perú y Cochabamba, cuando luchaba bajo el mando del general Morillo, el cual se había propuesto reintegrar a la Corona española los Estados Sudamericanos. La impresión general que sus hazañas heroicas en Sudamérica produjeron en el temperamento fácilmente excitable de sus compatriotas caracterízase, en cierta medida, en el apodo malicioso con que fue bautizado con ocasión del combate desgraciado de Ayacucho, en el cual España perdió para siempre el Perú y la América del Sur{3}. Desde ese momento Espartero fue proclamado jefe del Ayacuchismo y sus partidarios fueron llamados ayacuchos. En todo caso, lo más digno de llamar la atención es, que ese héroe recibió su bautismo histórico con ocasión de una derrota y no de una victoria.» (Carlos Marx, “Espartero. Su personalidad. Las causas de sus triunfos y de sus derrotas”, La revolución española, Editorial Cenit, Madrid 1929, págs. 46-48, traducción de Andrés Nin y notas de Jenaro Artiles).
Que un artículo no muy extenso merezca tres páginas de notas en su primera edición española puede llamar la atención. La explicación es sencilla, Genaro Artiles, sutilmente, en una de sus notas a pie de página, y haciendo la llamada justo cuando menciona la biografía de Espartero escrita por José Segundo Flórez, enumera una amplia bibliografía sobre Espartero. Suponemos que para contrarrestar las falsedades vertidas por Marx. Sabemos que Espartero no tuvo ningún protagonismo en la batalla de Ayacucho pues estaba en España y llego a América cinco meses después. Marx lo sabe y por eso escribe de modo ambiguo, de tal manera que se sobreentienda lo que no es: del texto de Marx se desprende lógicamente que Espartero fue uno de los responsables de la derrota. Artiles –que no puede mostrar que está escandalizado– despliega toda esa bibliografía para que, al menos, el lector interesado pueda leer lo que sucedió en realidad. Solo más adelante, para no perturbar a los crédulos convencidos de las falsedades que Marx vierte en estos escritos sobre España, y que lo encumbran como uno de los máximos exponentes negrolegendarios, Artiles señalará que Espartero no pudo dirimir tal batalla, eso sí, desplegando la sutileza suficiente como para no inquietar a los parroquianos:
1929 «La batalla de Ayacucho se libró el 9 de diciembre de 1824, y “fue el golpe de gracia –dice Zabala: España bajo los Borbones, pág. 267– dado a la soberanía de la Metrópoli sobre sus extensas y ricas colonias sudamericanas”. El apodo de ayacuchos se convirtió, más despectivamente aún, en el de aguaduchos y avechuchos (Vid. Mesonero Romanos: Memorias de un setentón, Madrid, 1880; pág. 460). En aquella batalla no se distinguió realmente Espartero (parece probado que no se halló presente en ella), y el apodo fue debido a la simple creencia extendida, y de la que participa Marx, de haber asistido a la derrota: de aquí el significado peyorativo del término» (Genaro Artiles, nota al pie, en Carlos Marx, o.c., pág. 48.)