Filosofía en español 
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[ Andrés García Camba y de las Heras ]

[ Sobre los ayacuchos ]

Con satisfacción damos cabida en nuestras columnas al siguiente remitido que viene a completar la obra por nosotros comenzada hace pocos días. El comunicante, bien informado de cuanto ocurrió en la desgraciada batalla de Ayacucho, por haberse hallado en ella, según con tanta nobleza e hidalguía confiesa, incluye los nombres de los principales jefes de nuestras tropas. Nosotros pudiéramos añadir un largo catálogo de subalternos que ciertamente no militan bajo nuestra bandera política; pero no es del caso su publicación y la omitimos por consiguiente. Véase, pues, demostrada la manía de crear partidos sobre los muchos en que desgraciadamente están divididos los españoles: solo a esa manía puede atribuirse la denominación que varios diarios de la oposición han dado en aplicar a ciertos hombres dignos del respeto general.

Dice así el remitido:

Señores redactores del ESPECTADOR:

Muy señores míos: en uno de los anteriores números de su apreciable periódico he visto como vds. se han servido contestar a una indicación del Heraldo sobre la aplicación del apelativo Ayacucho, sentando demostrativamente, que ni el ilustre duque de la Victoria, ni los generales Rodil y Seoane, se habían hallado, en la batalla que lleva ese nombre, aunque todos sirvieron con honor, en el Perú; y en su número 425 de 1.º del presente, vuelven vds. a darse por entendidos de que el expresado periódico, el Heraldo, les ha llamado también Ayacuchos. Con este motivo, y habiendo sido yo uno de los que se hallaron en esa memorable batalla, creo de mi deber hacer alguna aclaración por lo que pueda convenir.

Cuando en agosto de 1835 regresé a la Península con el honroso cargo de procurador a cortes por las islas Filipinas, me llamó particularmente la atención, el sobrenombre Ayacuchos, muy en boga entonces ya, con que se pretendía designar a determinadas personas hubiesen o no estado en dicha batalla, y como se me figuraba advertir cierta ofensiva tendencia en su aplicación, ignorantes los que la hacían en mi presencia de que también me comprendía, no solo no creí honroso guardar el incógnito, sino que gradué de injusta la generalidad con que se aplicaba ese mote. Procurando indagar el verdadero origen de semejante aplicación me pareció que la emulación, noble si se quiere, jugaba por algo en ella, pues me convencí que su uso se había aumentado después del nombramiento de don Gerónimo Valdés para ministro de la Guerra y general en jefe del ejército de operaciones del Norte.

Este general que conocía personalmente las circunstancias de muchos militares de los que habían peleado en el Perú siempre con honor, aunque no siempre con fortuna, parece que ocupó seguidamente a algunos de ellos, y, sin que por esto se disminuya en lo más mínimo el mérito de los demás compañeros de armas, es preciso convenir que nada había más natural que un general en la situación del general Valdés, depositara mayor confianza de pronto en los sujetos que tenía más conocidos y experimentados. Todos los generales en su caso han hecho antes y después lo mismo, cada uno con sus más íntimos conocimientos, y a nadie se le ha ocurrido la peregrina idea de censurar ni aplaudir semejante acto con un mote. Lo que debe tomarse muy en cuenta para aplauso o la censura, es averiguar y saber cómo se han portado los elegidos, cómo han correspondido a la confianza dispensada, y cuántos y quiénes faltaron al honor y fe jurada. Con esta clase de datos ciertos, la censura, y si se quiere los motes, serían generalmente respetados y provechosos.

Mas si a favor de imaginarias circunstancias se aplican indiscretamente motes sin más objeto que el de pretender zaherir o deprimir reputaciones formadas y hasta poner en duda los actos de rigorosa justicia de personas elevadas, entonces la aplicación sobre parecer a toda luz apasionada, es indigna de la proverbial honradez y carácter justiciero de los españoles. Y por último si con el mote Ayacucho se quiere significar alguna cosa más que la desgracia que allí experimentaron nuestras armas, aplíquese enhorabuena con fijeza y con determinado sentido a los que hemos tenido la mala suerte de ser vencidos en la referida jornada de Ayacucho, porque sería de todo punto injusto comprender a los militares que no se hallaron en ella, aunque hayan servido en el reino del Perú de mucha más extensión que la península española. Y si no respóndaseme francamente. ¿Con qué razón y con qué justicia se pretendería motejar a los militares que servían en las provincias Vascongadas, en Navarra e en Cataluña por los reveses experimentados en otros puntos, como por ejemplo en Morella? ¿No sería absurdo pretender que todos los militares de España respondieran de las desgracias sufridas por algunas de nuestras divisiones de operaciones en la última guerra? La responsabilidad en su caso tocaría, si se quiere, a los que hayan participado de la mala suerte de no ser vencedores; sin embargo de que en las desgracias hay también honor y distinguido para las armas.

A ese fin y para que siempre se hicieran aplicaciones exactas deseara poseer una lista de todos los oficiales que desde el primer general hasta el último subalterno se hubiesen hallado en Ayacucho el 9 de diciembre de 1824 para publicarla; pero en su defecto sépanse al menos los jefes superiores que asistieron a la expresada jornada.

El teniente general conde de los Andes don José de la Serna, último virrey del Perú mandaba en jefe. Ya no existe.

El teniente general don José Canterac era jefe del E. M. G. y 2.º del ejército. Fue muerto a la puerta de la casa de Correos de Madrid, siendo capitán general de Castilla la Nueva.

El mariscal de campo don José Carratalá era 2.º jefe del E. M. Es teniente general y manda el distrito militar de Andalucía.

El mariscal de campo don Gerónimo Valdés mandaba la división de vanguardia. Es teniente general y manda la isla de Cuba.

El mariscal de Campo don Juan Antonio Monet mandaba la primera división de infantería. Ya no existe.

El mariscal de campo don Alejandro González Villalobos mandaba la segunda división de infantería. Es teniente general y se halla de cuartel.

El brigadier don Valentín Ferraz mandaba la división de caballería. Es teniente general e inspector de la misma arma y de la milicia nacional.

El brigadier D. Andrés García Camba mandaba la primera brigada de caballería. Es mariscal de campo y se halla de cuartel.

El brigadier D. Ramón Gómez de Bedoya mandaba la segunda brigada de caballería. Ya no existe.

El brigadier D. Miguel Atero era jefe de ingenieros. Es mariscal de campo del mismo cuerpo.

El brigadier D. Fernando Cacho era jefe de artillería. Se halla en la isla de Cuba.

El brigadier D. Ignacio Landazuri era ayudante de campo del virrey. Ya no existe.

El brigadier D. Juan Antonio Pardo mandaba una brigada de la primera división de infantería Se halla de cuartel.

Los brigadieres Somocurcio y Vigil, 2.º de la vanguardia el primero y ayudante del virrey el 2.º se quedaron en el Perú, de donde eran naturales, y Somocurcio tampoco existe.

Estos son los jefes superiores que se hallaron en la desgraciada batalla de Ayacucho, donde procuraron servir a su patria como en las anteriores ocasiones en que nuestras armas quedaron triunfantes, aunque sin la misma fortuna. Los franceses no fueron menos valientes en Waterloo que en Jena: fueron menos felices aunque los mandaba el mismo capitán.

Ruego a vds., señores redactores, se sirvan dar cabida en su periódico a esta manifestación, como les suplica su atento servidor q. b. l. m.

J. Andrés G. Camba.