José Sáenz de Aguirre 1630-1699 OSB
1730 «Esta deuda de veneración a la nobleza se debe entender reservando en todo caso a la virtud el lugar que le toca; la cual, según doctrina constante de Aristóteles, y Santo Tomás, es mucho más digna de honor que la nobleza. Por tanto mucho más se debe honrar [37] (aún con este honor extrínseco, y civil, que es del que hablan aquellos dos grandes Maestros de la Etica) al plebeyo virtuoso, que al noble que carece de virtud. Nuestro Cardenal Aguirre, explicando al Filósofo en el capítulo tercero del libro cuarto de los Eticos, añade, que el noble vicioso es indigno de todo honor y respeto. A cuyo dictamen me conformo, porque es consiguiente a una máxima del Angélico Doctor, el cual {(a) 2. 2. quaest. 145. art. 1} habiendo dicho, que el honor, propia y principalmente sólo se debe a la virtud, asienta, que otras cualidades excelentes inferiores a ella, como son nobleza, riqueza, y poder, sólo son honorables en cuanto conducen, ó coadyuvan al ejercicio de la virtud: Alia verò, quae sunt infra virtutem, honorantur in quantum coadjuvant ad opera virtutis: sicut nobilitas, potentia, & divitiae. Si la nobleza, pues, no coadyuva a la virtud, antes fomentando la vanidad, ó alimentando la soberbia, ó prestando su sufragio para otros vicios la estorba, se constituye totalmente indigna de respeto.» (Benito Jerónimo Feijoo, “Valor de la nobleza, e influjo de la sangre”, Teatro crítico universal, tomo 4, discurso 2, V:26, 1730.)
1736 «Nuestro Cardenal Aguirre tocando el punto en el aparato de los Ludos Salmanticenses, Praelud. 3, donde se inclina a que es fábula todo lo que se dice del estudio mágico de aquella Cueva, se remite sobre el origen de este rumor a Diego Pérez de Mesa en las notas a Pedro de Medina de Rebus in Hispania praestantibus. Mas como yo no tengo este Autor, ni sé dónde pueda hallarle, recurrí a dos Maestros Salmantinos de mi Religión, pidiéndoles inquiriesen si en Salamanca se podía encontrar algún monumento de donde constase el principio de esta tradición. Pero todo lo que su solicitud pudo hallar fue la noticia, que les dio Don Juan de Dios, Catedrático de Humanidad de aquella Ilustrísima Academia, extraída, según éste dice, de un manuscrito muy antiguo. La relación de Don Juan de Dios, como se me remitió, es del tenor siguiente.» (Benito Jerónimo Feijoo, “Cuevas de Salamanca, y Toledo, y Mágica de España”, Teatro crítico universal, tomo 7, discurso 7, VII:23, 1736.)
«Los Filósofos Morales, que han trabajado sobre la admirable Etica de Aristóteles, miraron esta voz como correspondiente a la Griega Eutrapelia, de que usó Aristóteles para exprimir aquella virtud, que dirige a guardar moderación en la chanza, y cuyos extremos viciosos son la rusticidad por una parte, y por otra la escurrilidad, o truanería. Así nuestro Cardenal Aguirre, y el Conde Manuel Tesauro.» (Benito Jerónimo Feijoo, “Verdadera, y falsa Urbanidad”, Teatro crítico universal, tomo 7, discurso 10, I:6, 1736.)
1742 «Pero porque V. R. hace en su Carta especial mención de la Anacardina, por haber oído, que ésta es el remedio supremo para la Memoria, diré lo que particularmente en orden a él tengo entendido. Es así, que en todo el mundo es celebrada esta confección para el efecto dicho, y se refieren notables maravillas de su eficacia, señalando a veces tal, o tal sujeto, que siendo antes de debilísima memoria, después de tomar la Anacardina, retenía al pie de la letra cuanto leía. Pero le aseguro a V. R. que todos éstos son cuentos. En la Religión sonó mucho, que la prodigiosa memoria de nuestro Cardenal Aguirre era el efecto de la Anacardina, que su padre, el cual era Médico, le había dado siendo niño. Yo supe de buena parte ser esto falso, y que aquel Sabio Cardenal sólo había debido su gran memoria a la constitución nativa de su cerebro.» (Benito Jerónimo Feijoo, “De los remedios de la Memoria”, Cartas eruditas y curiosas, tomo 1, carta 20, punto 5, 1742.)
1771 «Y supuesto que el Santo Doctor dice, en el Prólogo de su Suma, que la escribió para Jóvenes principiantes, que hasta aquel tiempo carecían de un Cuerpo de Teología metódica, y ordenada, parecía conveniente que no se usase de otros libros para este estudio, mas que de la Suma de Santo Tomás, en las Aulas de esta Universidad; y en sentir de muchos hombres doctos, acaso sería este el mejor consejo; pero considerando, por otra parte, que la doctrina sola de la letra de Santo Tomas podrá ser alimento de mucha sustancia, para los que empiezan el estudio de la Teología, y que los más no lo podrán actuar bien, y con utilidad, aún con el subsidio de los Maestros, nos parece más acertado el que al estudio de la letra de Santo Tomas, y lo mismo digo de San Anselmo, y el sutil Doctor, se añada un Comentador, aquel que pareciese más a propósito, para el más acomodado, y fácil estudio de los Jóvenes, v. g. el Gonet para la Cátedra de Santo Tomas; el Aguirre, para la de San Anselmo; y el Mastrio para la de Escoto.» (Plan de Estudios de la Universidad de Salamanca, aprobado por el Consejo, Madrid, 16 de Octubre de 1771, Madrid 1772, pág. 85.)
1853 «José Saenz de Aguirre nació en Logroño en 1630; tomó el hábito en san Millán de la Cogulla; fue uno de los ornamentos del órden de san Benito, catedrático de Escritura Santa en la universidad de Salamanca, y después censor y secretario del tribunal del santo oficio, y últimamente honrado con la púrpura por Inocencio XI en 1686, y murió en Roma en 1699. Escribió la Noticia de los concilios de España en un tomito en 8.º, y después la colección de los mismos en cuatro volúmenes, también en folio, muy estimada: asimismo dió a luz teología de san Anselmo en tres volúmenes en folio, y otras varias obras que se pueden ver la Bibl. His. tom. 3, pág. 817 de don Nicolás Antonio. Otras dió a luz posteriores a la Biblioteca y a la muerte de don Nicolás, llenas de erudición y de piedad.» (“Reseña histórica de los escritores eclesiásticos célebres que hubo en España, desde el año de 1600 al de 1758”, en Historia General de la Iglesia… por el barón Henrión, traducida, anotada y añadida en lo tocante a la Iglesia de España por don Epifanio Díaz Iglesias Castañeda; segunda edición, Madrid 1853, tomo VI, pág. 587.)
1860 «Aludo, Señores, al ilustre Ramos del Manzano. Este célebre catedrático [en la famosa universidad de Salamanca] ha visto concurridas sus explicaciones por los sevillanos D. Nicolás Antonio y D. Juan Lucas Cortés, y por el riojano D. José Sáenz de Aguirre, en adelante monje y cardenal. Tal fue el aprendizaje de estos tres escritores, a quienes la Historia patria debe considerables servicios. […] Sáenz de Aguirre llevaba la cogulla benedictina y era catedrático de Teología en la universidad de Salamanca cuando, no un concilio, sino una reunión de prelados cortesanos, incurrió en la ligereza de consignar la tristemente famosa Declaración del clero galicano de 1682, siendo envuelto en esa intriga el gran Bossuet, el Demóstenes de la Iglesia de Francia. Al año siguiente Aguirre pulveriza en un tomo en folio las cuatro proposiciones contenidas en aquel documento. Y Roma, que sabe premiar de un modo digno el mérito superior sin necesidad de recomendaciones, no tarda en condecorar al humilde religioso con el capelo cardenalicio. Poco después veréis a Aguirre en la ciudad eterna haciendo imprimir la Colección máxima de concilios de España y de América, que dedica a Carlos II. Esta es nuestra obra clásica sobre la materia. Si bien deja que desear en punto a critica, no obstante, es un arsenal copiosísimo de noticias sobre la legislación, sobre los usos y costumbres nacionales, así en lo eclesiástico como en lo civil, en las diferentes épocas, en las varias provincias y distritos, a que conciernen los respectivos cánones y decretos. Solo podrá negar la suma importancia histórica de esta colección quien desconozca la influencia grandísima que en nuestra civilización ha ejercido siempre el principio católico.» (Carlos Ramón Fort, Discurso sobre el estado de los estudios históricos en España durante el reinado de Carlos II, Real Academia de la Historia, Madrid 1860, págs. 18 y 21.)