Filosofía en español 
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Tomo primero Carta décimo quinta

De los escritos médicos del Padre Rodríguez

1. Muy señor mío: Con gran complacencia veo en la de Vmd. que lee, y estima los escritos del docto Cisterciense Aragonés Don Antonio Joseph Rodríguez. Son ellos muy dignos de ser leídos, y estimados. En el Autor reconozco un entendimiento sólido, agudo, claro; una superioridad de espíritu, que le constituye legítimo Juez de las opiniones vulgares; una libertad generosa, que le exime de la servidumbre de la preocupación; una penetración sutil, a quien las nieblas interpuestas no estorban ver cómo son en sí los objetos; una fuerza intelectual, que sin fatiga rompe las dificultades más nudosas; una noble osadía, a quien no pone terror la multitud agavillada de los contrarios. Es verdad, que en algunas expresiones de esa misma osadía aprehende Vmd. algo de aquella arrogancia fastuosa, que llamamos fanfarronada; pero no lo entiendo yo así. Es no pocas veces en los Escritores sinceridad, lo que parece arrogancia; y pusilanimidad, o hipocresía, lo que parece modestia. [145] El que voluntariamente entra a disputar con un contrario más débil, conoce sin duda la superioridad de sus fuerzas; pues si no la conociese, no se metería en la querella. Luego cualquier protesta que haga de la desigualdad de sus talentos, será una mera simulación, hija, o del miedo de exacerbar al contrario, o de la ambición de representarse modesto. Al contrario, un genio sincero, y animoso, sin libertad mostrará en el escrito la interior satisfacción, que tiene de su buena causa, y de las razones con que la prueba. Confieso, que esto tiene sus límites, y nunca se ha de explicar la confianza con voces que signifiquen insolencia; pero esta demasía no cabe en entendimientos nobles; antes es propio de los rudos, en quienes la valentía de la ira muestra la flaqueza de la razón, así como procede de debilidad del cerebro la violencia del frenesí.

2. Añada Vmd. que a veces es justo, y necesario, que un Escritor ataque con algo de aparente arrogancia las opiniones que impugna, especialmente cuando éstas han logrado el favor del vulgo. El número infinito de los necios no conoce la razón, sino por la pompa con que se viste. La desnudez de la verdad, reputa pobreza del discurso. La moderación del que arguye, atribuye a desconfianza del argumento. Mira la osadía orgullosa como un fiador seguro de la ventaja en la disputa, y hace con él la ostentación del Escritor en los libros el mismo efecto, que la intrepidez, y vocinglería en las Aulas. Así el que impugna opiniones comunes, bien lejos de mostrar desconfianza de las propias fuerzas, debe fiar a la pluma toda la seguridad, que tiene de su razón.

3. Mas al fin, graciosamente le dejaría yo a Vmd. salvo el capítulo que pone el Autor de arrogante, si no se extendiese a reprenderle, como superior a sus fuerzas, la empresa de escribir sobre la Medicina práctica, lo que es ya acusarle, no sólo de arrogante, mas aun de temerario. ¿Mas en qué funda Vmd. esta acusación? ¿En que no es Profesor de la Facultad; esto es, no la estudió en la forma regular, llevando su Vade al Aula, y dando después cuenta de la lección? [146] ¡Oh qué engañado está Vmd.! Tan lejos estoy yo de consentir en la justicia de esa acusación, que antes pronunció, que por no haber estudiado la Medicina en la forma regular, está más proporcionado para escribir sobre esta Facultad. Gran Paradoja, así para los Profesores, como para los que no lo son. Dígame Vmd. ¿y qué se escribe en las Aulas, que no se halle en los libros? ¿y que no se halle por lo común mucho mejor escrito, y explicado en éstos? En la Escuela se oye a un Catedrático, tal cual le deparó la suerte; en una Librería se encuentran los Maestros más excelentes del Arte. Es verdad, que éstos por sí solos no sirven para los rudos. ¿Pero el que es rudo, por más que frecuente la Aulas, será jamás ni aun mediano Médico? ¿O será jamás otra cosa, que un homicida, examinado y aprobado?

4. Dirá Vmd. que el mismo que estudia en las Aulas, puede después perfeccionarse en los libros; para lo cual tiene más proporción que el que no ha cursado, por la luz que le dio la voz viva del Maestro; ¿Pero quién le quita, replico yo, al que no ha cursado, que en los libros adquiera esa misma porción de luz, que podría recibir en las Aulas? La diferencia está, en que por lo común los libros se la darán más pura, y en más breve tiempo.

5. Lo peor es, que muy ordinariamente de las Aulas no se saca luz, sino tinieblas, y tinieblas, que después nunca disipa la luz de los libros. Me explico: Llega un pobre Cursante a oír en la Universidad a un Catedrático muy encaprichado de algunas máximas vulgarizadas; pero que la reflexiva observación de los Médicos de mayor talento condenó ya por perniciosas. Pongo por ejemplo: el frecuente uso de la purga, y sangría a la moda Galénica. Traga aquel veneno el Cursante, no para quedarse con él en el cuerpo, (que esto importaría poco) sino para escupirlo después en los pobres enfermos. Con que después de concluidos los Cursos, sale del Aula: ¿Quién? Un sujeto, a quien viene adecuada la graciosa definición de Quevedo:[147]

Discípulo de un mosquete,
que le leyó los galenos,
salga de donde saliere,
triunfo matador de cuerpos.

6. Por más libros que tenga, o lea después este hombre, si Dios no le dotó de un entendimiento muy despejado, no le sacarán de la carretilla en que le puso el Catedrático. Su Maestro fue un mosquete, y él será siempre un fusil con bayoneta calada.

7. Al contrario, el que no cursó entra en los libros sin el estorbo de la preocupación para elegir lo bueno, y repeler lo malo. Todos los Autores, a cuyo estudio se aplica, mira como Maestros suyos; y así no le arrastra la pasión de discípulo, para preferir sin razón una doctrina a otra. Su entendimiento le ha de determinar a seguir este, o aquel partido, y no la ciega adherencia al Maestro, que la casualidad le presentó en la Cátedra. Con todo, podrá errar la elección. Sin duda. Pero fáltale para el acierto el gran estorbo de la preocupación. ¿Me negará Vmd. que ésta sea una gran ventaja?

8. Confieso, que no es para todos estudiar la Medicina en orden a la práctica, sin voz viva de Maestro. Mas digo: Confieso que esto es para pocos. Pero de estos pocos, es uno el Padre Rodríguez. Sus escritos publican sus raros talentos. Mas aun cuando éstos no fuesen de tan alta estatura, el conocimiento que tiene de la Farmacéutica, le proporcionaría mucho más para la práctica de la Medicina, que las tareas del Aula a los que carecen de aquel conocimiento. ¡Oh, cuánto más importa para los aciertos de la cura la experimental penetración de la naturaleza, y cualidades de los remedios, que el vano aparato de los silogismos, y Escolástica discusión de las cuestiones Teóricas! El conocer prácticamente las armas con que se ha de combatir la dolencia, ¿cómo puede menos de importar mucho para expugnarla? Con una pequeña piedra mató David al Gigante, [148] y no podría con las armas de Saúl; y es que había manejado la honda, y no la lanza.

9. No con más razón que Vmd. echa menos el cartapacio del Aula en el Padre Rodríguez para escribir de Medicina, le acusan otros, de que sin ser Teólogo haya dado a luz la Disertación Moral, que se lee al fin de su primer Tomo. ¡Oh, Críticos superficiales! ¿Teniendo el Padre Rodríguez el buen entendimiento, que Dios le ha dado, y sabiendo Latín, y Romance, no podrá entender los Autores Morales, que tratan aquella materia, y hacerse capaz de sus razones tan bien como otro cualquiera? El hecho es, que los ha entendido, y penetrado profundamente, y que trata el asunto con tanta solidez, delicadeza, y lleno de erudición, como pudiera el mayor Teólogo. He dicho poco. Le trata mejor, que cuantos Teólogos le trataron hasta ahora.

10. La prueba de esto se viene a los ojos. El decir justamente en qué casos están dispensados los enfermos del precepto de ayuno, así cuantitativo, como cualitativo, mucho más pende del conocimiento Médico, que del Teológico. Todo lo que la Teología contribuye a la cuestión, es únicamente una máxima sabida de todos, Teólogos, y no Teólogos; esto es, que está dispensado de ayuno aquél, a cuya salud hace grave daño la abstinencia. El Padre Rodríguez entra suponiendo esta máxima: con que sabe cuánta Teología es menester para resolver la dificultad. Todo lo demás que se necesita para la resolución, que es saber, cuándo la abstinencia, y qué abstinencia; a quiénes, y en qué casos hace grave daño a la salud, pertenece a la Medicina, y no a la Teología. Con que se halla mucho más proporcionado para decidir la duda un Médico, que un Teólogo. Por consiguiente el Padre Rodríguez, que sabe en la materia lo que sabe el Teólogo, y sabe también lo que pertenece al Médico, está más proporcionado para tratar la cuestión, y resolver la duda, que cuantos Catedráticos de Teología hay en las Universidades, exceptuando alguno, que sepa también Medicina. [149]

11. De modo que los Teólogos entran suponiendo, que a los febricitantes, v. g. son generalmente nocivos los alimentos Cuaresmales, con que resuelven, que están dispensados del precepto de la abstinencia de carne. Aquel supuesto, aunque común en el vulgo, y en Médicos vulgares, es falsísimo: y el Padre Rodríguez prueba su falsedad con razones muy fuertes, y autoridades muy respetables: con que es preciso sea también falsa la aserción, que estriba en aquel fundamento. ¡Y ojalá la aserción se limitase sólo a febricitantes! Lo peor es, que apenas hay fluxión reumática; apenas hay algún dolorcillo, que repita con alguna frecuencia, que no se juzgue bastante motivo para comer carne en días prohibidos.

12. Espero que Vmd. pues lee con afición, y aprecio los libros del Padre Rodríguez, siga su dictamen en esta parte, y enmiende este abuso en los enfermos que asiste. Creo yo, que lo acertará, siguiéndole asimismo en la práctica curativa que propone, especialmente en la parte de dejar cualesquiera dolencias leves al beneficio de la naturaleza, y aplicar, aun en las graves, los remedios con mucha parsimonia. En que no puedo menos de alabar la sinceridad, y buena fe del Autor; pues si atendiese a su interés, o al de su Comunidad, la intendencia que tiene le inclinará a promover el gasto de Botica. Vmd. puede disponer de mi persona, en cuanto sea capaz de servirle. Oviedo, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 144-149.}