Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta XVIII

Sobre una extraordinarísima Inedia

1. Muy Señor mío: Aunque el Cirujano, que asiste a la pobre enferma del Lugar de Malpartida, parece que en la descripción, que hace de sus accidentes, a muchos de ellos se extiende la duda de si son naturales, o preternaturales; no veo que tenga razón en ello el singulto contumaz, y diuturno, que juzga no pudo tolerar la enferma, a no ser ayudada de la Divina Providencia, lo que en el modo de hablar significa providencia especial. Se ha visto muchas veces; y así Etmulero en el segundo Tomo, v. Singultus, pag. mihi 194, absolutamente pronuncia, que singultus saepe diuturnum malum est: y cuando es mortal, como lo es muchas veces, no lo es por sí mismo, sino por las causas que le producen, o comites que le acompañan.

2. El tumor de la garganta, que repentinamente apareció, y repentinamente se desapareció; suponiendo, como se debe suponer, que hay tumores ventosos; aunque se puede decir, que es cosa bastantemente rara, pero no admirable, pues el aire, como halle puerta para entrar, o salir, en un momento puede entrar, y salir.

3. En la explicación, que dio Mr. Litre, célebre Cirujano, [188] y Anatómico Parisiense, de la generación de los tumores ventosos, y está estampada en la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1714, se hace como palpable, que éstos pueden formarse en un momento, y disiparse en otro.

4. En la Centuria de Observaciones Médico-Curiosas de Juan Doleo, que está hacia el fin de su Encyclopedia Chirurgica (observat. 73) se halla un célebre ejemplo de estos tumores prontamente movibles, a quienes el Autor justamente da el nombre de volátiles, o volantes. A una niña de cinco años se apareció un tumor en una mano. Aplicóle el Autor un medicamento discuciente, y al punto pasó de la mano al codo; aplicó el mismo medicamento al codo, y al punto volvió del codo a la mano; cuyas idas, y venidas se repitieron otras tantas veces, cuantas se aplicó en una parte, y otra el medicamento, hasta que enteramente se disipó.

5. Ni el haberse sustentado esa pobre mucho tiempo de malos manjares, y en poquísima cantidad se debe juzgar preternatural: pues ni aun la total carencia de manjar en los nueve, o diez últimos meses, considerada por sí sola, se puede asegurar que lo sea, como explicaré luego.

6. Son muchos los ejemplos de larguísimas Inedias, que se leen en los Libros, y sobre que varían los juicios de los hombres. Unos les niegan enteramente el asenso; otros, admitiendo su posibilidad natural, las creen: y otros, en fin, sólo les conceden la existencia, suponiendo que sean preternaturales; esto es, o por milagro, o por prodigio diabólico. Pero yo juzgo, que estrechan mucho los términos de la naturaleza los que niegan, que quepan dentro de la esfera de su actividad.

7. Es notorio, que la necesidad de alimentos viene de la diaria, y continua consumpción de la sangre; la cual dentro de poco tiempo acarrearía inevitablemente la muerte, si no substituyese a la que se consume la que de nuevo se engendra con el alimento. Supongamos, pues, que un hombre, por esta, o aquella causa, contrajo una tal [189] disposición extraordinaria, que ninguna, o sólo una levísima porción de su sangre se disipa, o consume. Este no necesitará de alimento para reparar las pérdidas de sangre; por consiguiente podrá pasar un tiempo considerable sin alimento alguno.

8. Opondráseme quizá, que el caso que supongo es imposible, porque en el cuerpo animado no puede faltar el movimiento circulatorio de la sangre: si hay este movimiento hay calor; y el calor introducido en el fluido no puede menos de disipar algunas partículas de él.

9. Pero pregunto: ¿No hay circulación de la sangre, y calor vital en las Marmotas, que están durmiendo profundamente seis meses, y por consiguiente sin tomar alimento alguno sensible? ¿No hay circulación de la sangre, y calor vital en las Golondrinas, a quienes sucede lo mismo? Dejo aparte las Culebras, e innumerables insectos, que sin dejar de vivir, están como cadáveres todo el Invierno. Es preciso, pues, decir, que estos animales, en el estado referido, no disipan la sangre, o líquido análogo a la sangre con que conservan la vida.

10. ¿Y por qué no podrá suceder lo mismo a algunos individuos de nuestra especie en alguna disposición extraordinaria, que sobrevenga a su temperamento, y que estorbe dicha disipación? Sólo los que todo lo extraordinario dan por imposible negarán esta posibilidad. Y no negándose la posibilidad, es preciso conceder como probables los hechos, que varios Autores refieren de las larguísimas Inedias de seis meses, de uno, de dos, y aun de tres años.

11. Pero lo más es, que en la enferma de nuestra cuestión hay principio por donde probar algo más, que mera posibilidad. Este se toma de lo mismo que refiere la consulta. Dícese en ella, que la enferma en todo el tiempo de su total abstinencia no tuvo evacuación alguna sensible por los conductos destinados a ella. Dícese más, que su ropa interior, aun después de muchos días de uso, está tan blanca, y pura, como si acabara de lavarse entonces. Esto prueba con evidencia, que tampoco evacua nada por la [190] insensible transpiración, que es la que mancha la ropa interior. Luego en todo el tiempo de su abstinencia no tuvo evacuación alguna, ni sensible, ni insensible; de que se sigue con la misma certeza, que en todo ese tiempo no padeció disipación alguna, ni de las partes fluidas, ni sólidas del cuerpo. Luego, finalmente, no tuvo en todo ese tiempo necesidad de alimento alguno; pues, como dije arriba, éste sólo se requiere para reemplazar lo que sucesivamente se va consumiendo, o disipando de la substancia del cuerpo.

12. Ciertamente, que si en el caso de nuestra enferma no hubiese más que lo que hasta aquí referido, yo estaría sumamente satisfecho de haber dado enteramente en el hito de la dificultad, y explicado con la mayor claridad, y exactitud el Fenómeno.

13. ¿Mas cómo puedo disimular, que aún queda en pie la mayor dificultad, y que no sólo es mayor, sino máxima? Esta consiste en la generación de tanta sangre en el mismo tiempo de la total abstinencia. Dice el Cirujano, que si no sangran la enferma dos, o tres veces cada mes, después de llenarla de florones, rompe la sangre por narices, y boca, y aun al pique de la lanceta sale con extraordinario ímpetu. ¿De qué se engendra tanta sangre en quien no recibe alimento alguno? ¡Nudo verdaderamente Gordiano! Esto es muy difícil de disolver, pero muy fácil de cortar. Disolverle, es explicar el Fenómeno filosóficamente, mostrándole comprehensible dentro de la actividad de las causas naturales. Cortarle, puede ser de dos maneras, ya insinuadas arriba.

14. La primera negando el hecho. De este recurso se han valido algunos, aun en casos muchos menos difíciles; esto es, en los de largas abstinencias, desnudas de la circunstancia agravantísima de generación copiosa de nueva sangre. Sin embargo, por la explicación, que poco ha dí de estos casos, creo que sin temeridad se puede decir, que es ignorancia filosófica reputar los imposibles.

15. El segundo modo de cortar el nudo es, concediendo [191] el hecho, sacarle fuera de la actividad de las causas naturales, calificando, o ya de milagro de la Omnipotencia, ya de prestigia diabólica. Y ya confieso, que hay cosas en que es legítimo este recurso. Los prodigiosos, y dilatadísimos ayunos de personas de notoria santidad se deben juzgar milagrosos; lo que ha sucedido varias veces. Y aun ahora novísimamente las Memorias de Trevoux dan noticia de un Monje ejemplarísimo de nuestro Monasterio de San Dionisio de París, el cual en todo el Adviento, y Cuaresma no goza de otro alimento, que el de las Especies Sacramentales, que diariamente percibe en el Santo Sacrificio de la Misa; siendo así, que en el resto del año se alimenta con una parsimonia, que nada tiene de extraordinario. Asimismo habrá casos en que sea justo atribuir una extraordinarísima Inedia a influjo diabólico. Mas para uno, y para otro es menester que concurran circunstancias, que por su naturaleza hagan este recurso verisímil. Esto es, como en los Santos su eminente virtud induce a discurrir, que la mano poderosa de Dios obra en ellos el prodigio: en los que no lo son, o bien por las señas legítimas de posesión, u obsesión, o porque se rastrea algún designio depravado en tan raro efecto, se pueda conjeturar, que interviene en él la malicia diabólica.

16. No niego, que la suma arduidad, que en nuestro caso hay de explicar cómo sea compatible con diuturna, y total abstinencia de alimento la generación de tanta sangre, es una vehementísima tentación para creerlo preternatural.

17. Mas para no caer en ella es justo hacernos cargo de que hay dentro de la esfera de la naturaleza muchísimos efectos, cuyas causas se esconden, y han escondido siempre a los mayores Filósofos; ¿por qué no podrá ser éste uno de ellos?

18. Lo que se debe dar por asentado es, que en esta mujer la sangre (supuesta su nueva, y sucesiva producción) se engendra de algún alimento; porque ex nihilo nihil fit, sino en la rigurosa, y verdadera creación, que aquí [192] no se debe admitir. ¿Pero de qué alimento se puede engendrar, cuando se supone, que en los nueve, o diez meses no recibió alimento alguno? Que se supone es verdad; pero que la suposición sea verdadera se podrá negar: por lo menos aseguro, que no se podrá dar prueba evidente de que lo sea. Explícome. La certificación de los testigos sólo nos puede informar de que no percibió alimento alguno sensible. ¿Pero no pudo nutrirse con algún alimento alguno insensible; en que nadie pensó hasta ahora? Juzgo que sí. ¿Pero dónde está, o estaba este alimento? En el aire. ¡Arduísima paradoja! a la cual sin embargo creo se pueden dar algunos grados de probabilidad.

19. Para lo cual admito, que lo que es propriamente aire elemental no puede servir de alimento a animal alguno. Pero al mismo tiempo afirmo, que hay envueltas en ese aire innumerables partículas alimentosas, las cuales, introducidas por la inspiración en el cuerpo animado, como hallen facultad proporcionada para su inmutación, le pueden nutrir. Ciertamente en el aire están nadando continuamente las partículas suculentas, que exhalan las plantas, que exhalan las carnes, que exhalan los peces, que exhalan los vinos, que exhala aun la misma tierra. Aun la misma tierra digo: porque el que esta tiene jugo, capaz no sólo de nutrir las plantas, mas aun algunos animales, se experimenta en el ave, que en esta tierra llaman Arcea, y en otras Pitorra, y Gallina boba; la cual, careciendo de lengua, no se alimenta de otro modo, que metiendo el pico en la tierra, y chupando el jugo de ella. Experiméntase también en los Bueyes, los cuales engordan con la agua lodosa, y se debilitan con la clara. Este jugo de la tierra, evaporado de ella continuamente, ya en más, ya en menos cantidad, en fuerza del calor subterráneo, y esparcido por el aire, en menudas partículas se introduce por medio de la inspiración en los cuerpos de los animales, a quienes por consiguiente puede servir de nutrimento.

20. Y si para esto basta el jugo evaporado de la tierra, mucho mejor bastará el que continuamente exhalan los [193] vegetables. El Padre Lelio Bisciola, y otros muchos refieren lo del Buey, que habiéndose dormido sobre un gran montón de heno, perseveró en el sueño muchos meses, hasta que unos Rústicos, que le juzgaban perdido, hallándole allí, le despertaron del letargo; pero estaba tan gordo, que no se podía mover. ¿Qué duda tiene, que las partículas exhaladas del heno, y introducidas por la inspiración le sustentaron todo ese tiempo?

21. En vano se me opondrá, que si esto fuese así, todos los animales, entre ellos el hombre, podrían pasar solamente con ese alimento insensible, que se introduce por la inspiración. Digo, que no se sigue tal cosa, porque no en todos los animales hay la misma actividad para transmutar ese alimento en su propria substancia. Aun dentro de nuestra especie la facultad nutritiva es diversísima en diversos individuos. ¡Cuántos hay, que no pueden actuar un alimento, del cual otros se sirven bellamente! Hay quienes con poco alimento se ponen muy crasos, al paso que otros comiendo mucho parecen esqueletos. Hállanse en los Autores varias historias de hombres, y mujeres, que semanas, meses, y aun años se sustentaron con agua sola. (Véase Gaspar de los Reyes en la cuest. 58. de su Campo Elisio, num. 33. y 35.) Sin que de aquí se siga, que cualquiera se puede sustentar con sola agua.

22. Pero la prueba más clara del sistema, que establezco, es el mismo hecho. Esa mujer, en tanto tiempo que se abstuvo de toda comida, y bebida, engendró nueva sangre, y en mucha copia. Esta no pudo engendrarse sino de algún alimento: no de alimento sensible: luego insensible; pero éste no pudo percibirle sino del aire, mediante la inspiración: Luego, &c.

23. Esto es en suma lo que puedo discurrir en orden al caso propuesto. Digo en suma, porque la materia es capaz de más extensión. En efecto, alguna más le daré, añadiendo algunos Corolarios, que pueden servir a ilustrar mi respuesta, y son los siguientes. [194]

Corolario primero

24. El caso consultado no es tan singular, que no se halle en tal cual de la misma especie en algunos Libros; esto es, de la total, y diuturna Inedia, acompañada de copiosa generación de sangre. Yo he leído cuatro de estos casos: es verdad, que en los tres es tanta la sangre de nuevo engendrada, que se relaciona, que los coloca en la esfera de increíbles, si no se recurre a causa preternatural.

25. El primero se lee en el tercer Tomo de las Observaciones Curiosas sobre todas las partes de la Física, pag. mihi 316. En Pallet, Aldea del Condado de Borgoña, una mujer, llamada Jaquelina Nicolet, estuvo treinta y cinco semanas sin tomar alimento alguno, logrando en todo este tiempo las evacuaciones periódicas proprias de su sexo, aunque ninguna otra. Este hecho contiene una Carta del Abad Boytor, residente en Besanzon, sobre el testimonio del Médico, que asistía a la enferma. A ésta se sigue otra del mismo Abad, en que refiere, que algún tiempo después, por curiosidad, fue a ver a esta mujer; y que no sólo los parientes inmediatos de ella, mas todos los vecinos del Pueblo le aseguraron, que había catorce meses, que no comía, ni bebía cosa alguna. En esta Carta, que es muy breve, no toca de la evacuación periódica referida. Pero si en el espacio de treinta y cinco semanas la tuvo, vencida está la dificultad para que prosiguiese en adelante.

26. Los otros tres casos refiere Gaspar de los Reyes en la cuest. 58. de su Campo Elisio, num. 22, y 23, citando los Autores, que los atestiguan. Pero por más Autores que cite, dificulto, que haya quien les dé asenso, salvo que se atribuyan a causa preternatural. El primero es de una doncella de Padua, que el año de 1598, después de ser afligida con varias enfermedades, y molestísimos accidentes, vino a caer en una terrible aversión a todo alimento; de modo, que no gustó alguno por espacio de ocho meses, en que [195] intervinieron dos circunstancias admirables: una, no haber enflaquecido, ni perdido el color natural: otra, que por espacio de tres meses, cada día, o cuando menos de tercer en tercer día (quotidie vel alternis diebus) evacuaba una libra de sangre por la vía posterior.

27. El segundo es de una Religiosa Agustina, que vivió tres años vomitando todo lo que comía, y aun mayor cantidad; y por espacio de ocho meses abundaba tanto de sangre, que era preciso sangrarla, ya dos, ya tres veces cada semana. El tercero de una Matrona, que dentro de un año excretó mil libras de sangre, y a más de esto recibió cincuenta sangrías. Si los dos casos antecedentes son fabulosos, éste fabulosísimo.

Corolario segundo

28. Los pocos Autores, que han tentado explicar cómo se sustenta el cuerpo en las larguísimas Inedias, dicen, que entonces se alimenta de su proprio jugo, convirtiéndole en sangre; mas como es preciso, que ese jugo se consuma en pocos días, añaden, que la sangre, que se alimenta de él, se convierte en una especie de rocío, o humor delicado, que de nuevo la alimenta; y de este modo, con una circulatoria transmutación de la sangre en otro humor, y de otro humor en sangre, pretenden puede subsistir la vida meses, y años enteros. Esta circulación tengo por quimérica, y sería fácil demostrar su imposibilidad. Por eso he recurrido a que en esos casos extraordinarios no se consume, o disipa la sangre, por aquello mismo que los hace extraordinarios; esto es, porque hay alguna constitución, o causa extraordinaria, que impide la disipación. Esto se entiende sólo en las Inedias en que no hay evacuación; que donde la hay, especialmente si es algo copiosa, como en el caso de la consulta, es preciso buscarle al cuerpo víveres por la parte de afuera. [196]

Corolario tercero

29. Ningún Autor de los que refieren las largas Inedias, acompañadas de copiosas evacuaciones, se ha atrevido (a lo menos que yo sepa) a explicar cómo se sustenta, y nutre entonces el cuerpo. Yo le he buscado alimento por medio de la inspiración; no porque el aire inspirado pueda alimentar, lo que juzgo imposible, sino varios jugos nutritivos, que divididos en partículas menudas, están siempre nadando en el aire. Mas aun cuando en el aire no hubiese sino partículas aqueas, que nunca faltan, no juzgo imposible, que por algún tiempo se pudiese sustentar el cuerpo con ellas. Las historias de los que se han sustentado algún tiempo considerable con agua sola prueban esta posibilidad.

30. También me parece se puede probar con una, u otra experiencia, que se ha hecho, de que las plantas se pueden nutrir con agua sola. En que supongo, que su nutrimento ordinario no es de sola agua; pues el jugo de la tierra, que las presta alimento, es un compuesto heterogéneo de varias materias, especialmente salinas; aunque en él con grande exceso predomina a todas las demás el agua. Pero una particular experiencia de Helmoncio, que refiere el Abad de Vallemont en el primer Tomo de las Curiosidades de la Naturaleza, y del Arte, pag. mihi 340, muestra, que el agua sola (no se entiende esto de la elemental pura, sino de la usual que bebemos) basta para nutrimento suyo. Tomó Helmoncio doscientas libras de tierra, que desecó perfectamente en el horno, y colocó en un gran vaso de barro: plantó en medio de ella un sauce de cinco libras de peso, cubriendo el vaso con una plancha de hoja de lata, abierta con varios agujeros muy pequeños para introducir el agua por ellos. Al término de cinco años de riego arrancó el árbol, el cual halló que pesaba ciento y sesenta y nueve libras, y tres onzas, aun sin entrar en cuenta las hojas que habían caído en los cuatro Otoños. Desecó de nuevo [197] la tierra en el horno, y de las doscientas libras sólo halló dos onzas de disminución. No desharía partido esta experiencia de Helmoncio para confirmarle en la opinión, que había abrazado, de que la agua es principio universal de todos los mixtos; esto es, que todos son formados primordialmente del agua coagulada de diferentes modos: sentencia que en la antigüedad tuvo por primer Autor a Tales Milesio; y que en el siglo décimo cuarto de nuestra Redención renovó Roberto Flud, célebre Dominicano Inglés, a quien por sus particulares especulaciones filosóficas llamaron el Investigador.

31. Mas sea lo que fuere de este sistema, que acaso es más especioso que sólido; lo que pretendo inferir de la experiencia de Helmoncio, y de la misma, que he apoyado con ella, es, que si la agua usual por sí sola puede nutrir las plantas, también podrá nutrir los animales. Y a una cierta luz es más inteligible lo segundo, que lo primero. Digo que es más inteligible que un líquido, cual es el agua, se convierta en sangre, que es otro líquido; que el que se transmute en las fibras duras, y sólidas de un leño.

32. Pero lo cierto es, que la grande fluidez del agua no estorba el que sea nutrimento de los cuerpos más sólidos, y duros. Más fluido sin duda, y más delicado que el agua es aquel jugo con que se nutren nuestros huesos, pues penetra sus estrechísimos poros, lo que el agua no puede. Sin embargo, consolidándose en ellos, aumenta su durísima substancia. ¿Y cuánta será la delicadeza de aquel jugo, que penetrando los, aun mucho más angostos, poros del marfil, nutre los preciosos colmillos del Elefante? Estas observaciones son concluyentes contra los que en la mucha fluidez del agua ponen la dificultad de que pueda alimentarnos.

33. Finalmente, si por la autoridad se ha de decidir esta cuestión, en Paulo Zaquías, lib. 5. Quaest. Medic. Legal tit. 1, quaest. 6, se pueden ver los muchos Médicos, y Filósofos, que este Autor cita por la opinión de que el agua es nutritiva de nuestros cuerpos. Aunque es verdad, [198] que el mismo Zaquías disiente a ella, diciendo, que la contraria es común.

34. Mas si es verdad lo que dice este Autor de que la opinión, que niega la facultad nutritiva al agua, es común entre Filósofos, y Médicos; estos Profesores muy poco caso hacen de sus dos grandes Príncipes Hipócrates, y Aristóteles; pues estos supremos Jefes de la Filosofía, y Medicina están expresos por la sentencia de que la agua es alimento de todos los cuerpos, sin exceptuar alguno. Hipócrates, en el libro primero de Dieta, en el cap. 6 división 2, num. 4, dice así: Ignis enim omnia per omnia novere potest; aqua vero omnia per omnia nutrire. No está menos claro Aristóteles, o acaso lo está más. Así dice, lib. 4. de Generat. Animal. cap. 2, hacia el fin: Huius enim usus plurimus est, atque in omnibus aqua alimento est, etiam siccis. Donde es de notar la advertencia de que los cuerpos secos se alimentan de agua.

35. Pero ya otras muchas veces he observado, que los Médicos, y Filósofos, que más estrépito hacen con la autoridad de Hipócrates, y Aristóteles, son los que menos caso hacen de ella, siguiendo frecuentemente máximas opuestas a las suyas; aunque es verdad, que esto por la mayor parte pende de ignorancia de la doctrina de esos dos Príncipes, en cuyas obras apenas ponen los ojos los más de los Profesores de una, y otra facultad, como me consta con toda certeza. Pero eso mismo muestra el poco aprecio que hacen de ellos.

36. Yo, coartando la resolución a los individuos de nuestra especie, que es lo que únicamente nos hace al caso, juzgo que el agua a todos presta algún alimento, poquísimo comúnmente, pero bastante respecto de algunos rarísimos, y extraordinarísimos temperamentos; o ya que sean tales por constitución nativa, o que se hayan hecho tales por accidente. He notado, que las Inedias extraordinarias, que he leído, y en que no he hallado repugnancia al asenso, sobrevinieron a repetidos, y gravísimos afectos morbosos. Así sucedió a la enferma de la consulta, y [199] lo mismo a aquella de quien da noticia el Abad Boisot, como éste testifica en su Relación. Estos repetidos, y gravísimos afectos inmutaron el temperamento de una, y otra enormemente.

37. Pues Vmd. me envió la consulta por encargo de nuestro Padre Abad de ese Colegio, el cual dimanó del Ilustrísimo Señor Obispo de Coria; después de ponerme a la obediencia de su Paternidad, sírvase de decirle, que cuando remita mi respuesta a aquel Prelado, me haga el favor de asegurarle, que con gran gusto mío he tomado este leve trabajo por complacer a su Ilustrísima; y será mayor el gusto si fuere de su satisfacción el trabajo. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, y Mayo 15 de 1747.

Nota

38. No puedo negar, que toda la Filosofía, de que he usado en la Carta antecedente, para salvar la posibilidad del hecho, por lo relativo a la generación de tanta sangre en tan larga Inedia no me satisface, de modo, que no haya quedado con algún escrúpulo en orden a su realidad. Yo no abandonaré jamás la regla que estampé en el Discurso 1 del quinto Tomo del Teatro Crítico, que cuanto son más extraordinarios los casos, tanto para darles asenso se exigen más fuertes, y autorizados testimonios. El elogio más hermoso, que he leído de Catón, fue el que le dio como indirectamente, y por incidencia, desde su Tribunal, un Pretor Romano, viviendo aún el mismo Catón. Pretendía el que oraba por una de las partes ser creído sobre cierto hecho, por el testimonio de un testigo único, que alegaba, por el título de que el testigo era hombre de conocida veracidad; a lo que el Pretor replicó: Donde la ley pide dos, o tres testigos, yo no me contentaré con uno sólo, aunque este testigo solo sea el mismo Catón. Lo proprio digo con proporción a nuestro caso. Donde la difícil credibilidad de un hecho, por ser muy irregular, pide muy [200] fuertes, y poderosos testimonios para ser creído, nunca me contentaré con los que bastan para probar un hecho común, y regular.

39. ¿Pero qué testigos tenemos del suceso de nuestra enferma? Sólo se me citaron dos, su Confesor, y el Cirujano que la asistía. Doy que entrambos sean muy veraces, lo que especialmente creeré sin dificultad del Confesor, de cuyas prendas se me hizo una buena pintura. ¿Pero no pudieron estos dos ser engañados? Sin duda: porque debo suponer, que ninguno de ellos asistía siempre en presencia de la enferma en continua vigilancia para observar si le ministraban algún alimento. Realmente todo bien considerado, la inclinación a descreer el hecho, va cuesta abajo; porque la Filosofía, para salvarle, va muy cuesta arriba.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 187-200.}