Filosofía en español 
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Tomo tercero

Dos advertencias a los Lectores

Bien sé, que en el Prólogo de uno de mis Escritos (no me acuerdo cuál) me quejé de la multitud de Cartas con que me fatigan de varias partes, representando al Público la imposibilidad de responder a todas, ni aun a la mayor parte de ellas. Pero habiendo producido aquella queja poca, o ninguna enmienda, me veo obligado a repetirla ahora con mucho mayor motivo; pues si antes no podía responder a la mayor parte de las Cartas que recibía, mucho menos ahora, cuando ya los años, y achaques me han puesto muy pesada la mano para escribir, y no menos pesada la cabeza para dictar. La molestia, que me ocasionan estos Escritores Epistolarios, viene de una rara inadvertencia suya, que es no considerar cada uno, que es natural haya otros muchísimos, que tienen igual, si no superior motivo para escribirme, al que a él le impele a tomar la pluma; a que es consiguiente, que no pudiendo satisfacer a tantas Cartas, necesariamente se queden muchas sin respuesta. Con que él, no haciendo cuenta sino de la suya, u otras pocas, al ver que no le respondo, me repite otra con una queja amorosa de mi omisión; y si tampoco respondo a ésta, la tercera en términos más, o menos moderados me trata de genio áspero, inurbano, y grosero.

De las Cartas que recibo, unas son meramente [LIV] laudatorias, las que tengo por más inútiles, y superfluas. Pero doy que no lo sean: si el Escritor me juzga digno de los elogios con que me exorna, pareciéndole al mismo tiempo justo manifestarme el buen concepto que le debo, ¿no se le viene a los ojos, que en otros infinitos milita el mismo motivo de escribirme?

Pero el mayor número de cartas, y muy mayor, es de las que contienen preguntas, dudas, y cuestiones, pertenecientes a todo género de materias. Y en las de esta clase es más visible la inconsideración de los que se quejan de no ser respondidos. ¿Es posible, que cada uno de éstos imagine, que él sólo, o muy pocos son curiosos, y deseosos de saber? ¿Que él sólo, o muy pocos padecen dudas, o ignorancias sobre infinitas cosas? ¿Que él sólo, o muy pocos me tienen por capaz de resolver parte de esas dudas Es máxima asentada entre los Filósofos, que todo hombre naturalmente desea saber. No todos desean saberlo todo, ni eso es posible. Pero todos desean saber algunas cosas, y buena parte de ellos con inquietud, con ansia, con un género de impaciencia. Llegan a muchos millares los individuos, que por la inspección de mis Escritos se han persuadido a que en varios asuntos, en que reconocen su ignorancia, puedo comunicarles las luces de que carecen. ¿Siendo esto así, no resulta como un consiguiente de certeza moral, que yo no puedo responder, no sólo a la mitad, mas ni aun a la décima parte de los que me consultan?

Añado, que una buena parte (o mala diré mejor) de las consultas traen en sí mismas el demérito [LV] de la respuesta. Unas, porque ruedan sobre asuntos ridículos, y pueriles. Otras, porque caen sobre varios supuestos falsos; de modo, que para desengañar de ellos a los Consultores sería menester escribir muchos pliegos. Otras, porque proceden de errada inteligencia de lo que he escrito en esta, o aquella parte, aun adonde me he explicado con la mayor claridad, en que se me representa una rudeza, que yo no puedo vencer, por más vueltas, y revueltas que dé sobre la materia. Otras, porque sólo tocan cuestiones Morales, que se hallan tratadas en muchos Libros, y cualquier Teólogo mediano puede resolver, y hay quienes me vienen con una tal impertinencia de más de sesenta, u ochenta leguas de aquí. Otras, porque me preguntan cosas, que muy de intento he tratado en mis Libros; y no es justo, que no queriendo sus Autores gastar tiempo en leerlos, le gaste yo en repetir manuscrito lo que ya dí impreso al Público.

A esta advertencia, que hago a los Lectores para mi descanso, quiero agregar otra para su utilidad. Por repetidas noticias, que he tenido de varias partes, sé, que muchísimos sujetos de uno, y otro sexo, que antes vivían misérrimamente, por vivir médicamente, arreglándose a la dieta que les prescribía el Médico, sin discrepar un ápice, ni en la calidad, ni en la cantidad; y asimismo tomando a tiempos sus jarabitos, y sus purgas; desengañados después por la lectura de mis Escritos, renunciaron a toda droga de Botica, no negándose a género alguno de alimento, v. gr. pescado, leche, frutas, verduras; con que se hallan ahora mucho mejor que antes. Y si mi experiencia vale [LVI] algo, les hago también saber, que siendo mi complexión desde la juventud muy sujeta a fluxiones reumáticas, algunas muy doloríferas, y porfiadas, ha treinta y seis años, que constantemente me he negado a toda medicina; lo que no obsta a que el día ocho del próximo Octubre del presente año de 1750 cumpla setenta y cuatro años.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas LIII-LVI.}