Filosofía en español 
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Tomo tercero Discurso cuarto

Duendes y Espíritus familiares

§. I

1. El Padre Fuente la Peña en su libro del Ente dilucidado, prueba muy bien que los Duendes ni son Ángeles buenos, ni Ángeles malos, ni Almas separadas de los cuerpos. La principal razón es, que los juguetes, chocarrerías, y travesuras que se cuentan de los Duendes, no son compatibles, ni con la majestad de los Ángeles gloriosos, ni con la tristeza suma de los condenados. Esta razón milita del mismo modo respecto de las almas separadas; porque estas, o están en gloria, o en pena: para las gloriosas son indecentes estas diversiones; y las que están penando no son capaces de gozarlas. A esto se puede añadir, que sería una incongruidad suma en la Divina Providencia permitir que aquellos espíritus, dejando sus propias estancias, viniesen acá sólo a enredar, y a inducir en los hombres terrores inútiles.

2. Puesto, y aprobado que los Duendes ni son Ángeles buenos, ni Demonios, ni Almas separadas, infiere el citado Autor, que son cierta especie de animales aéreos, engendrados por putrefacción del aire, y vapores corrompidos. ¡Extraña consecuencia, y desnuda de toda verosimilitud! Mucho mejor se arguyera por orden contrario, diciendo: Los Duendes no son animales aéreos: luego sólo resta que sean, o Ángeles, o Almas separadas. La razón es, porque para probar que los Duendes no son Ángeles, ni Almas separadas, sólo se proponen argumentos [73] fundados en repugnancia moral; pero el que no son animales aéreos se puede probar con argumentos fundados en repugnancia física. Por mil capítulos visibles son repugnantes la producción, y conservación de estos animales invisibles: por otra parte, las acciones que frecuentemente se refieren de los Duendes, o son propias de Espíritus inteligentes, o por lo menos, de animales racionales; lo que este Autor no pretende, pues sólo los deja en la esfera de irracionales. Ellos hablan, ríen, conversan, disputan. Así nos lo dicen los que hablan de Duendes. Conque, o hemos de creer que no hay tales Duendes, y que es ficción cuanto nos dicen de ellos, o que si los hay, son verdaderos Espíritus.

3. Realmente es así, que puesta la conclusión negativa de que los Duendes sean Espíritus angélicos, o humanos, el consiguiente que más natural, e inmediatamente puede inferirse es, que no hay Duendes. A la carencia de Duendes no puede oponerse repugnancia alguna, ni física, ni moral. A la existencia de aquellos animales aéreos, concretada a las circunstancias, y acciones que se refieren de los Duendes, se oponen mil repugnancias físicas.

4. El argumento, pues, es fuertísimo, formado de esta manera: Los Duendes, ni son Ángeles, ni almas separadas, ni animales aéreos; no resta otra cosa que puedan ser: luego no hay Duendes. La mayor se prueba eficacísimamente con los argumentos que respectivamente excluyen cada uno de aquellos extremos: la menor es clara; y la consecuencia se infiere.

§. II

5. Ni obsta en contrario la vulgar prueba de la existencia de los Duendes, tomada de los innumerables testigos que deponen haberlos visto, u oído, lo cual parece funda certeza moral, siendo increíble que mientan todos estos testigos, siendo tantos. Este argumento, aunque en la apariencia fuerte, sólo es fuerte en la apariencia. [74]

6. Lo primero, porque apenas son la centésima parte de los hombres los que deponen haber visto Duendes ¿Y qué inconveniente tiene el afirmar, que la centésima parte de los hombres son poco veraces? ¡Ojalá no fuera mucho mayor el número de los contadores de patrañas! En cada Lugar de cinco, o seis mil individuos de población (tomando uno con otro) habrá doce, catorce, o veinte, que digan haber visto Duendes. Ruego a los que tienen práctica del Mundo me digan con ingenuidad si hacen juicio que en Pueblos de este tamaño no haya más de veinte embusteros.

7. Lo segundo, porque los testigos que se citan no son examinados legítimamente: era menester, para hacer fe, ser preguntados debajo de juramento, de orden del Magistrado, o Superior. Las especies que se sueltan en una conversación son fiadores muy fallidos de la verdad. ¡Cuántas cosas se dicen en los corrillos, que después se desdicen en los Tribunales! En las confabulaciones ordinarias se atiende mucho menos a la instrucción que al deleite, y nada embelesa más a los circunstantes que la narración de extraordinarias apariciones; pero aún más deleita al recitante que a los oyentes. Recibe aquel una satisfacción muy dulce de la cuidadosa atención conque le escuchan estos: mucho más, si, como comúnmente sucede, se interesa su aplauso en la narrativa. ¡Oh qué cosa tan grata es para un hombre el que le crean que tuvo valor para hacer frente a un Espectro formidable en el silencio de la noche! La tentación, que por esta parte hace la vanidad, es tan ocasionada, que no hay que extrañar que tal vez haga caer a hombres bastantemente veraces. Ciertamente es menester un amor heroico a la verdad para no violarla jamás con una mentira leve, cuando en esto se atraviesa el interés propio, sin riesgo del perjuicio ajeno. Por lo común no se necesita tanto motivo para mentir en materia de apariciones; basta aquella complacencia transcendente que experimenta en referir cosas extraordinarias el mismo que se acredita ocular testigo de ellas. [75]

8. A esto se debe añadir, que muchas veces no se cuentan estas cosas con ánimo serio de persuadirlas, sí sólo para hacer burla de alguno, o algunos espíritus crédulos que intervienen en la conversación; y estos habiéndolo creído, lo hacen creer después a otros.

9. Lo tercero, que frecuentemente las relaciones que se oyen en esta materia dependen de error del que las hace. Los espíritus tímidos, y supersticiosos (calidades que suelen andar juntas) cualquiera ruido nocturno, cuya causa ignoran, atribuyen al Duende. La imaginación de los pusilánimes en la escasez de luz, de las sombras hace bultos; y también a veces, con no menor riesgo, de los bultos hace sombras. Si algún ruido de noche los despierta, el pavor les desordena el movimiento de los espíritus, de suerte, que en aquel tropel se les representan imágenes extrañas: a que ayuda mucho que en aquellos primeros momentos de la vigilia aún no ha sacudido la razón todas las nieblas del sueño. Entonces es cuando, aunque la cámara donde reposan esté totalmente obscura, juzgan divisar como errantes, y divididas, en medio de tenue luz, algunas sombras: si el miedo es excesivo, se perturba la fantasía de modo que participan el error de los ojos los oídos, o la imaginación por ellos, aprehendiendo que oye articuladas voces.

10. Es verdad que hay pocos sujetos capaces de tanto desorden; pero en otros suple su embuste aquellos extremos adonde no llega su error. Voy a dar un aviso importantísimo, descubriendo un origen, poco advertido, de innumerables patrañas bien creídas, porque se citan por ellas Autores acreditados de veraces. Un hombre nada mentiroso, pero pusilánime, y poco reflexivo, oyó algún estrépito nocturno, con tales circunstancias que se persuadió a que era Duende: refiere después el caso debajo de la misma persuasión: alguno de los que le oyen halla que aquel estrépito con aquellas circunstancias pudo provenir de otra causa mas connatural, y procura desengañarle, proponiendo que pudo hacer aquel ruido, o el viento, [76] o un gato , o un ratón, o un doméstico que quiso hacerle aquella burla, para tener después de que reírse, &c. ¿Qué sucede en este caso? Que el mismo que con buena fe refirió al principio que le había inquietado el Duende, porque así lo había creído, ya empieza a defender su error con mala fe, por no retractarle, y por no sujetarse a la nota de poco reflexivo, o de muy pusilánime, y para este efecto va añadiendo al suceso circunstancias fingidas, que acrediten que no pudo ser otro que el Duende quien ocasionó aquel ruido.

11. Lo mismo sucede a cada paso en otras cualesquiera materias. Veréis a un Conjurador que con buena fe exorciza a una mujer, creyéndola poseída, y que con la misma buena fe os refiere las señas que le persuaden a que efectivamente lo está. Halláis que aquellas señas son equívocas o falaces, y procuráis instruirle en que pueden ser efectos de un accidente histérico, o ficciones de la misma exorcizada. El porfiará lo que pudiere por mantener su opinión; y cuando le apretéis tanto con los argumentos, que le hagáis conocer la verdad, ya el rubor de confesar su yerro, ya el temoso empeño que contrajo con el calor de la disputa, le inducen a mantener su lucha contra la verdad. Mas viendo que no puede ya defender la pretendida posesión, en virtud precisamente de las señas que al principio había referido, y que son verdaderas en el hecho, aunque no en la significación, inventa otras mas eficaces de su cabeza, y llegará a levantar a su conjurada, que habla Latín, Griego, y Hebreo: que vuela por los aires, que adivina los pensamientos, &c.

12. Es tan común esta flaqueza en los hombres, que conozco muchos, por otra parte tan veraces, que con total espontaneidad jamás dicen una mentira; pero metidos, y calentados en la disputa, echan mano de cualquiera ficción que les parezca oportuna para defender su sentencia. Citan por ella Autores que no vieron, o están por la contraria: afirman proposiciones que saben ser falsas: niegan otras que conocen verdaderas: divierten el [77] asunto principal a alguna incidencia; y en fin hacen cuanto pueden por meter la disputa a la ley de la trampa. Tanto puede, aun en hombres nada inclinados a mentir, la vergüenza de confesar su error, cuando el desengaño les viene por mano ajena en la lid de la disputa, creyendo que es lo mismo entonces darse por desengañados, que declararse vencidos.

13. Volviendo a aplicar la reflexión presente al asunto de este Discurso, digo que de este origen vienen muchas fábulas en materia de Duendes: las cuales son creídas porque se señalan por Autores de ellas algunos sujetos acreditados de verídicos, sin advertir la particular flaqueza, y vehementísima tentación, que en aquellas circunstancias los hizo abandonar la veracidad, y resbalar hacia el vicio, que habitualmente aborrecen.

{(a) No sólo la gente baja contrahace, o finge Duendes. El Conde Luis de Valois le escribió a Gasendo que todas las noches se aparecía en el aposento donde dormía una luz, ya de esta, ya de aquella figura; pidiéndole que le explicase la causa. Gasendo, por no acudir al refugio de Duendes, o Espectros, por ser indigno de tan grande Filósofo no decir más de lo que diría cualquiera del vulgo, puso en prensa toda su Filosofía para exprimir algo que persuadiese poder ser producido por causa natural el fenómeno; pero todo dio, como suelen decir, en vago. La aparición de la luz era verdadera, y la causa natural: mas no la que Gasendo discurría. Una Criada de la casa, por orden de la Condesa, era autora del juguete. La misma Condesa lo confesó tres años después; y que el motivo era para que el Conde dejase la habitación de Marsella, donde ella no estaba gustosa. ¿Quién creyera una trampa tan civil en una señora tan alta? ¿Pero qué hay que extrañar? A veces no son más que hombres los señores; ni más que mujeres las señoras.}

§. III

14. Pero los Duendes mentidos, que más eficaz, y más generalmente engañan, y pasan por verdaderos, son los Duendes contrahechos, o remedados por hombres, o mujeres, que con algún designio particular se meten a hacer este papel en esta, o aquella habitación. [78] Algunos no toman esta ocupación por otro motivo que una maligna complacencia de inquietar, y aterrar a los domésticos; pero las más veces interviene fin mas criminal. ¡Oh, cuántos hurtos, cuántos estupros, y adulterios se han cometido, cubriéndose, o los agresores, o los medianeros, con la capa de Duendes! Estas pesadas burlas se detuvieron, o atajaron, siempre que en la caso donde se ejecutaban había algún hombre de espíritu, que intrépidamente se empeñó en el examen de la verdad. Donde toda la familia se compone de gente fácilmente crédula, triunfa seguramente el embuste, salvo que algún accidente le manifieste.

15. Bien es verdad que yo no admiro tanto la credulidad de aquellos que padecieron semejantes engaños, cuanto la de algunos Autores que nos comunican estas noticias; y suponiéndolas verdaderas, fundan sobre ellas algunas máximas doctrinales erradas, conque dan más aliento a los que quisieren practicar esta especie de treta. Dicen algunos que estos espíritus inquietadores, a quienes llaman Duendes, están limitados a determinado sitio, y lugar, en el cual pueden dañar, de tal modo, que fuera de aquel sitio son incapaces de hacer perjuicio alguno. Esta máxima se funda en ciertas historias semejantes a la que refiere Moure, citado por el Padre Fuente la Peña, de un demonio íncubo que oprimía violentamente a una mujer en cierta parte de la casa; pero mudando esta la cama a otro cualquiera cuarto, nunca padecía aquella ignominia. Yo creo firmemente que el conjuro de una buena tranca sería el mas eficaz para aquel íncubo. ¿Qué se debe, ni puede discurrir en este suceso, sino que era el autor algún pícaro industrioso, y atrevido, el cual sólo podía entrar en aquel cuarto, y no en otro de la casa, o porque si era doméstico, sólo para aquel había tránsito sin estorbo desde el sitio donde él se recogía; o porque, si era extraño, sólo podía introducirse por la ventana de aquel cuarto? Donde se debe creer que la mujer era cómplice voluntaria, y usaban los dos de concierto de aquella invención, o para salvar el ruido cuando [79] fuesen sentidos, o para que aterrados los domésticos, en vez de estorbar, se retirasen. Si se dijese, que cuando la mujer se prevenía con oraciones, reliquias de Santos, o agua bendita, no la acometía el íncubo, estaba bien. Pero para el demonio ¿qué más tiene esta parte que aquella de la casa? Y el fundar en esta, y otras historias del mismo tenor la máxima de que hay Duendes que sólo pueden inquietar, y hacer daño en determinado sitio; ¿de qué puede servir sino de animar a los que quisieren usar de esta vana creencia de vulgo para sus torpes intentos?

16. Lo mismo digo de otra opinión vulgar, no menos ridícula: conviene a saber, que suelen los Duendes asociarse a determinadas personas. Dicen que se ha experimentado muchas veces que al tiempo que entra alguna persona en una casa, entra el Duende en ella, y en saliendo aquella, se va también el Duende. ¡Notable sinceridad! Yo creo que el caso que dio motivo a este error, sucedió, y sucede muchas veces. Entra una criada (o criado) en una casa a servir, y entra el Duende; sale la criada, y sale el Duende. ¿Por qué? Porque ella misma era el Duende, o lo era algún pícaro por motivo de ella. Acaeció muy poco ha en la Corte un suceso de este género, cuya verdad averiguó cierto amigo mío, confesándosela, movida de algún interés, la criada misma que había hecho el papel de Duende, y había puesto en notable confusión, no sólo la casa donde servía, mas aun todo el barrio. La comedia de la Dama Duende se representa más veces que se piensa, porque hay muchas damas que son Duendes; como también muchos que se hacen Duendes por las damas.

§. IV

17. Con las advertencias establecidas se ocurre fácilmente a los argumentos que se nos pueden hacer con las muchas historias de Duendes que se hallan escritas; pues los Autores de ellas escribieron lo que [80] oyeron, y creyeron con buena fe; porque no todo lo que se escribe se examina con todo el rigor imaginable, ni puede, porque falta tiempo, oportunidad, y medios para lograr en todo un cabal desengaño. Por cuya razón los colectores de varias noticias escriben todas aquellas que hallan guarnecidas de cualquiera mediana autoridad, si en su contextura no encuentran alguna repugnancia.

18. Estas relaciones de Duendes ya no vienen de los antiguos Gentiles, que los significaron en sus Lares, Larvas, y Lemures, distinguiendo con estos tres nombres sus varios Genios, o benéficos, o malignos, o indiferentes. En Herodoto se lee el Espíritu, que apareciéndose a Jerjes, le aconsejó la guerra de Grecia; en otros Autores Griegos las sombras errantes que hacían inaccesible el campo Maratonio, después del horrendo estrago que en él padecieron los Persas. En Plutarco la mujer en traje de Furia, que vio Dion Siracusano: y el mal Genio que se apareció a Bruto la noche antecedente a la Batalla Filípica. En Suetonio las Fantasmas del Palacio que habitó Calígula, después de muerto este Emperador. En Plinio el Junior la sombra agigantada, que infestando una casa de Atenas, la hizo inhabitable, hasta que el atrevido Atenodoro, entrando en ella ahuyentó la Fantasma.

19. Algunos Autores fueron tan crédulos a narraciones vanas de Espectros, que perdieron todo el derecho que podían tener a ser creídos. Jorge Agrícola, que escribió felicísimamente de la naturaleza, y generación de los minerales, con esta ocasión refiere como tan frecuentes las apariciones de demonios en las mineras de los metales, y demás lugares subterráneos, que si fuese creído apenas se hallaría quien, aun ofreciéndole muchas sumas, se atreviese a cavar en una mina. Fue sin duda Agrícola uno de los primeros sabios de su siglo; sin embargo tuvo el defecto de creer en esta materia mentiras de minadores.

20. No niego yo, antes firmemente creo, que el demonio, permitiéndoselo la Divina Providencia, se ha aparecido algunas veces a los hombres; mas no que esto [81] sea con la frecuencia que quieren algunos Escritores, y creen todos los vulgares. Y si se habla (como aquí hablamos) de aquellos demonios a quienes con particularidad se da el nombre de Duendes; esto es, demonios juguetones, chocarreros, que no hacen otra cosa, que andar moviendo trastos, tirando chinas, espantando la gente con terrores inútiles, o divertiéndola con bufonadas indiferentes, digo que no los hay, ni los ha habido; porque Dios nunca permite al demonio estas apariciones, sino, ya para el ejercicio de los buenos, ya para enmienda, escarmiento, o castigo de los malos. Pero de estos Duendes, que se dice andan habitualmente jugueteando en las casas, no vemos seguirse algunos de los expresados efectos. ¿Cómo es creíble que haya demonios, que como afirman Olao Magno, y otros, tomen la ocupación habitual de cuidar de un caballo, sin hacer otro bien, ni otro mal en casa? ¿Otros que sirven inocentemente en la cocina? ¿Otros que ejecutan de muy buena gana otros servicios lícitos que les entregan?

21. Nuestro famoso Abad Juan Tritemio en la Crónica del Monasterio Hirsaugiense, cuenta que hubo en el Obispado de Hildesheim, en Sajonia, un Duende celebérrimo, llamado Hudequin. Era conocido de toda la comarca, porque frecuentemente se aparecía, ya a unos, ya a otros en traje de paisano, y otras veces hablaba, y conversaba sin que le viesen; mas su residencia principal era en la cocina del Obispo de aquella Diócesi, donde hacía con muy buena gracia todos los servicios que le encargaban, y se mostraba siempre muy oficioso con los que le trataban con agrado; pero vengativo, cruel, implacable con los que le ofendían. Sucedió que un día un muchacho de los que servían en la cocina le dijo muchas injurias. Quejóse Hudequin del agravio al Jefe de cocina para que le diese satisfacción. Viendo que no se hacía caso de su queja, mató al muchacho que le había injuriado, y dividiendo su cuerpo en trozos, los asó al fuego, y esparció por la cocina. Ni aun se satisfizo con esta crueldad [82] su saña. Cuanto había servido antes a los Oficiales de la cocina, tanto los molestaba después, y no sólo a estos, pero a otros muchos del Palacio Episcopal, y de la Ciudad; de modo que parecía que aquella ofensa le había mudado enteramente la índole.

22. El chiste más gracioso que Tritemio refiere de este Duende es, que un Caballero, cuya consorte era sobradamente libre, estando para hacer una ausencia algo larga de su casa, le dijo a Hudequin chanceando, que le guardase a su mujer entretanto que volvía. No lo tomó de chanza Hudequin, antes seriamente respondió que sería fiel custodia suya; y así que fuese sin miedo de padecer, por la fragilidad de su mujer, la menor ofensa. Como lo ofreció lo ejecutó. Acudían algunos mozos libres a la casa de la señora; pero Hudequin, atravesado en la escalera, o en la puerta, a golpes los hacía retirar a todos; de modo que ninguno logró la entrada. Vuelto el Caballero de su viaje, y encontrando a Hudequin, le aseguró éste de la puntualidad conque le había servido; pero quejándose del mucho trabajo que le había costado le añadió, que otra vez que emprehendiese algún viaje, no tenía que hacerle aquel encargo: porque (decía) antes guardaré cuantos puercos hay en Sajonia, que cargarme de guardar otra vez a tu mujer.

23. Tritemio, según el tiempo, al cual adscribe este suceso, fue posterior a él mas de trescientos y cincuenta años, y así no hay razón para considerarle fiador de su verdad. Por otra parte sus circunstancias le hacen increíble. Un demonio, tan fiel servidor de sus amigos, aun cuando le mandan cosas, no solo lícitas, sino positivamente honestas, cual lo es impedir las desenvolturas de una mujer casada, estorbando el acceso a sus galanes, es una quimera. Bien puede ser que el demonio estorbe algún pecado externo, cuando lo mira como medio para lograr después la ejecución de otros mayores; pero no hubo efecto alguno que acreditase en Hudequin este designio.

24. Lo mismo digo de todos los demás Duendes; los [83] cuales, según las historias que se refieren de ellos, generalmente se nos pintan muy ajenos de aquella malignidad suma, y ardiente deseo de nuestra perdición, propio del demonio.

§. V

25. Réstanos disolver un argumento, el cual se nos propone en esta forma: la Iglesia usa de exorcismos contra los Duendes: luego realmente los hay. La consecuencia se infiere, porque erraría la Iglesia, si no habiendo Duendes usase contra ellos de exorcismos, pues esto es suponer que los hay. El antecedente se prueba; porque en el Ritual Romano hay un exorcismo dirigido a este fin, con el título: Exorcismus domus à demonio vexatae.

26. Respondo lo primero, que entre los exorcismos de que usa la Iglesia (lo mismo digo de todos los demás Ritos) hay unos propiamente aprobados, otros meramente permitidos. Los aprobados son puramente los contenidos en el Ritual Romano, el cual para uso de toda la Iglesia se formó de orden, y debajo de la autoridad de Paulo V. Los meramente permitidos son todos aquellos que se practican en algunas Iglesias, sin estar recomendados con la autoridad Pontificia. Digo, pues, que el exorcismo alegado no está incluido en los primeros, sino en los segundos, porque no es del cuerpo del Ritual Romano, sino añadido en el Apéndice, tomado del Ritual de Toledo, que para el uso de las Iglesias de España se imprimió incorporado con aquel.

27. Respondo lo segundo, que aquel exorcismo (désele la autoridad que se quisiese) sólo infiere que hay demonios que ejercen su malignidad, infestando algunas habitaciones. Pero como la infestación puede ser de muchas maneras, y no precisamente del modo que las infestan los Duendes, nada se prueba a favor de la existencia de estos con aquel exorcismo. Puede el demonio infestar a los habitadores de una casa, o visible, o invisiblemente, o molestándolos con sus travesuras, o (lo que es mucho peor) [84] instigándolos a pecar con repetidas sugestiones; y contra este género de infestación puede dirigirse aquel exorcismo.

28. Por conclusión advierto aquí lo mismo que advertí al fin del Discurso primero, que yo no profiero sentencia definitiva, y general que sea incapaz de toda excepción: sólo pretendo hacer más cauteloso el común de los hombres, para que no preste con facilidad asenso a rumores vanos. Lo que puedo asegurar es, que todos los cuentos de Duendes, a que yo me hallé con proporción para averiguar la verdad, los hallé falsos. Debajo de este velo se cometen muchas picardías; y así es razón que en cualquiera Pueblo donde hay algún rumor de estos, los hombres de espíritu, y penetración se apliquen seriamente al examen, para que hallando ser impostura, sea castigado el Autor.

§. VI

29. Aunque el nombre de Espíritus Familiares con propiedad conviene a los Duendes, de quienes acabamos de tratar; en España sólo se usa de esta voz (aunque también con propiedad) para significar aquellos demonios que se dice estar ligados por alguna determinada persona, la cual se sirve de ellos a su arbitrio.

30. De estos no hay tantos cuentos como de Duendes, porque no es tan fácil que los contrahaga el engaño, o los imagine el error. A que se añade, que como semejante asistencia de los Espíritus infernales no puede suceder sin pacto expreso de la persona a quien asisten, cualquiera noticia falsa que se forjase en esta materia, sería luego descubierta, debiendo entender en el examen, para averiguar el delito, la Justicia.

31. Por tanto, esta es una de aquellas cosas que por lo común sólo se cuentan de lejas tierras, o de tiempos remotos. El vulgo de España cree que es muy frecuente el uso de estos Espíritus Familiares en otras Naciones; en tanto grado, que dicen que los venden unos hombres a otros; y algunos añaden que esta venta se hace públicamente sin rebozo alguno, como la de cualquier género [85] ordinario. En que se ve bien que no hay mentira, por monstruosa que sea, que el vulgo no admita sin repugnancia.

32. Lo más admirable es, que hombres que están fuera del vulgo también hayan dado asenso a esta ficción. Crespeto, citado por el Padre Delrio, refiere que los Espíritus Familiares se hallan venales en Francia, y en Italia (expresión que significa que el que los busca los halla, y por consiguiente la venta se hace sin mucho disimulo). Si este Autor es Pedro Crespeto, Religioso Celestino, que floreció en Francia al fin del siglo decimosexto, es más de extrañar en él tan extravagante noticia, porque fue muy sabio para creerla, y muy virtuoso para fingirla.

33. En España dicen que venden los Espíritus Familiares en Francia; en un Autor Francés leí que los venden en Alemania; y en Alemania varios Autores asientan que esta venta es frecuente en las Regiones más Septentrionales. Así van echando esta patraña unas Naciones a otras, para que se verifique el adagio, de que las grandes mentiras son de lejas tierras.

34. Que el demonio puede ser ligado por la virtud de Dios Omnipotente, comunicada a sus Ministros, y Siervos, no tiene duda. Así en el libro de Tobías se lee el demonio Asmodéo, ligado por el Arcángel San Rafael en el desierto; y en el Apocalipsis, Satanás atado con una cadena por otro Ángel en el Abismo. Pero que los conjuros de la Magia estén dotados de este poder, es muy falso. Círculos, palabras, ritos, que carecen de toda actividad, y no pueden mover la más leve arista de una parte a otra, ¿cómo han de tener fuerza para traer a un demonio del Infierno, atarle, y sujetarle al arbitrio de un hombre? El recurso es decir, que en virtud del pacto que se hace con un demonio de jerarquía, u orden superior, éste por el dominio que tiene sobre otro inferior, le ata, y obliga a aquella sujeción.

35. Yo convengo en que haya esa autoridad de unos [86] demonios sobre otros, y que Dios les permita el uso de ella; pero dudo mucho que el demonio superior, con quien se hace el pacto, sea tan fiel en la observancia de él como nos suponen las noticias que corren de los Espíritus Familiares; pues según lo que se dice, estos jamás rompen su prisión, y el que los compra lo hace debajo del supuesto que da su dinero por una alhaja inadmisible. El demonio no observará pacto alguno, sino en tanto que conduzca a sus depravados designios; y en las innumerables circunstancias que pueden ocurrir, habrá casos en que a su malignidad tenga más cuenta quebrantar el pacto, que observarle.

36. Como quiera que sea posible que el demonio preste con legalidad ese funesto obsequio a los hombres, aseguramos, no obstante, ser fábula lo que el vulgo cree de los demonios familiares de las Naciones extranjeras. Si fuese tan frecuente su uso, se leería mucho de ellos en las Historias clásicas de los Reinos, pues intervendrían como instrumentos en los sucesos de mayor monta. Siendo vendibles, ¿quiénes mejor podrían comprarlos que los Príncipes? Con un Familiar que cada uno tuviese a su mandado, ¡oh cuánto ahorrarían de lo que gastan en Postas, y de lo que expenden en ganar confidentes para saber lo que se trata en los gabinetes de sus enemigos! ¿Son por ventura todos los Príncipes tan timoratos, que solicitados de la ambición renuncien a todos los medios ilícitos de promover sus intereses? Sin embargo, en las historias no se encuentra el uso de los Familiares, ni señas de él; antes todo lo contrario, pues no se lee suceso alguno a quien no se señalen las causas naturales, y ordinarias.

37. Así que las narraciones de Espíritus Familiares sólo se hallan en el vulgo, o en algún Autor nimiamente crédulo, y fácil, que andaba recogiendo cuentos de viejas para llenar un libro de prodigios. Los años pasados corrió por Galicia, que cerca del Cabo de Finis Terrae se vio venir volando de la parte del Norte una nube, de la cual salieron tres hombres cerca de una Venta, y después [87] de desayunarse en ella, volvieron a meterse en la nube, y continuaron el vuelo hacia la parte Meridional. Por ser esto en aquel tiempo en que las Potencias coligadas contra nosotros solicitaban entrar en su alianza a Portugal, se discurría que aquellos tres eran Postillones aéreos de alguna Potencia del Norte, que llevaban cartas a aquel Reino. Si fuese así, podría la misma Potencia enviar también por el aire Navíos, y Ejércitos; pues al demonio tan fácil le es conducir por las nubes treinta Navíos, como tres hombres solos. Pero no es razón gastar más tinta en impugnar tan irrisible fábula.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo tercero (1729). Texto según la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 72-87.}