Tomo cuarto ❦ Discurso tercero
Lámparas inextinguibles
§. I
1. No hay en toda la naturaleza cosa más obscura que la luz. Hablo, no respecto del sentido, sino de la razón. Nada ven sin ella los ojos, y nada ve en ella entendimiento. Todo es palpar sombras, cuando se pone a examinar sus rayos. Su instantánea propagación por el dilatadísimo espacio de una esfera, cuyo ámbito comprehende muchos millones de leguas, es una maravilla tan grande que nadie la creería, a no constarle por experiencia. Tengo por sin duda, que en ese caso no habría Filósofo, que atentos sus principios, no la declarase manifiestamente repugnante. Algunos hallaron tan incomprehensible este fenómenos, o tan inadaptable a todo ente material, ni substancial, ni accidental, que dieron en el extraño pensamiento de que la luz es un ente medio entre espíritu y cuerpo.
2. A las insuperables dificultades que ofrece al entendimiento la naturaleza de la luz tomada en común, añaden otras muchas los diferentes cuerpos luminosos a quienes se contrae. El resplandor inextinguible de los Astros, la generación del fuego elemental, la furiosa actividad del rayo, la perennidad de los volcanes, la existencia de luz sin fuego en aquellos cuerpos, ya natural, ya artificialmente luminosos, que llamamos Fósforos, aun después de tantas especulaciones, se conservan impenetrables a los más sutiles Físicos. [46]
§. II
3. Mas ve aquí, que cuando nos hallábamos harto embarazados con los fenómenos ordinarios de la luz y el fuego, se ha aparecido en las Historias un fenómeno extraordinario, capaz no sólo de poner en una nueva tortura a la Filosofía, mas de hacer dudoso lo que en orden a la naturaleza del fuego nos enseña la experiencia. ¿Qué cosa más sabida, o más acreditada por la experiencia, que el que el fuego consume la materia que le sirve de pábulo? Esto, pues, puntualmente han puesto en duda las noticias que en varios Autores se leen de Lámparas que se han hallado en algunos antiquísimos sepulcros, las cuales estuvieron ardiendo, a lo que se pretende, quince siglos, o más, y ardieran hasta ahora, y siempre, si la entrada del ambiente, o la inopinada fractura del vaso al abrir los sepulcros no las hubiera apagado.
4. Tres son las Lámparas perpetuas más plausibles de que se halla noticia en los Autores. La primera dicen se halló por el año 800 (otros dicen que el de 1401, que es mucha variación) en el sepulcro de Palante, hijo de Evandro, Rey de Arcadia, y auxiliar de Eneas en la guerra contra el Rey Latino, el cual se descubrió en Roma con la ocasión de abrir cimientos para un edificio. Refieren que el cuerpo de Palante, que era de prodigiosa magnitud, se halló entero, y en el pecho se distinguía la herida con que le había quitado la vida Turno, la cual tenía cuatro pies de abertura; que junto al cuerpo ardía una Lámpara, y adornaba el sepulcro el siguiente Epitafio:
Filius Evandri Palas, quem lancea Turni
Militis occidit, more suo jacet hic.
5. La segunda Lámpara perpetua dicen se halló en el sepulcro de Máximo Olybio, antiguo Ciudadano de Padua, por los años de 1500, colocada entre dos fialas, en las cuales se contenían dos purísimos licores, que parece servían de nutrimento a la llama. Añaden que una fiala era [47] de plata, la otra de oro, y cada una contenía el metal de su especie, disuelto con alto magisterio en un licor sutilísimo. Había una inscripción en la urna, por donde constaba que Máximo Olybio había compuesto, y mandado poner en su sepulcro aquella Lámpara, en honor y obsequio de la infernal deidad de Plutón.
6. La tercera se atribuye al sepulcro de Tulia, hija de Cicerón, descubierto en la Via Apia; unos dicen que en el Pontificado de Sixto Cuarto; otros que en el de Paulo Tercero. Conocióse ser de esta Señora el cadáver por la inscripción Latina que tenía puesta por su mismo padre: Tulliolae filiae meae. Ami hija Tuliola. Añaden que al primer impulso del ambiente externo se apagó la Lámpara, que había ardido por más de mil y quinientos años, y se deshizo en cenizas el cadáver que antes estaba entero. En efecto sabese, que Cicerón amó con tan extraordinaria fineza a su hija Tulia, y estuvo en su muerte tan negado a todo consuelo, que se debe extrañar que quisiese, siendo posible, eternizar la memoria de su amor en aquella inextinguible llama sepulcral.
7. Añádense a las tres Lámparas sepulcrales expresadas otras muchas, que se dice haberse hallado en varios sepulcros en el territorio de Viterbo. Fortunio Lyceto, eruditísimo Médico Paduano, gran defensor de las Lámparas perpetuas, en un grueso Tratado que escribió a este intento, pretende que los antiguos no sólo las hayan usado en los sepulcros, mas también en los Templos para obsequio de sus falsas deidades: sobre que alega el fuego eterno que se conservaba entre las Vírgenes Vestales; lo que Plutarco, Estrabón, y Pausanias dicen de una Lámpara continuamente ardiente en el Templo de Júpiter Ammom; otra en el Templo de Minerva en el Puerto de Pireo; otra en Atenas, también en un Templo dedicado a Minerva; otra en el templo de Delfos. En fin, pretende que aun para el estudio, y otros usos domésticos construyeron Lámparas de luz inextinguible algunos grandes hombres, como Casiodoro, y nuestro famoso abad Tritemio. [48]
§. III
8. Verdaderamente, si las noticias citadas son verdaderas, veis aquí que la industria de los hombres no sólo alcanzó a hacer Astros pequeños en la tierra, que en cuanto a lo inextinguible de la luz imiten los del Cielo, más aun a repetir, y multiplicar el milagro de la Zarza de Oreb, que ardía y no se quemaba; siendo preciso que esto mismo se verificase en aquel exquisitísimo licor, que se supone haber ministrado alimento a la llama de las Lámparas perpetuas; pues si el licor al paso que ardía se consumiese, vendría en fin a apagarse la llama.
9. Mas sin embargo de las Historias alegadas, muchos hombres eruditos reputan por fábula y quimera cuanto se dice de las Lámparas perpetuas. Singularmente escribieron contra Fortunio Lyceto, Octavio Ferrari, Docto Milanés, y Paulo Aresio, Obispo de Tortona. La prueba general contra la posibilidad de dichas Lámparas se toma de la experimentada naturaleza del fuego, el cual consume cualquiera materia que le sirve de pábulo. Por consiguiente cualquiera licor que se elija para nutrimento de la llama, se consumirá, y de este modo vendrá a extinguirse la luz.
10. Por esta razón, si no se profunda y aclara más, parece dejar libertad a los contrarios para responder que sólo tenemos experiencia de que el fuego consuma los licores que ordinariamente se le presentan para su nutrimento; de lo cual no puede inferirse que no haya algún licor exquisito que sea excepción de esta regla; así como, no obstante la casi universal actividad del fuego para disolver y destruir todos los cuerpos, se sabe que el oro es excepción de esta regla. Y aun por eso algunos de los que defienden las Lámparas perpetuas, se imaginan que el nutrimento de ellas, y especialmente la de Máximo Olybio, haya sido el oro, reducido a substancia líquida por algún singular arcano de la Química que hayan alcanzado los antiguos, e ignoren los modernos. [49]
§. IV
11. Para atajar, pues, esta evasión es preciso examinar más profundamente el asunto que nos sirve de prueba. Para lo cual debe advertirse, que no todo cuerpo que es capaz de padecer en algún modo la actividad del fuego, lo es de administrar algún alimento a la llama. Así un cuerpo, cuya substancia haya logrado perfecta fijación de todas sus partes, como el oro, podrá calentarse, podrá derretirse, pero no podrá inflamarse; esto es, no podrá levantar jamás luz, o llama, por lo menos en tanto que no le agite otro fuego más activo que el ordinario. La razón de esto es, porque precisa y únicamente son materia de la llama las partes sutiles, volátiles, y exhalables de los mixtos, a quienes damos el nombre de humo, y los Químicos llaman bituminosas, sulfúreas, &c. Así se ve claramente que la llama no es otra cosa que el humo encendido, y que no por otra cosa (como ya en otra parte advertimos) sube arriba la llama en forma piramidal, sino porque sube el humo, que es materia suya. Vése también que en evaporándose todas las partes volátiles de cualquiera mixto, por inflamable que sea, ya es imposible suscitar en él alguna llama; así el carbón levanta llama entretanto que exhala copioso humo; después persevera ardiendo mientras dura la exhalación de otras partes volátiles de la misma naturaleza, o menos copiosas, o más sutiles; pero en consumiéndose éstas del todo, lo cual sucede cuando no resta más que la ceniza, ya es imposible hallar cebo a la llama.
12. De lo dicho evidentemente se infiere ser imposible licor alguno que preste nutrimento a una Lámpara sin consumirse; porque debiendo ser materia de la llama el humo mismo que continuamente se va exhalando, llegará a consumirse enteramente en virtud de la perenne exhalación el alimento de la luz. Por tanto firmemente creo que el Padre Kírquer inútilmente anduvo solicitando el aceite extraído químicamente de la piedra Amianto para el efecto de hacer Lámpara perpetua; pues aun cuando le lograse, o [50] no podría dar alimento a la llama, o si le diese, necesariamente se habría de consumir.
§. V
13. Este argumento terminaría la cuestión, si los defensores de las Lámparas perpetuas no tuviesen otro recurso que aquel licor imaginario; pero entre ellos algunos siguen para defender su opinión un sistema, con el cual enteramente están puestos fuera de la esfera de la actividad de la prueba alegada. Dicen éstos, que puede perpetuarse la luz, aunque sucesivamente se vaya exhalando en humo el licor que la alimenta. Para lo cual, suponiendo que la Lámpara esté por todas partes cerrada, de modo que no pueda salir de su concavidad el humo, meditan que este vuelva a condensarse, y reducirse a la forma misma de licor que antes tenía. De este modo, con una continua circulación del licor en humo, y del humo en licor, conciben que nunca falte pasto a la llama. Y porque en la mecha resta nueva dificultad que vencer, la allanan con que esta se haga de lino incombustible de Asbesto, o Amianto, del cual dimos noticia Tom. I, Disc. XII, n. 34 y 35. Otros discurren, que la mecha sea de oro dividido en sutilísimos hilos. Y de cualquiera modo que se idee la Lámpara perpetua, siempre se requiere mecha de materia incombustible, u de resistencia invencible a la actividad del fuego.
14. Este sistema, por cualquiera parte que se mire, padece tales dificultades, que le hacen absolutamente improbable. Empezando por lo último, en que se supone no haber dificultad alguna, yo lo hallo, no sólo difícil, sino imposible; porque el Amianto es incombustible, pero no indisoluble. Quiero decir, que aunque el fuego no pueda reducirle a cenizas, ejerciendo en él aquel acto que con propiedad se llama combustión; pero necesariamente con la continua agitación irá desligando sus partes, de modo que últimamente la mecha se reduzca a polvo. Que esto haya de suceder así, consta de la poco firme textura del [51] Amianto, pues con facilidad se desligan, y deshebran sus partes: ¿cómo resistirán, pues, el continuo impulso del fuego, no digo por tanto siglos como pretenden los contrarios, mas aun por algunos pocos años? La mecha de Amianto, de que usó el Padre Kírquer por espacio de dos años, y se dice hubiera durado más si no se hubiera perdido por incuria, nada prueba; pues aun suponiendo que ardiese seis horas cada noche, esta duración solo equivale a la de medio año continuo; y así es muy conciliable esta experiencia con lo que dice otro Autor, que no dura más de un año la mecha de Amianto. Por lo que mira a la mecha de oro, no sabemos si será a propósito para sustentar la llama; y dado que lo sea, ¿quién, siendo esta metal tan licuable, saldrá por fiador de que poco a poco no vaya derritiendo el fuego aquellos sutiles hilos?
15. El regreso inmediato de la materia disipada en humo a su ser primero, me parece puramente imaginario. El humo de cualquier licor inflamable, aunque se cuaje en algún cuerpo sobrepuesto, representa una textura y color muy distinto del licor de que se exhaló.
16. Muchos Filósofos experimentales asientan que la llama sólo puede durar en aire libre; y así, si la Lámpara está del todo cerrada, se apagará luego; y si no lo está, por donde no lo estuviere saldrá el humo, y se irá disipando toda la materia.
17. En fin, estando la Lámpara del todo cerrada, enrareciéndose con la acción del fuego el ambiente contenido dentro de ella, necesariamente la ha de romper; y aunque esta ruina no se siga muy prontamente, si la Lámpara es muy firme y de mucha capacidad, parece que a la continuada fuerza del ambiente contenido irá cediendo poco a poco, hasta que últimamente se rompa.
§. VI
18. Impugnadas así las Lámparas perpetuas propiamente tales, resta examinar otros dos arbitrios que se han discurrido para imitarlas. Algunos, creyendo ser [52] imposible mantener siempre la luz sin suministración de nueva materia, pensaron en sugerírsela a beneficio preciso de la naturaleza, colocando la Lámpara en alguna parte subterránea donde haya manantial de petróleo, u otro betún líquido, el cual encaminándose por un estrecho conducto a la cavidad de la Lámpara, le suministre siempre nueva materia combustible. De este modo juzgan se pueden hacer Lámparas sepulcrales, que ardan perpetuamente en muchos lugares donde hay semejantes manantiales de petróleo, como de hecho los hay en varias partes de Italia, de Sicilia, y en algunas Islas del Archipiélago.
19. Todo estaba muy bien, como no quedase en pie la dificultad de la mecha, en que no reparan los Autores que dan por exequible este arbitrio. Aunque aquella se haga de la piedra Amianto, como quieren, la continua agitación de la llama la irá deshilando y deshaciendo, como arriba hemos advertido. Pero aun cuando se considere el Amianto invencible a toda operación del fuego, resta otro tropiezo totalmente insuperable; y es, que no habiendo algún licor inflamable tan puro que no contenga algunas partículas heterogéneas, estas irán entrapando la mechas, de modo que últimamente se cierren los conductos por donde da paso al humo que se exhala, y enciende: con que en fin necesariamente vendrá a apagarse. El petróleo, o cualquier otro aceite mineral (si es que hay otro) o fluye por la tierra, o por las cisuras de las peñas; de cualquiera modo no puede menos de traer, y llevar consigo muchas partículas menudas de tierra, o piedra. Por lo cual resolvemos que este modo de hacer Lámparas perpetuas, aunque ingeniosamente discurrido, es impracticable.
§. VII
20. Otros en fin, conociendo la imposibilidad de los medios hasta aquí referidos, recurrieron a los Fósforos para salvar en algún modo la verdad de las Historias que testifican la existencia de las Lámparas sepulcrales. Llámase Fósforo (voz Griega, que equivales a la [53] Latina Lucifer) cualquiera materia permanentemente luminosa, o que luce sin que la encienda algún fuego sensible. Hay Fósforos naturales, y artificiales. Del primer género son aquellos gusanillos que lucen de noche, las escamas de los peces, las plumas de algunas aves, la madera podrida, y otros muchos. Los Fósforos artificiales son en dos diferencias; unos que lucen y no arden; otros que arden y lucen. En la primera especie es famosa la piedra de Bolonia, dicha así, porque se halla a una legua de aquella Ciudad, a las faldas del monte Paterno, la cual mediante la calcinación con ciertas circunstancias, se hace luminosa. El modo de hacer esta preparación se halla en el Tratado de Drogas simples de Nicolás de Lemeri, verb. Lapis Bononiensis: en el cuarto tomo de las Recreaciones matemáticas y físicas; y en otros Autores modernos. El Fósforo ardiente se hace de varias partes, y excrementos de los animales, pero especialmente de la orina del hombre. Su preparación se puede ver en el libro próximamente citado.
21. Esto supuesto, se puede discurrir, que los antiguos supiesen el secreto de la construcción de los Fósforos, y usasen para ilustrar los sepulcros de alguna especie de ellos, capaz de conservar la luz respecto de muchos siglos; pero tan delicada, respecto del ambiente externo, que al primer contacto de este se apagase, y que esta luz hallada en algunas urnas deslumbró a los obreros que cavaban, de modo que juzgaron y publicaron ser de Lámparas que habían estado ardiendo muchos siglos.
22. También se puede imaginar, que los Fósforos incluidos en los sepulcros fuesen de tal naturaleza, que al contacto del aire externo se encendiesen. El Padre Tylkouski, de la Compañía, Profesor de Filosofía en Varsovia, en su Meteorología Curiosa, describe el modo de hacer un Fósforo de esta especie. Tómense, dice, mercurio, tártaro, cal, y cinabrio, y cuézanse en vinagre hasta que el vinagre se haya exhalado del todo: póngase aquella mezcla en un vaso bien cerrado a fuego vehemente: déjese después enfriar. Si algún tiempo después se abre el vaso, [54] se enciende la materia, y levanta llama; pero muy prontamente se disipa. Con esta invención, u otra semejante se lograría la misma ilusión; pues siendo prontísimas, así la producción de la llama al contacto del aire externo, como su extinción después de haberse encendido, sería fácil equivocarse los asistentes, juzgando que la llama anteriormente estaba encendida, y entonces se apagaba.
23. Sin embargo, creo que ninguno de los dichos artificios lograría el pretendido efecto. La razón es, porque no hay Fósforo alguno, el cual conserve siempre la luz. La experiencia ha enseñado que todos se apagan, aunque a desiguales plazos. Así es quimera pensar que alguno luciese por espacio de catorce o quince siglos. Y aunque algunos dicen, que el Fósforo puesto en consistencia de cera nunca se apaga, esto no debe significar otra cosa, sino el que conserva la luz por mucho tiempo; pues siendo bastantemente reciente la invención de semejantes Fósforos, nadie hasta ahora pudo tener experiencia de su duración, ni aun por el espacio de medio siglo. Las materias que con varias disposiciones artificiosas se hacen luminosas o inflamables, no son de tan firme textura como el oro, la plata, ni aun como otros metales. Por tanto, es preciso que con el tiempo se disuelvan, o por lo menos admitan nuevas combinaciones en sus insensibles partículas, las cuales no sean aptas para la acción de iluminar.
§. VIII
24. Hasta aquí filosóficamente hemos impugnado la posibilidad de la luz elemental inextinguible. Resta ahora decir algo de las historias con que se pretende acreditar su existencia. Por lo que mira al fuego llamado eterno, que se cuenta ardía en los Templos de algunas Deidades del Gentilismo, no hay en que tropezar; porque de antiguos Escritores consta, que se le daba aquel nombre, no porque no necesitase de nuevo pábulo, sino porque sucesivamente se le suministraba con cuidado, porque nunca faltase la luz en el Templo. De la que ardía [55] en el Templo de Júpiter Ammon dice Plutarco, que sus Sacerdotes habían observado que gastaba menos aceite unos años que otros, de donde inferían, que los años eran desiguales en la duración; y aunque la ilación era absurda, pero el hecho sobre que caía la observación muestra que la Lámpara consumía el alimento en que se cebaba; por consiguiente era menester socorrerla con nuevo alimento a tiempos. De la del Templo de Minerva en Atenas dice Pausanias, que duraba un año sin apagarse; lo que persuade, o que la mecha, la cual, según el mismo Autor, era de lino Asbestino, no podía servir más tiempo (lo que es conforme a lo que arriba discurrimos sobre la imposibilidad de que dicha mecha dure siempre), o que de una vez la infundían aceite para todo el año, para cuyo efecto podía estar construida la Lámpara con el artificio que discurrió Cardano, que hoy está bastantemente en uso, especialmente en las Naciones Extranjeras, donde se sirven de esta que llaman Lámpara de Cardano muchos hombres de letras. Es verdad que Pausanias discurre de otro modo, pero absurdamente y con implicación manifiesta.
§. IX
25. En cuanto a las Lámparas sepulcrales, de que se habló arriba, podemos decir con seguridad que cuanto se alega es fábula. Empezando por la del sepulcro de Palante, se muestra ser impostura: Lo primero, por la gran discordancia de los Autores en orden al tiempo en que se señala este hallazgo. Lo segundo, por la enorme grandeza del cadáver, y de la herida; pues aunque vulgarmente se cree que los antiguos eran de mucho mayor estatura que nosotros, ya hemos mostrado en su lugar ser este uno de los errores comunes. Y de paso, por vía de confirmación, añadimos aquí la observación de que los cadáveres y huesos de Santos de la primitiva Iglesia, que en varios Santuarios se adoran, no representan mayor estatura que la que tienen los hombres de este siglo. ¿Pues si en mil y setecientos años no menguó sensiblemente el tamaño del [56] cuerpo humano, por qué se ha de discurrir que hubo tan enorme disminución en los siglos anteriores? Lo tercero, porque la inscripción Latina, que se dice haberse hallado en el sepulcro de Palante, manifiestamente es supuesta; pues ni en el tiempo en que murió aquel Joven, ni muchos siglos después se habló de aquel modo en el Lacio, o País Latino. Aun la Ley de las doce Tablas, que fue posterior seis u ocho siglos a la guerra de Eneas, está concebida en un idioma tan bárbaro, que sin mas subsidio que las instrucciones de la Gramática ordinaria, no hay quien le entienda. Es sabido que la Lengua Latina, cual hoy la tenemos de diez y ocho a veinte siglos a esta parte, no es Lengua original, sino derivada de la Griega, especialmente del Dialecto Eolio, con la mezcla de varias voces Oscas, Etruscas, y de otros Pueblos antiguos de Italia.
26. Para tener por igualmente fabulosas las Lámparas sepulcrales de Máximo Olybio, y de Tuliola bastan las razones de imposibilidad alegadas arriba. A que se añade la manifiesta contradicción de dos Autores sobre la de Olybio. Juan Bautista Porta dice, que se hizo pedazos por inadvertencia de los obreros al abrir el sepulcro. Francisco Maturancio, vecino de Perusa, en una carta a su amigo Alfeno, citada por Fortunio Liceto, asegura, que tiene en su poder intactas y enteras la Lámpara, y las dos fialas de oro y plata, y que no daría este precioso monumento por mil escudos de oro. Donde debo advertir que esta deposición de Maturancio no debe hacernos fuerza por dos razones: La una, porque sólo nos viene por la mano de Fortunio Liceto, apasionado propugnador de las Lámparas inextinguibles: La otra, porque posible es que existiesen tales alhajas, y se hubiesen hallado en el sepulcro de Máximo Olybio, sin que por eso fuese verdad lo de la luz inextinguible.
27. Cicerón habló mucho de su hija Tulia, después que falleció esta señora. Amábala con extrema ternura, y dejó en varias epístolas suyas grandes testimonios del desconsuelo y aflicción que su muerte le ocasionó. Su amor [57] y su dolor llegaron al punto de enloquecer en cierto modo a aquel grande hombre, porque estuvo mucho tiempo en el designio de erigir Templo al honor de su hija, y dejarla consagrada en grado de Deidad a la superstición de los venideros. Pero nunca hizo memoria de sepulcro erigido a su hija; antes bien en algunas epístolas a Atico, protesta, que se desagrada todo lo que huele a sepulcro. De modo, que bien lejos de hallar en las obras de Cicerón vestigio de la llama sepulcral inextinguible (digna por cierto de que hiciese alguna memoria de ella, si la hubiese encendido, o quisiese encenderla al honor de su hija) le vemos desviado de toda construcción de sepulcro, porque su pasión amorosa sólo le inclinaba a Ara, y Templo. Y aunque no se sabe qué paradero tuvo su sacrílego proyecto, es de creer, que mitigada con el tiempo la pasión, quedase suspenso entre los dos extremos, por no acreditarla inmortal con el Templo, ni confesarla mortal con el sepulcro.
28. En cuanto a las muchas Lámparas sepulcrales que se dice haberse hallado en el territorio de Viterbo, persuade que todo es invención el no haberse conservado alguna de ellas. ¿Es posible que todas se rompieran, y se derramó el precioso licor que las cebaba? De cualquiera de ellas que se conservase el licor y la mecha, aunque al abrir el sepulcro se apagase, podría encenderse de nuevo, y hoy duraría encendida. Y pues no hay tal cosa, no se debe dudar que todo es fábula.
29. De las Lámparas de Casiodoro no tenemos más testimonio que el del mismo Casiodoro; y este sólo da a entender, que las que él construyó conservaban la luz mucho tiempo, sin ministrarlas nuevo alimento; pero no siempre: Quae (lucernae) humano ministerio cessante prolixe custodiant uberrimi luminis abundantissimam claritatem {(a) Inst. cap. 30.}. Para esto bastaría que las de Casiodoro fuesen como la Lámpara de Cardano. De las que se atribuyen al Abad Tritemio podemos [58] decir lo mismo, si es que hay algo de verdad en ello; porque no pienso haya otro fundamento, que haber dado algunos Químicos Alemanes en atribuir a Tritemio el conocimiento de cuantos arcanos inauditos se les pusieron en la cabeza; porque suponiendo, como suponían todos, haber sido un eminente Químico Tritemio, redundaban en honor de su arte las maravillas que referían de aquel excelente Profesor.
§. X
30. Varias veces he advertido (y con todo juzgo conveniente repetirlo aquí) que es notable la propensión de los hombres a fingir cosas prodigiosas. Se experimenta un género de delectación tan atractiva en referir todo lo que tiene algo de peregrino y admirable, especialmente si hay la esperanza de hacerlo creer, que frecuentemente ceden a esta tentación algunos sujetos nada inclinados a mentir en asuntos comunes. Y como estas cosas no sólo con gusto se fingen, mas también con igual recreación se oyen y se repiten, hacen un progreso portentoso semejantes fábulas; de modo, que lo que pocos años ha se vertió en un corrillo o en una carta, hoy se halla copiado en diez u doce libros. Un ejemplo gracioso de esto referiré aquí, que porque pertenece a la materia de Fósforos, o cuerpos permanentemente luminosos, de que hemos tratado en este Discurso, tiene en él su lugar propio.
31. Juan Fernelio, doctísimo Médico Francés, en el libro segundo de Abditis rerum causis, cap. 17, para persuadir con una demostración sensible que en las cosas más vulgares ostenta la naturaleza propiedades tan admirables, como aquellas que celebramos por extraordinarias y exquisitas, usa de la ficción ingeniosa de representar las propiedades de la llama, aplicadas a una piedra preciosa que supone haber venido aquellos días de la India. Procede aquella obra de Fernelio en forma de Diálogo, en que hablan tres personajes, Filiastro, Bruto, y Eudoxo. Filiastro es quien se hace Autor de la especie, diciendo a [59] Bruto: «Que poco ha trajo de la India un hombre una piedra de extraordinarísimas y admirables calidades. Es prodigiosamente luminosa, y en cualquier parte que se coloque de noche, da copiosa luz a todo el ambiente vecino. Mal hallada en la tierra, con continuado ímpetu porfía a elevarse sobre ella; no permite que la encierren en parte alguna, antes ama estar siempre en libertad; y se desvanecería de los ojos, si la pusiesen en estrecha custodia. No tiene figura constante y determinada, sino inconstante, y que a cada momento se muda. No permite que nadie la manosee, y hiere furiosamente a cualquiera que se atreva a tocarla, &c.» Oyendo Bruto la narración, dificulta el asenso; pero asegurado por Filiastro, que es verdad cuanto le ha dicho, y que se lo hará ver con sus propios ojos, confiesa que es la cosa más maravillosa que jamás ha oído. Ves aquí, le replica entonces Filiastro, que todas estas portentosas propiedades que te he presentado en una exquisita piedra venida de la India, las ves todos los días en la llama que se enciende en cualquiera materia combustible, sin que te causen la menor admiración. De aquí se infiere, que se admiran las cosas sólo por el título de peregrinas; y que si se hiciera la reflexión debida, tan admirable se nos representaría la naturaleza en muchas cosas y operaciones vulgares, que todos los días estamos manoseando, como en la atracción del imán, como en el flujo, y reflujo de la Mar. Si el fuego no existiera sino en alguna Región remota de la América, u de la India Oriental, nadie sin grande estupor oiría referir sus propiedades a los que hubiesen estado en aquélla Región. Pero como el fuego en todas partes se halla, no notan en él propiedad alguna digna de admiración los mismos que admiran por raras y extranjeras, cosas mucho menos admirables. Hasta aquí Filiastro.
32. Comunicó Fernelio este discurso, o juego de espíritu a Pepino, Médico de Anna de Montmoransi, Condestable de Francia, a tiempo que el Rey Enrico Segundo, acompañado del Condestable, se hallaba en Boloña, y [60] Fernelio asistía al Rey en calidad de Médico suyo, como Pepino al Condestable. Vivía a la sazón en París otro Médico, llamado Antonio Mizaldo, bien conocido de los curiosos de los secretos de naturaleza, por el libro que escribió de Arcanis naturae: hombre docto, pero muy crédulo, y gran compilador de cuanto llegaba a su noticia perteneciente a maravillas y arcanos. Ocurrióle a Pepino divertirse un poco a costa de la credulidad de Mizaldo, con quien tenía correspondencia: para este efecto le escribió una carta, en que le noticiaba como hecho verdadero lo mismo que Fernelio había propuesto sólo como ficción ingeniosa. Decía, que al Rey le habían enviado aquella piedra de la India Oriental, y describía sus propiedades en la forma misma, y aun con las mismas voces que se hallan en el libro citado de Fernelio. El crédulo Mizaldo participó a muchos la carta de Pepino, y en fin llegó su copia al famoso Historiador Jacobo Augusto Tuano, el cual creyó la relación no menos que Mizaldo; y sin embargo de que tenía ya entonces impresa su Historia, hallando digna la noticia de darse a la luz pública, la introdujo en las adiciones que hizo a la primera edición de París. No tardó mucho el Tuano en desengañarse de la fábula, y enterarse de la burla que se había hecho a Mizaldo, por lo cual previno que se quitase aquella narración de su Historia en todas las ediciones posteriores. Pero ya el remedio llegó tarde; porque como la Historia del Tuano fue desde los principios tan bien recibida en toda Europa, los Libreros de Francfort hicieron muy presto segunda edición, ingiriendo en el cuerpo de la obra la noticia de la piedra venida de la India, con las demás adiciones. La edición de Francfort se esparció por Alemania, y otros Reinos, y a la sombra de los grandes créditos de sinceridad, discreción, y exactitud de su Autor se esparció con ella, logrando fe, aun entre la gente literata, la resplandeciente piedra de la India. Como ya antes algunos viajeros mentirosos del Oriente habían dado noticia de la luminosa piedra llamada Carbunclo, una de las más insignes fábulas de la [61] Historia natural, como ya hemos advertido en su lugar, la noticia que se leyó después en el Tuano, fue recibida como una confirmación invencible de lo que habían dicho antes los viajeros.
§. XI
33. Este ejemplo debe justamente inducir una prudente desconfianza, o suspensión de asenso a varias noticias de cosas extraordinarias que se hallan en algunos Autores por otra parte muy calificados. ¿Qué Historiador ha excedido en estos últimos siglos los créditos del Tuano? ¿Quién más exacto, más desapasionado, más circunspecto? ¿Quién más proporcionado que él para certificarse de si a Enrico Segundo le había venido aquel exquisitísimo presente de la India? Era personaje de muy alto respeto en toda la Francia, por su integridad, por su sabiduría, y por los grandes empleos que tuvo. Fue inmediato a los tiempos de Enrico Segundo, o por mejor decir contemporáneo, pues nació seis años antes que muriese aquel Príncipe. Sin embargo de tantas y tan relevantes circunstancias, creyó e hizo creer a toda Europa una solemne fábula, originada de un ridículo principio, en que fue lo peor, que otros muchos Autores copiaron la misma fábula del Tuano.
34. ¡O cuantas veces sucede esto mismo! ¡Y cuantas noticias se hallan muy calificadas en el orbe literario que no tuvieron mejor origen que la piedra luminosa de Enrico Segundo! Cree un Autor muy veraz y clásico lo que fingió un embustero, ignorando muchas veces la oficina del embuste, porque a sus manos llega por las de todo un Pueblo, o las de toda una Provincia, preocupada ya de la fábula: Dala al principio en un libro. Ya tiene la autoridad de un hombre grande a su favor. Transcriben otros lo que hallaron escrito en este, y al término de cien años, o mucho menos, ya se cuentan por docenas los Autores que afirman la especie. Esto basta, y sobra, para que si alguno quisiere impugnarla, se le trate de imprudente, temerario, atrevido, &c. [62]
§. XII
35. Aun hay más que decir (y acaso lo mejor) sobre la ingeniosa ficción de Fernelio. No sólo se originó de ella la fábula que hemos referido, mas también otra no menos extravagante, y en las circunstancias más absurda. Siendo el contexto de Fernelio en el lugar que hemos citado tan claro, ¿quién creerá que de él se haya tomado ocasión para atribuir a este Autor la invención de un Fósforo artificial excelentísmo? ¿Y quién creerá, que una alucinación tan extraña se halle en el gran Diccionario Histórico de Moreri, impreso el año de doce? (no sé si se repitió en las ediciones posteriores, porque no las he visto). Nótense estas palabras de dicho Diccionario en el cuarto tomo, ver. Phosphore: El inventor del más admirable de todos los Fósforos es Juan Fernelio, Médico del Rey Enrique Segundo. El hizo ver a su Majestad, y a toda la Corte, estando en Boloña, una piedra artificial, que arrojaba una grande luz enmedio de las tinieblas. Fingió Fernelio que dicha piedra había venido de las Indias para hacerla más estimable; porque como dice él mismo, lo raro hace las cosas más preciosas: Fernelio murió en este viaje de Cales, y no tuvo tiempo para dar al público la composición de esta piedra. Advierto, que al fin del artículo se cita a Fernelio de Abditis rerum causis. Y siendo cierto que en todo aquel Tratado, el cual consta de dos libros, no hay especie alguna de Fósforo, o piedra luminosa, ni cosa que tenga la menor alusión sino la que citamos arriba, se conoce la crasa equivocación de los que introdujeron aquella noticia en el Diccionario; pues Fernelio en el lugar alegado, inmediatamente a lo que dice de la piedra traída de la India, clarísimamente confiesa, que aquélla es una pura ficción, o un enigma en que debajo del nombre de una piedra explica las propiedades de la llama.
§. XIII
36. Me he dilatado en este asunto, porque conduce mucho no sólo al intento particular del presente Discurso, mas también al general del Teatro Crítico. [63] No se introdujeran, o no tomaran vuelo en el mundo tantas fábulas, si los más de los hombres no tuviesen una casi ciega fe con lo que leen en los Autores. No se examinan las fuentes de donde se derivan a ellos las noticias. No se usa de crítica para discernir lo posible de lo imposible, lo verisimil de lo inverisimil, y muy pocos tienen los principios necesarios para este discernimiento. No se advierte que los más clásicos Autores usaron de ajenos informes, sin exceptuar de esta regla aun los coetáneos a los sucesos, pues siempre sería muy poco lo que podrían ver con sus propios ojos; y aunque ellos fuesen muy sinceros, es muy posible que no lo fuesen todos los que sirvieron de conductos a sus noticias. Ni hay que oponer a esto, que siendo prudentes sabrían distinguir, y dar la debida estimación a los informes; pues no hay prudencia humana que alcance a sondear las razones de todos aquellos con quienes se trata. Fuera de que muchos tienen por prudencia asentir a todas aquellas noticias que se hallan extendidas en un Pueblo, o en una Provincia, sin hacerse cargo de la facilidad con que la ficción de un embustero discurre como contagio toda una Región. No por eso pretendo una general desconfianza, una total suspensión de asenso a cuanto se halla escrito, sino una sabia precaución para examinar las circunstancias que pueden servir de pruebas, o indicios de la creibilidad, o increibilidad de las narraciones.
37. Hagamos palpable la distinción que hay entre leer con crítica, o sin ella en el asunto del Discurso presente. Un entendimiento humilde y vulgar, llegando a saber que son muchos los Autores (como de hecho llegarán hoy a centenares) donde se halla escrita la noticia de las Lámparas inextinguibles de los sepulcros de Palante, de Máximo Olybio, y de Tulia, aquí para, porque, o le faltan los principios necesarios para examinar la verisimilitud del hecho, o aunque los tenga, no sabe usar de ellos. La multitud de Autores tomada a bulto es para él regla infalible, y tratará de imprudente y temerario a cualquiera que dude o contradiga aquellas noticias. Pero un hombre discreto [64] y dotado de la instrucción y talentos necesarios notará lo primero las dificultades insuperables que la Física, así teórica como experimental, representa en la existencia, y aun en la posibilidad de dichas Lámparas. Notará lo segundo, que en los antiguos Escritores no se halla sombra, ni vestigio de estas luces sepulcrales inextinguibles. Notará lo tercero las contradicciones de los Autores que las afirman, en cuanto al tiempo y otras circunstancias. Notará lo cuarto, que ninguno de los Autores que las afirman y defienden, dice haberse hallado presente al descubrimiento de alguno de aquellos sepulcros. De toda estas observaciones prudentemente concluirá, que la especie de las Lámparas inextinguibles es uno de los muchos monstruos que engendra el embuste, y alimenta la credulidad.