Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto

Dedicatoria
Que hizo el Autor al muy Ilustre Señor Don Juan de Goyeneche, Señor de Belzunce, &c.

No busco Mecenas en V.S. porque nadie busca lo que tiene. Desde que vieron la luz mis primeras producciones, se declaró V.S. protector de ellas, y mío: dicha, que carga toda sobre mi agradecimiento, por no haber tenido parte en ella mi solicitud. La estimación de mis escritos pasó muy luego en V.S. a inclinación amorosa a mi persona, como me testificaron los muchos favores que debí a V.S. cuando estuve en esa Corte, y que hasta hoy me continúa, no sólo dignándose de honrarme con su correspondencia epistolar, mas acreditando con finísimos hechos las tiernas expresiones de que siempre abundan sus discretísimas Cartas. Dice el Gran Canciller Bacon, que antiguamente era costumbre [IV] entre los Autores dedicar los libros a sus amigos. Melius veteres, qui non aliis quam amicis, atque aequalibus scripta sua dedicare solebant. Este sí era obsequio puro; porque por ningún lado le manchaba el interés. El que antecedentemente se experimentó amigo, ya está ganado para todo; con que nada va prender de nuevo el anzuelo de una Dedicatoria. Sin esa diligencia será Mecenas ahora el que sin ella lo era antes. Y en caso que la indigencia del Autor le constituyese en términos de aspirar a otro favor de menos decoroso sonido; tampoco esperaría un amigo poderoso, y generoso a la mendicante sumisión de la Dedicatoria para mejorar su fortuna.

Revoco, pues, señor, ahora al uso moderno la noble práctica de los antiguos Escritores. De un amigo tan fino, tan magnánimo como V.S. no espero, ni quiero sino lo que ya estoy poseyendo, que es su afecto; como V.S. sabe muy bien que no he querido hasta ahora otra cosa. Pero mucho mejor lo sé yo; porque tengo altamente [V] estampadas en la memoria sus repetidas generosas ofertas. Y lo que es mucho más, ¿cómo podré jamás olvidar lo que poco ha sucedió, que habiendo dado yo a un sujeto de mi cariño una Carta de recomendación para V.S. sólo a fin de que le solicitase algún patrono en la América, adonde le conducía la estrechez de su fortuna, harto desproporcionada a su mérito, no contento V.S. con ejecutar lo que yo le suplicaba, con instancias le ofreció el dinero necesario para los gastos de tan largo viaje? ¿Qué haría conmigo, quien hace esto con otro, sólo por saber que es de mi afecto? Ya se ve que me constituiría yo indigno de tanto amor, si el mío no fuese tan desinteresado como el de V.S. generoso.

Mas no por eso, señor quiero jactarme de que vaya desnudo de toda ambición el respetuoso culto de colocar el nombre de V.S. en la frente de este Libro. Soy tan sincero, que he de confesar lo que tengo de ambicioso. Un alto interés acompaña a mi gratitud en esta acción. Aspiro con ella a un [VI] grande honor. ¿Cuál es? Que conozca todo el mundo, que V.S. es mi amigo. Para los que saben quién es el señor Don Juan de Goyeneche (¿y quién hay que lo ignore?) significa mucho a mi favor su amistad. Los raros talentos de V.S. tan acreditados en el mundo, a todo el mundo persuaden que nunca yerra en la elección de amigos, ni coloca su cariño sino donde encuentra proporción de los méritos. Dotó Dios a V.S. de una singularísima perspicacia, y claridad de entendimiento; y sobre todo le concedió en grado eminente aquella parte más alta, la más útil, y juntamente la más difícil de la Política, que es la íntima penetración de los sujetos que trata. Cuanto yo puedo, y debo inferir de aquí, es, que algo de bueno debo tener, cuando V.S. me ama tan de veras. Pero es sin duda que el público inferirá aún mucho más, porque son pocos los que advierten, que por discreto y justo que sea el que favorece a muchos, nunca la dispensación es tan independiente de la fortuna, que en uno u otro [VII] individuo no supla por el mérito la suerte.

Ello es constante, que en la opinión común la afición de V.S. es una calificación de muy singular carácter, por la experiencia que hay de que V.S. aunque en general ama todo lo bueno, sólo se prenda de lo exquisito. Días ha, que empecé a observar, que no oí nombrar sujeto alguno por amigo o favorecido de V.S. que por un camino u otro no estuviese adornado de excelentes prendas. Yo mismo, estando en la Corte, noté, que siempre que vi a V.S. le hallé acompañado de sujetos tales: como Planeta superior del Cielo literario, circundado siempre de satélites luminosos. Es la Casa de V.S. noble Academia donde concurren los más escogidos Ingenios; no humilde Tertulia donde se admiten míseros pedantes. No hallo en la Historia ejemplar más ajustado al genio de V.S. que el de aquel gran Romano, Lúculo, a cuya habitación, dice Plutarco, acudían los doctos como a hospicio propio de las Musas (velut ad Musarum hospitium), y donde [VIII] hallaban mesa franca los Ingenios sobresalientes de aquella Era; esto es, los Griegos: In summa erant convivium, & prytaneum Graecis omnibus Romam commeantibus ejus penates.

Hasta aquí he celebrado a V.S. sólo en aquella parte donde por reflexión vuelve hacia mi persona el eco del aplauso. A mí mismo me adulo con el elogio. Mas si vuelvo los ojos a todas las demás brillantes cualidades de V.S. pierdo la vista y el tino en tanta copia de luces, como el que se pone a contar las estrellas. ¿Qué parte hay en la Ethica, ni en la Política, donde no se pueda señalar a V.S. como ejemplar de singularísima nota? ¿A quién no admira ese corazón soberanamente magnánimo, e igualmente que magnánimo benéfico, donde jamás se cierra la puerta al ruego, y las más veces se anticipa la liberalidad a la súplica? ¿Quién no envidia esa comprehensión maravillosa, que de todo entiende, y a todo atiende? Ya el general consentimiento va haciendo proverbio de aquella sentencia [IX] que profirió un discreto, y aprobaron luego todos los que lo son: Todos para sí, Goyeneche para todos, y para todo. Un dicho tan expresivo, tan definitivo de quien es V.S. no dejándome que añadir en la substancia, por eso mismo me obliga a que le ilustre con algún género de comento.

Es V.S. para todos; porque, como el Sol, a todos extiende su beneficencia, siempre que se presenta oportunidad, o lo dicta la razón. Es para todos; porque todos hallan en V.S. lo que respectivamente les corresponde: el Soberano fidelidad; el superior respeto; el igual franqueza; el humilde afabilidad; el virtuoso amor; el sabio veneración; el ignorante enseñanza; el pobre piedad; y todos dulzura, veracidad, y honor. Es para todos; porque de todos se hace amar. Príncipes, y vasallos, grandes, y pequeños, Señores, y Populares, Togados, Religiosos, Militares; en fin todos, y de todas clases, desde el instante que empiezan a tratar a V.S. empiezan a amarle. Confieso, que la virtud sola, por grande que sea, no [X] es capaz de producir tanto efecto. Es menester que a la virtud se añada, lo que en V.S. ciertamente se añade, una gracia eficazmente persuasiva en gesto, acciones, y palabras; una exterioridad naturalmente amable y decorosa, que al más rudo revela de golpe las buenas calidades del alma, Oris decor, & amanae gratiae genuis (decía allá Barclayo de su Héroe) cujus virtute omnes ipsius motus, omnes nutus placebant. Es V.S. para todos; porque en la conversación se acomoda al genio, capacidad, y lenguaje de todos. Es esta una felicidad tan rara, que yo dijera que sólo se podía hallar en la idea, si sobre lo que me ha mostrado la experiencia, no me hubiesen testificado infinitos, que la han palpado en V.S. Parece que en la lengua de V.S. está depositado el maná de la discreción. Todos gustan de ella, por más que los gustos sean varios, y aun opuestos.

Es V.S. no sólo para todos, más también para todo. Esta es la otra parte de la definición. ¿Qué asunto, qué objeto, o [XI] útil, o glorioso a la sociedad humana, y a la República, se halla fuera de la esfera de actividad de V.S.? Las Ciencias le reconocen por Protector, las Artes por Promotor. ¿Quién hasta ahora ha consultado a V.S. sobre cualquiera materia práctica que se fuese, que no debiese a su dirección el acierto? ¿En qué cosa ha puesto V.S. la mano (habiéndola puesto en tantas, y tan arduas) que no correspondiese el suceso al designio? Ha hecho V.S. sólo lo que los Extranjeros imaginaban no podrían hacer todos los Españoles juntos. Los que entre ellos más honraban a nuestra Nación, sólo la creían ingeniosa para sutilezas teóricas. V.S. les ha mostrado, que nada es inaccesible al genio Español, rebajándoles al mismo tiempo los intereses, que a su diligencia tributaba nuestra desidia. El Establecimiento de tantas manufacturas, el alto, y felizmente logrado proyecto de conducir de las intratables asperezas de los Pirineos, y aun del centro de esas mismas asperezas, árboles para las mayores Naves, la fundación de [XII] un lugar hermoso, y populoso en terreno que parecía rebelde a todo cultivo; pedían sin duda no sólo una comprehensión elevadísima, mas una grandeza de ánimo incomparable. Uno, y otro nos deparó el Cielo para bien de España en V.S. Era menester, sobre un entendimiento de miras muy sublimes, un espíritu heroico en el grado más eminente, para tomar por su cuenta un hombre sólo la Fábrica de Cristales, habiendo visto perderse sucesivamente dos Compañías formadas al mismo intento. Rodulfo, el primer Emperador Austriaco, no quiso hacer jornada a Italia, aunque al parecer lo pedían los intereses del Estado, por haber observado que todos los Emperadores antecedentes que habían hecho el mismo viaje, habían perecido en aquella Región; e instado para ello por sus Aulicos, los satisfizo con la fábula de la Zorra, que llamada del León, no quiso ir a su cueva, por haber advertido en el camino muchas pisadas de los demás animales que habían sido llamados, pero todas de ida, ninguna de vuelta. [XIII] Era dotado aquel Príncipe de gran corazón; pero para meterse en un empeño donde se perdieron todos los que le emprendieron antes, no basta un espíritu precisamente grande, es menester que sea supremo. Nació V.S. con grandes obligaciones; pero el espíritu es tan superior a las obligaciones del nacimiento, que la voz común, cuando dice, que Don Juan Goyeneche tiene corazón de Príncipe, aún no explica adecuadamente su magnanimidad.

El Heroísmo tiene diferentes clases. Los hombres pueden hacerse famosísimos por varios rumbos. Cada uno podrá repartir entre ellos su estimación como quisiere. Lo que yo siento es, que más fácil es hallar en una República un guerrero tan ilustre como Escipión, un Cónsul tan político como Apio Claudio, un Orador tan discreto como Tulio, un hombre tan docto como Varrón, que hallar un todo, como el de Don Juan de Goyeneche: hallar, digo, un hombre tan para todos, y tan para todo. No creo que estaba fuera de este [XIV] sentir nuestro Monarca Felipe V cuando dijo a su Confesor, que si tuviese dos vasallos como Goyeneche, pondría muy brevemente a España en estado de no depender de los Extranjeros para cosa alguna, antes reduciría a estos a depender de España para muchas. Por los apuros grandes de la Monarquía no pudo lograr tanto el Monarca con un Goyeneche solo, pero fue mucho lo que logró: y no tiene duda, que España debe inmortales gracias a V.S. porque con las manufacturas que estableció, le produjo la conversación de grandes cantidades de dinero, que antes llevaban las extranjeras.

Rindió la antigüedad divinos honores a Minerva, no por otro mérito, que haber inventado el huso, y las obras de lana; que generalmente juzgaban que no debían corresponder con menos que Templos, Aras, y Sacrificios a cualquiera que hacía algún señalado beneficio a los mortales. Deus est mortali juvare mortalem, dijo Plinio el Mayor. Debe España a V.S. [XV] no sólo innumerables obras de lana, de quienes respectivamente a nuestra Monarquía se puede V.S. decir inventor, más otras muchísimas fábricas, de quienes no se acordó Minerva. Es, pues, acreedor V.S. a que la Nación le celebre, no como a Deidad Tutelar suya (vayan fuera hipérboles, y metáforas), pero sí como a un grande Héroe de la Política, y verdadero Padre de la Patria. Yo a lo menos reconoceré, y veneraré siempre estos dos gloriosísimos atributos en V.S. cuya vida guarde nuestro Señor muchos años. De esta de V.S. San Vicente de Oviedo, y Marzo 4 de 1733.

B. L. M. de V. S.
Su más obligado Servidor, Amigo, y Capellán
Fr. Benito Feijoo


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo quinto (1733). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas III-XV.}