Filosofía en español 
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Tomo séptimo Discurso nono

La Cuaresma Salutífera

§. I

1. Cierto Ilustrísimo Prelado, no menos venerable por su piedad, que por su doctrina, habiendo con celoso resentimiento contemplado, que el uso de dispensaciones de la abstinencia Cuaresmal, franqueadas por los Médicos con el motivo de indisposición corporal, es mucho más frecuente, que justo; con repetidas instancias me excito a formar un Discurso sobre esta materia: lo que gustosamente voy a ejecutar, por complacer a dicho Prelado, y cooperar a su santo celo.

2. Supongo, que ni todos los Médicos exceden en el asunto, como también, que entre los que exceden, los más proceden con buena conciencia. Médicos hay, que en prescribir el uso de las carnes en el tiempo de Cuaresma, proceden con toda la circunspección debida a la gravedad de la materia. De los que se apartan del temperamento justo, en unos proviene de mera ignorancia, o inadvertencia; en otros entra a la parte con la inadvertencia, o ignorancia, la viciosa docilidad del genio nimiamente inclinado a la condescendencia. Ni toda la culpa, cuando la hay, queda entre los Médicos consultados; cooperan a veces los mismos consultantes, ya buscando de intento los Médicos más condescendientes, ya exagerando sus males, ya ponderando con exceso el daño, que reciben de los alimentos de Cuaresma. [222] Provenga de este, o aquel origen el desorden, aplicaremos en este discurso el remedio; y para hacerlo con la mayor claridad, y método posible, explicaremos nuestro dictamen en distintas conclusiones.

§. II

3. Digo lo primero, que es incierto, que los alimentos Cuaresmales sean respectivamente a nuestra salud de peor condición, que las carnes de los brutos. Véase, en prueba de esta conclusión, lo que dijimos en el I Tomo, Discurso VI, núm. 10, y 11, donde se hallarán citados varios Autores Médicos famosos, que no sólo conceden igualdad; mas aun preferencia, en orden a prestarnos nutrimento saludable, a los peces, respecto de las carnes. Muchos más son los que Paulo Zaquías, en el lugar insinuado allí, alega al mismo intento. Las sentencias, que apunta de Hipócrates, y Galeno, no sólo prueban, que los peces son buen alimento para los sanos, mas aun saludables, por la mayor parte, a los enfermos; en tanto grado, que Hipócrates los prescribe por manjar conveniente en todo género de fiebres; y Cardano, siguiendo sus huellas, severamente reprehende a los Médicos modernos, porque practican lo contrario.

4. A los Autores, que hemos citado, y que cita Paulo Zaquías, añadiremos uno moderno, el famosos Doctor Don Martín Martínez, que altamente se declara por el alimento tomado de los peces en la Disertación, que formó, sobre si en los días Cuaresmales se pueden comer víboras. Pondré aquí sus propias palabras, porque no sólo manifiestan su opinión sobre el asunto; mas acreditan eficazmente su intrínseca probabilidad.

5. «Aquellas comidas (dice) son más saludables, que se cuecen mejor, y convierten en substancia nutritiva, dulce, suave, y gelatinosa; porque éstas, ni serán tan expuestas a la efervescencia, y tumulto, ni excitarán en nuestros sólidos tan enormes crispaturas, y vibraciones. Pues ahora: si se considera la naturaleza de las carnes [223] sulfúreo-salina, y fibrosa, con la misma dificultad con que resisten por su dureza la tritura de los dientes, y no fácilmente se reblandecen con la permixtión de la saliva, con esa misma se resisten en el estómago, y demás oficinas, a la digestión, o cocción; y caso que se conviertan en humor nutricio, siempre tienen condición salina, áspera, y pungente: pues lo que sucede en la boca, debemos suponer sucederá en los demás órganos; porque siendo la naturaleza una, y en todo semejante, siempre usa el modo más sencillo, y compendioso de obrar, sin mudar medios, ni variar las primeras máquinas, con que empezó sus obras.»

6. «Al contrario, los peces, siendo más tiernos, y viscosos, fácilmente se atenúan, y convierten en una linfa tenue, dulce, y gelatinosa, muy proporcionada para conciliar flexibilidad en las fibras, y fluxibilidad en los humores: ésta es capaz de refrenar el ímpetu de las sales, templar la exorbitancia de los azufres, domar la bilis, humedecer la sangre; y en fin, asociándose amigablemente a nuestras partes, repararlas, y nutrirlas.»

7. «Los peces, demás de esto, entre todos los animales, son los más fecundos, ágiles, y sanos: ni hay historia de peste alguna, o contagio, que hayan padecido; de donde parece se infiere darán un alimento también más sano, y apto para conservar la salud, y robustez. Las carnes sólo son proporcionadas para llenar el cuerpo de crudezas, y pútridos humores, de donde se siguen diarreas, vértigos, gotas, calenturas, y apenas hay dolencia, que no pueda seguirse a esto; por lo cual es adagio, que carnivoram animam non amat bona valetudo.»

8. Ni es de omitir, que poco antes había dicho el mismo Autor, que está defendido entre los Médicos, como más probable, que la Ictiofagia es más saludable, que la Sarcofagia. Son voces Griegas, de las cuales la primera significa el uso, o hábito de comer pescado; y la segunda el de comer carne. Doy que no sea esta opinión la más probable; sea sólo bastantemente probable, como no se puede [224] negar en atención a los testimonios, y razones alegadas, para mi intento basta.

9. Respecto de otros alimentos Cuaresmales, como leche (a los que es permitida), frutas, yerbas, legumbres, subsisten las mismas razones, que militan a favor de los peces: esto es, su más fácil atenuación, y digestión, no abundar tanto de partículas sulfúreas, y salinas, &c. Por lo cual los Autores Médicos muy frecuentemente recomiendan la leche bien condicionada como un excelente alimento; y de yerbas, frutas, y legumbres, dan muchas por sanísimas. Y aun cuando en unas, u otras se reconociese algún vicio, es manifiesto que con la cocción, y el condimento es fácil corregirse.

10. Finalmente; podemos contar entre los Patronos de esta opinión al celebérrimo Gasendo, el cual, en una carta escrita a Helmoncio, contra este famoso Médico, prueba, que la carne no es alimento natural del hombre, o por lo menos, que le son más naturales los frutos de la tierra.

11. Creo, que lo que principalmente mantiene la común persuasión de que las carnes nos dan mejor alimento que los peces, y mucho mejor que frutas, y yerbas, es la mayor semejanza con nuestra substancia. La creencia común, patrocinada de la vulgar Filosofía, asiente a que entre dos substancias semejantes es más fácil la conversión de una en otra, que entre dos desemejantes, o menos semejantes. De aquí infieren, que recibiremos más copioso, mejor, y más pronto nutrimento de las carnes, que de los peces, y mejor de éstos, que de las plantas.

12. Pero este fundamento es levísimo, como se puede convencer de muchas maneras. De él se seguirá lo primero, que sería mejor comer la carne cruda, que cocida, o asada, y que aquélla se digerirá, y convertirá más prontamente en nuestra substancia, que estotra, por la mayor semejanza, que con nuestra carne tiene la carne cruda, que la asada, o cocida. ¿Concederán la secuela los Sectarios de las carnes? Seguiráse lo segundo, que el mejor pan del mundo es un malísimo alimento, por la gran desemejanza, [225] que hay entre su substancia, y la nuestra. Pero todos los Médicos son de contrario sentir, y ordinarísimamente predican con grandes ponderaciones la excelencia de este alimento. Seguiráse lo tercero, que el mejor alimento para el hombres sería la carne humana, lo que sobre favorecer la Androfagia, o Antropofagia (esto es, el horrible uso de comer carne humana), es contra la experiencia; pues los Antropófagos de varias Naciones de Africa, Asia, y América, no se ha hallado, que fuesen más sanos, y robustos, que los habitadores de otros Países, donde nunca se practicó esta atroz barbarie. Seguiráse lo cuarto, que será mejor alimento la sangre, que la carne de los animales; porque la inmediata conversión del chilo no es en carne, sino en sangre; y para esta conversión tiene a su favor la sangre, que se toma en alimento, la mayor semejanza con la sangre del que se nutre, que la carne. La secuela es contra el común sentir de los Médicos, que capitulan a la sangre por manjar muy feculento, y melancólico. Seguiráse lo quinto, que la carne de víboras, tortugas, y cangrejos sea alimento de muy inferior bondad a la de cualquier cuadrúpedo, pues aquélla es menos semejante que ésta a la nuestra. Con todo, aquélla está reputada ser de excelente nutrimento, y muy saludable. Otras mil secuelas absurdas de aquel principio es fácil encontrar.

13. Es constante, pues, que la naturaleza no se gobierna por esas analogías. Una substancia diferentísima de la nuestra, con las alteraciones, que recibe, ya fuera, ya dentro del cuerpo, puede ponerse en estado de formarse de ella un excelente chilo; y al contrario, una substancia muy semejante a la nuestra, con estas mismas alteraciones no llegará a aquel estado. Gasendo en la carta escrita a Helmoncio, que citamos arriba, refiere, que habiendo cogido un navío Maltés en una Isla, donde descendió a hacer aguada, un tierno corderillo, hallándose sobrado de víveres, resolvió el Capitán criarle con carne, queso, pan, y otros alimentos de nuestro común uso. Llegó el caso de que ya bien crecido le mataron, y hallaron su carne [226] insípida, o de gusto muy inferior a los demás de su especie, que se alimentan sólo de yerbas.

§. III

14. Digo lo segundo, que respectivamente a muchas complexiones ciertamente son más saludables los alimentos Cuaresmales, que las carnes. Pruébase esto con razón física solidísima. Porque pregunto: ¿Por qué capítulos se puede pretender, que sean nocivos los alimentos Cuaresmales? ¿Por qué son de menos nutrimento que las carnes? Por eso mismo serán útiles para muchos, cuya virtud nutritiva es excedente. Todos los extremos son nocivos, o peligrosos en nuestra naturaleza. Puede el cuerpo enfermar por nutrirse más de lo justo, como por no nutrirse bastantemente. ¿Por qué el nutrimento, que prestan, no es tan sólido, o es más tenue? Por eso mismo convendrán a aquellos, que son de carnes más densas, o de poros más cerrados, en cuyo caso importa la tenuidad del alimento, para facilitar primero la distribución por todas las partes del cuerpo, y después la transpiración de lo inútil. ¿Por qué son fríos, y húmedos? ¿Cuántos hombres hay, cuya complexión peca de caliente, y seca? A éstos convendrá sin duda aquella clase de alimentos.

§. IV

15. Digo lo tercero, que respectivamente a muchas indisposiciones corporales, ciertamente son más saludables los alimentos Cuaresmales, que las carnes. Pruébase eficazmente esta conclusión por hilación de las mismas razones, con que probamos la antecedente, porque a todas las complexiones viciosas, que allí notamos, se pueden seguir, y se siguen frecuentemente indisposiciones, cuya intemperie, o desorden corresponde al vicio de ellas; por consiguiente serán útiles los alimentos Cuaresmales en dichas indisposiciones.

16. En el Tom. I, Disc. VI, núm. 10, advertimos, como el famoso Etmulero, generalmente condena el uso de [227] las carnes en los febricitantes: Carnes, sicuti ipsis ingratae sunt, ita etiam noxiae {(a) De Febrib. in communi.}. La casual que da; esto es, ser ingratas a los febricitantes, frecuentemente comprehende a los caldos de carne, y así también éstos las más veces se deberán huir como nocivos. Yo tengo por buena, y sólida la razón de este Autor, y firmemente creo, que el apetito, o repugnancia de los enfermos a tal, o cual género de alimentos, si se observa con las precauciones debidas, son la regla más segura para su régimen. Sobre lo cual, véase nuestro IV Tom. Disc. IV, desde el núm. 29 hasta el 46 inclusive, donde tratamos con toda exactitud posible este punto.

17. El famoso Jorge Ballivo, aun con más generalidad autoriza la preferencia de los alimentos Cuaresmales sobre las carnes, así para la preservación, como para la curación de las enfermedades. En la Disertación de Anatome Fibrarum, & de Morbis Solidorum, después de advertir cómo la conservación de la salud depende únicamente de mantenerse los sólidos en una blanda tensión, y los fluidos en un dulce movimiento, dice, que los antiguos padres de la Medicina, así en el estado de salud para conservarla, como en el morboso para repararla, procuraban aquel temperamento a los sólidos, con baños, friegas, y todo género de ejercicios, y a los líquidos prescribiendo por alimento miel, leche, frutas, hortalizas, y prohibiendo enteramente el uso de carnes, y de vino: Mellis, lactis, olerum, fructuumque essu, & omnimoda vini, atque carnis abstinentia in naturali quadam dulcedine ea perpetuo conservabant.

18. El mismo Autor en el Tratado segundo de Fibra Motrice, cap. 14, sienta, que los Filósofos Pitagóricos vivían más sanos, y más largo tiempo, que los demás hombres, porque se abstenían de las carnes, y se sustentaban de las hortalizas, y frutos de la tierra, cuyo alimento, dice, no sólo produce tal temperie, dulzura, y [228] simplicidad en la sangre, que la preserva del ardor, fermentación, y tumulto, de que nacen las enfermedades; mas también ocasiona afectos más templados en el alma, preservándola de las feroces agitaciones de la ira, y la concupiscencia, que tanto desgobiernan la economía del cuerpo humano.

19. Bueno es todo esto para aquellos, que al ver comer a alguno diariamente frutas, y ensaladas crudas, gritan, que otra tanta porción de veneno se introduce en el estómago. Frecuentemente se oye a hombres circunspectos, y graves, ponderando el cuidado, que tienen con su salud, y ajustada dieta, que observan, que sólo comen de aquello, que come el gato. Esto dicen para hacer recomendable entre los circunstantes su prudencia; y yo nunca pude oírlo sin desprecio, y risa. ¿Quién constituyó al gato legislador, regla, o pauta de la humana dieta? Si un hombre no puede servir de regla a otro hombre, y a cada paso se ve, que lo provechoso para uno es nocivo para otro; ¿por qué capítulo un bruto ha de ser ejemplar de dieta para el hombre?

20. Confieso, que no me inclino a probar la generalidad con que Ballivo recomienda la utilidad de frutas, y hortalizas; antes soy de sentir, que haciendo únicamente pasto de ellas, serán nocivas a muchos. Esto se sigue necesariamente de la gran discrepancia de temperamentos. Aun respecto de un mismo sujeto, por las diferentes disposiciones, y circunstancias en que se halla, un mismo alimento, una vez se acomoda bien, otra mal al estómago.

21. Mucho más conforme a la razón, y a la experiencia, como también derechamente a favor de nuestra conclusión, es lo que el mismo Autor dice en el capítulo 9 del Tratado, que poco ha citamos; esto es, que algunos enfermos de fluxiones, y otras dolencias habituales, en la Cuaresma, usando de los alimentos propios de aquel tiempo, mejoran; y llegando la Pascua, por el uso de la carne, vuelven a sentirse mal: como también se experimenta, que algunas enfermedades se curan precisamente con [229] comer hortalizas, legumbres, peces, y otros alimentos, que no están bien reputados; y se exacerban, y crecen con alimentos de mejor jugo, y substancia. Véase el pasaje de Ballivo a la letra en nuestro I Tom. Disc. VI, núm. 10; pero corríjase la cita de Morborum succes. que es equívoca, poniendo en su lugar tract. 2 de Fibra motrice.

22. En confirmación de esta máxima, tengo presente lo que algunos años ha he oído a D. Juan Ignacio Tornai, docto Médico, residente en la Corte, y uno de los más racionales, y discretos que he tratado. Fue llamado éste de una Señora, a quien una fiebre lenta iba consumiendo, y cuya curación otros Médicos antes habían tentado inútilmente. La regla dietética, que le habían prescripto, era, que no usase de otro alimento, que de su pucherito de ave, y carnero, la que la enferma observaba religiosamente, aunque lidiando con el gran fastidio, que le causaba. Al mismo tiempo se quejaba de la inapetencia casi universal, que padecía, con la excepción precisa de ensalada cruda, para la cual sentía bastante apetito. Sin esperar más, decretó el Médico, que usase por cotidiano alimento ensalada cruda; lo que ella aceptó, y ejecutó con gusto. El éxito fue, que la Señora, sin otro remedio alguno, empezó a mejorar sensiblemente, y al fin logró verse perfectamente sana. Insisto siempre, en que siempre se consulte el apetito del enfermo. Mil experimentos propios me atestiguan la seguridad de esta máxima; y tengo la satisfacción de haber aprovechado a muchísimos enfermos con ella.

§. V

23. Digo lo cuarto, que aun respecto de muchos sujetos, a quienes serían nocivos los alimentos Cuaresmales, puede hacerse que no lo sean. Esto se prueba, señalando los medios con que puede corregirse su cualidad nociva. El primero es el condimento oportuno, el cual puede enmendar, ya la frialdad, ya la humedad, ya otra alguna cualidad, comprehendida debajo de la razón [230] común, y confusa de crudeza, con que podrían perjudicar al estómago. El segundo es el uso de bebida competente. El que no acostumbra beber vino, o muy poco en tiempo carnal, bebiendo un poquito de vino, o algo más de lo acostumbrado en tiempo de Cuaresma, podrá soportar mejor la frialdad, y humedad de los alimentos Cuaresmales. Asimismo el que en todo tiempo tiene por bebida regular el vino, logrará el mismo efecto, usando en tiempo de Cuaresma de vino más generoso; y el que no se acomoda a beber vino, enmendará la humedad, y frialdad de los alimentos Cuaresmales, bebiendo entonces agua cocida con canela, u otra especie conveniente.

§. VI

24. Digo lo quinto, que habiendo en los alimentos Cuaresmales tanta variedad, y discrepancia de cualidades, será la mayor parte fácil a los hombres ricos, y de conveniencias, en tanta diferencia de alimentos permitidos, encontrar algunos, que no les sean incómodos; o que la incomodidad, que ocasionan, sea tan leve, que se deba despreciar. Frecuentemente se ve dañarle a tal hombre este pescado, y no aquél, esta legumbre, y no aquélla, &c.

§. VII

25. De lo razonado en todo este Discurso se infiere lo primero, que proceden irracionalísimamente aquellos Médicos, los cuales indiferentemente a todos los enfermos, ya actuales, ya habituales, excusan de la abstinencia Cuaresmal. A muchísimos dañan gravemente con esa dispensación, como queda, a mi parecer, concluyentemente probado. Debe, antes de conceder la dispensación, consultarse con atenta reflexión la experiencia respectivamente, tanto a la complexión del enfermo, como a la cualidad de la enfermedad.

26. Infiérese lo segundo, que es mucho más difícil excusar a la gente rica, que a la pobre de la abstinencia Cuaresmal. La razón es clara, y está bastantemente insinuada [231] arriba. Los ricos pueden, entre muchos alimentos Cuaresmales, escoger los más cómodos respectivamente a su complexión. Pueden asimismo corregir los que son incómodos, ya con la bebida conveniente, ya con el condimento oportuno. Los pobres están, por lo común, precisados a unas berzas de mala calidad, y mal, o nada aderezadas; cuando más a un pescado muy salado, o medio podrido. Sobre esto, su bebida ordinaria, por lo menos en los Países donde el vino es género extranjero, y costoso, es agua. A todo se añade, que los pobres, (no hablo aquí de los que mendigan de puerta en puerta, sino de Labradores, y Oficiales de la más humilde clase en materia de conveniencias) no exageran sus indisposiciones, como los ricos; y apenas acuden jamás al Médico, ni quieren ser tratados como enfermos, sin mucho motivo. Por todas estas razones los Médicos deben ser incomparablemente más fáciles en excusar de la abstinencia Cuaresmal a los pobres, que a los ricos. No sé si algunos lo hacen al revés. Por lo menos es cierto, que a proporción son mucho más ricos, que comen carne en Cuaresma, que los pobres.

27. Con los que están entre los dos extremos de pobreza, y riqueza, pueden los Médicos alargar, o encoger la indulgencia, a proporción, que se acercan más, o menos a uno, y otro extremo.

28. Los Religiosos, de cualquier Instituto que sean, merecen particular consideración en esta materia. Paréceme, que los Seglares contemplan a los Religiosos, en cuanto a las conveniencias de la mesa, como una gente perfectamente media entre pobres, y ricos, o los equiparan a la gente de medianas conveniencias del siglo; pero realmente se engañan. Permitiré, o concederé graciosamente, que el coste de la mesa de un Religioso iguale al precio de lo que consume en la suya un Seglar de medianas conveniencias. ¿Por eso la conveniencia de los dos es igual? No; sino desigualísima. El Seglar, cuanto lo permite su caudal, varía los manjares, según le dicta, o el apetito, o la experiencia de lo que le dañan, o aprovechan. El Religioso no tiene [232] este arbitrio: ha de comer de lo que hay para todos los demás, o quedarse sin comer. Otra tanta desigualdad hay en el modo, que en la substancia. El Seglar hace preparar la comida conforme a su gusto, y temperamento: al Religioso nadie examina el temperamento, ni el gusto, para prepararle la comida. Para todos va el manjar, o cocido, o frito, o asado, o salado, o insulso, o frío, o caliente, o con este, o con aquel aderezo; pero comunísimamente mal aderezado para todos.

§. VIII

29. Concluyo este discurso, disipando un escrúpulo, o duda moral, concerniente a la materia, que tratamos, en que he visto enredadas no pocas personas timoratas. Entre los que, por sus achaques habituales, están dispensados de la abstinencia Cuaresmal, hay algunos, que juzgan, o por lo menos, recelan, serles ilícito agregar al pasto de carne un poco, por poco que sea, de pescado, pareciéndoles, que en la permisión, que gozan para comer carne, está como envuelta la prohibición de comer pescado alguno. No hay tal cosa. El que, por sus achaques, no está comprehendido en el precepto de abstenerse de carnes, viene a quedarse en el estado mismo, que si en orden a la especie de alimentos no hubiese alguna prohibición Eclesiástica. Sólo restará la duda de si la ley natural que le prohíbe dañar la propia salud, le obliga a abstenerse del pescado, nocivo a ella. Esa duda la ha de resolver por su propia experiencia. Por lo común se puede, y debe hacer juicio, que mezclando en la comida algo de pescado con mayor cantidad de carne, no hará daño, o le hará levísimo. A algunos positivamente les aprovechará; siendo cierto, que hay complexiones, que ni pueden con carne solamente, ni solamente con alimentos Cuaresmales. A no pocos será inevitable un gran tedio de la carne, si se ciñen únicamente a ella. En muchos cesará enteramente el daño, que les causarían los alimentos Cuaresmales, sólo con mezclar con ellos alguna porción de carne; y habrá quienes, [233] con preparar el estómago con una taza de caldo de buena carne, le dispondrán para que sin perjuicio alguno, puedan hacer todo el resto de la comida de pescado.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 221-233.}