Representación del Excelentísimo Ayuntamiento de Méjico al comandante accidental de armas de la misma ciudad, mariscal de campo don Francisco Novella.
Excmo. Sr.– Han llegado ya los terribles momentos que tanto tiempo hace previó y anunció a esa Superioridad este Cabildo. Ellos van a decidir de la felicidad o desgracia de la Capital de este Reino, salvándola de los graves males que la amagan, o envolviéndola en todos los desastres de una guerra civil, tanto más espantosa cuanto que está atizada de pasiones particulares fuertísimas, diversas en su objeto y en sus medios. Si en esta peligrosísima crisis el Ayuntamientos callara por miedos serviles, o por temor de que su exposición sea tampoco atendida como otras varias que tiene hechas, merecería justamente la execración de sus conciudadanos, faltaría al más esencial de sus deberes y se haría responsable a Dios y a la Nación de las desgracias públicas.
Sabiendo por Comisionados que la Junta celebrada en 30 del próximo pasado [ contra cuya legitimidad protestó por medio de ellos ] nada se había decidido, ni había llegado el caso de que ellos y los demás concurrentes, diesen dictamen final como meros particulares, pues no podían hacerlo a nombre de esta y de las otras Corporaciones: aguardamos todo el día 31 que la Junta volviera a convocarse, por haberse disuelto intempestivamente, o que atendidas las protestas constitucionales que allí se hicieron, se consultara con la Diputación provincial y este cuerpo, y si se quería, a mayor abundamiento, con las demás Corporaciones. Pasó dicho día, y en 1º del presente hemos sabido, que dando el superior gobierno por finalizado el punto y por explorada la voluntad general, ha dirigido Comisionados al Sr. D. Juan O’Donojú, contestándole y proponiéndole ignoramos que cosas.
No es tiempo de quejarnos del poco aprecio que se ha hecho de nuestras protestas e indicaciones, ni de que no se haya oído, en materia de tanta gravedad al único cuerpo que después de la Diputación provincial ha debido dictaminar en él; pero la salud pública exige ya imperiosamente que hablemos el lenguaje de la verdad; que menospreciando cualquier peligro personal, y posponiendo toda consideración menos urgente, digamos lo que interesa tanto a la Nación, y lo que es indispensable para salvar a esta populosa Capital.
El partido de la Independencia tiene ya a su favor los tres apoyos que reconoce por más invencibles la política, a saber: la voluntad general de la Nación, la prepotencia física, y la aquiescencia de autoridad legítima.
Sería en vano querernos deslumbrar sobre cualquiera de estos puntos. El grito de todas las provincias que componen esta América y han proclamado ya su independencia, y el de la mayor parte de los habitantes de Méjico, nos desengañaría en el primero; nuestros ojos nos persuadirían indudablemente del segundo, y los papeles Oficiales del Excmo. Sr. D. Juan O’Donojú que se han leído públicamente por disposición de V. E. y de que circulan millares de Copia Impresas y manuscritas, darían auténtico testimonio del tercero.
Sentada esta verdad primera, se deduce de ella por consecuencia indefectible, que continuar la resistencia [ hasta aquí gloriosa ] que ha hecho la Capital es ya empresa ilegal, del todo inútil y de consecuencias funestísimas.
Es ilegal, porque la voluntad de la nación no puede estar más decidida, y no se le puede hacer oposición lícitamente; mucho más cuando la de la España, y la del Rey no están en directa oposición con ella, y se sabe, antes bien por noticias seguras y cartas fidedignas, que el asunto de la emancipación de esta América era ya punto que discutían las Cortes, y en que se convenía generalmente: ilegal, porque la sociedad no se ha hecho para el gobierno, ni para la milicia, sino estos para aquella, son sus brazos, y no deben arrastrarse a todo el cuerpo y ponerle obstáculos para aquello en que finca su felicidad.
Es inútil, porque nuestras fuerzas y recursos ya muy escasos, están reducidos a solo el recinto de la Capital, y por lo mismo pocos días más pueden alargar el éxito de una lucha tan desproporcionada. Los giros todos están en una perfecta parálisis: cortadas todas las comunicaciones con el resto del Reino: aun las entradas de víveres escasas sumamente y en situación tan triste ¿qué podrá hacer el más acendrado patriotismo sino consumirse en deseos infructuosos? ¿De dónde continuaremos sacando las inmensas sumas que son necesarias para los gastos civiles y de guerra? ¿con qué reemplazaremos los valerosos guerreros que perdamos? ¿Un Ciudadano que toma hoy el fusil podrá ocupar el punto del soldado aguerrido que llevaba años de tener por música el silbo de las balas? ¿y aun el número de estos ciudadanos no es bien corto que pronto le veríamos el fin?
Es de funestos resultados, porque ¿quién es capaz de calcular las desgracias que la obstinada resistencia puede acarrear sobre la hermosa Méjico? Los Militares y Ciudadanos pacíficos serán víctimas de la guerra y habrían comprado con sus intereses su exterminio: resistiremos unos días para sucumbir al cabo a la opinión y al mayor número, y para llorar y no poder reponer en años nuestras perdidas. Si hoy podemos a merced de ajustes amistosos estipular condiciones ventajosas para la España, y para los Españoles: si hoy logramos el que la familia Real de España venga a ser Soberana de América, y por este medio se estrechen más los vínculos y se proporcionen sólidas ventajas a la Madre Patria; si hoy se deja en su natural libertad al ciudadano que quiera llevar su persona, familia y bienes a otros países; si hoy se hacen otras propuestas útiles, el día que sucumbamos a la fuerza quizá cambiará todo de aspecto, y solo las pasiones y el espíritu de venganza se harán escuchar dictando condiciones crueles, y ruinosas; si hoy en fin, nuestro valeroso Ejército puede conservar intacto su honor, que ama más que su vida, mediante condiciones decorosas, entonces quedará lo que de él reste a merced de un vencedor airado que ha de querer vengar y resarcir sus pérdidas.
Estas ligeras indicaciones que hemos hecho, pudieran ampliarse con otras de igual verdad y solidez, y apoyarse en multitud de axiomas del derecho público, de evidencia innegable y reconocida en nuestra constitución: en los Decretos y Diarios de nuestras Cortes, y aun en varias Reales disposiciones; pero sería ocioso el extendernos, cuando lo expuesto es más que suficiente para que la imparcialidad, penetración y amor a la humanidad que caracterizan a V. E. lo inclinen a decidirse por lo que tan imperiosamente exige la humanidad y pide este cabildo .
No detenga a V. E. el calor pundonoroso con que nuestro Ejército, o una gran parte de él quiere permanecer en la lucha que hasta aquí ha sostenido con gloria: esa es una razón más que ha tenido este cabildo y debe decidir a V. E. Por lo mismo que tenemos unos Militares de tanto honor y de valor tan decidido, deben sernos sus vidas muy preciosas, no permita que se sacrifiquen sin fruto, y procurar conservarlos a toda costa para que ellos nos defiendan de los enemigos exteriores que quizá pudieran intentar invadir nuestras Provincias en lo sucesivo y sostengan tan puro y sin mancilla, como hasta aquí el honor de la Madre patria y el de esta naciente América que quiere tenerlos por hijos y por hijos predilectos: a más de que, si la salud el Estado por quien ha sido instituida la Milicia, y no al revés, exige que contengan su fogosidad [ laudabilísima en otras circunstancias ] ellos son tan buenos ciudadanos como buenos guerreros; saben que el verdadero honor está en el cumplimiento de las obligaciones respectivas, y descansarán en la voluntad de la Nación que no quiere que ellos y otra multitud de ciudadanos se sacrifiquen sin justicia, sin fruto y sin esperanza.
En resumen, Sr. Excmo; hemos llegado a circunstancias en que para resistir por más tiempo al sistema abrazado por el resto del Reino, no tenemos facultades legales, ni facultades físicas; y como el de toda sociedad sea la felicidad común de los que la componen, de suerte que toda institución, toda Ley, toda resolución debe dirigirse s conseguirla, so pena de comenzar a ser inicua y criminal desde el momento en que se le ponga, o la destruya, este cabildo espera de V. E. que ponga ya de una vez término al desorden y males que hemos sufrido, y a los incomparablemente mayores que nos amagan si se continua la oposición, y que tenga V. E. la gloria de hacer la felicidad de un Pueblo cuya suerte dichosa y desgraciada ha puesto en sus manos esa inefable providencia que trastorna los Imperios, y regla la suerte de los Reinos.
Septiembre 3 de 1821.
Puebla 20 de Septiembre de 1821. Imprenta del Gobierno Imperial.
{ Transcripción íntegra del texto impreso en un pliego de cuatro páginas a dos columnas. }