Filosofía en español 
Filosofía en español

Vicente Gregorio Quesada (1830-1913)

Testamento ológrafo
Buenos Aires, 5 de febrero de 1912


Este es mi testamento ológrafo. En la ciudad de Buenos Aires, en la casa de mi propiedad situada en la calle Libertad números novecientos cuarenta y seis y novecientos cuarenta y ocho, en cinco de febrero del año mil novecientos doce, faltándome dos meses para cumplir ochenta y dos años y encontrándome en buena salud y en perfecto goce de mis facultades intelectuales, quiero expresar mi última voluntad, cuyo cumplimiento encomiendo a mi hijo el doctor Ernesto Quesada, mi único y universal heredero, albacea y ejecutor testamentario.

Respecto de mis muebles y colecciones artísticas, reunidas durante los veinte años de mi vida diplomática, mi deseo es que mi hijo Ernesto solicite del gobierno argentino la adquisición de esas colecciones, para que sean conservadas en cualquiera de los museos nacionales, en una o varias salas, sin desmembrar ni dividir el todo, y bajo la expresa condición de que lleve el título “Colección Vicente G. Quesada”. Dichas colecciones se componen: Primero: de mi museo de tallas. Segundo: de la serie de tapices. Tercero: de los muebles artísticos.

El museo es formado con objetos de arte, imágenes originales antiquísimas y modernas, clasificadas por siglos por mi amigo el célebre pintor Moreno Carbonero, en Madrid; las tallas son, en su mayoría, españolas, pero las hay italianas, y numerosas y variadas francesas; además de las imágenes, hay numerosos objetos tallados en madera, todos antiguos, columnas, mesas, sillas y muebles, muchos de los cuales han pertenecido a personajes célebres, como adquisiciones hechas en las ventas de los palacios de Medinaceli, de Osuna y otros, en Madrid; una numerosa colección de espejos y cornucopias, algunos tallados al cristal y con marcos de madera tallada.

En cuanto a los tapices, la serie de hermosos tapices flamencos fue adquirida por mí del agente encargado, pertenecientes a la catedral de El Burgo de Osma, a la cual habían sido donados a principios del siglo diez y seis por el emperador Carlos V; de modo que soy yo el tercer propietario de aquéllos, cuya compra efectué por indicación del nuncio apostólico en Madrid, monseñor Di Pietro; los otros tapices son gobelinos antiguos y pocos modernos; éstos y los flamencos forman un total de trece, cuyo valor es hoy muy subido y son muy buscados en Europa. Si nuestro gobierno no quiere adquirirlos todos, los objetos de arte, tapices y muebles, o sólo algunos, es mi voluntad que mi hijo Ernesto los negocie en vida en Europa, por cuanto su conservación representa una verdadera hipoteca para una familia, porque exige una casa entera y continuos cuidados; antes de repartirlos entre mis nietos, con lo que dichas colecciones perderían su valor de conjunto, es preferible se enajenen en el extranjero, si en el país no fuere ello hacedero.

Dejo igualmente a mi hijo Ernesto todos mis papeles y libros inéditos, para que los publique oportunamente, en todo o en parte, según su buen criterio se lo indique: esta es una carga que le impongo, sin plazo, y si sus recursos y su tiempo se lo permiten; también le pido quiera hacer una edición de mis obras completas, incluyendo las ya publicadas en libros y revistas y las inéditas que dejo. Pero, como esa publicación, dada la falta de mercado que para tales libros existe en nuestro país, sólo podría hacerse con la ayuda del tesoro público, lo autorizo y aun le impongo, porque sé que en esto violento sus inclinaciones, que solicite, en recuerdo de mi memoria, del honorable Congreso de la Nación, los fondos necesarios para ello, pues entiendo que mis servicios al país, sobre todo en las cuestiones de límites, por cuyo trabajo no recibí compensación pecuniaria, me dan derecho para pedirlo, tanto más cuanto que el Congreso acostumbra acordar liberalmente recursos para costear numerosas publicaciones, y que a las veces, como en el caso del doctor don Vicente Fidel López, ha votado leyes especiales acordando fuertes sumas para la publicación de sus obras, y en muchos otros casos que sería pesado recordar. Si esto sucediera en mi caso, como un acto de justicia y de equidad, ruego a mi hijo se publiquen mis libros inéditos en esta forma: Primero: Mis memorias diplomáticas. Segundo: Mis memorias políticas. Tercero: Mis obras de historia colonial. Como mis manuscritos requieren inteligente y paciente revisión, ruego y pido a mi hijo se ocupe de ello con el cariño que siempre tuvo por su padre y que destine para ello el tiempo necesario, pues preveo que la publicación durará varios años.

Todos los demás documentos y papeles que no puedan utilizarse, los incorporará a su propia biblioteca, a la cual ya he entregado todos mis libros, y respecto de lo cual sería mi deseo que mi hijo, en vida o por testamento, se desprenda de ella para alguna institución pública, siempre que el gobierno compensara en dinero cuanto padre e hijo han gastado en formar tal colección de libros, manuscritos y papeles históricos, quizá la única hoy en el país en poder de particulares. Por último, debo agregar que, en el cumplimiento de los deseos expuestos, dejo a mi hijo la más absoluta facultad para proceder según su criterio, pues deposito en él mi más plena confianza, habiéndonos siempre entendido en vida, teniendo comunidad de gustos, ideas y aspiraciones, por lo cual le bendigo especialmente, manifestando mi última voluntad, pues ha sido la gran satisfacción de toda mi vida este ardiente cariño que he tenido y tengo por él y que él ha tenido y tiene por mí.

Y bendigo a todos mis descendientes, deseándoles que cuando lleguen al límite extremo de la vida, puedan decir de sus hijos lo mismo que yo digo ahora del mío: que siempre amó y respetó a su padre y con él vivió en estrecha y afectuosa comunidad de ideas y sentimientos. A mis nietos les recomiendo especialmente que amen y sirvan a la patria, según sus aptitudes e inclinaciones, como la he servido yo en los distintos puestos de mi carrera de hombre público y de escritor, como la ha servido y sirve mi hijo Ernesto, como escritor, profesor universitario y magistrado; a la patria se le puede servir en todos los órdenes de la vida, sean ruidosos como modestos.

Por mi parte, doy gracias a la Divina Providencia de que haya prolongado mi vida lo suficiente para contemplar a mi país enriquecido y en plena prosperidad, cuando me tocó, a raíz de la caída del gobierno de Rosas, asistir a los comienzos de la reorganización en el Acuerdo de San Nicolás y participar en la época difícil de la Confederación, como diputado en el Congreso nacional del Paraná, cuando el porvenir era complicado por ambiciones menguadas; nunca me faltó la fe en los destinos de mi patria y mi voluntad de conservar la unidad nacional por la razón o la guerra; y hoy, pasados aquellos tiempos y los intermedios hasta la normalización del estado político nacional, muero contento, admirando la gran nación argentina que soñé desde mi juventud. Tocarán a mis nietos mejores tiempos y podrán a su vez cumplir con el deber de contribuir al engrandecimiento de la patria común.

Tengo fe profunda en el porvenir y desearía que el nombre que llevo y traté de ilustrar, sea a su vez ambición y serio propósito en mis nietos; cualquiera que sea el rumbo que den a sus personales actividades, les ruego y suplico no olviden nunca que heredan un nombre honrado, y sobre todo cumplan siempre con firmeza el deber que se impongan, obteniendo la satisfacción de su propia conciencia, sin desmayar jamás, sin miedo por las contrariedades, constituyendo en sí mismos el juez más severo de su conducta personal…

Vicente G. Quesada

{ Transcripción de la versión publicada por Carlos Octavio Bunge (1875-1918) como apéndice a su “Vicente G. Quesada. Breve estudio biográfico y crítico” (Anales de la Academia de Filosofía y Letras, Buenos Aires 1914, volumen II), estudio reproducido como introducción a la nueva edición de Vicente G. Quesada, Historia colonial argentina, La Cultura Argentina, Buenos Aires 1915, páginas 31-34, de donde la tomamos. }