Ante el fallecimiento de
Cesar Tejedor Campomanes
Madrid 1937 / Logroño 2005
El domingo 2 de enero de 2005 falleció en Logroño, a los 67 años de edad, el catedrático de filosofía español Cesar Tejedor Campomanes::
- Una familia muere por inhalación de monóxido de carbono, EFE
- El Sr. Don Cesar Tejedor Campomanes, necropoli.com
- César Tejedor Campomanes (Madrid, 1937-Logroño, 2005) In Memoriam, José Egido Serrano
Una familia muere por inhalación de monóxido de carbono
Agencia EFE, viernes 7 de enero de 2005.
Podrían haber fallecido hace días. Los tres miembros de una familia de Madrid, el matrimonio y una niña de siete años, aparecieron este viernes muertos, presuntamente por inhalación de monóxido de carbono, en un piso de Logroño, informó el delegado del Gobierno en La Rioja, José Antonio Ulecia.
Los fallecidos son César Tejedor Campomanes, de 67 años; Carmen Ajamil García, de 48, y la hija de ambos, Lara Tejedor Ajamil, de 7 años, quienes fallecieron intoxicados por gas monóxido de carbono cuya procedencia se investiga, según Ulecia. La muerte de las tres personas, ligadas a La Rioja por la mujer, que estaban en Logroño de vacaciones y vivían en el piso de unos familiares situado en el centro de la capital riojana, pudo ocurrir hace varios días pero no se descubrió hasta este viernes, cuando los vecinos del inmueble alertaron a la compañía suministradora al detectar un fuerte olor a gas en la escalera.
Nivel de gas superior al normal. Sobre las 13.45 horas, los vecinos llamaron a la compañía de gas, cuyos empleados detectaron un nivel de gas superior al normal por lo que cortaron el suministro a todo el inmueble y llamaron a la Policía y a los Bomberos, que desalojaron el edificio. Los funcionarios policiales llamaron a la puerta del piso, el segundo derecha del número 3 de la calle Doctores Castroviejo de la capital riojana, sin obtener respuesta, por lo que decidieron forzar la puerta. Los policías, que entraron en la casa con mascarillas, encontraron los cadáveres –vestidos y sin signos aparentes de violencia–, cada uno de ellos en una habitación: la mujer en un dormitorio acostada en la cama; el hombre en la cocina y la niña sobre el sofá del salón, según precisó Ulecia.
Próximas autopsias. Tras las pesquisas oportunas, el juez de guardia ordenó el levantamiento de los cadáveres, que poco antes de las 16.00 horas fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal de Logroño donde se les practicará la autopsia en las próximas horas. La Policía Judicial investiga la fuente originaria del monóxido de carbono, probablemente producido por la mala combustión de algún aparato aún sin identificar. El delegado del Gobierno en La Rioja puntualizó que el piso donde ocurrieron los hechos cuenta con una caldera de calor para la calefacción, que funciona con gas natural, y de una cocina que funciona con gas butano. Los técnicos investigan el funcionamiento de ambos electrodomésticos y las condiciones de la instalación de la casa, según Ulecia.
El Sr. Don Cesar Tejedor Campomanes
necropoli.com, enero 2005
El 7 de enero de 2005, a los 67 años y en Logroño, fallece Cesar Tejedor Campomanes. Catedrático de Filosofía, autor de libros de texto y de didáctica de la filosofía. Falleció en accidente doméstico junto a su mujer y su hija pequeña.
Catedrático de Filosofía, autor de libros de texto y de didáctica de la filosofía. Falleció en accidente doméstico en Logroño, el 2 de enero de 2005, a los 67 años de edad. Casado con Carmen Ajamil García, tenían una hija, Lara que tambien falleció en el trágico accidente.
Doctor en Filosofía y Letras. Catedrático de Filosofía, autor de libros de texto y de didáctica de la filosofía. Su trayectoria profesional ha dejado una huella imborrable entre sus numerosos colegas y amigos, debido a su calidad humana e intelectual.
Fue encontrado muerto en un piso en Logroño con su mujer, Carmen Ajamil García, de 48, consultora internacional y coordinadora de proyectos para la UE y la ONU; y la hija de ambos, Lara, de 7 años.
La muerte les sobrevino el 2 de enero, cuando disfrutaban de unas vacaciones en Logroño estando en el piso de unos familiares. El fallecimiento, que ocurrió días atrás, no se descubrió hasta el viernes 7 de enero, cuando los vecinos alertaron a la compañía suministradora al detectar un fuerte olor a gas en la escalera.
Sobre las 13.45 horas, los vecinos llamaron a la compañía de gas, cuyos empleados detectaron un nivel de gas superior al normal por lo que cortaron el suministro a todo el inmueble y llamaron a la Policía y a los Bomberos, que desalojaron el edificio.
Los funcionarios policiales llamaron a la puerta del piso, el segundo derecha del número 3 de la calle Doctores Castroviejo de la capital riojana, sin obtener respuesta, por lo que decidieron forzar la puerta.
Los policías, que entraron en la casa con mascarillas, encontraron los cadáveres –vestidos y sin signos aparentes de violencia–, cada uno de ellos en una habitación: la mujer en un dormitorio acostada en la cama; el hombre en la cocina y la niña sobre el sofá del salón.
Tras las pesquisas oportunas, el juez de guardia ordenó el levantamiento de los cadáveres, que poco antes de las 16.00 horas fueron trasladados al Instituto de Medicina Legal de Logroño. La Policía Judicial investiga la fuente originaria del monóxido de carbono, probablemente producido por la mala combustión de algún aparato aún sin identificar.
El Funeral se celebró el miércoles, día 19 de Enero, a las 20:00 horas, en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid.
Escritor de ensayos filosóficos y religiosos como Didáctica de la filosofía; Una antropología del conocimiento. Estudios sobre Spinoza (Universidad Pontificia Comillas); Introducción a la filosofía 3º B.U.P. (Alianza, 1987), Historia de la filosofía en su contexto cultural.
César Tejedor Campomanes (Madrid, 1937-Logroño, 2005) In Memoriam
Isegoría, nº 32, 2005, páginas 301-303
José Egido Serrano
Universidad Pontificia Comillas
Al final de la Introducción a la Historia de la Filosofía de César Tejedor (Madrid, SM, 1998, p. 9) se puede leer una breve indicación en cursiva, que el autor dejó deslizar, sin duda como una austera efusión del afecto esperanzado de un padre primerizo y tardío: «Este libro –dice- está dedicado a Lara. Nacieron al mismo tiempo. Algún día se encontrarán». En las circunstancias actuales, es difícil imaginar unas palabras que puedan resultar más sobrecogedoras y que expresen mejor el desgarro en que nos encontramos quienes conocimos y quisimos a César y a Lara, nacida hace poco más de siete años (y también a Menchu, esposa de César y madre de Lara). En efecto, el 2 de enero de 2005 la niña falleció, a la vez que sus padres, en un patético e incomprensible accidente doméstico en Logroño, adonde se habían desplazado los tres para pasar los últimos días de sus vacaciones de Navidad. Las bellas palabras de la dedicatoria de César a su recién nacida hija Lara contenían un extraño enunciado final que parecía una afirmación pero que se refería al tiempo futuro y, por tanto, era (¡ay!, ¡sólo ahora lo descubrimos con fatal claridad!) nada más que la expresión de una esperanza... Lara y la Historia de la Filosofía escrita por su padre no han llegado a encontrarse y, si hemos de confiar en las evidencias más seguras, nunca ya se encontrarán.
Me he vuelto a encontrar con esa nota ahora, cuando me aprestaba a preparar este artículo In memoriam de César con el corazón de amigo encogido todavía por la desolación de la muerte repentina, con la mente de colega buscando (¡pura deformación profesional!) algún sentido a lo que sin duda no lo tiene, y la sensibilidad revuelta porque la amenaza común de la posible inminencia de la muerte es para algunos, entre los que me encuentro, por desgracia, de una patencia abrumadora.
Quizá una de las más importantes funciones que ha desempeñado la filosofía a lo largo de la historia ha sido la de constituir una estrategia más o menos sabia de reacción ante la evidencia de la muerte. César Tejedor -lo sabemos los que le hemos conocido en su silencio laborioso, en su conversación apacible, atenta y cordial, en su siempre inquieto aunque sonriente afán de indagación- dedicó su vida a la Filosofía, y la muerte lo alcanzó en un breve descanso de esa, socialmente, tan inusual dedicación. Quizá su trato y su trabajo permanente con la filosofía le ayudaron a vivir mejor, a encajar con cierta elegancia serena las cosas de la vida (las alegrías, los proyectos, los trabajos, las esperanzas, y también las frustraciones, la soledad, los pesares, las angustias...) y así también a que la muerte, que siempre nos coge de improviso, no lo desbarate necesariamente todo. A nosotros, compañeros del Departamento de Filosofía del Instituto Gregorio Marañón, colegas de la Sepfi (Sociedad española de profesores de Filosofía), pero sobre todo amigos suyos, nos ayuda recordarle como lo que fue siempre a nuestro lado: una inteligencia inquieta y buscadora, una presencia personal tranquila centrada en la lectura, el pensamiento, la conversación y la escritura, un trabajador público (catedrático de Secundaria) que asumió ejemplarmente su función de acompañar a los jóvenes de nuestra tan compleja sociedad intentando transmitirles lo mejor de nuestra herencia cultural, sin excluir en absoluto de esa transmisión las preguntas más actuales y vivas de los grandes científicos, ensayistas y filósofos.
César ha sido un trabajador incansable, un prolífico escritor{1}, un magnífico profesor de Instituto, un experto en didáctica de la Filosofía{2} y, durante bastantes años, un entregado colaborador de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Comillas.
Ya en los años setenta redactó su primer libro de texto de Filosofía de bachillerato para la editorial SM, en clave aún bastante dependiente de la tradición neo- escolástica, si bien en la modalidad reformista y aggiornada de que él se había nutrido en sus años de estudiante en Friburgo de Suiza. Después ha dedicado la mayor parte del esfuerzo de su vida, como profesor y como escritor, a trasladar a las mentes de los jóvenes estudiantes españoles las preguntas más relevantes con que se han debatido y todavía se debaten los filósofos, los clásicos y también los actuales. A través de las páginas de sus libros de texto, siempre rigurosas y casi siempre logradamente claras, generaciones de estudiantes se han podido asomar a temas nada fáciles pero sí muy fundamentales para quien intenta hacerse una idea del mundo informada, reflexiva y crítica: la realidad como entorno y como reto cognitivo, las dimensiones constitutivas de la condición humana (conocimiento, deseo, libertad, finitud, comunitariedad, justicia...), la ciencia y su incidencia (la de sus procesos tanto como la de sus resultados) sobre el conjunto de la sociedad humana, la dimensión moral y política, el sentido de la vida, &c. Ha trabajado de manera incansable para familiarizar a varias generaciones de adolescentes españoles con los enfoques y el tono con que los más destacados filósofos, pensadores y científicos (psicólogos, sociólogos, lingüistas, antropólogos, y también economistas, biólogos, matemáticos, físicos, &c.) abordan hoy ese tipo de cuestiones, quizás eternas, desde luego actuales, aún vigentes y punzantes. Su evolución intelectual ha sido un ejemplo de sensibilidad muy fina al progreso de los conocimientos, a la variable modulación de las preguntas y, en general, a los cambios espirituales de los tiempos. «Las grandes preguntas siempre quedan abiertas -afirma-. La filosofía que se aprende no es nunca la filosofía definitiva, ni el filosofar puede detenerse jamás. Pero esta circunstancia -contra lo que pensaba Kant en su época- no es exclusiva de la filosofía... También la ciencia se ve sornetida a una continua revolución, a una sustitución de paradigmas (Kuhn), de tal manera que sólo se puede hablar de un cierto grado de acercamiento a la verdad o verosimilitud»{3}.
La tesis doctoral de César Tejedor sobre Spinoza marcó, sin duda, un hito en su evolución intelectual. Leyendo ese estudio, centrado en lo que él denomina, quizá sin mucho acierto, «una antropología del conocimiento», se nos transparenta, al trasluz de los desarrollos del filósofo judío amsterdamés, el perfil del investigador objetivo y contenido que busca la patentización de la verdad en la expresión desapasionada y rigurosa del objeto revelado en su investigación. Tímidamente, César deja ver bastante de su propio pathos intelectual en el análisis y la descripción de un Spinoza que creía, quizás, que el discurso filosófico, rigurosamente estructurado desde el punto de vista racional, no es tanto un instrumento capaz de desvelar, como clave de todo, una alteridad más o menos trascendente, sino que es, de manera en todo caso más fundamental, la expresión inmanente y adecuada de la identidad del ser humano como animal inteligente. «¿No habrá –se pregunta César– alguna fuerza interior que impulse al hombre en el dificultoso progreso por el que llega a comprenderlo todo desde Dios? La invitación que se nos dirige, ¿no será también una exigencia de nuestro propio ser? El hombre es deseo: la fuerza interior que le impulsa en la aventura dialéctica es el conatus de conoCer. Alcanzar la ciencia intuitiva spinoziana es un acto de fidelidad a lo que el hombre es, es salvar al hombre. Como afirma Spinoza, “sólo el conocimiento nos puede salvar”»{4}.
La pasión por el conocimiento acompañó a César Tejedor todos los días de su vida. Son innumerables los escritos de toda naturaleza (artículos de ensayo, investigaciones sobre los autores más críticos de la modernidad, narraciones incluso...) que quedan sepultados en el disco duro del ordenador de nuestro malogrado amigo, cuya laboriosidad quedó interrumpida bruscamente por la fatalidad. Es de esperar que sus herederos legales investiguen esos textos, en los que se oculta sin duda más de una sorpresa. Algunos ya lo han prometido. Contarán para ello, sin ningún género de dudas, con la ayuda de quienes, como amigos y colegas, estamos interesados en que no se pierda una herencia intelectual que consideramos muy valiosa.
Como tantos profesores de Instituto, César Tejedor se va a la tumba sin el reconocimiento de la sociedad para la que ha trabajado durante muchos años con inteligencia y denuedo. Como tantos filósofos, atraviesa la laguna Estigia con más preguntas quizá que aquellas a las que fue capaz de responder. Como un compañero y amigo extraordinario, su desaparición nos deja más solos, más tristes y más pobres en un mundo que, sin él, es un poco peor.
Madrid, 2 de febrero de 2005.
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{1} Ha dejado innumerables ediciones diferentes de sus dos libros de texto introductorios a la Filosofía, uno histórico y el otro sistemático. Última versión de ambos: César Tejedor Campomanes, Introducción a la Filosofía, Madrid, SM, 1990; Cesar Tejedor Campomanes, Historia de la filosofía en su marco cultural, Madrid, SM, 1993.
{2} Cfr. sus libros Didáctica de la Filosofía. Perspectivas y materiales (Madrid, SM, 1984) y Didáctica de la Filosofía. Aprender filosofía, aprender a filosofar (Madrid, SM, 1992).
{3} Didáctica de la Filosofia, 1992, p. 15.
{4} César Tejedor Campomanes, Una antropología del conocimiento. Estudio sobre Spinoza, Madrid, Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas, 1981, p. 274.