Influjo de los progresos humanos en la medicina
Discurso inaugural pronunciado por Alcalá, Zaldúa, Ortega y Martínez, el 1° de enero de 1840, en la Sociedad Médico-Quirúrgica de emulación e instrucción recíproca
Transcripción, por María José Ordóñez Vergara, del manuscrito –un cuadernillo cosido de 6 hojas con tapas, 150×200 mm, más una hoja suelta– conservado en el fondo Ildefonso Martínez de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense.

“Discurso inaugural pronunciado el 1° de enero de 1840 en la Sociedad Médico-Quirúrgica de emulación e instrucción recíproca.
Señores,
Ninguno de cuantos bienes puede disfrutar una Nación es tan interesante y necesario como la ilustración. Contemplemos los males que en todas épocas ha desterrado del mundo y volvamos un instante los ojos a aquellas tristes épocas en que la Europa lo mismo que nuestra patria vivió entregada a la superstición y a la ignorancia. ¡Qué espectáculo tan horroroso! La anarquía establecida en lugar del orden; el jefe del Estado, tirano o víctima de la nobleza; la indigencia agobiada con las cargas públicas; la opulencia libre enteramente de ellas; abiertamente resistidas o atropelladas las leyes; menospreciada la justicia; roto el freno de las costumbres y abismados en la confusión y el desorden; todos los objetos del bien y del orden público, los hombres de bien parecían extranjeros o peregrinos en su patria, y los criminales con puñal en mano perseguían a los buenos ciudadanos; la fuerza en fin triunfaba de la virtud y la ignorancia de la sabiduría. ¡Ah!, separemos nuestra vista de una época tan funesta para la humanidad, como vergonzosa a la sabiduría.
¿Qué nos presenta la historia de diez siglos, sino violencias e injusticias, guerra y destrucción, horror y calamidad? ¡O [sic] siglos de ignorancia y de superstición, siglos de ambición y de ruina para el género humano! Las ciencias os recordarán eternamente con execración y la humanidad llorará perpetuamente sobre vuestra memoria.
Antes del siglo doce cuando los pueblos no tenían derecho ni representación alguna en el orden civil, eran desconocidas las ciencias y artes, y los hombres reunidos en sus hogares rústicos, sólo se dedicaban al cultivo de la tierra y a cubrir sus más perentorias necesidades. En un día festivo, claro y sereno, la cesación del trabajo hacía su mayor delicia; en él se entregaban a la carrera, al salto y a la lucha como los pueblos de la antigüedad, y llenos de vigor y de energía se complacían en la ostentación de sus fuerzas, y en su ejercicio cifraban su mayor felicidad.
En medio de las tinieblas que cubrían la Europa en esta época triste y memorable, divisamos a nuestra España haciendo grandes esfuerzos por sacudir el yugo de la ignorancia y buscar la ilustración. En el siglo doce vemos en ella abiertos estudios públicos para la enseñanza de las ciencias y bellas artes. En el trece aparece la lengua castellana despojada de su antigua rudeza y cubierta de esplendor y majestad: los poetas, los historiadores y los filósofos la cultivan y acreditan, y finalmente un legislador, a quién deben eternas alabanzas otras ciencias, produce un código admirable, que será perpetuo testimonio de los progresos del entendimiento humano de aquel tiempo en nuestra patria.
Diferentes causas, que conviene recordar aquí, han contribuido de un modo general a la perfección de las artes y las ciencias, de la filosofía y de la medicina. Las comunicaciones establecidas entre los diferentes habitantes del globo por el comercio, por los viajes y aún por las guerras, ocupan el primer lugar. Puestos los hombres en relación unos con otros, se verifica entre ellos una comunicación de sus operaciones, de sus descubrimientos y de sus luces. Bajo la influencia de la excitación determinada por estas relaciones se desenvuelve la emulación, se ilustra el entendimiento, adquieren más autoridad las combinaciones de la inteligencia; y la carrera de la perfección abierta desde entonces delante de todos aparece sin límites. Las invasiones y conquistas suelen contribuir muchas veces a propagar los conocimientos útiles, a destruir las funestas preocupaciones y a extender el dominio de la razón entre los vencedores y vencidos. De este modo los griegos después de haber sido subyugados por los romanos impusieron sus leyes, sus costumbres, su literatura, y sus artes a sus vencedores, de modo que aún después de conquistados vinieron a ser los preceptores y maestros de los ambiciosos dominadores de su patria.
Tales son las causas generales que, en unión con las ventajas o inconvenientes anexos a los climas, a la organización más o menos perfecta y a las necesidades variadas de los pueblos, han favorecido o retardado siempre los conocimientos humanos. Examinemos pues el influjo que han tenido en los progresos de la medicina.
Cuatro épocas podemos considerar en esta ciencia.
La primera se pierde en la oscuridad de los tiempos y se llama primitiva; que se limitaba al conocimiento de ciertos medicamentos propios para el tratamiento de ciertas y determinadas dolencias, aunque en corto número. La 2ª empieza desde Hipócrates y concluye en la del renacimiento de las letras en Europa que es en el siglo XV. Esta medicina se llamó empírica después, porque obraba sin el conocimiento de causas, y tan sólo fundados en la observación y experiencia, que algunos, como Hipócrates, Galeno consignaron en obras de grande mérito. La 3ª época desde el siglo ya enunciado comenzó bajo la liberalidad y protección de Cosme y del gran Lorenzo de Médici en Florencia, de Nicolao V y de Alfonso de Aragón, firmísimas columnas de las letras, jefes de la sabiduría, que bebieron en las fuentes de los doctos griegos e italianos, colmándolos de honores, trabando con ellos trato y amistad, de donde procedieron los grandes conatos para sacudir el yugo y libertar a las ciencias de la esclavitud peripatética. En esta época de la medicina, Berenguer de Carpi, Falopio, Silvio, Vesalio, Colombo, Salpi, Harveo, Haller, Hunter, Winsloun, Sömmerring, Vicq d’Azyr y los españoles Miguel Servet, D. Andrés Laguna, Luis Vaseu, Juan Valverde, Pedro Jiménez, Luis Collado, Alfonso Rodríguez y tantos otros célebres, echaron con sus escritos las bases fundamentales de los grandes adelantamientos hechos en la 4ª y última época. Esta empieza a principios del siglo pasado y es la que constituye la medicina racional. Los nombres de los sabios que a continuación se expresan, prueban suficientemente que cuando los hombres se dedican a una ciencia, acaso la más difícil, trabajando con intensidad y conocimiento de causa, producen las mayores ventajas que pueden darse al género humano: tal es la conservación de la salud y una vez perdida volverla a restaurar. No se pueden repetir sin un profundo respeto los Bostock, Sprengel, Lennosek, Bichat, Richerand, Magendie, Gall, y posteriormente Adelon, Brasset, Alibert, Rousel, Dupuytren, Virey, Tiedemann, Gmelin, Kourcroy, Lavoisier, Dutrochet, Chaussier, Dumas, Prévost, Martini y finalmente el célebre cuanto profundo Broussais, que cambió la faz de la medicina, en contraposición del célebre sistema de Brun. Y entre los españoles, Piquer, Trujillo, Mosácula, Ribes, Severo López y tantos otros que se pudieran citar, si por desgracia sus obras no estuviesen inéditas en atención a que jamás se premió en nuestra España la ciencia que da la noción más noble del hombre; porque nunca los gobiernos supieron apreciar su valor. Brilló por fin la aurora de ventura en que libres de la opresión en que yacíamos, mostremos al mundo civilizado lo que puede el talento gobernado por instituciones libres a par que benéficas: mostremos a la Europa entera y a esas naciones, que nos denigran, hasta dónde llegan los progresos de una nación desgraciada, que insultan sin conocerla.
Siendo, pues, la ilustración el mayor medio de progresar en la felicidad social, es claro que nuestra patria rigiéndola felizmente en la actualidad un gobierno representativo, el cuidado de ciudadanos benévolos debe dirigirse a desterrar la ignorancia, que es el germen de la desgracia de las naciones. Efectivamente en donde reinan instituciones libres, hay generosidad, hay humanidad porque despiertan en los ciudadanos simpatías que los conducen a los goces mayores que puede disfrutar el hombre.
Para que resalte más la verdad que acabo de enunciar echad una ojeada a esas potencias del norte, centro del despotismo. Allí yace la ignorancia, se le priva al hombre de la sociedad, de sus relaciones; allí el estudio es un crimen, las ciencias un delito y solo la virtud consiste en la obediencia ciega al jefe del Estado; mirad su corazón insensible, sus luces intelectuales apagadas y sus habitantes sumidos en la ignorancia de las cosas más verdaderas. Si un corazón generoso trata de hacer un esfuerzo para romper la esclavitud, el hermano delata al hermano, el padre al hijo, la esposa al esposo, sin servir de nada los más sagrados vínculos. Vedle ya, si pudo librarse de la borrasca, en un país extranjero comprando con sus lágrimas un pan de limosna en un pueblo libre, en que despierta afectos porque conocen lo que puede el amor patrio. Ese pueblo que veis regido por déspotas desea incesantemente los cadalsos, porque nada le place sino la sangre humana. ¡Oh espectáculo horroroso para un alma sensible! Lo hacéis ¡oh pueblo! porque no sabéis que el verter sangre humana envilece al hombre, le degrada, le pone, en fin, en la condición de una fiera.
El establecimiento de sociedades científicas, que se permite en los países constitucionales conduce a la instrucción que es la que forma nuestra felicidad. En dichos pueblos se facilita el estudio, se apoya la sabiduría, se desecha el extranjero e inspira el sentimiento más grato, el más sublime del hombre social, cual es el amor patrio; todos son hermanos, todos iguales, la ley impera y si se desobedecen, los castigos son proporcionados a los delitos, economizando cuanto es posible la sangre de sus compatriotas.
La instalación de una sociedad que tenga por objeto el conocimiento físico y moral del hombre ocupó nuestra mente hace algún tiempo. Siendo la medicina la única que puede dar nociones más exactas acerca de este punto, hemos formado la Sociedad Médico-Quirúrgica de emulación e instrucción recíproca. ¡Felices nosotros si conseguimos llenar el objeto que nos proponemos! Si al menos no podemos alcanzarlo, tendremos empero, la gloria, el honor y el blasón de inspirar amor al estudio en el ramo que cursamos, para que con empeño se dediquen talentos superiores a cultivar dicha ciencia.
Estos son los deseos que animan a los individuos de la Comisión, y que no duden tendrán la misma acogida en el ánimo de tan dignos consocios. Si así fuese, ¿qué gloria sería la nuestra al considerar la unanimidad de ideas y pensamientos, que es la base fundamental de toda reunión, constituyendo la armonía de todos sus individuos?
Logremos, pues, tan interesante resultado y cúmplanse nuestros votos, en beneficio de los progresos de la ciencia y bien de la humanidad; siendo ésta la única gloria a que aspiran los que subscriben.
Madrid, 1° de Enero de 1840.”
[Firmas y rúbricas:] B. Alcalá y Pabón, G. de Zaldúa y G., M. Ortega y R., I. Martínez y F.