La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Una década de Césares
Comiença la vida del Emperador Severo,
copilada por el señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo,
predicador y chronista y del Consejo de Su Magestad.


>>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo primero

Del linage y naturaleza del Emperador Severo.

El antiguo linage del Emperador Severo fue de Áffrica, y su abuelo se llamó Fulvio Pío, y su abuela Agripa, los quales bivieron y murieron en Lepa, antigua ciudad del reyno de Mauritania, la qual fue destruyda en las guerras de Jugurta y Massimila. Llamóse su padre Geta, y su madre Fulvia Pía, varones que fueron ni nombrados por las armas, ni esclarescidos por sangre, ni aun dotados de riquezas.

Nasció Severo en Etrucio, siendo cónsules Claro y Severo, a quatro días andados del mes de abril y, según después contava su madre, tuvo dél muy rezio preñado, y después fue peligroso de parir y muy enojoso de criar. En su primera infancia, ningún otro juego jugava con los otros sus sodales niños sino al juego de los juezes; y quando a él le cabía la suerte de ser juez, tan ásperamente castigava los excessos de burla como después castigava los de veras.

Deprendió la lengua griega y latina en summa perfectión, y tan prompto era en hablar y escrevir y leer y disputar en latín y griego, como si en ellas fuera nascido y otra lengua no uviera aprendido. En el año de diez y ocho de su edad, públicamente ya abogava y pleytos y causas deffendía, por manera que, si siguiera la sciencia como siguió la guerra, no menos fuera nombrado en las letras que fue famoso en las armas.

Veynte años menos tres meses avía Severo quando la primera vez entró en Roma, en el qual tiempo imperava el filice Emperador Marco Aurelio; y por intercessión de Septimio Severo, pariente suyo, fuele dado el officio de escrivir todos los que nascían y morían cada día en Roma, el qual officio, [652] aunque no era provechoso para ganar, era occasionado para se hazer conoscer, porque cada noche avía de yr a palacio a dezir los que aquel día avían nascido y muerto. La primera noche que entró en Roma, acaso el mesonero do se fue a posar estava leyendo la vida del Emperador Adriano y, como en ella se relatasse por los grandes peligros que avía passado para venir al imperio, dixo Severo al mesonero burlando: «En los trabajos y peligros yo voy immitando a Adriano; espero que también le succederé en el imperio.»

Acaso como el Emperador Marco diesse una noche una pública y generosa cena a muchos nobles romanos, hallóse en ella Severo y, al tiempo del assentarse a la mesa, no parando mientes en lo que hazía, assentóse en la silla del Emperador, y como otros se burlassen con él del descuydo que avía hecho, díxoles Severo: «Callad y no burléys, que possible es sean tales mis hados, que como agora me assenté en la silla imperial de burla, algún día me assiente en ella de veras.»

Soñó Severo una noche que mamava las tetas de la loba que crió a Remo y a Rómulo, y este sueño tuvo él por muy buen agüero para su futuro imperio. En los tiempos de su mocedad fue muy absoluto y aun dissoluto, especial en cosas de mugeres y otras liviandades, por las quales fue muchas vezes preso, desterrado y affrentado. Fue una vez tomado con una muger casada, y, como el marido diesse dél querella y extimasse en mucho su infamia, en muy gran peligro estuvo Severo de perder la vida.

En los officios de la guerra fue por orden en todos ellos proveýdo, en especial el officio de qüestor tuvo mucho tiempo, y dízese dél que, como en aquel officio tuviesse cargo del dinero, era solícito en cobrarlo y fiel en repartirlo. En el mes de Jano, en el año quinto del imperio de Marco Aurelio, cúpole por suerte de ser procónsul en la provincia Bética, que agora en España se llama el reyno del Anduluzía, do estuvo por espacio de año y medio, en la qual governación fue no menos amado que temido y temido que amado.

Siendo Severo procónsul en la provincia Bética, le llegó nueva cómo era muerto su padre en Áffrica, y a la hora que desto fue certificado, se partió de España y passó en Áffrica, [653] lo uno para hazer los officios funerales y dar a su padre honrrada sepultura, y lo otro para poner en cobro una hermana que le quedava y la hazienda que heredava. El cónsul, que estava a la sazón en Áffrica, embió por su embaxador a Severo a los sardos, los quales estavan amotinados contra los romanos, y como entrasse en Cerdeña con unas antorchas ardiendo delante sí a manera de embaxador romano, llegóse a él un hombre plebeyo, a manera de truhán, que se llamava Letitano, y diole un abraçado, al qual Severo mandó açotar y dixo: «En aucto de tanta gravedad no conviene que intervengan cosas de liviandad.» Por lo que este truhán hizo y por la affrenta que dello rescibió Severo, ordenaron en Roma que dende en adelante entrassen los embaxadores en las ciudades siempre cavalgando, como de antes fuesse costumbre de entrar siempre a pie.

Siendo procónsul en Áffrica, quiso saber de un mathemáthico o astrólogo a qué se extendía o allegava su fortuna y, como le diesse el día y hora y ascendiente de su nascimiento, espantado el astrólogo de lo que fortuna le prometía por su nascimiento, díxole: «No es possible que éste sea tu nascimiento. Por esso, conviene que me des el tuyo y no otro ageno, porque, a ser verdad que nasciste tú en tal signo, tú serás emperador romano.» Según contava después muchas vezes Severo, ninguna cosa le acontesció grave y de grande memoria, que primero no se la dixesse aquel mathemáthico de Áffrica.

En edad de treynta y dos años, fue en Roma eligido por tribuno del pueblo, y esto más por complazer a Marco Aurelio, que le tenía en su casa, que no por los servicios que Severo tenía hechos a la república; mas después él se dio tan buena maña y fue tan recto en las cosas de justicia, que ni la república se arrepintió de averlo eligido, ni Marco de averlo procurado. Acabado el tiempo de su tribunado, fue nombrado por pretor del pueblo, y el día de la electión por más honrrarlo sacólo consigo Marco a passear por Roma, llevándole dentro de su litera, el qual hecho fue no de pocos retraýdo, de los unos por embidia y de los otros por malicia.

Un año solo fue Severo tribuno, como fuesse costumbre de [654] serlo dos años arreo, y esto no porque le quitaron por sus deffectos, sino porque él quiso ahorrar de enojos, que a la verdad era officio más enojoso que provechoso. Andavan en aquellos tiempos los pueblos de España entre sí muy rebueltos, y el Senado embió por embaxador a Severo para apaziguarlos, el qual como viniesse en una ciudad que avía nombre Turditana, que agora se llama Tortosa, soñó que el templo muy famoso que hizo Augusto en Tarragona se yva a caer, y que era voluntad de los dioses que él le fuesse a reparar. Fuese Severo para Tarragona, y visto que el templo se yva todo a tierra, rehedifficóle de tal manera, que valió tanto lo que él añadió y hizo de nuevo, como lo que avía hecho en otro tiempo Augusto. Como le dixesse uno que era poquedad gastar tantos dineros por creer en sueños, respondióle él: «Las cosas de los dioses no se han de medir por las reglas de los hombres, porque a los dioses hémoslos de entender por señas y obedescerlos por palabras y creerlos entre sueños.»

Subióse Severo encima de los montes Hispos, que agora en Aragón se llama la Sierra de Moncada, y de allí miró la mar, y la tierra, y la variedad y grandeza della, y estúvose allí por espacio de cinco días, de los quales él más tiempo gastó en tañer y cantar, porque naturalmente tañía bien una vihuela y para cantar tenía buena garganta. [655]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo II

De los officios que tuvo en el Imperio antes que fuesse Severo emperador.

Despachadas las cosas de España, navegó Severo camino de Asia, y luego que puso pies en tierra, se fue para Athenas, lo uno por ver la governación de los griegos y lo otro por oýr la doctrina de los philósophos, porque en aquellos tiempos no se hablava otra cosa en el mundo sino de la gran fortuna de los romanos y de la profunda eloqüencia de los griegos. No pocos días estuvo en Athenas oyendo a los philósophos, platicando con los senadores, visitando los templos y contemplando los hedifficios, porque naturalmente era amador de inventar cosas nuevas y de saber las antiguas. Aunque Severo tenía valerosa persona y era capitán de Roma, y aun era de mediana eloqüencia, ningún buen tractamiento le hizieron en Grecia, por cuya causa después que vino a ser emperador muy sagazmente vengó los antiguos enojos que tenía de los griegos, y esto fue con disminuyrles cada día los previlegios.

Buelto de Asia en Roma, embiáronle por embaxador a la provincia de Lugduno, que agora en Francia se llama Lyon de Sonorona, y como a la sazón estuviesse biudo, tractáronle allí casamiento con una dama que era en sangre limpia y de gesto hermosa. Llamávase aquella dama Julia, y era de sangre real, y como quisiesse darle y presentarle algunas joyas ricas, no hallava maestros para hazerlas, y como supiesse que avía un gran platero en Siria, el mismo Severo fue a traerle en persona, y según él dezía después a su muger Julia, con lo que dio a aquel maestro y con lo que gastó en el camino se [656] pudiera dos vezes aver casado. Embiaron los del Senado a reñir con Severo, no porque se avía casado, sino por el camino largo que por una muger avía andado y por los grandes gastos que por ella avía hecho, diziéndole que no convenía al ciudadano romano emplear su persona si no era por augmentar la honrra, ni gastar la hazienda si no era por deffender la república. A esto respondió Severo que por ninguna de aquellas cosas de que era redargüido él merescía ser penado, ni culpado, pues sin comparación era muy mayor el merescimiento de aquella dama con quien él avía casado, que no los gastos y trabajo que por su servicio avía padescido. Y dixo más: «Parésceme, Padres Conscriptos, que deste hecho más merezco ser honrrado que no accusado, pues dél saca Roma honrra y yo provecho por ver como han visto los reynos estraños que los capitanes romanos tienen para ganar las riquezas esfuerço y para gastarlas ánimo.»

Estuvo Severo tres años continuos en Francia, y fue muy temido y muy amado y muy reverenciado de los franceses, lo uno por ser justo en el juzgar, lo otro por ser largo en el gastar y sobre todo por ser limpio en el bivir. Nascióle allí en Lugduno una hija, a la qual llamó como a su madre Julia, y fue cosa maravillosa en que, caresciendo Severo en el dedo pulgar del pie derecho de una uña, en el mismo pie y en el mismo dedo nasció la hija sin ella. Venidas las calendas de enero, al tiempo que en Roma se repartían los officios, cúpole a Severo por suerte el proconsulado de Sicilia, de la qual electión él tomó supremo pesar, lo uno porque se hallava bien en Francia y lo otro porque temía la condición de los de Sicilia.

Estando, pues, en la ysla de Sicilia, fue accusado de los émulos y enemigos que tenía en Roma que no se occupava tanto en la governación de la república quanto en pesquisar de los adevinos y agoreros quién avía de ser emperador de Roma, porque a la sazón era emperador Cómodo y teníanse todos por dicho que por ser tan malo le avían de matar, o él mismo por ser tan vicioso se avía de morir. Muy gran enojo tomó Cómodo de saber que, siendo como era bivo y aun mancebo, hablava Severo en la successión de su imperio, por cuya occasión le fue forçado a Severo partir luego de Sicilia y [657] venir a Roma, y allí pagar y mostrar su innocencia, porque no le yva más en ello de la honrra y de la vida.

Luego que vino a Roma se presentó en la cárcel Mamortina, y no quiso de allí salir hasta que por sentencia pública él mostró no tener culpa y a los que le accusaron quitaron la vida. Dos meses después que esto passó, vinieron las calendas de enero, en las quales Severo fue electo en cónsul, juntamente con Apuleyo Ruffino, y el día que esto fue publicado dizen que dixo Severo: «En mí se paresce oy que los hombres ni saben qué prosperidades les conviene ni qué adversidades les empescen, y digo esto porque fuy accusado criminalmente en Roma y en el lugar de los malhechores estuvo presa mi persona, de lo qual se me siguió salir de Sicilia, venirme a Roma, assegurar mi vida, augmentar mi hazienda, cobrar mayor fama, tomar de mis enemigos vengança y ser cónsul de la república.» Passado el tiempo de su consulado, estúvose un año entero sin tener ningún officio, y según después dezía muchas vezes, los mejores y más alegres días de su vida fueron los del año que no tuvo officio en la república.

En aquel tiempo era muy gran privado del Emperador Cómodo un capitán de su guarda que avía nombre Leto, y por intercessión déste encomendaron a Severo las guarniciones de gente de armas que estavan en Germania, y diose en aquella jornada tan buena maña, que bolvió desde a dos años a Roma muy honrrado y no poco rico. En torno de Roma compró Severo un término redondo para labrar panes y apascentar ganados, y a la ribera del río Týber compró unas generosas y muy fértiles huertas do labró unas superbas casas, las quales muchos tiempos después se llamaron severianas. Estando un día cenando en aquella huerta en un prado echado, y como fuesse la verdura mucha y la vianda poca, fue el caso que un niño hijo suyo de edad de cinco años dava y repartía a todos todo lo que allí avía, al qual dixo el padre: «Tiempla, hijo, la mano en el repartir, que no tienes riquezas reales para dar.» Respondió el niño: «Si no las tengo agora que soy niño, tenerlas he de que sea hombre.» Todos los que allí estavan se espantaron en ver que de edad tan pequeña procediesse sentencia tan grave. [658]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo III

De cómo los pretorianos le eligieron en emperador y vino luego a Roma.

En el décimo año del imperio de Cómodo fue por legado a la provincia de Germania Severo, en la qual embaxada ganó mucha honrra y no poca hazienda, porque naturalmente era expeditivo en los negocios y astuto en llegar dineros. Estuvo en las partes de Germania continuos tres años, es a saber: hasta que en Roma mataron al Emperador Cómodo, de la muerte del qual tomó mucho plazer, y de la electión de Pértinax muy mayor plazer, porque el bivo era su supremo amigo y el muerto su mortal enemigo. No pocos meses después desto le llegó nueva cómo al buen Emperador Pértinax avían los pretorianos muerto, y que Juliano a puro dinero avía comprado el Imperio, y pésole mucho de la muerte del muerto y de la electión del bivo. Fue avisado Severo cómo Juliano estava en gran odio del pueblo a causa de aver comprado el Imperio, y luego a la hora la gente de guerra que estava con él le declararon por Emperador, y esto fue en una ciudad de Germania que llamavan Carnuto, a doze días andados del mes de agosto. El día que los exércitos le levantaron por emperador les dio y repartió tanta summa de dineros, quanta nunca emperador avía dado en los tiempos passados, porque no sólo dio todos los suyos, mas aun dio los de sus amigos.

Con mucha prestreza embió Severo a las guarniciones que estavan en Illírico y en Pannonia y en España y en Francia y en Bretaña a hazer saber cómo Pértinax era muerto y que Juliano avía comprado el Imperio, y que a él los exércitos de Germania le avían en emperador eligido, mas que él no lo [659] quería acceptar sin que ellos como verdaderos deffensores del Imperio en la tal electión uviessen de consentir. Todos, pues, en confirmidad aprovaron la electión que los de Germania avían hecho de Severo y dieron por ninguna la de Juliano, y esto fue con condición que Severo jurasse primero que la muerte del buen Emperador Pértinax vengaría y que a la gente de guerra favorescería. Luego que Severo vio confirmado su Imperio por la gente de guerra, tomó el camino muy apressuradamente para Roma, en el qual camino no sólo no halló resistencia, mas aun en todos los lugares era rescebido con mucha alegría.

Ya se dixo en la Vida de Juliano cómo le mandó matar el Senado un día antes que entrasse en Roma Severo. Dos cónsules y cient senadores y treynta qüestores y veynte y dos censorinos y catorze tribunos y diez pretores y quatrocientos sacerdotes y cincuenta vírgines vestales salieron a rescebir a Severo, a los quales todos embió a dezir que, si querían ver su cara mansa y pacífica, convenía que ninguno llevasse arma pública ni secreta, porque abastava que él fuesse de guerra y que ellos le rescibiessen en paz. Como eran varones honrrados, generosos, ricos y ancianos todos los que le salieron a rescebir, mucho se affrentaron de que Severo los mandó desarmar; mas al fin cumplieron lo que les fue mandado y dende aquel día concibieron con Severo mortal odio, porque si desarmaron las personas de armas, armaron los coraçones de malicias. Como estava Severo tan superbo con el imperio y los cónsules y senadores eran tan cuerdos, ni él sintió ellos estar sentidos, ni ellos mostraron estar afrentados, porque si tuvieron paciencia para suffrir aquella injuria, no les faltó cordura para dissimularla.

Como era sagaz y astuto Severo, dos cosas hizo antes que entrasse en Roma, con las quales ganó mucho la voluntad de todos los de la república. La primera cosa que hizo fue que públicamente se mudó el sobrenombre, es a saber: que de antes se llamava Septimio Severo y después se llamó Severo Pértinax, y esto hizo para que viessen todos que, tomando el nombre del buen Emperador Pértinax, también seguiría su vida y se aprovecharía de su doctrina, porque Pértinax no sólo fue [660] quisto como hombre, mas aun adorado como Dios. La segunda cosa que hizo fue que mandó a todas las cohortes pretorianas (que era la gente darmas que guardava a Roma) que, dexadas las armas, viniessen todos a hazerle reverencia, y éstos eran los que al Emperador Pértinax avían muerto, no por lo que él merescía, sino por los males que no les consentía. Tenía en secreto concertado Severo con los capitanes de su exército que los guardassen y cercassen en rededor, de manera que, después que los viessen desarmados, ni pudiessen cobrar armas para se deffender, ni tener lugar para huyr. Ya que todos estavan desarmados y cercados, mandó Severo que callassen todos los que estavan cerca y los que estavan lexos, y, dirigiendo sus palabras a aquellos homicianos, hablóles en esta manera. [661]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo IV

De cómo luego vengó la muerte del buen Emperador Pértinax, y de una plática que hizo.

Aunque todas las cosas humanas sean subjectas a vanidad y a mutabilidad, esta preeminencia tienen los dioses sobre los hombres: que, mudándose todas las cosas, ellos son immutables, y peresciendo y acabándose todo, ellos para siempre permanescen, porque no ay cosa perpetua sino aquella a quien los dioses dan perpetuidad. El gran Imperio Romano muy gran semejança tiene con los immortales dioses del cielo, porque todos los reynos del mundo son finibles y él es perpetuo; todos flacos y él poderoso; todos subjectos y él solo libre; todos vencidos y él invencible; finalmente él es el que nunca suffrió a otro mayor ni se compadesció con otro ygual.

Como sea verdad que nunca den los dioses premio sin que preceda merescimiento, ni den pena sin que aya en el que castigan culpa, síguese desto que, pues los dioses dan a los romanos tantos y tan grandes triumphos, deve aver en ellos muchos y muy notables merescimientos. Dos cosas son las que hazen a los romanos tener amistad con los dioses y ser señores de los hombres, es a saber: ser grandes cultores de los templos y conservar en justicia a los pueblos, porque la tierra do los templos no son honrrados y los malos castigados mejor se podrá llamar cueva de ladrones que no reyno de hombres buenos.

Ya sabéys los que aquí estáys cómo matastes al buen Emperador Pértinax, varón por cierto que fue tan sancto y tan sanctíssimo que, cotejada la grandeza del imperio con la [662] pureza de su merescimiento, era para él muy poco aun ser señor de todo el mundo, porque para un bueno muy poca paga es darle toda la monarchía del mundo. En esto que avéys hecho avéys offendido a los dioses, escandalizado a los hombres, cometido trayción a vuestro señor, infamado a vuestra patria, perturbado a vuestra república y puesto en confussión a toda Roma; por manera que, siendo tan excessiva la culpa, no meresce que aya templança en la pena. Ya que matastes, ¿es verdad que matastes a Calígula, a Nero, a Sergio, a Bitello, a Domiciano, a Cómodo, sino a Pértinax, que fue uno de los príncipes más sin reprehensión que uvo en el Imperio Romano? Como los príncipes son pocos y voluntariosos, es muy gran ventura acertar en algunos que sean buenos, y tanto soys vosotros dignos de mayor pena quanto el buen Pértinax era más provechoso para la república.

¿De quién se osará ya fiar Roma, pues los que están puestos por su guarda la pusieron en almoneda? ¡O, trayción nunca pensada!, ¡o, delicto nunca oýdo!: matar al Emperador y vender el Imperio. Después de matar los vassallos a su señor y de aver vendido los naturales a su república, yo no sé cómo los dioses no mandaron a la tierra que os absorviesse y luego no pusieron fuego a Roma para que se quemasse, porque después de tan grande infamia no avía de nombrarse en el mundo más Roma. ¿Quién dixera a Quinto Cincinato y a Numma Pompilio, y a Camilo y a Marco Fabricio y a Mucio Cébola, y a Silla y a Mario, y a Scipión y a Julio César, y a Augusto y a Germánico, los quales esclarescieron con muchos triumphos a Roma, que avíades de poner vosotros a Roma en pública almoneda? Creo y no dubdo que de pura tristeza se murieran o a los progenitores de quienes vosotros descendís mataran.

Desde que partí de Germania, he venido pensando por el camino qué pena os daría, porque por una parte si dexo a cada uno de vosotros con la vida, redundará en escándalo de la república, y, si quiero quitárosla, es muy poca pena según vuestra sobrada culpa, porque a uno que es malo no poco bien le hazen en sacarle deste mal mundo. Yo mando [663] que os hiendan las narizes y que hos harpen las lenguas y que os corten por la cinta las haldas y que os raygan las medias barbas y que sin honrra ni libertad biváys esclavos en las repúblicas, por manera que no moriréys como los buenos mueren para bivir, sino que biviréys como los malos biven para morir. No os dexo con la vida porque merescéys la vida, sino por no macular mi fama con vuestra sangre suzia.

Si por dar a vosotros la muerte diesse al buen Pértinax la vida, no sólo la vuestra, mas aun de voluntad offrescería la mía, porque no ay venta más justa que a trueque de muchas vidas malas se compre una vida buena. Si los dioses permitiessen que a la hora que os mandasse matar tornássedes a resuscitar, mil vezes os quitaría la vida, porque mil muertes meresce vuestra culpa; mas, pues en un momento quita al malhechor el verdugo la vida, y después no ay en qué tomar dél más vengança, más vale que biváys desseando cada día la muerte que no que muráys aborresciendo la vida. No ay cosa más justa que matar al que mata, mas yo no os mando matar, aunque al buen Pértinax osastes matar, y esto no lo hago por no hazer justicia ni por hazer a vosotros honrra, sino porque por muchos años tengáys tiempo para llorar vuestra infelice vida y su innocente muerte. [664]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo V

De las cosas que hizo en Roma luego que tomó el imperio.

Después que Severo uvo hablado y condennado y desterrado a los que mataron al Emperador Pértinax, determinó de entrar en Roma, y fue su rescebimiento mixto de plazer y tristeza, porque de una parte, viéndole tan amigo de justicia, holgávanse; y por otra, verle arrodeado de tantos exércitos, temíanle. Luego que entró en Roma, fuese a visitar los templos según que lo tenían de costumbre los emperadores romanos, y allí offresció no pequeños, sino muy generosos y aun costosos sacrificios.

Aunque en su rescebimiento se tardó gran parte del día y en visitar los templos se consumió lo que quedava, como ya fuesse noche y todos le rogassen que se retruxesse a descansar a su palacio, no lo quiso hazer hasta que visitó la sepultura del buen Marco Aurelio, delante de la qual estuvo muy gran espacio de rodillas y derramó muy lastimosas lágrimas. Otro día fuese al alto Capitolio, do estava junto todo el Senado, y allí habló a todos los senadores y cónsules y a todos los otros officiales romanos, a los quales dixo muy buenas palabras y les dio esperança de muchas mercedes. Todo el Pueblo Romano estava atónito y espantado de ver la audacia y fortuna tan grande de Severo, y esto procedía de ver que sin peligro y menos sin trabajo alcançó el imperio, porque ni le uvo derramando sangre agena, ni a trueque de su hazienda propria.

El primero día que Severo habló en el Senado hizo voto solenne delante todos de jamás matar a ningún romano si no [665] fuesse por justicia sentenciado, y que tampoco tomaría la hazienda a ninguno si no fuesse por el fisco condennado. Si en Severo se hallara por obra lo que aquel día juró por palabra (es a saber: que no le pudiessen accusar de cruel, ni notar de cobdicioso) muy gran bien fuera para el Imperio Romano, porque no ay cosa con que los príncipes más destruygan las repúblicas y aun infamen sus personas que con ser vengativos de las injurias proprias y cobdiciosos de las haziendas agenas. Luego en los principios se mostró Severo manso, benigno, piadoso, largo, magnánimo, affable, gracioso y humano, abraçando a los naturales y riéndose con los estrangeros, por manera que todos los romanos se andavan en pos dél, oyendo lo que dezía y loando lo que hazía.

Si en las cosas humanas era proveýdo, no por cierto en las divinas era descuydado, porque cada día visitava los templos, honrrava los sacerdotes, offrescía sacrificios, reparava los hedifficios y oýa de voluntad a los afflictos y huérfanos, por manera que en las victorias le comparavan a Julio y en la policía humana a Augusto y en las cosas divinas a Numma Pompilio. Los senadores viejos y los antiguos romanos que se avían criado con Severo desde niños estavan atónitos de ver cómo avía su condición mala mudado; y por otra parte pensavan entre sí que todo aquello que hazía era fingido, porque de su proprio natural era astuto, versuto, manso y doblado, y sabía abnegar su voluntad por algún tiempo en lo que quería por después hazer con todos todo lo que desseava. Ardid es de hombres sagazes y mañosos vencer sus voluntades en cosas pequeñas por atraer después las de los otros a cosas grandes.

Aunque se ha de dar más crédito a lo que vemos que no a lo que sospechamos, en este caso más se engañaron los que loavan en Severo sus obras buenas, que no los que sospechavan sus antiguas astucias, porque en breve espacio se conoscieron en él muy grandes crueldades y muy desordenadas cobdicias. Los que desde niños no son en obras virtuosas criados o que de su natural no son virtuosos podrán por algún tiempo engañar algunos con sus astucias, mas al fin al fin de venir han a noticia de todos sus malicias. Todo esto se experimentó en Severo, el qual hizo fuerça a su inclinación propria [666] hasta que se vio enseñoreado de la república. El primero officio que dio en Roma fue a Flavio Juvenal, al qual hizo pretor del pueblo, y desta provisión por una parte plugo a todos porque el Flavio era varón virtuoso, y por otra pesóles mucho porque fue criado de Juliano.

Todo el exército que traýa consigo Severo, todo le metió dentro de Roma consigo, y, como era en quantidad grande y en condición superbo, no podía caber por toda la ciudad, y a esta causa aposentávanse no sólo en las casas libertadas y en los templos sagrados, mas aun por fuerça quebravan las puertas y se entravan en las casas. A muy gran injuria tomaron esto los romanos, porque no sólo sentían la affrenta que se hazía a sus personas, mas aun lloravan de ver quebrantar sus libertades.

Tres días después que Severo entró en Roma, embiaron los capitanes de su exército a pedir al Senado que les diessen cient mil pesantes de oro que les venían de derecho, diziendo que en otro tiempo otro tanto avían dado a los que la primera vez entraron con el Emperador Augusto. A la hora que los capitanes embiaron a dezir esto al Senado, luego todos juntos se armaron y se salieron al campo, jurando y perjurando por la vida de Severo y por el siglo de Marco que, si no se los davan aquel día, meterían aquella noche a saco a Roma. De que oyó Severo que el exército estava armado en el campo Marcio y no por su mandado, escandalizóse mucho, pensando que avía trayción contra él en el pueblo; mas al fin, sabida la verdad, rogóles que se apaziguassen y se desarmassen, diziendo que no era de capitanes cuerdos, sino de hombres sediciosos, pedir con amenazas lo que les darían por ruegos. En mucho trabajo se vio Severo en acabar de concertar a los unos con los otros; mas al fin, como dio algunos dineros de su casa y tomaron otros de la república, todos vinieron a concordia, y la concordia fue que diessen a los capitanes menos de lo que pedían y los romanos diessen algo más de lo que offrescían.

Antes de todas las cosas hizo celebrar Severo las obsequias de Pértinax, en las quales se hallaron presentes todos los romanos, y él offresció a los dioses aquel día muy grandes sacrificios, [667] y contaron a Pértinax entre los dioses, y pusiéronse allí sacerdotes que sacrificassen sobre su sepultura y para que siempre substentassen su memoria. Quando Severo entró en el Imperio, halló empeñadas muchas rentas del erario (es a saber: del real patrimonio) y dio orden cómo se rescatassen y a la corona imperial se reduxessen.

Tenía Severo dos hijas grandes, la una en edad de veynte y cinco y la otra de treynta años, y casólas dentro de veynte días que entró en Roma, la una con Prolio y la otra con Laercio, varones que eran ricos en hazienda y generosos en sangre. Offresció Severo el officio de censor a su yerno Prolio, mas él no le quiso acceptar, diziendo que él no se avía hecho yerno del Emperador para ser verdugo de malos, sino para ser servido de buenos. Hizo Severo a sus yernos cónsules y allí cerca de Roma les compró muy buenos réditos, y allende desto dioles a ellos dineros que gastassen y a las hijas dio joyas con que se honrrassen. [668]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo VI

De cómo passó en Asia contra el capitán Pescenio que se reveló contra él.

Uno de los capitanes famosos que se revelaron contra el Emperador Juliano, según se contó en su Vida,, fue Pescenio Nigro, el qual con los exércitos que estavan en Assiria governava y enseñoreava a toda la Asia. Severo se levantó en Germania y Pescenio en Asia, y, dado caso que ambos a dos fueron a su señor traydores, la differencia que uvo entre ellos fue que a Severo por venirse a Roma le alçaron por emperador y a Pescenio Nigro por estarse en los plazeres de Asia le condennaron por traydor.

A la hora que el Emperador Juliano fue muerto, luego Pescenio tomó el título de Emperador y de Augusto, por manera que Severo en Europa y Pescenio en Asia tenían divididas entre sí todas las tierras y provincias, y mucho más tenían divisas el uno del otro las voluntades. Bien fue avisado Pescenio en Asia en cómo avía entrado Severo con muy gran potencia en Roma y que governava ya como natural emperador la república, mas ni por cartas que le escrevían ni por cosas que le dezían quiso a Severo obedescer ni menos le mostró temer. Era Pescenio Nigro hombre gruesso, animoso y bellicoso y de todos los con que tractava bien quisto, y cierto, si él perdió el Imperio, no fue por faltarle amigos en Roma, sino por sobrarle vicios en Asia. De que vio Severo que ni por amenazas que hazía, ni por promessas que prometía, ni por cartas que escrevía, ni por partidos que sacava no podía atraer a Pescenio Nigro a su servicio, acordó de conquistarle como a enemigo, aunque según él dezía después, no quisiera venir con [669] él en rompimiento, porque Pescenio era amigo de veras y no enemigo de burla.

Mandó Severo hazer alarde de toda la gente que tenía y hizo nóminas de toda la que podía sacar de Ytalia, y mandó a ellos que se adereçassen y a sus officiales que les pagassen, y esto que se hiziesse con suprema diligencia, porque era su intento de entrar él tan presto en Asia quan presto fuesse a Pescenio la nueva de su yda. Todos los exércitos del Illírico que él avía dexado en Tracia mandó que se passassen en Asia, y a todos los senadores y officiales romanos bulliciosos y a todos los hombres ricos y a todos los hijos de grandes señores que avía en Ytalia a todos los llevó consigo a la guerra. Armó en el mar Mediterráneo cient galeras, dozientas naos, cincuenta zabras y innumerables fustas, las quales todas yvan cargadas de hombres y de armas y de bastimentos, por manera que, según su grandeza y potencia, ni avía quien le acometiesse por tierra ni le esperasse por la mar.

Solos treynta días estuvo Severo en Roma y, despidiéndose del Senado, fuese para el puerto de Hostia a ver su armada, y dende partióse a Nola de Campania, do tenía junta su gente de guerra, y allí añadió muchas cosas que faltavan y quitó otras que sobravan, porque las cosas de gran importancia no se contentava con encargarlas a los hombres expertos, sino que las yva él a ver con sus ojos proprios.

Llegada la nueva a Pescenio Nigro en cómo por mar y por tierra yva contra él Severo, dizen que dixo esta palabra:

Si los hados me son contrarios, poco me pueden favorescer los hombres, y si los dioses me quieren ayudar, poco me pueden los hombres empescer. (Y dixo más.) No se contentó Severo con aver muerto a su señor Juliano y aver usurpado el imperio, sino que me hizo enemigo del Pueblo Romano. Yo ruego, pues, a los immortales dioses que, si por caso no me dieren en esta guerra victoria, en aquella guerra sea Severo vencido en la qual él más desseare vencer.

Aunque Pescenio puso su ventura en manos de los dioses, [670] no por esso dexó de encomendarse a los hombres, y para esto escrivió y embió embaxadores al rey de los parthos y al rey de los trebanos y al rey de Armenia que le favoresciessen con sus huestes y le socorriessen con sus dineros, porque Severo venía con ánimo de destruyr a él y de castigar a ellos. El rey de los armenios respondió a los embaxadores de Pescenio Nigro que ni quería ayudar al uno ni offender al otro, sino defender y conservar su reyno, y lo que le movía a hazer esto era que, si Pescenio era su amigo, no era Severo su enemigo. El rey de los parthos luego embió cartas por su reyno mandando que acudiessen a Pescenio y no rescibiessen a Severo, y esto no lo hazía él por la estrecha amistad que tuviesse con Pescenio, sino por la antigua enemistad que tenía con el Imperio Romano. El rey de los arthabos embió a Pescenio diez mill vallesteros, todos naturales de las provincias bersezanas, los quales en todo el mundo eran muy nombrados y en las guerras muy temidos, porque tenían animoso ánimo para pelear y suprema destreza en el tirar. Allende desto, mandó Pescenio Nigro que se hiziessen de nuevo veynte mil hombres de pie y cinco mil de cavallo, y como los más dellos se hiziessen en la ciudad de Antiochía, do la gente es más liviana, muchos de los que se assentaron en la nómina y rescibieron la paga, no fueron después a la guerra. A todos los que hizieron este engaño castigó después Severo, no porque fueron traydores a Pescenio, sino porque otro día no fuessen traydores a él.

El Monte Tauro parte a Capadocia y Sicilia, y Pescenio, como hombre experimentado en cosas de guerra, proveyó de hazer atalayas en lo más alto del monte y de poner gente de guarda en los lugares más peligrosos y estrechos, de manera que ninguno de los enemigos podía allegar que no le viessen, ni podía passar que no le matassen. En aquellos tiempos no avía en todo el reyno de Tracia ciudad más opulentíssima que era Bizancio, que por otro nombre agora se llama Constantinopla, la qual en hedifficios sobrepujava a todas las de Asia y en fertilidad ygualava con las mejores de Europa. Entre las cosas que avía en ella muy hermosas de ver y muy de loar eran los muros, las piedras de los quales se avían traýdo de [671] Milesio y ninguna piedra era labrada a escoda, sino a manera de madera las avían aserrado con sierra, y esta era la causa que, siendo los muros de muchas piedras, no parescían ser más de una. Aunque con la calamidad de los tiempos estén ya los muros arruynados, todavía paresce algún vestigio en ellos, en el mirar de los quales ninguno avrá que no loe el ingenio de los que los hizieron y maldiga las manos de los que los assolaron.

Como se vio Pescenio señor absoluto de Asia y rodeado de tanta y tan noble gente de guerra, bien pensó tener por sí la victoria; mas, como en semejantes casos sea muy differente lo que guía fortuna a lo que dessea la persona, muy al revés de lo que él pensó entonces le succedió después. [672]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo VII

De la guerra que passó entre Pescenio y Severo en Asia.

Mucho pesar tomó Severo de que supo en cómo Pescenio estava de tal manera apercebido, que no sólo pensava de se deffender, mas aun publicava que le avían de offender. Certificado Severo que estava Pescenio apoderado de la gran ciudad de Bizancio, diose muy mayor priessa en el camino con pensamiento de combatirla y que no tuviesse tiempo Pescenio de socorrerla, porque con tractos secretos tenía dentro de la ciudad Severo algunos nuevos amigos y Pescenio en la governación avía cobrado algunos enemigos. Ni los tractos que truxo secretos, ni las diligencias que hizo públicas aprovecharon a Severo para poder recobrar a Bizancio, y esto sabido por él, trabajó de occupar otra ciudad no lexos de allí que avía nombre Cízica, la qual era roquera y riparia, es a saber: que un río la cercava y su sitio era sobre una peña.

Tenía Pescenio por capitán general de todas sus huestes a un cavallero que avía nombre Emiliano, y déste fiava él no sólo las cosas que se avían de despachar en la guerra, mas aun las que se expedían en la paz, porque avía en él cordura para lo uno y esfuerço para lo otro. Metióse el capitán Emiliano en la ciudad de Cízica, y vino luego la gente de Severo a cercarla, y allí uvo entre ambos exércitos en diversas vezes diversos combates y rebates, en los quales la próspera ni adversa fortuna no mostrava demostrarse por la una parte ni por la otra, porque todas las vezes que peleavan al muro eran vencidos los de Severo y todas las vezes que peleavan en el campo [673] eran vencidos los de Pescenio. No dos meses después que la ciudad Cízica estava cercada, como los que estavan dentro saliessen a pelear con los de fuera, al tiempo que se quisieron retraer entraron los capitanes de Severo rebueltos con los de Pescenio, y dado caso que entre los unos y los otros uvo muy gran matança sobre el tomar de una puerta y hazerse fuertes en una plaça, al fin perdió la ciudad Pescenio y quedó con la victoria Severo.

Mucho se quexava Pescenio y aun assí fue fama en el vulgo, es a saber: que el capitán Emiliano se avía de secreto concertado con Severo, porque según los superbos muros que tenía la ciudad de Cízica y según la valerosa gente que la guardava, todos juzgavan que era impossible tomarla y que era locura cercarla. El motivo que tuvo el capitán Emiliano para hazer lo que no devía hazer ningún bueno fue que, como sus hijos estuviessen en Roma y después se fuessen con Severo a la guerra y Severo los truxesse en muy gran guarda, es de creer que por libertar los hijos que avía engendrado quebrantó la fidelidad y juramento que avía hecho.

El Emperador Cómodo, como era tan sospechoso de los con quien tractava y tan mal quisto de los que le servían, tenía en costumbre que todas las más vezes que embiava algún noble romano a governar alguna provincia, a los hijos del tal metía luego en una fortaleza, y esto hazía él porque, teniendo presos a los hijos, no le serían traydores los padres. Desde el tiempo que imperava Cómodo en Roma, governava las provincias Emiliano en Asia, y ésta fue la occasión por do Severo cobró los hijos y Pescenio perdió al padre.

Divulgada la fama por toda Asia que la ciudad de Cízica era perdida y que Severo estava en el campo con victoria, todos los cavalleros de Pescenio que de allí escaparon y todos los otros sus compañeros que esto oyeron, todos echaron a huyr y buscaron lugares fuertes para se absconder. No sólo cobró Severo honrra y provecho desta victoria, mas aun puso en espanto y discordia a todos los más pueblos de Grecia, porque los unos dellos se revelaron contra Pescenio y los otros obedescían a Severo. Aunque la gente de Grecia por una parte es muy hábil para deprender sciencia, también es [674] muy mudable en las cosas de guerra, porque en las guerras que andan no siguen ellos al príncipe que tiene más justicia, sino al que le dize mejor la fortuna.

Los ciudadanos de Bithinia embiaron embaxadores a Severo, diziendo que ellos y sus hijos estavan a su servicio, y por contrario los de Nicena hizieron saber a Pescenio que, si embiava allí su exército, no sólo le rescebirían, mas aun le manternían; y esto no lo hazían aquellos dos pueblos por la amistad que tuviessen con aquellos dos príncipes romanos, sino por la enemistad antigua que tenían entre sí mismos. Estavan, pues, los de Severo en Bithinia y los de Pescenio en Nicena, y de allí como de dos fortalezas salían a pelear, y al fin entre ambos exércitos se travó un día una tan fuerte escaramuça, que en sangre y mortandad no fue menor que batalla, do quedó por Severo el campo y fueron desbaratados los de Pescenio.

Ni por aver Pescenio perdido la ciudad de Cízica, ni por aver sido desbaratado en Bithinia mostró tener temor ni flaqueza, sino que luego el exército que le quedó dividió en dos partes: la una embió al monte Tauro para que deffendiessen por allí el passo a Severo y la otra parte tomó consigo y se fue con ella a Antiochía, lo uno para sacar dinero de su thesoro y lo otro para rehazer de gente su exército. El exército de Severo tomó el camino desde Bithinia para Galacia y de Galacia para Capadocia; y Capadocia estava por Pescenio y començaron los de Severo muy de veras a combatirla, en la qual jornada rescibieron mucho daño los severianos, porque la ciudad, como estava assentada en la ladera de una cuesta, para matar a los de fuera no hazían más de echar a rodar piedras los de dentro.

Estando las cosas en este estado, acontesció que en la provincia de Fenicia se revelaron dos ciudades a Pescenio y se tornaron de la opinión de Severo, es a saber: Laodocia y Thiro, de la qual nueva tomó muy gran pesar, y aun odio, Pescenio, el qual odio y passión que tomó contra los de aquellas ciudades, no sólo lo mostró en las palabras feas que les embió a dezir, mas aun en las crueles obras que les mandó hazer. Tenía Pescenio en sus exércitos quinze mil flecheros que [675] se llamavan los mauros, gente que de su proprio natural era inclinada a matar y que no tenía ningún temor ha morir, y a éstos mandó Pescenio que fuessen a Laodocia y a Thiro para que las quemassen y saqueassen y a los vezinos degollassen, con apercibimiento y juramento que, si alguno tomavan bivo, al prisionero daría la vida y al que le truxesse daría la muerte. Fueron, pues, sobre Laodocia y Thiro aquestos quinze mil flecheros que se llamavan los mauros y otros muchos que se juntaron con ellos, y como los tomaron de improviso y no tuvieron tiempo de pedir a Severo socorro, tan feroz y inhumanamente se uvieron aquellos bárbaros con aquellos dos tan generosos pueblos, que ni dexaron piedra sobre los muros y casas que no derrocassen, ni cabeça de hombres ni de mugeres que no cortassen.

Quando estas cosas passavan en Assiria, los cavalleros de Severo estavan en Capadocia trabajando mucho por apoderarse del monte Tauro; mas, como él de su natural era altíssimo y montuoso y pedregoso, y tenía todos los passos peligrosos tomados Pescenio, no sólo no le podían combatir, mas aun ni avía esperança de le poder tomar. Encima deste monte Tauro juntaron los de Pescenio gran muchedumbre de peñascos muy grandes, para que, si los de Severo intentassen a querer en lo alto subir, echassen los cantos a rodar para que con ellos los pudiessen matar. Como en la ladera del monte avía muchos árboles muy espessos, muy altos y muy gruessos, cortaron los de Severo infinitos dellos para que si los de Pescenio echassen a rodar las piedras, topassen en los árboles y no tropellassen a los hombres. En tener capitanes diestros para pelear y hombres mañosos para se defender, ninguno de los dos exércitos se podía quexar, ni de sus enemigos embidia tener, excepto que Pescenio era más virtuoso y Severo más venturoso. [675]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo VIII

De una cruel batalla que uvo entre Pescenio y Severo en la qual fue muerto Pescenio.

En unas quebradas que suelen en los semejantes lugares hazer las aguas avían hecho los de Pescenio unas palizadas de piedras y ramas, las quales servían para cegar el camino que no passassen y para offender desde allí a los enemigos si quisiessen passar. Ni por el trabajo de subir ni por el miedo del morir dexavan cada día y cada hora los capitanes de Severo de intentar a subir al monte Tauro; mas eran los passos tan estrechos y las montañas y riscos tan inacessibles, que diez se deffendían de ciento, y ciento de mil, y mil de diez mil.

Fue, pues, el caso que, estando los severianos exércitos más desesperados que con esperança, súbitamente una noche cayeron en aquellas montañas unas nieblas grandíssimas, y éstas fueron occasión que luego los pescenios desampararon aquellas sierras, y lo que fue peor de todo, que muchas personas y bestias allí peligraron y las vituallas todas se les perdieron. La fortuna que lo avía de hazer y los tristes hados de Pescenio que lo avían de encaminar, acontesció que al tercero día después que avía nevado vino un sol tan caluroso como si fuera en el verano; y, como derritió toda la nieve que avía caýdo, con el ímpetu grandíssimo del agua derrocó y llevó en pos de sí todos los baluartes y reparos que Pescenio en aquel monte avía hecho, por manera que hizo natura en una hora lo que el arte no pudo hazer en muchos días, es a saber: que la nieve alançó la gente y el sol abrió el camino. Los exércitos severianos, como vieron que los de Pescenio avían [677] desamparado el monte Tauro y que las nieves derretidas les avían abierto el camino, no sólo cobraron mucho esfuerço, mas aun presumían tener el favor divino, diziendo que Severo los governava, mas que los dioses los guiavan. Al quinto día después que nevó subieron los de Severo al monte Tauro, y como la nieve era toda derretida y los arroyos estavan ya secos, hallavan a cada passo hombres muertos, bestias ahogadas, armas quebradas y vituallas estragadas, en el mirar de lo qual todos tomavan no poco plazer, porque tenían puestos los pies do antes no empleavan más de los ojos.

Sabido por Pescenio que los suyos avían desamparado el monte Tauro, partióse con toda su hueste de Antiochía y tomó el camino de Sicilia, y era cosa espantosa la muchedumbre de gente que llevava, aunque de verdad más eran para mirar que no para pelear; porque, dado caso que eran muchos y mancebos y bien armados, más acostumbrados estavan a tener con los vicios paz que no a hazer a los enemigos guerra. Severo con su exército y Pescenio con sus huestes se hallaron en Sicilia no una legua el uno del otro, y en el comedio de los dos exércitos avía una muy gran llanura que llamavan los de aquella tierra el campo Yssico, do se dio la postrera y muy famosa batalla entre Alexandro y Darío, en la qual el rey Darío fue vencido y el Magno Alexandro quedó por monarcha del mundo. En memoria de aquella tan immortal batalla está allí oy fundada la muy nombrada ciudad de Alexandría, en la qual está una estatua de cobre hecha al natural de Alexandre, y es tan al natural, que dizen todos los que la miran que por una parte los espanta y por otra se haze tener en gran reverencia. Dos días después que llegaron allí los dos príncipes, determinaron en conformidad de dar la batalla, pues cada uno dellos tenía allí todos sus exércitos juntos y sus personas proprias, y hasta esto tuvieron entre sí muy poca differencia, porque cada uno dellos esperava alcançar para sí la victoria. La noche antes que peleassen estuvieron Severo y Pescenio muy tristes, y todos sus exércitos desvelados, porque como se allegava la fatal hora de pelear, aunque sus generosos coraçones les davan esperança de vencer, sus mortales cuerpos temían de morir. [678]

Ya que quería reýr el alva y venir el día, todos los capitanes se pusieron en orden para dar la batalla, y dos horas antes no hizieron otra cosa de la una parte y de la otra sino tocar los instrumentos que tenían para música, los quales con melodía ponían en los coraçones tanta tristeza, que annunciavan bien el triste successo que avía de aver de aquella batalla. Juntas, pues, las unas huestes con las otras, travóse entre ellos una tan cruda pelea, y trabajó cada parte dellos tanto por alcançar la victoria, que era acabado el día y no era acabada la batalla. Fue tan herida y tan porfiada y tan ensangrentada aquella batalla, que en torno de dos leguas no avía tres pies de tierra que no estuviesse cubierto con sangre humana. Si se mostraron los dos exércitos en el pelear animosos, no fueron por cierto los dos príncipes sus señores covardes, mas al fin de que vino la noche, los pescenios volvieron las espaldas a los severianos y el fin de todo fue que Pescenio huyó herido y Severo quedó señor del campo. En un cavallo muy ligero y con muy pocos de los suyos acompañado tomó el camino de Antiochía Pescenio, y como le siguiessen los enemigos, aportó a un casar o cortijo pequeño do ni tuvo tiempo de descansar ni lugar para se absconder, sino que beviendo a pechos un cántaro de agua de un golpe le cortaron los enemigos la cabeça.

Éste, pues, fue el triste fin de Pescenio Nigro, en la sepultura del qual se puso este epitaphio: «Aquí yaze Pescenio Nigro, antiguo romano, el qual en merescimientos ygualó con muchos buenos y en desdichas excedió a todos los desdichados.» De que Severo se vio con tan gran victoria y que ya no avía en toda Asia contra él lança enhiesta, lo primero que hizo fue prender a todos los principales que escaparon del campo de Pescenio, y a todos mandó no sólo matar, mas aun matarlos con muchos tormentos. Muchos se hallaron en el campo de Pescenio, los quales le seguían no porque le querían seguir, sino porque no podían más hazer, y a éstos también como a los otros mandó Severo también matar, la qual obra por cierto fue más de crudo tyrano que no de príncipe virtuoso.

Tenía Severo consigo a la madre y a los hijos de Pescenio, [679] después de la muerte del qual a la madre con los hijos embió a una ysla desterrados. Puestas en orden todas las cosas que convenía a proveer en la buena governación de Asia, puso Severo en plática entre sus muy familiares amigos de yr a conquistar al rey de los parthos y al rey de los trebanos, y esto no porque ellos tenían a Severo por enemigo, sino porque fueron amigos de su enemigo Pescenio. Aconsejáronle sus amigos a Severo que por ninguna manera publicasse ni aun pensasse hazer guerra al rey de los parthos ni al rey de los trebanos, porque dado caso que Pescenio era muerto en Oriente, quedava al bivo bivo en los reynos de Poniente, y que no tenía tan seguro el imperio, que no le fuesse mejor consejo buscar amigos nuevos que no despertar enemigos antiguos. Tractó muy mal Severo a los de Antiochía, lo uno porque, siendo él allí governador, se reýan de lo que dezía, y lo otro porque rescibieron y obedescieron a su enemigo Pescenio, por cuya causa les dixo palabras injuriosas y les quitó las libertades todas que tenían antiguas. A los neapolitanos y a los palestinenses quitó las jurisdictiones que sobre otros lugares tenían, porque ayudaron a Pescenio desde el principio de la guerra. A todos los senadores romanos mató, es a saber: los que siguieron a Pescenio y tomaron nombre de capitanes y tribunos, y de los otros no mató alguno si no fue a uno, y a ninguno quiso dezir por qué aquél más que otros fue muerto. [680]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo IX

Del cónsul Albino y de cómo se reveló contra Severo estando en Ynglaterra.

Entre los muy extremados mancebos que se criaron en casa del buen Emperador Marco Aurelio fueron tres los quales en aquellos tiempos estavan puestos por capitanes en los tres más famosos y aun peligrosos lugares del Imperio, es a saber: Severo estava en Illírico, Pescenio en Asia y Albino en la Gran Bretaña. Avíalos su señor Marco Aurelio criado tan expertos en las sciencias, tan acostumbrados a las virtudes, tan diestros en las armas, tan cautos en los peligros y tan hechos a los trabajos, que si ellos mismos a sí mismos no se guerrearan y destruyeran, todo el mundo no abastava a los destruyr.

Arriba se ha dicho cómo Severo vino a tomar el Imperio a Roma, y cómo fue vencido Pescenio en Asia. Resta agora de dezir de Albino, que estava en Bretaña, el qual en la vida fue muy venturoso y en la muerte muy desdichado. Albino fue natural de Roma, y desde que tuvo edad fue senador, y era de los más antiguos patricios romanos, y heredó de sus passados muchas riquezas, las quales él supo bien conservar y muy bien mejorar y por excellencia gozar, porque, dado caso que el ditado no era más de senador, el servicio de su casa y el tractamiento de su persona era de emperador.

En los tiempos que imperava Pértinax fue Albino embiado por capitán y governador a la Gran Bretaña, en la qual governación fue muy amado y no poco temido, porque como era tan justo hazíase temer, y con la gran liberalidad hazíase amar. Quando Severo partió para Asia a la guerra de Pescenio, [681] sabiendo quán nombrado era el nombre de Albino en todo el mundo y quán quisto de todo el Imperio Romano, temióse mucho no se le alçasse con el imperio, y movióle a pensar esto ver que todos los principales romanos tenían en Albino puestos los ojos. Acordó, pues, Severo de usar de una cautela con Albino, y fue que antes que saliesse él de Roma, le escrivió a Bretaña, diziendo que le quería por compañero en el imperio, y que dende entonces le nombrava y llamava Augusto, y que pues él se partía para la guerra de Asia, le rogava tomasse cargo de la governación de la república. Con estas y semejantes palabras que le embió a dezir y con unas cartas que le escrivió y con unas joyas que le embió dexóse Albino engañar, no pensando que era engañado.

Tenía Albino consigo un cavallero anciano que avía nombre Cipro Albo, el qual dizen que dixo a Albino:

No eres tú tan propinquo deudo ni tan caro amigo de Severo para que sin tú lo pedir quiera él contigo partir el imperio, que a la verdad aun para entre padre y hijo esto es mucho, sino que pienso yo que te quiere agora assegurar para desque venga de la guerra te destruyr, porque de hombre tan doblado como es Severo cartas tan amorosas ni joyas tan presciosas pueden proceder sino embueltas en malicias.

No quiso Albino creer lo que le dixo Cipro Albo; antes leýa en público las cartas y mostrava a todos las joyas, lo qual como supo Severo tomóle dello muy sobrado plazer, y por mejor le acabar de engañar hizo en nombre de ambos a dos hundir dinero y poner la estatua de Albino en el Senado.

Ganada, pues, la voluntad de Albino para tener seguros los reynos de Europa, partióse para Asia y desde allá más vezes escrevía a Albino que no al Senado, dándole cuenta de lo que hazía y pidiéndole consejo para lo que pensava hazer. Quinze meses no más tardó Severo en la guerra contra Pescenio, al qual después que le uvo vencido y muerto determinóse de destruyr a Albino, y porque no tenía occasión pequeña ni grande para hazerle guerra pública, acordó de matarle [682] por maña. Algunos quieren culpar a Albino que, no le aviendo Severo dado más de el nombre de Augusto, le escrevían algunos y le llamavan otros el gran nombre de César, y en respuesta desto dizen otros que jamás él consintió que en su casa se lo llamassen ni en sus letras se escriviesse.

Muchos de los senadores y nobles romanos escrevían cartas y otros persuadían con palabras a Albino que se alçasse con el imperio, y para esto jurávanle y perjurávanle que, aunque estava Severo muy lexos de sus tierras, sin comparación lo estava mucho más de sus voluntades. Fue, pues, el caso que, acabada la guerra de Asia, llamó Severo en mucha poridad a ciertos correos con los quales él solía escrevir cartas, y mandóles que fuessen a la Gran Bretaña y que las cartas que llevassen las diessen a Albino en público, y que le dixessen luego que le querían hablar en secreto y que si con ellos se apartasse, que luego le matassen, y prometióles que, si salían con esta empresa, los haría ser unos de los mayores hombres de Roma. Dioles también una buxeta muy fina de ponçoña y mandóles en la instructión que, si por caso no pudiessen matar a Albino de aquella manera, trabajassen de darle en algún manjar aquella ponçoña. Ya estava Albino algo sospechoso de Severo, lo uno porque no le escrevía ya tan a menudo, y lo otro porque fue avisado que no hablava bien dél en secreto, y a esta causa bivía muy recatado, no sólo de los que le avían de entrar a hablar, mas aun de los manjares que avía de comer.

Llegados, pues, los correos a la Gran Bretaña, dieron las cartas de Severo a Albino en público y dixeron que querían hablar a él solo en secreto, y como él estava ya sospechoso de las cosas de Severo, mandó a los correos prender y gravemente atormentar, los quales luego confessaron que no los embiava Severo a otra cosa sino con hierro o con ponçoña quitar a Albino la vida. Luego fue avisado Severo en cómo avía Albino preso y atormentado y muerto a sus correos, de lo qual succedió que el uno del otro se publicaron por públicos enemigos, y por tales se lastimavan con palabras y se desafiavan por cartas y aun se lo mostravan en las obras. Muy gran tristeza cayó sobre Severo de que se declaró por su enemigo [683] Albino, y lo que le dava más pena era que dezían todos los que mal le querían que avía querido matar a Albino a trayción como covarde y no tomarse con él en público como animoso. También tenía mucha pena Severo porque le dezían muchos que dezía y se presciava Albino delante todos los que lo querían oýr que eran muchos los pueblos y exércitos que le obedescían en la Gran Bretaña y muchos más los que le amavan y desseavan en Roma. No pudiendo ya suffrir Severo lo que le dezían que dezía y hazía Albino, acordó de juntar todo su exército, al qual habló en esta manera. [684]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo X

De una famosa plática que Severo hizo a los del exército para indignarlos contra Albino, su enemigo.

No es justo que ningún príncipe sea notado de liviano si por caso le vean aborrescer en un tiempo lo que amó en otro, porque, mudando los súbditos las costumbres, no es mucho que los señores muden los paresceres. En quanto fuere el amigo virtuoso, tanto y no más ha de ser amado de su amigo, porque si es cosa loable amar al bueno, es muy vituperable amar al malo. Dado caso que los príncipes maltracten a unos y favorezcan a otros, ni por lo uno an de ser loados ni por lo otro vituperados, porque el premio o la pena ni se da ni se ha de dar conforme a lo que los príncipes quieren, sino conforme a lo que los súbditos merescen.

Ya sabéys cómo, siendo mancebos Albino y yo, nos criamos en casa del buen Emperador Marco Aurelio, y de verdad después acá yo le he tractado no como a compañero, sino como a hermano; y paresce ser verdad en que partí con él el imperio, el qual no suele partir el padre con el hijo. No sólo le tracté siempre como a hermano y partí con él el imperio, mas aun quando me partí para la guerra de Asia a él solo encomendé la governación de la república, y según la possessión en que yo le tenía y la confiança que dél hazía, quando confié dél la república, partiera si fuera partible con él el alma. Estando que estava yo emboscado en las guerras de Asia y él puesto en la governación de Bretaña, aunque avía de lo uno a lo otro grandíssima distancia, [685] apenas passava mes que no le escrevía, dándole muy larga cuenta de lo hecho y no le abscondiendo nada de lo que entendía hazer, por manera que en él se registravan todos mis triumphos y él era sabidor de todos mis profundos secretos.

Entre Albino y mí nunca uvo cosa que no fuesse común; en mi casa nunca para él uvo puerta cerrada; las cartas que me escrevía de grado las leýa; lo que me rogava siempre lo hazía; lo que me amonestava siempre lo corregía; finalmente nunca de mí quiso cosa que no la alcançasse y jamás tuvo trabajo que cabe sí no me hallasse. Después de todas estas cosas han querido sus tristes hados y no menos lo á hecho mi infelice fortuna que la amistad se ha tornado en enemistad, la felicidad en trayción, los beneficios en ingratitud, el amor en odio, la comunicación en divorcio y la confiança en sospecha, por manera que al presente no se hablé otra cosa en todo el Imperio Romano sino de la gran amistad que tuvimos y de la cruel enemistad en que estamos.

Que Albino dessee ser señor y procure ser emperador, ni me maravillo, ni es de maravillar. De lo que yo me maravillo es que, teniéndole yo dada en confiança la governación de la república, procurasse él de se alçar con Roma, que, hablando a ley de bueno, si Albino pensava tan fea cosa intentar, aunque yo se lo rogara, de tal cargo no se avía de encargar, porque no puede aver ygual traydor en el mundo como aquél de quien yo confié mi casa me robe la honrra y se me alçe con la hazienda. Mayor crimen lese magestatis acometió Albino que no cometió Nigro Pescenio, porque Pescenio desde que yo fui electo en emperador luego se declaró por mi contrario, y lo que más es, que jamás le tuve yo a él por amigo ni él a mí me reconosció por señor. Y porque digamos agora lo que nunca pensamos dezir, Pescenio Nigro nos escrivió que, si le perpetuávamos el principado de Asia, él nos daría espontáneamente la obediencia, y como no se lo quisimos dar, hablando sin passión, aunque no tuvo razón de se revelar, tuvo occasión de se alterar.

No passa desta manera el caso entre Albino y mí, sino [686] que, sin pedirme él ni otro por él aun la governación de Bretaña, le di el principado de toda Europa y le embié la insignia del imperio, y mandé pregonar que se llamasse Augusto, y lo que no es de tener en poco, que hize con su ymagen y con la mía esculpir moneda, y con mis proprias manos puse en el Senado su estatua. En pago de tantos y tan notables beneficios, ha cometido cient mil insultos, es a saber: que ha amotinado los exércitos, alterado los pueblos, robado los thesoros, alçádose con los castillos, rebuéltome con los romanos, y agora de nuevo ha muerto a mis correos, y lo que siento más que todo es que les hizo dezir en el tormento lo que nunca por el pensamiento me avía passado.

Aviendo yo muerto al príncipe Pescenio y estando como estoy triumphador en el campo, ¿ha de creer nadie que tenía yo tan en poco mi honrra, que, siendo él mi público enemigo, le avía de mandar matar en secreto? ¿En qué coraçón puede caber que, teniendo como tengo tan extremados exércitos aquí en mi presencia, le avía yo matar con ponçoña? Matar yo a Albino a trayción a mí fuera culpa, a vosotros affrenta y a él fuera gloria, porque según es affamado su nombre y divulgada su fama, dixeran todos en el Imperio que era tan invencible su persona, que no le osávamos dar batalla como enemigos sino matarle como traydores. Ni lo consientan los dioses, ni lo permitan mis venturosos hados que el renombre de traydor que él cobró con su mala vida a mí se me apegue de su secreta muerte, porque al fin más quiero tenerle por enemigo todos los días de mi vida que no poner escrúpulo en mi fama.

Albino juró en el simulachro de Diana no una vez, sino tres; no con una mano, sino con dos; no en un templo, sino en muchos, de tener para siempre a los dioses acatamiento, a los pueblos en justicia, a los templos reverencia y a mí obediencia, lo qual todo el pérfido Albino ha quebrantado y no tiene temor ni vergüença de averlo hecho; mas yo espero en los dioses que no se hará lo que él piensa, que es morir con ponçoña, sino que verná tiempo do pague en el campo lo que juró en el templo. Si este hecho [687] tan infame hiziera contra alguna particular persona, oyeran y vieran en todo el mundo la enmienda que yo dello tomava; mas, como no toca más de a mí solo y al presente a mí tengan por sospechoso y a Albino por abonado, abaste que a mí no es dado más de os lo dezir y a vosotros pertenesce de lo vengar.

En la guerra contra Nigro vosotros me avéys seguido; en esta contra Albino yo os quiero seguir, y espero en los immortales dioses que a vosotros darán victoria y por mí tomarán de Albino vengança. [688]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XI

De cómo Severo partió de Asia para Francia y se combatió con Albino y le mató.

A la hora que Severo acabó esta plática començó todo el exército a dar grandes bozes, con las quales de nuevo confirmavan a Severo el imperio y declaravan a Albino por enemigo del Imperio Romano. Como ninguno de los que allí estavan sabía la trayción que Severo contra Albino avía intentado, creyéronle todo lo que avía dicho, y assí todos en general concibieron tan gran odio con el uno como amor con el otro, y todo esto causó la presencia de Severo y la absencia de Albino, porque, según dize el proverbio, no ay absente sin culpa ni presente sin desculpa. De que vio Severo que tenía ganada la voluntad de todo su exército, cobró nueva esperança de vencer a Albino, y para esto mandó hazer alarde general de todo su campo y halló diez mil de cavallo y quarenta mil peones, a los quales todos pagó luego, no sólo todo lo que se les devía, mas aun les hizo muchas mercedes y les dio grandes esperanças.

La primera jornada que hizo Severo fue cercar a Bizancio, porque estavan allí acogidos los capitanes que escaparon de la batalla do fue vencido Nigro, y al fin tomóla no por fuerça, sino por hambre; y, apoderado de la ciudad, aportilló los adarves, assoló las torres, derrocó los theatros, deshizo los vaños, quemó las casas, degolló a los estrangeros, captivó a los naturales, finalmente él se uvo con ella no como príncipe romano, sino como tyrano crudelíssimo. De las riquezas que tomó en Bizancio y con lo mucho que robó en otras partes, mandó reparar las ciudades que los de Nigro avían saqueado [689] y mandó hazer las fuerças que avían deshecho, y dexados los officiales necessarios para governar y la gente de guerra para aquellas tierras guardar, él se partió con mucha celeridad para Bretaña con pensamiento de hazer a Albino muy furiosa guerra. Era tan desordenado el desseo que tenía de toparse ya con Albino, que de noche, de día; con aguas, con soles; por bueno y por mal camino caminava, y lo que en esto más le acriminavan era que ni guardava los grandes días festivos, ni tenía compassión de los que yvan cansados. En aquel camino muchas vezes nevando, yva descubierto; haziendo lodos, caminava a pie; lloviendo, se yva en cuerpo; no hallando qué comer, comía pan de cevada y vellotas crudas; y, según él dezía, por vengarse de su enemigo todo lo dava por bien empleado. Embió delante sí a capitanes esforçados y a hombres muy ligeros para que dellos estuviessen por atalayas encima de los montes muy altos y para que otros se pusiessen a guardar los passos más peligrosos, y esto hizo él al tiempo de passar los Alpes de Ytalia, porque Albino no le tuviesse allí alguna celada abscondida.

Ya que Severo se vio con todo su exército en la Gallia Transalpina y que en camino tan largo no avía hallado ningún tropieço, si hasta allí yva con esperança, dende en adelante estava con certinidad de alcançar victoria, porque el temor que él llevava era pensar que, como yva su exército tan cansado, no saliesse de súbito a darle la batalla Albino. En todo este tiempo siempre Albino se estuvo en la ysla de Bretaña, que agora es Ynglaterra; mas luego que supo Albino que Severo avía ya passado los Alpes, sacó todo su exército de la ysla y embiólo a Francia, y esto más para que deffendiessen la frontera que no desmandarse a hazer guerra, porque fue tan súbita la venida de Severo, que estava ya en Francia y no creýan ser partido de Ytalia. Con mucha furia escrivió Albino a todas las ciudades comarcanas, rogándoles que le socorriessen con dinero y mandándoles que estuviessen fuertes en su servicio, de las quales muchas le obedescieron y otras se le revelaron, no obstante que todos confessavan hazerlo más por el temor que tenían a la potencia de Severo, que no por el odio que tuviessen con Albino. [690]

Juntos, pues, los dos exércitos y partidas en parcialidades todas las ciudades, cada día tenían entre sí rencuentros, cada día salían a escaramuças, y por la mayor parte salían los de Severo descalabrados y bolvían los de Albino victoriosos. Travóse un día entre ellos una tan rezia escaramuça, que fue necessario a Severo salir armado a ella y, como no les pudiesse hazer retraer a los suyos, ni constreñir a que huyessen los contrarios, pensando que entrava a despartir fuele necessario pelear, en la qual pelea le dieron los de Albino tan gran golpe con una pelota de plomo, que dieron con él en el suelo, y estuvo tan gran espacio amortescido, que a su hijo Geta le besaron algunos por emperador la mano.

De que Severo escapó de aquel peligro y convalesció de la herida, llamó en mucha poridad a los adevinos y agoreros que traýa consigo, rogándoles y amenazándoles y prometiéndoles muchas cosas si le dixessen el fin que avía de aver aquella guerra; porque si avía de ser vencedor, proseguirla ýa, y si le avían de vencer, se tornaría a Ytalia. Los adevinos y agoreros le respondieron que su exército rescibiría mucho daño, mas al fin que sería vencido su enemigo Albino, y que no alcançaría lo que en este caso desseava, es a saber: matar a Albino con sus manos, mas que le vería muerto delante de sus ojos.

A diez de março uvo esta respuesta Severo de los adevinos, y luego otro día, que fueron onze del mes, hizo alarde de su gente y mandó a todos herrar los cavallos y reparar las armas, y al tercero día, que fue a doze, dio a Albino la batalla cabe una ciudad que se llamava Lugduno, que agora se llama en Francia Lyon de Sonarona, la qual por ambas partes fue muy porfiada y por muy gran parte del día no se pudo conoscer cúya sería la victoria. Ya era de noche obscuro y passado todo el día y aún peleava el un exército con el otro; mas al fin fueron vencidos los de Albino según los adevinos lo avían dicho a Severo, y fue tan ensangrentada aquella batalla, que de tan gran número de gente que las dos huestes tenían no escapó hombre que no quedasse en el campo muerto o bolviesse a la tienda herido. Avíase quedado Albino a guardar la ciudad y embió sus capitanes a dar la batalla, la qual como fue desbaratada, [691] fácilmente los severianos entraron en la ciudad, en la qual saquearon la ropa, quemaron las casas y degollaron a los vezinos.

Tenía Severo un capitán que llamavan Leto y éste fue causa de vencer aquella batalla, porque estando ya los de Severo casi vencidos y Severo puesto en huyda, socorrióle él de reffresco con gente descansada, y de industria no quiso Leto aquel día pelear hasta que vio a Severo huyr y aun del cavallo caer, pensando que, si Severo moría y él vencía la batalla, se alçaría con el imperio de Roma. No ignoró Severo la buena obra que a tal hora el capitán Leto en su servicio hizo, ni se le abscondió la intención con que la hizo, y a esta causa después de acabada la guerra mandóle cortar la cabeça no por lo que hizo, sino por lo que quisiera hazer.

Al tiempo, pues, que los severianos destruýan la ciudad de Lugduno, entre los que mataron mataron al triste de Albino, al qual assí muerto truxeron a Severo, y mandó que le cortassen la cabeça y que al cuerpo que le despedaçassen, lo qual hecho, él cavalgó encima de un cavallo brioso y con los pies y con las manos hizo al cavallo que anduviesse encima del cuerpo despedaçado de Albino. Todos los que vieron a Severo usar de tanta inhumanidad con el cuerpo de Albino lloravan, y todos los que después lo oýan contar se escandalizavan; y por cierto tuvieron muy gran razón los unos de llorarlo y los otros de affearlo, porque officio de los príncipes clementíssimos es perdonar a los bivos y enterrar a los muertos. Andando Severo encima del cuerpo de Albino pateándole y acoceándole con su cavallo, a manera de león ravioso espantósele el cavallo y dio con él tan gran golpe en el suelo, que estuvo gran espacio desmayado y transportado, por manera que en muy poco estuvo de pagar allí con la vida aquella tan enorme injuria. Esto hecho, despachó Severo correos que fuessen a todas partes con la nueva de la victoria y embió la cabeça de Albino a Roma, y a su cuerpo, assí como estava despedaçado y pateado y arrastrado, mandó echarle en el río Ródano, a fin que, como le avía quitado la vida, por ninguna manera uviesse de Albino memoria. [692]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XII

De cómo, muerto Albino, se tornó Severo a Roma y mató allí a muchos.

No contento Severo con aver muerto a su enemigo Albino, y acoçeádole con su cavallo el cuerpo, y echádole después en el río Ródano hecho pedaços, y embiada su cabeça a Roma para que la pusiessen en la picota, mandó buscar los cuerpos de los nobles romanos que en servicio de Albino murieron y, como no pudo castigarlos siendo bivos, acordó de vituperarlos después de muertos, haziendo que los arrastrassen y despedaçassen y quemassen los cuerpos, dellos alançándoles en los ríos porque más no paresciessen y dellos echando a los animales porque los comiessen. En todas las ciudades que rescibieron o obedescieron o socorrieron a Albino y a los suyos hizo Severo muy grandes daños, robándoles las haziendas y castigándoles las personas. Muchas personas y muchas ciudades se excusavan diziendo que ellos no avían seguido ni rescebido a Albino porque le querían seguir, sino porque el mismo Severo no los fue a tomar ni a amparar, y ni por esto los dexava de castigar y de robar.

Tenía Albino tres hijos y una hija y una muger generosa en sangre y hermosa en rostro, a la qual con sus hijos degolló y los cuerpos hizo echar en el río Ródano, do primero fue echado el de Albino. Como Albino estava apoderado en todo el imperio de Europa y él de su natural era gracioso, liberal, esforçado y animoso, avían seguido su parcialidad casi todos los nobles varones de España y Francia, a los quales Severo después de la batalla hizo degollar y, si mató a los padres, no por esso perdonó a las mugeres y hijos. Degollado Albino [693] y sus hijos y muger, y hecha justicia de todos los que su opinión seguían, aplicó Severo las haziendas y riquezas de todos éstos para su cámara, las quales fueron tantas y de tan gran prescio, que dubdan averse visto con tantas ningún emperador romano.

Ordenadas las provincias de España y de Francia, y puestos dos governadores en la Gran Bretaña, partióse Severo para Roma y llevó consigo todo el exército no porque uviesse contra él lança enhiesta en toda Ytalia, sino por espantar y atemorizar a la romana república. Era Severo de su proprio natural tan bullicioso, orgulloso, inquieto, sanguinolento y arriscado, que aunque tuviesse paz, quería andar a manera de guerra. Fue Severo rescebido con mucho regozijo de todos los romanos, aunque es verdad que muchos dellos estavan atemorizados a causa que avían desseado que prevalesciera y venciera Albino, y esto sabíalo muy bien Severo, y era él tan mal acondicionado, que para hazer un grave castigo le abastava una muy pequeña occasión.

Después que uvo visitado el gran templo del dios Jovis, repartió entre los capitanes que le siguieron en la guerra muchas joyas y riquezas, y allende desso dioles algunas libertades, es a saber: que pudiessen traer anillos de oro en los dedos y tener mugeres por mancebas en sus casas. Mucho les pesó a todos los de Roma de las libertades que dio Severo a la gente de guerra, diziendo que dende en adelante la gente militar por traer anillos de oro gastarían las haziendas proprias y robarían las agenas, y que por tener mugeres concubinas en sus casas pornían dissensión en las repúblicas y aun se les debilitarían más las fuerças.

Avía en Roma un cónsul que avía nombre Clodio, al qual en el Senado pusieron una estatua y fue loado delante todo el pueblo en una oración pública, a causa que avía hecho hazañosas cosas en los reynos de Asia, y tomó desto muy gran pesar Severo, porque este Clodio era pariente de Albino. No supo Severo con qué se vengar del Senado si no fue con que mandó públicamente pregonar que so pena de la vida llamassen todos a Cómodo dios, y para confirmación desto puso su estatua no sólo en el Senado para que la reverenciassen, mas [694] aun en los templos para que la adorassen. Mandar a los romanos que adorassen y reverenciassen a Cómodo por uno de los dioses, aviendo él sido el peor de los hombres, fueles tan grave de oýr y tan rezio de cumplir, que se determinaron de no yr a los templos ni de offrescer a los dioses sacrificios porque no cupiesse al dios Cómodo parte dellos.

Fue un día Severo al Senado y allí hizo una muy larga y muy truculenta oración, en la qual, después de aver dicho muchas lástimas y no pocas malicias, hizo leer allí unas cartas, las quales tenía Albino entre sus escripturas, y éstas eran de muchos cónsules y senadores y otros hombres generosos del pueblo, los quales las avían escripto a Albino offresciéndole las personas y embiándole de sus haziendas, y que no desmayasse en la guerra porque todos ellos le desseavan en la república. Acabadas de leer las cartas, mandólas luego rasgar y por entonces dissimuló o, por mejor dezir, alargó el castigo, porque después assí de los absentes como de los presentes tomó tanta vengança que, según las calles estavan vañadas de sangre y los campos llenos de muertos y los caminos poblados de quartos y las picotas rodeadas de cabeças, dezían en Roma que avía resuscitado Silla y que no era muerto Nero.

Hizo Severo un memorial de todos los hombres ricos, valerosos y poderosos que avía en todo el Imperio, y a todos o los más dellos levantó que avían sido criados o amigos o favorescedores de Juliano o de Nigro o de Albino, que fueron sus mortales enemigos, y por esta occasión de libres los tornava esclavos; de señores, siervos; de bivos, muertos; y de ricos, pobres, por manera que a muchos matava no por las culpas que avían cometido, sino por robarles las haziendas que avían allegado. A algunos mató Severo con alguna razón y a otros con poca occasión, y a todos éstos que se siguen mató sin razón ni sin occasión, es a saber: a Munio, a Sellio, a Claudio, a Bitalio, a Papianio, a Elio, a Julio, a Lolio, a Aurelio, a Antonino, a Postamio, a Sergio, a Fabio, a Nenio, a Mussio, a Casperio, a Ceyonio, a Sulpiciano, a Coceyo, a Eructo, a Sulonio, a Clodio, a Honorato, a Petronio, a Pescenio, a Festo, a Aureliano, a Materio, a Juliano, a Albino, a Cerelio, a Faustiniano, a Herenio, a Valerio, a Nobio, a Arabiano, a Marco y a Fábato. [695] Todos éstos fueron varones muy yllustres, assí en sangre como en hazañas y en riquezas, porque todos ellos fueron o cónsules o censores o pretores o senadores o ediles o tribunos o capitanes, las haziendas de los quales no las aplicava al herario público, sino encorporávalas en su patrimonio para gozarlas él en la vida y dexarlas a sus hijos después en la muerte.

Infamó Severo a Ciucio, varón consular y antiguo, diziendo que tenía veneno para matarlo y mandóle por esto matar; y, sabida la verdad, no fue assí como lo dixo Severo, sino que Ciucio era amigo de andar a caça y tenía yerva muy fina para matar a los puercos y venados en la montaña. Mandó también echar a los leones a Narsisso, el qual por ruego de Marcia ahogó a Cómodo, y no era nada mandarlos matar, sino que con sus ojos los veýa justiciar, lo qual solía ser tan ageno de los príncipes romanos, los quales no sólo no veýan jamás a ninguno justiciar, mas aun en la ciudad do ellos residían, si de alguno se avía de hazer justicia, salíase el emperador a caça. [696]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XIII

De cómo Severo tornó en Asia y de muchas provincias que sojuzgó.

Después que Severo venció y mató a tres emperadores (es a saber: a Juliano en Roma, a Nigro en Asia y a Albino en Francia), parescióle que, pues ya tenía castigados y subjectos a los romanos, devría esclarescer su nombre entre los bárbaros, porque todas las guerras de hasta allí más eran para hazerse señor de la república que no para engrandescer su fama. Acordó Severo de yr en persona a hazer guerra a los parthos, y la occasión que tomó para emprenderla fue que el rey de los atrenos avía favorescido a la parcialidad de Nigro quando contra él tenía guerra el Pueblo Romano, y que, dado caso que Nigro fue muerto, no se pudo tomar del rey de los atrenos vengança por yr a conquistar a Albino que estava en la Gran Bretaña. Si Severo en este caso tomara el parescer del pueblo o se siguiera por la voluntad del Senado, ni emprendiera aquella guerra, ni hiziera caso de aquella injuria, lo uno porque a la sazón aquellos reynos de Asia ni estavan bien ni mal con Roma y los romanos, según estavan de las guerras fatigados, contentávanse con no tenerlos por enemigos sin cobrarlos por vassallos.

Partióse, pues, Severo para Asia y de camino quiso tomar primero el reyno de Armenia la alta, y de que supo el rey de los armenios cómo venía Severo tan poderoso de exército y tan determinado de tomarle el reyno, salióle al camino no armado de guerra, sino vestido de paz y, assentando con Severo sus treguas, diole al presente mucho dinero y offrescióle de embiarle socorro, y para cumplir todo esto dio dos hijos [697] en rehenes a Severo, y Severo no sólo le confirmó el reyno, mas aun tomóle so su amparo.

Despachadas las cosas de Armenia, fuese Severo para el reyno de los hosdroenos, y el rey se llamava Anguaro y era tuerto y coxo, aunque no nescio, porque supo tan bien ganar la voluntad de Severo, que no sólo no le tomó por vassallo, ni le cohechó dinero, ni le pidió rehenes, ni le hizo daño en las tierras, mas aun le tomó por familiar amigo y le hizo confederado del Pueblo Romano. Passado el reyno de los hosdroenos, entró Severo por tierras de los albanos y, como era ya el mes de abril y la primavera, halló los campos llenos de flores y muy poblados de yervas y por espacio de quinze días mandó que paciessen allí los cavallos y que se reffrescassen y recreassen los exércitos, porque los cavallos venían flacos y los hombres desmayados.

Salido Severo de los campos de los albinos, entró en las tierras de Arabia Felix, en las quales hallaron lo que no hallaron en todos los reynos del mundo, es a saber: los árboles que llevavan las preciosas arómatas y especias, y las matas o ramas de que se coge el bálsamo fino, y la haya do cría el ave fénix, a la qual ave vio Severo bolar, mas nunca la vio al suelo abatir, porque dizen que se ceva en el ayre y duerme en el agua. Todas las villas de Arabia Felix saqueó Severo, y a todas las aldeas robó y todos los campos taló y a todos los pueblos cohechó, y según él dezía después, no quisiera aver entrado en ella a causa que, como era tan rica, alegre, deleytosa y sabrosa, viose en muy gran trabajo de no poder sacar de allí el exército, porque los suyos mejor se hallavan con los vicios de Arabia que no con los peligros de la guerra.

Passadas las muy deleytosas tierras de Arabia Felix, entró Severo en los reynos de los athrabanos contra el rey de los quales él yva principalmente, y Athras era una ciudad muy grande puesta encima de un monte muy altíssimo, y esta ciudad era cabeça de reyno y por causa della se llamava el reyno de los athrabanos. Luego se fue derecho Severo a cercar y a combatir a la gran ciudad de Athras como a cabeça del reyno; mas, como el rey estava dentro apercebido y el muro era rezio, la ciudad arriscada, la gente bellicosa y de bastimentos [698] estava bien bastecida, el daño que hazía Severo a los de dentro era muy poco y el que rescebían los romanos era mucho. Como Severo no echó fama quando salió de Roma sino yr a vengarse de los athrabanos, hazía tan de veras aquella guerra, que no uvo día que a la ciudad de Athras no la combatiessen, y que todos los ingenios no jugassen, y que todas las maneras de combatir no se buscassen, y que todos los romanos señalados allí no se señalassen; mas al fin no sólo no la pudo tomar, mas aun ni un solo captivo prender ni una almena derrocar. Los que estavan dentro de la ciudad cercados, por burlar de los de fuera, atavan muy subtilmente unas ollas o jarros de barro a un género de aves del tamaño de cuervos y, como yvan bolando sobre los exércitos de Severo, a los que paravan a mirarlas caýanles los jarros sobre los ojos y a los que no miravan dávanles en las cabeças, de la qual burla estavan muchos descalabrados y todos los romanos affrentados por ver que los tenían en tan poco, que no querían pelear con ellos con armas sino con jarros y con ollas.

Los ayres de aquella montaña eran muy subtiles, las aguas muy delgadas, las frutas eran muchas y el sol muy rezio y la tierra algo húmeda, por cuya occasión enfermó todo el campo de Severo de correncia y muriéronsele allí entre otros siete capitanes muy señalados y dos sobrinos suyos que avía criado desde niños y un hijito suyo bastardo el qual de todos era tenido también por sobrino, mas en las muchas lágrimas y tristeza mostró ser el mochacho de su carne propria. Visto por Severo la ciudad de Athras cómo era inexpugnable y la gente que estava dentro era invencible y que su gente estava enferma, acordó de alçar el cerco antes que se le acabasse de perder todo el exército, y esto hizo él no sin muy gran pena y gravíssima affrenta, estando como estava abezado a tantos triumphos, porque pensava que yva vencido pues no avía podido vencer. Mas la fortuna, que de su natural en breve espacio se muestra próspera y adversa, la victoria que negó a Severo peleando se la dio muy mayor de camino huyendo.

Fue, pues, el caso que yendo por la mar con todo su exército navegando, fue su dicha que se levantó una tormenta y, como les fuesse forçado de yr do los ayres los llevavan y no do [699] sus desseos querían, aportaron a las riberas del reyno de los parthos no tres leguas de la gran ciudad de Thesiphonte, en la qual estava el rey más metido en fiestas que no arrodeado de armas. Entró, pues, Severo por los campos de Thesiphonte haziendo tantos robos y daños, que puso gran pavor en todos los pueblos, los quales, como los tomó Severo tan descuydados, andavan como atónitos, en que ni sabían qué dezir si hablavan, ni qué responder si les preguntavan, porque para huyr no avía tiempo, para resistir no tenían fuerças y, lo peor de todo, que hazer partido no estava en su mano, pues darse a los romanos no lo podían acabar con sus coraçones. Llegado a Thesiphonte Severo, derrocóla por el suelo y mató a todos los que le quisieron hazer resistencia, y prendió a todos los que tomó bivos, y captivó a las mugeres y niños, y tomó todo el thesoro y alhajas de la ciudad y del palacio real; finalmente todas las tierras y haziendas y personas vinieron a manos de Severo, si no fue el rey Arthabano, que se escapó en un cavallo.

Traýa Severo consigo muy grandes pintores, los quales como él yva caminando, yvan ellos pintando todas las ciudades, castillos, ríos, montañas, naciones, reynos, provincias por do passava y todas las batallas y triumphos que avía. Embió Severo a Roma una muy gran embaxada al Senado y Pueblo Romano, en que embió muchos captivos, muchas riquezas y las tablas en que estavan pintadas sus victorias; y los romanos dieron muchas gracias a los dioses y muchas alabanças a Severo, aunque es verdad que a todos plazía de las victorias, mas no quisieran que por sus manos fueran alcançadas.

Salido del reyno de los parthos, dividió entre los de sus exércitos todo lo que avía tomado a los parthos, y para sí no dexó ni tomó ninguna cosa más de lo que embió a los del Senado sino un anillo de unicornio y un papagayo blanco y un cavallo verde, las quales cosas tomó no por lo que le valían sino por las extremadas colores que tenían. Vínose Severo por el reyno de Palestina y dioles muchas leyes conformes a las de los romanos, y mandó so pena de muerte que ninguno fuesse osado de llamarse judío ni guardar la ley de los judíos, ni llamarse christiano ni guardar la ley de los christianos. [700] De Palestina vínose por Assiria a la ciudad de Alexandría, en la qual también puso nuevas costumbres y hizo nuevas leyes, las quales les hizo escrevir y guardar; mas esto duró no más de quanto bivió Severo, porque después de él muerto, no sólo las quebrantaron, mas aun las tablas do estavan las leyes escriptas quemaron. [701]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XIV

De los hijos que tuvo el Emperador Severo, y de quán mal inclinados fueron.

Vencidos los reyes que eran enemigos y hecha nueva confederación con los amigos, reformó Severo todas las provincias de Asia, lo qual hecho vínose para Roma, y como los romanos le tuviessen aparejado el párthico triumpho, no pudo entrar triumphando, porque venía tan flaco de una quartana y tan manco de la gota, que ni pudo tenerse en el carro ni suffrir el rescebimiento del pueblo. A ninguno del Imperio Romano acontesció lo que acontesció a Severo (es a saber: que matasse a tantos príncipes y alcançasse tantos triumphos y nunca entrasse en Roma triumphando), y esto no fue por deméritos suyos ni repugnancia de los romanos, sino que de las primeras tres victorias no pudo triumphar porque fueron contra príncipes romanos y el triumpho de las otras victorias de Asia estorvólo su dolencia.

Tuvo Severo dos hijos legítimos, el mayor de los quales se llamava Bassiano y el otro Geta, y caso que eran hermanos en la sangre, eran muy differentes en las condiciones; y conoscióseles muy bien esta enfermedad, no sólo siendo ya hombres, mas aun siendo niños, porque ni en las burlas se podían compadescer, ni en los negocios arduos los podían concertar. Notóse mucho en Roma que, siendo estos dos hermanos niños, jamás se podían concertar aun en los juegos de niños, es a saber: en hazer casas de barro, jugar a la corregüela, correr los captivos, medir las pajas, rodar las bolas, sonar las rodajas y hazer otras semejantes niñerías. El juego que quería jugar el uno no le quería jugar el otro, y lo que affirmava el mayor [702] negávalo el menor, y si por caso alguna vez les mandavan sus ayos que burlassen juntos sobre si ganava el uno o perdía el otro, messávanse los cabellos, arañávanse las caras, tirávanse de pedradas y dávanse de puñadas, por manera que, según la sangre que de los dientes y de la cara se sacavan y la messapela que hazían, más parescía que se querían matar como enemigos que no burlar como hermanos.

Mucho le pesava a Severo de que oýa ser malacondicionados sus hijos y de saber que entre sí estavan siempre divisos, y trabajava por todas las maneras que podía de hermanarlos, mas nunca ellos lo quisieron hazer, aunque se lo rogó, ni le quisieron obedescer, aunque se lo mandó, porque eran tan voluntariosos sus hijos, que querían más seguir lo que a ellos les parescía que no lo que el padre les mandava. No dexavan en Roma muchos de culpar a los ayos destos niños, no porque no los doctrinavan, sino por las embidias que entre sí mismos tenían para favorescer al uno y desfavorescer y poner mal con su padre al otro, de do se sigue que de las embidias de los ayos nascen las passiones entre los hermanos.

También tenía Severo un hermano que se llamava Geta, varón animoso y bellicoso, el qual en todas las guerras siguió a Severo, y si Severo tenía los pensamientos altos, no por cierto los tenía Geta pequeños, porque se tenía por dicho que le avía de dexar Severo el imperio. Allende de ser Geta hombre animoso y bellicoso, era también muy mañoso y solícito, es a saber: en servir a Severo y contentar al Senado y no desplazer al pueblo, y las differencias y renzillas que passavan entre Bassiano y Geta, sus sobrinos, él las representava a todos, de manera que pensava Geta de alcançar por mañas el imperio que alcançó Severo con armas. Bien supo Severo que Geta, su hermano, andava grangeando el imperio y, para atajar esto, en el año quarto de su imperio, yendo a la guerra de Albino, estando en la ciudad de Milán, antes que passasse los Alpes, crió a su hijo mayor en césar y a Geta, que era el menor, en cónsul.

La noche que en los reales se pregonó ser Bassiano césar y su hermano cónsul, dixo un capitán romano a Severo: «Bien paresce, Severo, que no tienes en memoria los enojos que te [703] han hecho Bassiano y Geta, tus hijos, y los grandes servicios que te ha hecho Geta, tu hermano.» Respondióle a esto Severo: «Bien paresce que hablas más por lo que has oýdo que no por lo que en este caso has experimentado, que como no tienes hermanos ni te casaste para tener hijos, no sabes qué va del amor de los unos al amor de los otros; porque te hago saber que sin comparación amamos más los padres las travesuras de los hijos que no los servicios de los hermanos.»

Al hijo mayor, que se llamava Bassiano, mudóle el nombre y mandó que se llamasse Antonino Aurelio, el Antonino por memoria de Antonino Pío y el Aurelio por memoria de Marco Aurelio, porque estos príncipes fueron en las vidas muy esclarescidos y en sus repúblicas muy amados. Otros dizen que le puso este nombre de Antonino porque soñó una noche que se llamava Antonino el que le succedía en el imperio, mas a la verdad él lo hizo porque este nombre Antonino era nombre en aquellos tiempos muy dichoso y el más accepto en todo el Imperio Romano. Quando Severo bolvió de la guerra de los parthos, ya eran hombres sus hijos, y como conoscía que los romanos estavan dellos sospechosos, trabajava con los hijos que, aunque fuessen entre sí discordes, que con los del pueblo fuessen pacíficos; mas ni con esto pudo domeñar la condición de los moços ni persuadir a que los quisiessen bien los romanos, porque quanto él soldava con sus buenas palabras, tanto ellos escandalizavan con sus malas obras.

De verse Severo con muchas enfermedades y de tener como tenía muchos enemigos y de ver a sus hijos tan mal inclinados, estava siempre triste, pensativo y casi desesperado, y por cierto él tenía razón, porque los malos hijos no sólo no augmentan los estados que les dexaron, mas aun pierden la honrra que heredaron. Visto por Severo las quexas que cada día de sus hijos en el Senado davan y los enojos que a él le hazían, acordó de desterrarlos de los vicios y plazeres de Roma y embiar a Germania al uno y a Pannonia al otro, mas si malos eran en su casa, muy peores eran en su absencia, porque de antes con la subjectión absteníanse de algunos [704] vicios, mas después con la libertad cometíanlos todos. Los padres que no pueden con sus proprias manos y en sus proprias casas que sean sus hijos virtuosos, no lo podrán alcançar por manos agenas y en casas agenas, porque no está la virtud en buscar tierras nuevas, sino en emmendar las costumbres antiguas. [705]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XV

De un gran privado que tuvo Severo que se llamava Plauciano.

En los tiempos que imperava el buen Marco Aurelio, vino de las partes de Áffrica a Roma un cavallero que avía nombre Plauciano, hombre que era vizco en los ojos, sagaz y astuto en las costumbres, y como de su natural fuesse reboltoso y bullicioso y que doquiera que se hallava siempre rebolvía algún ruydo, mandóle desterrar de Roma Marco Aurelio, porque era príncipe tan pacífico, que no suffría en su república a hombres viciosos ni a mancebos atrevidos. Desterrado de Roma Plauciano, fuese para las guarniciones de Illírico, y como de allí también le echassen por sedicioso y reboltoso, finalmente paró en la compañía de Severo, del qual fue muy bien tractado y honrrado y en todas las cosas era a todos antepuesto, y unos dizen que lo hazía Severo por ser de su tierra, otros porque era su deudo y otros osan dezir que no sólo se servía dél para las cosas de la guerra, mas aun para los plazeres de la cama.

Después que Severo vino a ser emperador, dava tanto crédito a Plauciano y seguíase tanto por su consejo, que ni leýa carta sin que él la viesse, ni firmava provisión sin que él la señalasse, ni dava merced sin que él la pidiesse. En el Senado él se assentava en el más honrrado lugar de los senadores; quando salía por Roma, acompañávanle todos los cavalleros; a salir de su casa, aguárdavanle todos los embaxadores; si avía guerra, con él negociavan todos los capitanes; si avía juegos y passatiempos, no se representavan sino delante sus palacios; si se avían de dar o rescebir dineros, todos avían de [706] passar por sus manos, por manera que jamás se vio en Roma a hombre que, sin tener título de emperador, gozasse assí de la grandeza del imperio.

Era Plauciano naturalmente superbo, ambicioso, cobdicioso y cruel, y para mostrar más su ferocidad y grandeza traýa delante sí siempre una espada sacada; y quando yva por la calle quería que ninguno osasse mirarle a la cara, sino que abaxassen los ojos a mirar la tierra; y quando yva camino siempre yva uno delante a dar aviso que se apartassen de los caminos por do avía de passar, por manera que ni quería ver a los estraños ni dexarse ver de los naturales. Hizo merced Severo a Plauciano de los bienes de todos los que en el Imperio condennassen y confiscassen, y como de su natural era cobdicioso y avaro, fueron infinitos los que en el Imperio hizo matar no porque lo merescían, sino por los bienes que tenían.

El hijo mayor del Emperador Severo, que se llamava Bassiano, como ya tenía edad y se le entendía toda cosa, pesávale de muerte porque Plauciano tenía tanta mano en la governación de la república, y Plauciano a la hora que sintió tenerle odio y embidia Bassiano, trabajó con Severo que con una hija suya se cassasse Bassiano, y assí se casaron luego la hija de Plauciano con el hijo mayor de Severo. De verse Plauciano no sólo ser único privado, mas aun consuegro de Severo, parescíale poco aun ser señor de todo el mundo, y a la verdad de acumular honrra a honrra y estado a estado le nasció a Plauciano todo su perdimiento, porque no enferman los hombres de comer todo lo que les es necessario, sino de bever y comer más de lo que lleva su estómago.

Aunque la hija de Plauciano era hermosa y bien acondicionada y que llevó consigo dote riquíssimo, muy mal la quería su marido Bassiano y mostrávaselo en obras y palabras, diziendo que era hija de un hombre baxo y que algún día avía de matar a su padre y a ella. Y, no contento con esto, ni se acostava con ella en una cama ni la assentava a su mesa. Dixo un día Bassiano a unos romanos que le rogavan que tractasse bien a su muger y honrrasse a su suegro: [707]

Hágoos saber, romanos, que yo no me casé, sino que mi padre me casó, y esto no lo hiziera, aunque él me lo mandara, si no fuera por desflorar a la hija y por gozar los thesoros de su padre; y pues ya esto es hecho, busque él marido para ella, que yo buscaré muger para mí.»

Como supo Plauciano lo que avía dicho Bassiano, su yerno, y que su hija no sólo no estava casada, sino desonrrada, y que Severo estava viejo y enfermo, y que Bassiano no le tenía por suegro, sino por enemigo, determinó de vengar aquella injuria y perder allí la vida y la honrra. Bassiano dezía a su padre Severo muchas tyranías que hazía Plauciano en la república, y Plauciano quexávase también de los malos tractamientos que hazía a su hija, y desta manera andavan entre sí los dos muy enemigos y davan cada día a Severo muchos enojos; mas al fin las quexas que dava Plauciano oýalas como de criado, mas las quexas que le dava Bassiano sentíalas como de hijo.

Considerando Severo los enojos que cada día le dava Plauciano, y las tyranías que hazía en el Imperio, y la enemistad que estava entre él y Bassiano, y aun también que con la mucha privança le tenía en poco, passóle por pensamiento que algún día se le alçaría con el imperio, y por esta causa dende en adelante ni le mostrava tan buena cara, ni le dava tanta auctoridad en la república. Bien sintió Plauciano que no sólo le tenía por enemigo Bassiano, mas aun estava en desgracia de Severo, y pensó en sí que a mejor librar le avían de quitar la vida o alançarle de la privança, y por no verse en tal infamia, determinó de matarlos antes que ellos matassen a él. [708]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XVI

De una trayción que tenía ordenada Plauciano contra Severo, y de cómo se descubrió.

La orden que tuvo Plauciano en querer matar a Severo y a Bassiano más fue desorden que orden, porque lo hizo más como tyrano apassionado que no como hombre cuerdo, y assí redundó después en su perdición y daño. Fue, pues, el caso que en Roma avía un tribuno que avía nombre Saturnino, natural de Assiria, y éste era el mayor amigo que tenía Plauciano y con quien él más se comunicava y de quien sus secretos fiava y aun por quien más hazía. A este Saturnino embió a llamar Plauciano casi una hora de noche y, encerrándose con él en una cámara, díxole estas palabras en muy gran poridad:

Saturnino, ya sabes el amor que yo te he tenido y las buenas obras que en ti y en tu casa he hecho, y desto no tomes otra señal sino que, viéndote tan adelante en palacio y ser tan accepto a mi servicio, muchos tenían de mí enojo y todos tenían de ti embidia. Amigos, parientes, conoscidos, recomendados y criados tenía yo por quien hazer, a algunos de los quales yo devía mucho y de otros me avía tenido por servido; mas, esto no obstante, en ti solo puse los ojos para te engrandescer y en ti empleé mi coraçón para te amar. Embiéte agora a llamar para contarte mis trabajos y para que me ayudes a salir dellos, y en esto verás el grandíssimo amor que te tengo, en que quiero fiar de ti lo que no fiaría de mi proprio hijo, porque los hijos no piensan sino cómo heredarán la hazienda de sus padres, mas los [709] amigos no entienden sino cómo librarán a sus amigos de trabajos.

Bien sabes tú, Saturnino, los grandes servicios que yo he hecho a Severo y cómo le he seguido en todas sus guerras desde moço, y digo que le serví de tan moço, que yo sólo soy el más antiguo criado suyo, aunque agora soy el más olvidado y aborrescido. Dexados los servicios que por su servicio he hecho y en los grandes peligros que por sacarle a él de peligro me he visto, yo he tenido tan sobrado amor a Severo, mi señor, que le dexava de querer como a hombre y le adorava como a dios. Y que esto sea verdad, paresce claro en que le di a mi hija para su hijo Bassiano y a mí me di por su esclavo perpetuo. Gasté mi mocedad en su servicio; al padre seguíle por todo el mundo; a Bassiano, su hijo, criéle en mis braços desde niño; entreguéles mi hazienda, diles mi única hija, governéles en paz su república; su mala vida a todos hazía yo entender que era buena; sus crueldades y tyranías dezía yo a todos que no era sino el gran zelo que tenían de justicia: por manera que nunca cosa torpe hizieron que yo no la soldasse, ni cosa ardua mandaron que yo no la cumpliesse.

Ha venido, pues, la cosa a que o los dioses lo permitiendo o mis tristes hados lo procurando, he venido en tanto odio de Severo y en tan gran enemistad de Bassiano, que en pago de lo que les he servido toda mi vida están determinados de quitarme la vida. Ya vees tú, Saturnino, si es razón que yo suffra esto, a lo qual si diesse lugar, yo perescería, mi casa se perdería, los dioses se desservirían y los del Imperio se escandalizarían; y por esso conviene que execute yo en ellos lo que ellos quieren executar en mí, porque más cónsono es a razón que los malos sean corregidos por los buenos que no que los buenos vengan a poder de los malos.

Mira quánto te quiero, Saturnino, que como he fiado de tu pecho este tan gran secreto, quiero poner en tus manos este espantable hecho. Conviene, pues, que luego a la hora vayas a palacio y entres en la cámara do está durmiendo Severo, y a él cortarás la cabeça y a Bassiano, su hijo, [710] quitarás también la vida. Dirás a los guardas de palacio que agora me llegó un correo de Asia y que vas de mi parte a dar parte a Severo de la embaxada, y que por esso vas a tal hora, porque ay peligro en la tardança, y pues no has tenido temor de oýrlo, no tengas pavor de executarlo, que por los immortales dioses te juro que, después de muerto Severo y apoderado yo del imperio, conforme al gran peligro en que te pones agora serán tan grandes las mercedes que rescebirás entonces.

Estas y otras semejantes cosas dixo Plauciano a Saturnino, el qual le respondió que era contento de hazer lo que le mandava, con condición que le diesse por escripto en cómo le mandava matar a Severo y a Bassiano, su hijo, y esto no para fin que él lo avía de dezir, ni porque lo avía de dexar de hazer, sino para que si en algún tiempo se olvidasse de pagarle aquel tan gran servicio, le mostrasse aquel escripto de cómo éste lo avía mandado. No dubdó Plauciano de dar a Saturnino el escripto firmado de su mano, en el qual le mandava matar a Severo y a Bassiano, su hijo, y lo que el escripto dezía era esto:

Yo, Plauciano, ruego como amigo y mando como censor a ti, Saturnino tribuno, que mates al Emperador Severo y a Bassiano, su mayor hijo, y por ésta te prometo y por los immortales dioses te juro que, como eres solo en el peligro, de te hazer único en el Imperio.

Saturnino, como hombre sagaz y versuto, por más assegurar a Plauciano, hincadas las rodillas besóle la mano, como que ya tenía seguro el imperio, y de allí siendo ya gran parte de la noche fuese a palacio y las guardas luego le dieron lugar y los camareros por semejante, el qual puesto delante la cama de Severo que estava ya acostado, díxole estas palabras:

¡O, quán descuydado estás, Severo, de la embaxada que te embía el tu gran privado Plauciano, el qual me embía, no a avisarte como te aviso, sino a matar a ti y a tu hijo Bassiano, [711] porque aviendo fiado dél tu honrra y dádole tu hazienda, paréscele que le deves también servir con la vida.

Gran admiración cayó sobre el coraçón de Severo de que oyó lo que le dixo Saturnino, aunque es verdad que luego luego no pudo creer ni creyó que tal trayción cupiesse en Plauciano, sino que pensó que su hijo Bassiano avía inventado aquello y lo avía dicho a Saturnino para indignarle contra Plauciano. Dormía Bassiano dentro de la recámara de su padre y a las bozes que davan Severo y Saturnino despertó, al qual como le viesse Severo començó a increparle y reñirle con palabras muy ásperas, diziéndole por qué inventava contra Plauciano tales malicias y que jurava por los immortales dioses de favorescer mucho más dende en adelante a Plauciano no por más de por vengar la trayción que le avía levantado, porque no era hombre Plauciano que tan gran maldad le avía de passar por el pensamiento.

Como Bassiano no avía oýdo el principio de lo que Saturnino avía dicho, espantóse mucho de ver tan enojado a su padre Severo, y como le declarassen por orden el caso, començó a dezir y a jurar que, dado caso que en otros crímines él fuesse culpado, que de aquél él estava limpio, no porque no lo hiziera, si pensara de hazer mal a Plauciano, sino porque nunca cayó en inventarlo. De que vio Saturnino la incredulidad de Severo y quán de coraçón amava a Plauciano, mostró el escripto que le avía dado Plauciano, en el qual le mandava que matasse a él y a su hijo, y allende desto rogóle que le dexasse embiar a llamar a Plauciano, haziéndole saber cómo ya era degollado Severo y su hijo, y vería cómo luego venía, no vestido de brocado, sino cargado de hierro.

Fue, pues, uno de parte de Saturnino a llamar a Plauciano, el qual como entrasse en palacio y hallasse que todos estavan en silencio, salió Saturnino a la puerta de la cámara a rescebirle y como nuevo emperador besóle otra vez de rodillas las manos, y tomándole por la mano assí ascuras, díxole que le quería meter do a Severo tenía degollado y a Bassiano, su hijo, muerto. Bien pensava Plauciano que era verdad todo lo que Saturnino le avía dicho y, como dexasse los que con él [712] venían fuera de casa a causa que no sintiessen cosa alguna, entráronse ambos a dos a la cámara y hallaron a Severo en la cama assentado y a Bassiano su hijo en pie, a los quales como Plauciano viesse bivos, pensando que estavan ya degollados, demudósele la cara y quitósele de súbito la habla.

Gran espacio de tiempo estuvo Severo reprehendiendo a Plauciano, trayéndole a la memoria todas las cosas que por él avía hecho. En especial le encaresció mucho los enojos que por él avía passado, y cómo a todos los del Imperio le avía antepuesto, y sobre todo que de todos sus enemigos le avía vengado. Ya que Plauciano avía tornado en sí un poco, hincadas las rodillas delante su señor Severo y con grandes lágrimas, començóle a pedir perdón de lo hecho, prometiendo la emmienda en lo porvenir, diziendo que le devía perdonar no porque él merescía ser perdonado, sino porque no dixessen en el Imperio que a un tan mal hombre como él avía tenido por privado.

Visto las lágrimas de Plauciano y las promessas que hazía y las barbas y canas que se pelava y el gran amor que le avía tenido, ya casi estava Severo determinado de le perdonar, sino que a la vislumbre de la candela le reluzió entre los pechos un jubón de malla, del qual tomado con la mano Bassiano dixo: «Di, Plauciano, ¿a las cámaras de los príncipes suelen a tal hora entrar sus criados vestidos de brocado o armados de hierro? Por los immortales dioses te juro que, pues traýas hierro para nos matar, a hierro has aquí de morir.» Apenas uvo Bassiano dicho estas palabras quando començó a dar a Plauciano de puñaladas, el qual en muy breve fue allí muerto y descabeçado, y la cabeça pusiéronla en la puerta de Hostia y el cuerpo entregáronle a los mochachos de la república para que le truxessen arrastrando por toda Roma. Éste, pues, fue el fin del gran privado Plauciano, al qual sublimó fortuna y después se perdió por locura. [713]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XVII

De los vicios y virtudes particulares que tenía Severo.

Derramada la nueva por Roma que Plauciano era muerto, tomaron muy gran plazer todos los del pueblo, y no menor plazer tomaran si Plauciano matara a Severo y a Bassiano, su hijo, porque todos tres ellos eran tan malquistos en toda la república, que el menor mal que les deseavan era quitarles la vida. Los officios que tenía Plauciano dividiólos Severo entre dos tribunos, hombres que eran llanos y no bulliciosos; mas el amor y privança que él tenía con Plauciano, nunca después dél muerto la fió de ninguno, porque según dezía, él no sabía de quién se fiar, pues el su gran privado Plauciano le quiso matar.

Muerto Plauciano, no avía quien pudiesse con el príncipe Bassiano, assí en suffrir sus crueldades como en tolerar sus tyranías, porque a Plauciano teníale Bassiano miedo, lo uno porque era su suegro y lo otro porque desde niño le avía criado. Como veýa Severo que sus hijos Bassiano y Geta, quanto más crescían en edad, descrescían en seso, hazía traer bestias fieras que matassen, cavallos que corriessen, inventar juegos en que se occupassen; porque, occupados los cuerpos y divertidos los juyzios en aquellos juegos, se apartassen de los vicios. Visto que no aprovechavan aquellos militares exercicios para que sus hijos fuessen virtuosos, muchas vezes los llamava su padre en secreto y les dezía muchos exemplos antiguos de cómo se avían perdido tales y tales príncipes por estar entre sí discordes, y que lo mismo sería dellos que fue de los passados si no se tractassen como amigos y se favoresciessen como [714] hermanos, porque con concordia las cosas muy pequeñas crescen y con discordia aun las muy grandes perescen. Allende que los dos hermanos eran aviessos en las costumbres y muy perversos en las condiciones, según ya arriba se dixo, mucho los dañavan sus ayos, es a saber: en dissimularles los vicios y en incitarlos a mayores enemistades, de lo qual como fuesse Severo avisado, dellos desterró, dellos despidió, y aun dellos empozó, diziéndoles que más pena merescían los que despertavan las enemistades que no los que las tenían.

Dexó Plauciano una hija, muger que fue de Bassiano, y della quedó un niño, nieto de Severo y nieto de Plauciano y hijo de Bassiano; y assí a la madre, que era moça, como al hijo, que era niño, desterraron en Sicilia, dándoles de todo lo que tenían no más de lo que para comer avían menester, lo qual hizo Severo no porque no quería bien a la nuera y al nieto, sino por no enojar a su hijo Bassiano.

Preciávase Severo que sus antepassados eran de una ciudad de Áffrica que avía nombre Trípol, a la qual él noblesció no sólo en hedifficios, mas aun en previllegios y rentas, y puso allí un olivar, el qual dava tanto azeyte, que abastava para gran parte de Áffrica y de Ytalia. Fue Severo amigo de hombres sabios, y favorescía los estudios y tractava muy bien a los hombres estudiosos y doctos; mas junto con esto aborrescíalos más que a otros si eran bulliciosos y reboltosos, porque dezía él que los hombres nescios rebolvían a vezinos con vezinos, mas que los hombres sabios y maliciosos rebolvían reynos con reynos.

Era también muy inclinado a leer libros y a saber cosas antiguas, y muchas vezes, de que no podía con las grandes occupaciones leer él mismo, hazía que le leyessen otros, y lo que más es, que acaescía estar tan occupado, que no podía leer ni oýr leer, y en tal caso o le leýan estando comiendo o quando se yva a acostar. Él mismo escrevió la vida de sí mismo, y escrivióla tan verdadera como si fuera chronista, es a saber: loando sus victorias y reprehendiendo sus vicios, aunque es verdad que escrivió a todos los que mató, mas no escrivió de algunos la poca razón que tuvo de los matar.

Fue muy culpado Severo en que era muy cobdicioso de [715] hazienda y poco cuydadoso de su honrra, porque su muger Julia públicamente fue adúltera, y él no sólo no la castigó ni desechó, mas aun ni se escrive que la avisasse ni retrayesse. Abastava a Severo para saber que su muger era mala que se llamava Julia, el qual nombre siempre fue infame en las mugeres de Roma. Aunque era enemigo de los vicios y de hombres viciosos, mucho más lo fue de los ladrones que de todos los otros géneros de hombres malos, y assí se halla y se dize dél que con muchos malhechores dissimuló, mas a ningún ladrón jamás le perdonó.

En el vestir no fue hombre curioso ni costoso, sino que siempre se traýa y vestía como hombre honesto; en especial le loavan mucho que jamás le vio hombre en Roma vestirse de seda ni de púrpura. No fue tampoco en el comer desordenado. Verdad es que de ciertas legumbres y frutas de Áffrica era muy goloso, y dezía él que le sabían mejor que otras porque siendo niño se avía criado con ellas. Era amigo de comer pescado más que carne y muchas vezes se le passava un mes entero que ni comía ni provava bocado de carne, y de las carnes lo que mejor comía era ternera y de los pescados trucha. La templança que tuvo Severo en el comer y la honestidad en el vestir le faltó en el bever, porque bevía mucho vino y amargávale si estava aguado.

En muchas ciudades del Imperio se hizieron por su mandado obras muy notables; en especial en la ciudad de Trípol, que es en Áffrica, do él nasció, hizo una fortaleza y una casa y la cercó toda de muy rezia muralla. Todas las casas que estavan viejas y para se caer en Roma, a todas reparó y renovó, y lo que más de loar fue, que las casas y hedifficios que reparava, si tenían títulos esculpidos en las piedras de los que los avían hecho, no quería él poner otros nuevos, sino que se quedassen los antiguos. Fue príncipe muy cuydadoso en que la ciudad de Roma estuviesse siempre muy proveýda, y parescióse bien en su muerte, porque, después que él murió, tuvieron siete años que gastar en el trigo que dexó encerrado y en el azeyte que tenía guardado. [716]


<<< / >>>

Una década de Césares / El Emperador Severo
Capítulo XVIII

De cómo Severo passó en la Gran Bretaña, y murió de solo enojo en aquella guerra.

Estando Severo muy descuydado y entendiendo en algunos hedifficios de Roma, llegáronle letras del governador de la Gran Bretaña (que agora se llama Inglaterra) cómo la ysla toda estava rebuelta y alterada, y que para apaziguarla y enseñorearla era necessaria su presencia, porque al mismo prefecto no sólo no le querían obedescer, mas aun le avían querido matar. No le pesó a Severo con aquella nueva, que, aunque era ya viejo y enfermo, todavía desseava que se le offresciessen grandes hechos por engrandescer su fama y perpetuar más su memoria. Plúgole también a Severo con aquella guerra para tener occasión de sacar a sus hijos de los vicios de Roma; y assí fue, que a Bassiano, el hijo mayor, hizo capitán del exército que yva por tierra, y a Geta, el menor hijo, dio cargo de la armada que llevava por mar.

Partióse, pues, de Roma Severo, en la qual jornada sin comparación era muy mayor el ánimo que llevava que no las fuerças que tenía, porque allende de ser viejo, era del mal de la gota muy apassionado, de manera que ya no podía caminar si no era yendo en litera o llevándole a hombros. Muy de sobresalto tomó Severo a los de Bretaña, los quales a la hora que supieron que ya estava en la ysla embiáronle sus embaxadores, lo uno para darle cuenta y descargo del levantamiento, y lo otro para assentar con él alguna concordia; mas Severo ni lo quiso hazer ni menos lo amó oýr, porque él más annelava alcançar el renombre de Bretaña que no por la razón que tenía para hazerles guerra. [717]

Desembarcados, pues, todos los exércitos y despedidos los embaxadores, pónense en orden todos, los unos para offender y los otros para se deffender, y lo primero que proveyó Severo fue hazer puentes a las lagunas, porque la gente de cavallo tuviesse por do passar y la de pie no tuviesse occasión de se anegar. Tenían en costumbre los de Bretaña de salirse de los pueblos en el tiempo de guerra y aguardar a sus enemigos en las lagunas, en las quales se metían hasta los sobacos y desde allí peleavan, y quando les tiravan con saetas o lanças se murgujavan debaxo del agua las cabeças, por manera que acontescía allí algunas vezes lo que jamás acontescía en parte del mundo, es a saber: que cient hombres desnudos vencían a mil armados. No sólo no se cargavan de armas, mas aun ni sabían qué cosa eran vestiduras, sino que solamente traýan un cinchón con que cubrían sus vergüenças y una argolla de hierro a las gargantas, y en los cuerpos hazíanse pintar varias colores, es a saber: que pintavan los dioses que adoravan o los amigos que amavan y a las vezes por escarnio pintavan en las partes traseras a los enemigos que aborrescían. Quando alguna vez querían pelear en el campo, usavan de unos escudos a manera de rodelas y unas medias espadas ceñidas sobre las carnes desnudas, y esto hazíanlo ellos muy pocas vezes porque al tiempo que se uviessen de acoger a las lagunas no les embaraçassen las armas. Como naturalmente do ay aguas ay nieblas, muy gran pena y aun peligro era pelear con aquellos bárbaros, porque al tiempo de pelear abscondíanse en el agua y no se podían divisar con la niebla.

Puestas, pues, a punto todas las cosas de la guerra, puso Severo a su hijo el menor, que se llamava Geta, por governador en cierta parte de la ysla, la qual no se avía levantado; y tomó al hijo mayor consigo (Bassiano) y començó a hazer cruda guerra a los bárbaros, los quales, quando pensavan hazer daño, con muy gran osadía morían, y quando no, poníanse en huyda, en la qual huyda sus enemigos eran los perdidosos, porque ellos sabían dó se podían absconder y los romanos no sabían la tierra para los buscar.

Andando, pues, assí travada la guerra, cargóle muy mucho [718] a Severo el mal de la gota, por manera que ya ni podía salir al campo, ni aun tener con sus capitanes consejo; y fuele necessario de encomendar a su hijo Bassiano el exército, el qual trabajava más en lo secreto por enemistar a su hermano Geta con los exércitos que no por vencer a los bárbaros sus enemigos. No sólo no le pesava a Bassiano de ver a su padre tan gotoso y tan lisiado, que ni podía andar con los pies ni comer con las manos, mas aun pesávale de que le veýa mejorar algo o que no se quexava tanto, porque era tanta la ansia que tenía ya de heredar, que no veýa la hora de ver a su padre morir. Queriendo Bassiano añadir maldad a maldad, sobornó a los médicos que curavan a su padre y a los criados que le servían, que de tal manera le sirviessen los unos y le curassen los otros, que, pues no le acabava el mal de la gota, le acabassen ellos con ponçoña.

Aunque ninguno se lo dixo a Severo por palabra, bien sintió él lo que Bassiano, su hijo, le desseava; y assí fue que, visto la desobediencia que le tenía el hijo y quán mal los criados ya le servían y quán poco los médicos le visitavan, aunque era muy viejo y enfermo, murióse de pura tristeza y pensamiento más que de otro mal ninguno. Las postreras palabras que dixo Severo antes que muriesse dizen que fueron éstas: «Quando tomé el imperio, hallé en todo el mundo a la república turbada, y agora que muero la dexo pacífica; y, aunque muero sin poder testar ni firmar, yo dexo el imperio firme a mis dos hijos, los Antoninos: si fueren buenos, quedan hechos príncipes, y si fueren malos, no les dexo nada.» Antes que Severo muriesse, mandó hazer dos fortunas de oro para dar a cada hijo la suya, porque ésta era la señal del imperio y porque después de él muerto no tuviessen occasión ninguno dellos de alçarse solo con el imperio, sino que ygualmente quedassen apoderados del señorío.

Éste, pues, fue el fin de Severo, al qual no pudieron matar sus enemigos con armas y matáronle sus proprios hijos con enojos. Bivió Severo setenta y cinco años, y imperó veynte y dos, y fueron quemados sus huessos y llevados a Roma sus polvos. Deste Emperador Severo determinó el Senado lo que de ningún otro príncipe determinó, es a saber: «Illum aut [719] nasci non debuissse aut mori.» Que quiere dezir que fuera bueno, según las crueldades que hizo, no nascer; y ya que nasció, según los provechos que hizo en la república, fuera bueno no morir.

Fin.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Una década de Césares (1539). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 335-904, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

<<< Juliano / Bassiano >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión de la Década de Césares, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org