La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo II
De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a un amigo suyo llamado Pulión, en la qual le cuenta la horden de su vida, y entre otras cosas haze mención de una cosa que acontesció a un censor de Roma con un mesonero de Campania.


Marco Aurelio, único Emperador romano, a ti Pulión, su muy antiguo amigo, salud a tu persona y paz a la república dessea.

Estando en el templo de las vírgines vestales, me dieron una letra tuya, de muchos días escripta y de muchos más días por mí desseada. Y lo bueno es que, escriviéndome tú corto, ruegas que te escriva yo largo, lo qual no conviene a la auctoridad del que está en la cumbre del Imperio, mayormente si el tal es avaro, porque no ay ygual ynfamia en un príncipe que ser largo en las palabras y ser corto en las mercedes. Dízesme que tienes mala una pierna y que se te ha abierto en ella una llaga. A mí me pesa de todo coraçón en que carezcas de lo que yo te desseo y a ti conviene, que es la salud; porque al fin al fin todos los trabajos de la vida se sufren con tener salud la persona. Fázesme saber por tu carta que te has venido a Rodas, y ruégasme te escriva cómo me fue allí quando era moço, y qué tanto tiempo gasté allí en el estudio, y qué tal avía sido el discurso de mi vida hasta venir a ser emperador de Roma. Y en este caso maravillado estoy de ti que me hagas tal demanda, y muy más maravillado no pensar que no puedo sin gran afrenta responder a esta pregunta; porque las cosas de la mocedad no fueron en ninguno tan honestas que no sea más honesto emendarlas que contarlas. [70]

Annio Vero, mi padre, queriéndome fazer obras de padre, aún no avía yo cumplido xiii años quando me destetó de los vicios de Roma y me embió a Rodas a deprender sciencia, más cargado de libros que acompañado de dineros. Y allí me di tan buena maña, que a los xxvi años yo leýa ya públicamente en la academia natural y moral filosofía, y aun retórica. Y no uvo causa que hiziesse darme tanto a los libros como verme falto de dineros; porque la pobreza en los hijos de los buenos mucho los obliga a ser virtuosos, de manera que alcancen por virtudes lo que tienen otros por riquezas. Mucho sentía, amigo mío Pulión, la absencia de Roma, mayormente de que me veýa tan sólo en esta ysla; mas como aý en Rodas leý diez años filosofía, ya me tenía yo por natural de la tierra, y aun también pienso que lo hazía mi conversación con ellos no ser mala; porque infalible regla es que la virtud al estrangero faze natural y el vicio al natural en su tierra torna estrangero.

Ya sabrás cómo Annio Vero, mi padre, fue en essa frontera capitán quinze años contra los bárbaros por mandado de Adriano, mi señor, y Antonio Pío, mi suegro, ambos de gloriosa memoria; y cómo fuy encomendado a los amigos antiguos de mi padre. Ayudóme esto para olvidar los regalos de Roma y abezarme a las asperezas de la ysla, y cierto era bien menester, porque el amor natural de la patria siempre daña a la persona. Hágote saber que los rodos son hombres agradecidos, lo qual acontece a pocos insulanos, a causa que generalmente todos son hombres mañosos. Y dígolo esto porque los amigos de mi padre siempre me socorrían con consejos y con dineros, y estas dos cosas éranme tan necessarias que no sé quál fuesse más necesaria; porque el hombre estrangero aprovéchase del dinero para remediar la enojosa pobreza y aprovéchase del consejo para olvidar el dulce amor de la patria. Bien quisiera aý en Rodas tantos años leer filosofía quantos mi padre en essa mesma Rodas estuvo en la guerra; mas no pudo ser, a causa que Adriano, mi señor, me mandó venir a residir en Roma. Y a mí que no me pesó mandarme tornar a mi patria, aunque como te dixe, a mí me tratavan como si fuera natural de la ysla; pero al fin al fin, en tierras estrañas, aunque se cevan los ojos, no se satisfaze el coraçón. [71]

Esto es lo que toca a Rodas. Quiérote agora contar cómo antes desto en el monte Celio, que era el barrio de mi padre, yo me crié en Roma en el tiempo de mi infancia. Era ley muy usada y costumbre muy guardada en la policía de Roma que todo ciudadano que gozava de la libertad romana, que en cumpliendo diez años su fijo no fuesse osado por las calles dexarle andar vagabundo, porque era costumbre en Roma que los fijos de los buenos romanos fasta los dos años mamavan, hasta los quatro los regalavan, hasta los seys leýan, hasta los ocho escrivían, fasta los diez en gramática estudiavan. Passados los x años, ya los moços avían de deprender oficios, o darse a los estudios, o yrse a los exércitos, de manera que por Roma no anduviessen ociosos. En una ley de las Doze Tablas están estas palabras escriptas: «Ordenamos y mandamos que todo ciudadano romano que en el ámbito de Roma fuere vezino sea obligado de diez años arriba tener a su fijo muy corregido. Y, si acaso el moço por dexarle andar ocioso o por no le aver enseñado oficio hiziere alguna travessura, no menos el padre que el fijo reciban la pena; porque no ay cosa que más vicios engendre en los pueblos que es ser los padres descuydados y los fijos atrevidos.» Dezía más otra ley de las nuestras: «Ordenamos y mandamos que, passados los diez años, al primero desorden que hiziere el infante en Roma sea su padre obligado llevarle a criar a otro cabo, o dar fianças que su fijo será pacífico; ca no es justo que por gozar el padre del fijo el pueblo esté escandalizado, porque todo el bien de la república consiste en conservar a los pacíficos y desterrar a los reboltosos.»

Quiérote dezir, mi Pulión, una cosa, y soy cierto que te maravillarás de oýrla, y es ésta. Quando Roma triumphava, y por su buena policía Roma al mundo regía, passava el número de los vezinos romanos de cc mil, do es de creer que avía entre ellos más de cient mil niños. Y el que tenía cargo dellos teníalos tan sojuzgados y en las cosas aun muy mínimas tan doctrinados, que a un hijo de Catón Uticense desterraron porque quebró un cántaro a una moça que yva por agua, y a otro hijo del buen Cina también desterraron sólo porque entró a coger fruta en una huerta. Y ninguno destos tenía hedad de [72] quinze años cumplidos, porque en aquellos tiempos más se castigavan las cosas de burla, que se castigan agora las cosas de veras.

Dize nuestro Cicerón en el libro De legibus: «Sobre ninguna cosa más se desvelaron los antiguos romanos que sobre proveer en que los moços y viejos no estuviessen ociosos, y tanto duró la honrra de su policía quanto no consintieron andar los moços perdidos por Roma, porque aquella sola se puede llamar bienaventurada tierra, do todos gozan de su trabajo y ninguno bive del sudor ageno.» Hágote saber, mi Pulión, que yo me acuerdo, siendo niño, aunque agora no soy muy viejo, que ninguno era osado públicamente andar por Roma sin traer alguna señal del oficio de que bivía. Y, si alguno en lo contrario era tomado, no sólo como a loco le gritavan los niños por las calles, mas aun el Censor le condenava a trabajar con los captivos en las obras públicas; porque en Roma no menos tenían por infame al moço ocioso, que en Grecia al philósopho nescio. Y porque veas que lo que te escrivo no son novelas, has de saber que el emperador llevava un blandón ardiendo delante de sí; el cónsul, unas hachas de armas; los sacerdotes, unos pileos a manera de escofias; los senadores, unas conchas en los braços; los censores, un peso pequeño; los tribunos, unas maças; los régulos, un sceptro; los pontífices, una guirlanda; los oradores, un libro; los gladiatores, una espada; los plateros, un crisol; e assí de todos los otros oficios, excepto los negociantes estrangeros, los quales de una manera avían todos de andar señalados, porque a ningún estrangero consentían en Roma andar vestido ni señalado como los hijos de Roma.

¡O, mi Pulión, y qué cosa fue ver entonces la prosperidad y disciplina de Roma, y qué lástima es agora ver su calamidad y caýda!, que por los immortales dioses te juro, y assí el dios Mars en las guerras rija mi mano, que el hombre muy recogido de agora no vale tanto como el más dissoluto de entonces; porque entonces entre mil no hallaran un vicioso en toda Roma, y agora no hallarán entre veynte mil un virtuoso en toda Italia. No sé por qué los dioses son tan crueles y los tristes hados me son tan contrarios, que quarenta años ha que [73] no hago sino llorar por ver cómo se mueren los buenos y que luego son olvidados, y, por el contrario, ver cómo biven los malos y siempre son prosperados; porque al fin al fin todos los trabajos de la vida humana el coraçón generoso los puede sufrir, si no es ver al bueno abatido y al malo prosperado, que esto ni lo puede el coraçón sufrir, ni menos dissimular.

A este propósito, mi Pulión, te quiero escrivir una cosa, la qual hallé en los libros que están en el alto Capitolio, do se tracta de los tiempos de Mario y Silla, y cierto es digna de encomendar a la memoria, y es ésta. Era costumbre y ley inviolable en Roma desde los tiempos de Cina que un censor señalado por el Senado fuesse a visitar los lugares de la provincia que le cabía por toda la tierra de Italia, y el fin de su visitar eran tres cosas: lo primero, para ver si alguno tenía quexa de la justicia; lo segundo, para ver en qué estado estava la república; lo tercero, para que cada año diessen de nuevo la obediencia a Roma. ¡O!, mi Pulión, ¿qué te paresce? Si visitassen oy a Italia como entonces visitavan a Roma, qué de carcoma hallarían en ella, que ya como sabes la república está perdida, la justicia desacatada y, sobre todo, Roma desobedescida; y no sin mucha razón, porque justamente pierde el señorío la que fue capitana de virtudes y se torna sentina de viciosos.

Fue el caso que, dos años después de las guerras de Silla y Mario, fue el censor annual a Nola, un lugar en la provincia de Campania, por visitar como era costumbre aquella tierra. Y, como fuesse verano y el lugar caluroso, y no pareciesse gente por el pueblo, dixo el censor al hostalero do se avía apeado: «Amigo, yo soy censor embiado por los senadores de Roma, y vengo a visitar esta tierra. Por esso, ve, corre, llama a todos los buenos del pueblo, porque les tengo de hablar de parte del Sacro Senado.» El hostalero, como devía ser más sabio (aunque menos rico) que el censor romano, fuese a los sepulchros de los muertos que en aquel lugar estavan enterrados, y díxoles a grandes bozes: «Hombres buenos, andad acá comigo, que os llama el censor de los romanos.» Visto por el censor que no venían, mandóle que tornasse otra vez a llamarlos, y el hostalero como de primero fuesse a los sepulchros y dixo a los muertos: «Hombres buenos, andad acá, [74] que os llama el censor de los romanos.» Fueron llamados por la mesma manera y con las mesmas palabras tercera vez, y como por la primera, ni por la segunda, ni por la tercera jussión no viniessen, enojado el censor romano, dixo al hostalero: «Pues no quieren venir a mi mandamiento los hombres buenos, yo quiero yr allá, y vente tú comigo a mostrármelos; porque digno es de grave castigo el que desobedesce al Sacro Senado.» Aquel pobre hombre, tomando al censor por la mano, llevóle a los sepulchros do él yva primero, y de nuevo tornó a hablar con los muertos, diziendo: «Hombres buenos, he aquí el censor de los romanos que viene a hablaros.» Enojado el censor, díxole: «¿Qué es esto, hostalero? ¿Embiéte a llamar a los bivos y tú llámasme a los muertos?» Respondióle el ostalero:

¡O, censor romano!, si eres discreto no te maravillarás de lo que he hecho, porque en esta tierra todos los hombres buenos todos son ya muertos y todos están enterrados en estos sepulchros. No te has de espantar tú de mi respuesta; antes yo me tengo de escandalizar de tu demanda, en demandar hombres buenos tropeçando a cada passo con tantos hombres malos; porque te hago saber si no lo sabes, que si quieres hablar con un hombre bueno, no le hallarás en todo el mundo, de manera que o ha de resuscitar de los muertos o le han de criar de nuevo los dioses. El cónsul Silla, vuestro capitán, estuvo cinco meses en esta ciudad llamada Nola de Campania, sembrando el fructo que cogistes de sus manos allá en Roma, es a saber: que él dexó aquí a los padres sin hijos, a los nietos sin abuelos, a las fijas sin madres, a los maridos sin mugeres, a las mugeres sin maridos, a los tíos sin sobrinos, a los vassallos sin señores, a los señores sin criados, a los dioses sin templos y a los templos sin sacerdotes, a los montes sin ganados y a los campos sin fructos; y lo peor de todo, que aquel maldito nos despobló la tierra de buenos y nos la pobló de vicios y viciosos. Jamás carcoma royó tanto la madera, ni polilla estragó tanto la ropa, ni gusano podreció tanto la fructa, ni langosta taló tanto las espigas, como el estrago que hizo el [75] cónsul Silla en esta tierra de Campania. Y si es mucho el daño que hizo en las personas, sin comparación es mayor el que hizo en las costumbres; porque al fin al fin los buenos que degolló descansan ya con los muertos, pero los vicios que nos dexó entierran a los bivos. En esta tierra ya no ay sino sobervios que quieren mandar; en esta tierra no ay sino embidiosos que no saben sino malquerer; en esta tierra no ay sino maliciosos que no saben sino maldezir; en esta tierra no ay sino ociosos que no saben sino holgar; en esta tierra no ay sino glotones que no saben sino comer; en esta tierra no ay sino ladrones que no saben sino hurtar; en esta tierra no ay sino bulliciosos que no saben sino mentir. E si tú y tus romanos tenéys a estos por buenos, espera, que yo te los llamaré aquí todos; porque si matássemos y pesássemos a los malos en la carnicería como a carne de ternera, ternían carne que comer todos los vezinos de Italia. Mira, censor, en esta tierra de Campania no llaman buenos sino a los pacíficos; no llaman buenos sino a los sobrios; no llaman buenos sino a los cuerdos; no llaman buenos sino a los sufridos; no llaman buenos sino a los honestos; no llaman buenos sino a los sabios; no llaman buenos sino a los virtuosos; finalmente digo que no llamamos buenos sino a los que no quieren hazer mal y no se ocupan sino en hazer bien. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, y es que si buscamos algunos destos no los hallaremos sino en estos sepulcros; porque justo juyzio de los dioses fue que reposen en las entrañas de la tierra aquéllos que no meresció tener consigo la república. Tú vienes a visitar esta tierra do luego serás de los malos servido, y para encubrir sus flaquezas serás no poco importunado. Créeme, si no te quieres perder, antes te fía destos huessos podridos que no de sus entrañas dañadas; porque al fin al fin más aprovechan los exemplos de los muertos que fueron buenos que no los consejos de los bivos que son malos. [76]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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