La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XVI
En el qual el Emperador Marco Aurelio, hablando con Faustina, prosigue su plática, y dize en ella el gran peligro que tienen los hombres que tratan mucho con las mugeres; y de siete reglas que da a los casados para que bivan en paz con sus mugeres. Es capítulo muy notable para entre marido y muger.


Muchas vezes me acuerdo que en mi mocedad, como yo era de carne, tropecé en la carne con propósito de jamás tornar a la carne; pero si confiesso que muchas vezes me venían castos y virtuosos propósitos, dende a una hora dava comigo de rostro en los vicios. Cosa es muy natural que, en acabando uno de cometer el vicio, luego viene en pos dél el arrepentimiento, y, passado el arrepentimiento, luego se torna a cometer aquel vicio; porque durante el tiempo que vivimos en la casa desta carne flaca, álçase la sensualidad por señora y a la razón aun no dexa llegar a la puerta. No ay hombre en Roma que si le hablan no diga maravillas por la lengua de los propósitos buenos que tiene en el coraçón, en especial de ser casto, ser verdadero, ser pacífico, ser callado; y, si acaso preguntáys a los que tratan con él negocios y a los que son sus más propinquos vezinos, hallarán que es un tramposo, que es un mentiroso, que es un blasfemo, que es un doblado, que es un fementido; finalmente engañan a los hombres con sus buenas palabras y ofenden a los dioses con sus malas obras.

Poco aprovecha blasonar de las virtudes con la lengua si la mano en las obras es perezosa; porque no se llama uno justo porque dessea ser bueno, sino porque suda y trabaja [434] de ser virtuoso. El traydor del mundo con ninguna cosa más engaña a los hombres mundanos que es con darles vanas esperanças en que adelante les queda tiempo para ser virtuosos, y los tristes malaventurados después que están emboscados en la profundidad de los vicios, esperando quándo amanecería el día de la emienda, sobrevínoles primero la noche de la sepultura. ¡O!, quántos y quántos prometieron a los hombres y hizieron voto a los dioses, propusieron entre sí mismos que antes de muchos meses començarían a ser virtuosos, a los quales dentro de pocos días los vimos entregar a los hambrientos gusanos. Los dioses quieren que seamos virtuosos y por contrario el mundo y la carne quieren que seamos viciosos. A mi parecer, más vale obedecer a lo que los dioses mandan que no hazer lo que el mundo y la carne quieren; porque el premio de la virtud es honra y la pena del vicio es infamia.

Si paras mientes en ello, Faustina, de una parte están los dioses que nos combidan a las virtudes, y de otra parte está el mundo y la carne que nos combidan con los vicios. Sería mi parescer en este caso que digamos a los dioses que nos plaze de ser virtuosos, y digamos al mundo y a la carne que, andando más los tiempos, nos emplearemos en sus vicios. De tal manera emos de cumplir con los dioses en obra, y de tal manera emos de entretener al mundo y a la carne con palabras, que gastemos tanto tiempo en hazer buena vida, que aun no nos quede tiempo para dezir una mala palabra. Hágote saber, Faustina, que todo esto que te he dicho a ti, todo lo he dicho contra mí; porque sienpre desde moço he tenido buenos propósitos y con estos buenos propósitos me he envegecido en los vicios. ¡O!, quántas vezes en mi mocedad conoscí a mugeres, traté con mugeres, hablé a mugeres, conversé a mugeres, creý a mugeres, me engañaron mugeres, me maltrataron mugeres, me infamaron mugeres; finalmente por conocer como conocí a las mugeres me aparté y dexé a las mugeres. Pero yo confiesso que si la razón me tenía fuera de sus casas diez días, la sensualidad me tornava con ellas diez semanas. ¡O!, dioses crueles, ¡o!, mundo malo, ¡o!, carne flaca, dezidme: ¿qué [435] es esto: que la razón me lleve a mí por mi voluntad a las virtudes y que la sensualidad contra mi voluntad me torne arrastrando a los vicios? ¿Piensas tú, Faustina, que no veo yo quán bueno es ser bueno y quán malo es ser malo? Pero ¿qué haré?, triste, que no ay tan crudo verdugo de mi honra y de mi fama como es la carne mía propria, la qual contra mi voluntad me haze continua guerra. Por lo qual siempre pido a los dioses que, pues mi ser es contra sí, defiendan a mí de mí.

Mucha culpa tiene en esta tan cruda guerra la carne flaca, pero muy mayor la tiene la muger loca y liviana; porque si el hombre fuesse cierto que las mugeres serían castas, serían vergonçosas, serían retraýdas y sacudidas; compornían los pensamientos para no las dessear, ni consumirían el tiempo en las seguir, ni gastarían la hazienda en las servir, ni sufrirían tantas afrentas por las alcançar; porque do una cosa no da de alcançarse de sí esperança no le lleva la voluntad al coraçón de seguirla. Pero ¿qué haremos? -di, Faustina- que (como tú sabes mejor que yo) está ya tan perdida la vergüença en las mugeres de Roma, están ya tan dissolutas las mugeres de Italia, que si los hombres se descuydan, ellas los despiertan; si los hombres huyen, ellas los llaman; si los hombres se apartan, ellas a ellos se allegan; si los hombres se encogen, ellas los regozijan; si los hombres callan, ellas a hablar los costriñen; finalmente muchas vezes los hombres comiençan los amores de burla y ellas se dan tal maña que los tornan presto de veras.

Hágote saber, Faustina, que es muy grande el brío que naturaleza puso en la carne de los hombres, pero muy mayor es la vergüença que pusieron los dioses en las caras de las mugeres. Y si es verdad (como es verdad) que los hombres no pierden el brío de la carne, y las mugeres pierden la vergüença de la cara, tengo yo por impossible que aya muger virtuosa ni casta en Roma; porque no ay más perdida república que aquélla do las mugeres tienen la vergüença perdida. ¡O!, mugeres, y quánta razón tienen en huyr de vosotras los que huyen, asconderse los que se asconden, dexaros los que os dexan, apartarse los que se [436] apartan, olvidaros los que os olvidan, estrañarse los que se estrañan, remontarse los que se remontan, morirse los que se mueren, sepultarse los que se sepultan; porque los gusanos no roen en la sepultura sino la carne flaca, pero vosotras metéysnos a saco la hazienda, la honra y la vida.

¡O!, si supiessen los generosos coraçones quántos y quántos males se les siguen de tratar con mugeres, yo les juro que no sólo no las sirviessen como las sirven de hecho, pero aun de mirarlas no les passasse por pensamiento. ¿Qué más quieres que te diga, Faustina, sino que unos escapan de vuestras manos infames por efeminados; otros, lastimados de vuestras lenguas; otros, perseguidos de vuestras obras; otros, engañados de vuestras mañas; otros, aborrescidos de vuestros descontentos; otros, desesperados de vuestra inconstancia; otros, despechados de vuestros vanos juyzios; otros, alterados de la ingratitud de los servicios? Finalmente, a mejor librar, todos escapan de vuestras entrañas aborrescidos y de vuestras liviandades acoceados. Pues el hombre que siente que esto ha de passar, yo no sé quál es el loco que os quiere amar ni servir; porque el animal que una vez atolla en el lodo, aun a palos no le farán otra vez tornar a passar por aquel passo.

¡O!, a quánto peligro se ofrece el que con mugeres trata, en que si no las ama, tiénenle por necio; si las ama, por liviano; si las dexa, por tibio; si las sigue, por perdido; si las sirve, no le estiman; si no las sirve, le aborrescen; si las quiere, no le quieren; si no las quiere, le persiguen; si se entremete, llámanle importuno; si huye, dizen que es covarde; si habla, dizen que es frío; si calla, dizen que es simple; si se ríe, dizen que es loco; si no se ríe, dizen que es bovo; si les da algo, dizen que vale poco; y al que no les da nada llámanle escasso; finalmente, al que las freqüenta tienen por infame y al que no las freqüenta por menos que hombre. Esto visto, esto oýdo, esto sabido, ¿qué hará el hombre triste, en especial si es hombre cuerdo?; porque si quiere apartarse de mugeres, no le da la carne licencia; si quiere seguir a las mugeres, no se lo consiente su cordura. [437]

Piensan en todo su seso los hombres que con regalos y servicios han de contentar a las mugeres. Pues hágoles saber, si no lo saben, que jamás se contenta la muger aunque el hombre haga todo lo que puede como hombre, y haga todo lo que deve como marido, y de la flaqueza saque fuerças con mucho trabajo, y la pobreza remedie con su sudor proprio, y cada hora se ponga por ella en peligro; al cabo la muger no se lo ha de agradescer, diziendo que su amor es con otra y que aquello haze sólo por cumplir con ella.

Muchos días ha, Faustina, que yo desseava dezirte esto, y helo dilatado hasta agora esperando que me diesses una ocasión para dezirlo de quantas me has dado para sentirlo; porque entre los sabios aquellas palabras son estimadas que al propósito de alguna cosa son muy bien traýdas. Acuérdome que ha seys años en que Antonino Pío, tu padre, me eligió por su yerno; y tú a mí elegiste por marido; y yo a ti elegí por muger. Y esto todo se hizo mis tristes hados lo permitiendo y Adriano, mi señor, me lo mandando. El buen Antonino Pío, mi suegro, me dio a ti, Faustina, su única fija, por muger, y a su generoso Imperio me dio en casamiento, y mucho de su thesoro él partió comigo, y los huertos Vulcanares los señaló para mi passatiempo. Y pienso que en este caso de ambas partes uvo engaño: él en elegirme por hijo y yo en tomarte a ti por muger.

¡O!, Faustina, tu padre y mi suegro llamóse Antonino Pío porque con todos fue piadoso sino comigo, que fue muy cruel, porque con poca carne me dio gran contrapeso de huesso. Y confiéssote la verdad, que ya ni tengo dientes con que lo roer, ni calor en el estómago para lo digestir, y lo peor de todo es que muchas vezes con él me he pensado ahogar. Quiérote dezir una palabra, aunque recibas pena con ella, y es que por tu estremada hermosura eres desseada de muchos y por tus malas costumbres eres aborrecida de todos; porque no son las mugeres hermosas sino como las píldoras doradas, en las quales se cevan los ojos quando las miran y después reñegan dellas quando las pruevan.

Bien sabes tú, y bien lo sé yo, Faustina, que vimos un día a Drusio y a Bruxilla, su muger, los quales eran nuestros [438] vezinos; y, como riñendo llegassen a las manos y diessen muy grandes bozes, dixe yo a Drusio estas palabras: «¿Qué es esto, señor Drusio: siendo como es oy la fiesta de la madre Verecinta, y estando como estamos cabe su casa, y hallándonos presentes en tan honrada compañía, y sobre todo teniendo como tienes muger tan hermosa; ha de ser possible que aya entre vosotros renzilla? Los hombres que están casados con mugeres feas, a causa que se les mueran presto nunca han de hazer sino reñir; pero los que están casados con mugeres hermosas, a fin que vivan mucho siempre las han de regalar; porque las mugeres hermosas aun de cien años mueren temprano y las mugeres feas aun de diez años mueren tarde?» Drusio, como honbre muy lastimado, alçando los ojos al cielo y de lo profundo del coraçón dando un sospiro, dixo: «Perdóneme la madre Verecinta, y perdóneme su sancta casa, y perdóneme toda la compañía, que por los inmortales dioses juro yo quisiera más casar con una muger de las negras de Caldea que no aver casado como me casé con una muger romana y hermosa; porque no es ella tan hermosa quanto es negra y triste mi vida.» Bien sabes tú, Faustina, que quando Drusio dixo esta tan lastimosa palabra yo le enxugué las lágrimas de la cara, y le di del codo, y le rogué al oýdo no procediesse más en la materia; porque a la verdad los buenos maridos, si sus mugeres no fueren tales, dévenlas muy bien castigar en secreto y después dévenlas mucho honrar en lo público.

¡O!, quán malos son tus hados, Faustina, y quán mal partieron contigo los dioses: diéronte hermosura y diéronte riqueza para te perder, y negáronte lo mejor, que es tener cordura y ser bien acondicionada para lo sustentar. ¡O!, quánta mala ventura le viene a su casa el día que a un hombre le nasce una hija hermosa, si junto con esto no le permiten los dioses que sea cuerda y honesta; porque la muger que es moça y loca y hermosa destruye a la república y infama a toda su parentela. Tórnote a dezir otra vez, Faustina, que fueron muy crueles los dioses contigo, pues te engolfaron en los golfos a do todas las malas peligran y te quitaron las velas y remos con que todas las buenas escapan. [439]

Treynta y ocho años estuve sin me casar que no se me hizieron treynta y ocho días, y en solos seys años de casamiento me paresce que ha passado seyscientos años de vida; porque no se puede llamar tormento sino el que passa el hombre que es mal casado. De una cosa te quiero hazer cierta, Faustina, que si alcançara antes lo que alcanço agora, y de lo mucho que siento entonces sintiera, aunque los dioses me lo mandaran y Adriano mi señor me lo rogara, yo no trocara mi pobreza por tu riqueza, ni mi reposo por tu Imperio; pero, pues cupo en tu dicha y en mi desdicha, callo mucho y sufro más. Yo he dissimulado contigo mucho, ¡o!, Faustina, y ha sido tanto, que ya no puedo más; pero yo te confiesso que ningún marido sufre tanto a su muger, que no sea obligado a sufrirle más, considerando al fin el hombre que es hombre y la muger que es muger; porque el hombre que eligió echarse entre las hortigas, ¿qué ha de sacar de allí sino ronchas? Atrevida es la muger que se toma con su marido, pero loco es el marido que toma pendencias públicas con su muger; porque si es buena, hala de favorescer porque sea mejor, y si es mala, hala de sufrir porque no se torne peor. A la verdad mucha ocasión es para que la muger sea mala pensar ella que su marido no la tiene por buena; porque son las mugeres tan ambiciosas, que las que públicamente son malas nos quieren hazer creer que son ellas mejores que todas. Créeme, Faustina, que si el temor de los dioses, la infamia de su persona, el dezir de las gentes no retrae a la muger de lo malo, no la apartará todo el castigo del mundo; porque todas las cosas deste mundo sufren castigo si no es la muger, que como muger quiere ruego. El coraçón del hombre es muy generoso y el coraçón de la muger es muy delicado, en que quiere por poco bien mucho premio y por mucho mal ningún castigo.

El hombre cuerdo mire bien lo que haze antes que se aya de casar, pero después que se determina de tomar compañía de muger ha de ser como el que entra en la guerra, que determina su coraçón para todo lo que le suscediere en ella. No sin causa llamo guerra la vida que tienen los malos casados en su casa; porque más cruda guerra nos hazen las [440] mugeres con las lenguas que no los enemigos con las lanças. Gran poquedad es del hombre cuerdo hazer cuenta de las poquedades de su muger a cada passo; porque si todas las cosas que las mugeres hazen y dizen quieren tomar por el cabo, sepan que jamás les hallarán fin ni cabo. ¡O!, Faustina, si las mugeres romanas quisiéssedes siempre una cosa, procurássedes una cosa, permaneciéssedes en una cosa, holgaríamos los hombres aunque fuesse a nuestra costa condescender en ella; pero ¿qué haremos?, que lo que os agrada agora os descontenta de aquí a un poco; lo que pedís a la mañana no lo queréys a mediodía; con lo que folgávades a mediodía tomáys enojo a la noche; lo que amávades a la noche aborrecéys a la mañana; lo que ayer teníades en mucho oy lo tenéys en poco; lo que antaño os moríades por verlo ogaño aun no queréys oyrlo; lo que antes os causava alegría agora os pone sobrada tristeza; con lo que devríades y solíades llorar con aquello agora os vemos reýr; finalmente soys las mugeres como los niños, que se amansan con una mançana y arrojan el oro en tierra.

Muchas vezes he pensado entre mí si podría dezir o escrevir alguna buena regla para que guardándola viviessen los hombres en paz en su casa; y hallo por mi cuenta y aun lo he experimentado contigo, Faustina, que es impossible dar a los hombres casados regla, pues las mugeres viven sin regla. Todavía quiero poner alguna regla de cómo se compadecerán los casados en sus casas; y cómo, si quisieren, evitarán entre sí muchas renzillas; porque teniendo los maridos y mugeres guerra, impossible es aya paz en la república. Y si esta escriptura no aprovechare a mí, que soy desdichado marido, aprovechará a otros que tienen buenas mugeres; porque muchas vezes la medicina que no aprovecha a los ojos haze operación en los calcañares.

Bien sé, Faustina, que lo que he dicho y por lo que quiero dezir, tú y otras semejantes gran enemistad me avéys de cobrar, y es la causa que miráys las palabras que digo y no la intención con que las digo; pero a los inmortales dioses juro en este caso que no es otro mi fin sino avisar a las buenas (que ay muchas buenas) y castigar a las malas (que ay [441] muchas malas). Y si acaso ni las unas ni las otras no queréys creer que yo tengo buena intención en dezir como digo estas palabras, no por esso dexaré de reconocer a las buenas entre las malas y a las malas entre las buenas; porque mi opinión es que la buena muger es como el faysán, del qual estimamos en poco la pluma y tenemos en mucho la carne; y la mala muger es como la raposa, de la qual tenemos en mucho la pelleja y aborrescemos y desechamos la carne.

Quiero, pues, ya relatar las reglas con las quales vivirán en paz los maridos con sus mugeres proprias y son éstas:

Lo primero, deve el marido sufrir y tener paciencia quando la muger está enojada; porque no ay en el mundo serpiente que tenga tanta ponçoña como es la muger quando está ayrada.

Lo segundo, deve el marido trabajar en que provea a su muger según la possibilidad de todo lo necessario, assí para su persona como para su casa; porque acontesce muchas vezes que, andando las mugeres a buscar las cosas necessarias, tropieçan con las superfluas y no muy honestas.

Lo tercero, deve el marido trabajar que su muger trate con buenas personas; porque muchas vezes riñen y dan bozes las mugeres no tanto por la ocasión que les dan sus maridos, quanto por lo que les dizen y imponen sus malos vezinos.

Lo quarto, deve el marido trabajar que su muger en ninguna cosa sea estremada, conviene a saber: que ni del todo esté siempre encerrada en casa, ni tampoco muy a menudo la dexe andar fuera; porque la muger muy andariega pone en peligro la fama y pone en condición la hazienda.

Lo quinto, deve el marido guardarse que no se ponga con su muger en porfía a causa que no le pierda la vergüença; porque la muger que una vez a su marido se descara no ay vileza que dende en adelante contra él no cometa.

Lo sexto, deve el marido hazer entender a su muger que tiene della confiança; porque es de tal calidad la muger, que aquello de que no tenían della confiança, aquello cometerá ella más aýna. [442]

Lo séptimo, deve el marido ser cauto en que a su muger ni del todo fíe della la hazienda, ni del todo la escluya della; porque si es a cargo de la muger toda la hazienda, auméntala poco; y si no le da parte y tiene sospecha della, hurta mucho.

Lo octavo, deve el marido a su muger mostrar algunas vezes la cara alegre y otras vezes mostrársela triste; porque son de tal condición las mugeres, que quando sus maridos les muestran la cara alegre, ámanlos, y quando se la muestran triste, témenlos.

Lo nono, deve el marido, si es cuerdo, tener en esto muy sobrado aviso: en que su muger no tome enojos ni pendencias con vezino ni con estraño; porque muchas vezes emos visto en Roma sólo por reñir una muger con su vezina que el marido pierda la vida, y ella pierda la hazienda, y se levante gran escándalo en la república.

Lo décimo, deve el marido ser tan sufrido, que si viere a su muger cometer algún delicto por ninguna manera la corrija sino en secreto; porque no es otra cosa castigar el marido a su muger delante testigos sino escupir a los cielos y lo que escupe caerle sobre los ojos.

Lo undécimo, deve el marido tener en esto mucha templança, en que no ponga las manos en su muger para castigarla; porque a la verdad la muger que no se emienda diziéndole palabras rezias y lastimosas, menos se emendará aunque la maten a palos ni puñaladas.

Lo duodécimo, deve el marido, si quiere tener paz con su muger, loarla mucho delante los vezinos y los estraños; porque entre las otras cosas este bien tienen todas las mugeres: que quieren ser de todos loadas y de ninguno permiten ser reprehendidas.

Lo terdécimo, deve el marido guardarse de loar a otra muger estraña delante su muger propria; porque son de tal qualidad las mugeres, que el día que el marido toma en la boca a una muger estraña, aquel día le rae del coraçón su muger propria, pensando que a la otra ama y a ella aborrece.

Lo quatuordécimo, deve el marido estar mucho sobreaviso que, aunque sea su muger fea, le diga y haga encreyente [443] que es muy hermosa; porque no ay cosa que entre ellos levante mayor renzilla que pensar ella que la desecha el marido porque es fea.

Lo quintodécimo, deve el marido traer a su muger a la memoria la infamia y lo que mal se habla de las que son malas en la república; porque las mugeres, como son vanagloriosas, porque no digan dellas lo que dizen de las otras por ventura no harán ellas lo que hazen las otras.

Lo sexdécimo, deve el marido escusar a su muger que no tome muchas amistades; porque muchas vezes de tomar las mugeres unas amistades escusadas nascen entre los dos muy peligrosas renzillas.

Lo decimoséptimo, deve el marido fingir y hazer encreyente a su muger que quiere mal a todos los que ella quiere mal; porque son de tal qualidad las mugeres, que si el marido ama lo que ella aborresce, luego ella aborresce todo lo que él ama.

Lo décimooctavo, deve el marido en lo que no va nada condescender y otorgar con lo que su muger porfía; porque más prescia una muger salir con su porfía aunque sea mentira, que si le diessen diez mil sextercios de renta.

En esta materia no quiero dezirte más, Faustina, sino que mires que te miro, y veas que te veo, y sientas que te siento; y, sobre todo, que la dissimulación mía devría bastar a emendar la vida tuya. [444]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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