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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXXVII
Que los príncipes y grandes señores deven de quando en quando pesquisar cómo los ayos y maestros enseñan y dotrinan a sus hijos y si les dissimulan algunos vicios secretos; y que algunas vezes más necessario es castigar al ayo que no disciplinar al discípulo.


Dicho emos arriba qué condiciones, qué edad, qué gravedad han de tener los ayos que tomaren los príncipes para criar a sus hijos. Razón sería agora de dezir qué tales han de ser los consejos que han de dar los príncipes a los ayos antes que les den cargo de sus hijos, y después desto es razón que digamos qué tal será el consejo que dará el maestro al discípulo que tiene a su cargo; porque impossible es aya mal siniestro do las cosas se rigen por consejo maduro. A los que consideraren profundamente esta cosa, parescerles ha que es superfluo tratar esta materia, ca o los príncipes hazen electión de buenos ayos, o la hazen de malos. Si eligen malos ayos, en vano se trabaja darles buenos consejos; porque menos capaz es de consejo el maestro loco que no el discípulo dissoluto. Si acaso los príncipes hizieron electión de buenos ayos, entonces los tales maestros para sí y para los otros ternían buenos consejos; porque dar consejo al hombre sabio, o es superfluo, o es presunptuoso. Caso que sea verdad que es presunptuoso el que al sabio se atreve dar consejo, también digo que el diamante en oro engastonado no sólo no pierde la virtud, mas antes cresce en el precio. Quiero dezir que quanto un hombre es más cuerdo, tanto más procura saber el parescer ajeno. Y por cierto el que haze esto no yerra; porque a ninguno no le sobra tanto de su consejo proprio que no se aproveche del parescer ajeno. [588]

Aunque los príncipes y grandes señores vean con sus proprios ojos que han hecho buena electión de ayos para criar a sus hijos, no por esso se deven descuydar de dar a essos mismos ayos algunos buenos consejos, que ya puede ser que los tales ayos son hombres generosos, son ancianos, son sabios, son reposados; pero puede ser que en criar hijos de buenos no sean espertos; porque en los ayos de los príncipes no es tanta virtud sobrarles la sciencia, quanto es defecto si les falta la experiencia. Un hombre rico, quando da a un labrador una hazienda, no sólo assienta con él lo que le ha de dar, pero aun dízele muy de espacio cómo ha de tratar aquella hazienda; y, no contento de rescebir por tercios el fructo de su viña, tres o quatro vezes en el año va a visitarla. Y tiene razón de hazerlo, porque al fin el uno trata la hazienda como mercenario y el otro mírala y procúrala como señor proprio. Pues si el padre de las compañas con tanta diligencia encomienda al labrador sus árboles, ¡quánto con mayor diligencia deven los señores encomendar y avisar cómo los maestros han de tratar a sus hijos!; porque no es otra cosa el padre dar consejo al maestro sino depositar tesoro de sciencia para su hijo. No pueden escusarse de culpa los príncipes y grandes señores en que después que hazen electión de un cavallero para ayo y de un hombre docto para que sea maestro, assí viven descuydados como si ya no tuviessen hijos, ni se acordassen que sus hijos han de ser sus erederos. No avía por cierto de passar esto assí, sino que el hombre sabio y que en criar a su hijo es curioso, tanto se deve ocupar en mirar al ayo como el ayo se ocupa en mirar al moço; porque el buen padre deve saber si el maestro que toma si sabe mandar, y el fijo que le dio si le quiere obedecer. Uno de los príncipes notables entre los antiguos fue Seleuco, rey de los assirios y marido de Estrabónica, fija de Demetrio, rey de Macedonia, dama por cierto que fue en toda Grecia muy nombrada por hermosa, aunque en su hermosura no fue muy dichosa; porque antigua maldición es en las mugeres hermosas ser muchos los que las dessean y ser muchos más los que las infaman. Este rey Seleuco fue casado primero con otra muger, de la qual uvo un hijo llamado Antígono, el qual se enamoró de la muger de su padre, [589] conviene a saber: de la reyna Estrabónica, y llegó al punto de la muerte no más de por amores della, y el padre, sabido el caso, casó a su fijo con ella, de manera que la que era madrasta se tornó muger, y la que era muger se tornó nuera, y el que era hijo se tornó yerno, y el que era padre se tornó suegro. Es auctor desto Plutarco en sus Vidas.

Según dize Sexto Cheronense en el iii libro De los dichos de los griegos, el rey Seleuco trabajó mucho por criar bien a su hijo Antígono, y para esto buscóle dos maestros muy insignes, el uno griego y el otro latino. No contento con esto, proveyó el rey Seleuco con un criado suyo en secreto (que avía nombre Parthemio) que no tuviesse otro oficio en su palacio sino mirar lo que hazían y dezían los ayos de su hijo Antígono, y que cada noche se lo dixesse en secreto; y, sobrándole a Parthemio diligencia y faltándole discreción, vino a noticia de los dos ayos cómo Parthemio era sobreveedor dellos; porque al fin al fin no ay cosa muy freqüentada que algún día no se descubra. Como los dos philósophos supieron el secreto, dixeron estas palabras al rey Seleuco: «Poderoso príncipe Seleuco, pues en nuestras manos pusiste a tu hijo Antígono, ¿para qué has hecho veedor y acusador de nuestras vidas a Parthemio? Si tienes a nosotros por malos y a él tienes por bueno, gran merced nos harás que descargues a nosotros del cargo y des a Parthemio cargo de Antígono, tu hijo; porque te hazemos saber que a los hombres de honra es un intolerable mal afrentarlos y no es afrenta despedirlos. Tienes proveýdo que ande Parthemio en pos de nosotros mirando lo que dezimos y lo que hazemos con descuydo, y después que te haga relación de todo ello en secreto, y lo peor es que por relación de aquel simple emos de ser salvos o condenados nosotros siendo sabios; porque no es la triaca tan contraria a la ponçoña, como lo es la ignorancia a la sabiduría. Y de verdad, sereníssimo príncipe, cosa es muy rezia que se haga cada día de un hombre pesquisa; porque no ay barva tan raýda, que otro no halle qué raer en ella. Quiero dezir que no ay persona de tan honesta vida, que si della hazen pesquisa no hallen qué tachar en ella.»

Respondióles el rey Seleuco: «Mirad, amigos, bien veo yo que la auctoridad de la persona y el buen crédito de la fama [590] que no ay oy en el mundo ningún amigo que lo aventure por otro amigo. Y, si esto no hazen los rústicos, mucho menos lo deven hazer los sabios; porque no ay por que trabajen más los hombres en esta vida que es por tener y por dexar de sí buena fama. Pues vosotros soys sabios, y de mi hijo soys maestros, y aun de mi casa consejeros, no es justo que de ninguno seáys ofendidos; porque de buena razón en casa de los príncipes sólo aquél avía de ser privado que se atreve a dar al príncipe verdadero consejo. Lo que yo mandé a Parthemio ni pone sospecha en vuestra fidelidad, ni peligro en vuestra auctoridad; y, si la cosa es profundamente pensada, a vosotros vos está bien y a mí no me está mal. Y la causa desto es que, o vosotros soys buenos, o vosotros soys malos. Si soys buenos, avéys de holgar que cada día me refieran vuestros servicios; porque en las orejas de los príncipes la continua memoria del servicio es impossible sino que algún día saque provecho. E si soys malos y en la criança de mi fijo no muy cuydadosos, es razón que yo sea avisado, por manera que, si el padre fue engañado, el hijo no resciba en su criança peligro, y aun también porque a mí y a mi reyno no estraguéys y infaméys con vuestro consejo; porque el buen príncipe a los que públicamente son viciosos no los ha de tener por sus consejeros. Si los hados lo permiten que mi hijo Antígono salga malo, yo soy el que pierdo verdaderamente en ello, a causa que mi reyno será assolado, mi fama será perdida, y al fin él no gozará de su erencia. Y que passe todo esto assí, dárseos ha a vosotros desto muy poco con dezir que no tenéys culpa, pues el moço no quiso tomar vuestra doctrina. No me paresce que es mal consejo que mire yo por vosotros como vosotros miráys por él; porque mi oficio es mirar que seáys buenos y vuestro oficio es trabajar que no sean vuestros discípulos malos.»

Fue este rey Seleuco varón muy honrado y murió anciano, según dize Plutharco y muy más por estenso lo cuenta Patroclo De bello asiriorum, libro iii, y por contrario su hijo Antígono en todas las cosas salió príncipe muy aviesso. Y en este caso es de creer que, si de su padre no fuera como fue tan corregido y de sus ayos no fuera tan doctrinado, aún fuera príncipe muy más perdido; porque los moços, siendo por una parte [591] mal inclinados y por la otra mal criados, es impossible sino que salgan viciosos y escandalosos. A mi parescer, ni porque los moços sean mal inclinados no por esso deven sus padres dexar de corregirlos; porque en el tiempo advenidero las escripturas que reprehendieren la liviandad y perdición de los hijos, los escriptores loen la diligencia que pusieron en criarlos sus padres.

He querido contar aquí este exemplo de Seleuco para avisar que ningún padre sea tan descuydado que de todo en todo se olvide de mirar por su hijo, pensando que ya le tiene al ayo encargado; y de mi consejo deve el padre ser en esto tan recatado, que, si antes mirava al hijo con dos ojos, deve a los ayos mirar con quatro; porque infinitas vezes más necessario es castigar a los ayos que no disciplinar a los discípulos. Aunque el príncipe no se informe de la vida de los ayos cada día, como hazía el rey Seleuco, deve a lo menos pesquisar muy por menudo una vez en la semana de los descuydos de los ayos y de los atrevimientos de los hijos. Y no sólo deve hazer esto, pero aun deve llamar a los tales ayos y maestros, y avisarlos, y rogarlos, y amonestarlos, y aconsejarlos que miren mucho por la criança de sus hijos, y tener pensado de les dezir algunos buenos consejos, los quales ellos después refieran a sus discípulos; porque de otra manera luego desmaya y afloxa el ayo quando el padre de la criança de su hijo no es cuydadoso.

En una cosa deven advertir los príncipes, y es en saber si los ayos o maestros consienten a sus hijos algunos vicios secretos, y suelen esto hazer tomando color que los niños por ser niños no han de ser de todo en todo apremiados. E cierto esta tan cierta razón más es para aumentar su culpa que no para diminuyr su pena; porque no ay hombre tan flaco, ni ay niño tan tierno, que las fuerças que tiene para ser vicioso no le abasten para ser virtuoso. Querría yo preguntar a los ayos y maestros que crían hijos de generosos qué más fuerças han menester sus discípulos para ser golosos que para ser sobrios, para ser parleros que para ser callados, para ser diligentes que para ser perezosos, para ser recogidos que para ser derramados, para ser honestos que para ser dissolutos; y, como [592] digo destos pocos, podía cotejar y parear otros muchos. No quiero en este caso hablar como hombre de sciencia, sino como hombre de esperiencia, y es que juro a ley de bueno que a menos trabajo del maestro y más utilidad del discípulo puede ser virtuoso antes que vicioso; porque mayor coraçón se requiere en un malo para ser malo que no fuerças en un bueno para ser bueno.

Otro mal suelen hazer los ayos y maestros que es peor que todos éstos, conviene a saber: que dissimulan en los discípulos algunos muy malos vicios secretos, de los quales no los pueden despegar de que son grandes; porque muchas vezes acontesce que la inclinación buena es vencida de la costumbre mala. De verdad los ayos y maestros que en tal caso fuessen tomados, como a traydores y fementidos avían de ser punidos; porque mayor trayción es dexar el maestro a su discípulo entre los vicios que no entregar una fortaleza a los enemigos. E no se maraville ninguno que llame traydor al maestro; porque el uno entregó la fortaleza, que no era sino de piedras, pero el otro entregó al hijo, que era de sus proprias entrañas. La causa de todo este mal es que, como los hijos de los príncipes han de eredar reynos, y los hijos de los grandes señores esperan de eredar grandes estados, a la verdad los ayos y maestros, como son más cobdiciosos que virtuosos, dexan a sus discípulos yr en pos de sus apetitos quando son pequeños, a fin de tenerles ganadas las voluntades para quando fueren grandes para que les hagan mercedes, por manera que oy en el mundo la desordenada avaricia de los ayos haze que los hijos de buenos se críen viciosos. ¡O!, ayos de príncipes, ¡o!, maestros de grandes señores, amonéstoos y tórnoos amonestar no os engañe vuestra cobdicia en pensar que valdréys y ternéys más siendo encubridores de vicios que no siendo zeladores de las virtudes; porque no ay viejo ni moço tan malo, que a lo menos hasta parescerle no le paresce bien lo bueno. E dígoos más en este caso, que muchas vezes permite Dios que, de que sean grandes vuestros discípulos, se les abran los ojos y conozcan el daño que les hezistes en criarlos viciosos; y desta manera, do pensastes athesorar oro para ser honrados, hallastes escoria para ser abatidos; porque justa sentencia es [593] de Dios el que haze mal no quede sin pena, y el que encubre el mal no quede sin infamia.

Cuenta Diadumeo Histórico en la Vida de Severo, xxi Emperador de Roma, que Apuleyo Rufino, el qual avía sido dos vezes cónsul, y a la sazón era tribuno del pueblo, y sobre todo varón en días ya anciano y en toda Roma de mucho crédito, vino al Emperador Severo y dixo estas palabras: «Invictíssimo y siempre Augusto Señor, sabrás que yo tenía dos hijos y dilos a un maestro para enseñarlos. Acaso el mayor dellos, cresciendo en edad y descreciendo en virtud, enamoróse de una dama romana, los amores de los quales vinieron tarde a mi noticia; porque a los hombres mal fortunados como yo primero de su casa es despedido el remedio que ellos vengan en conoscimiento del daño. La mayor lástima que tengo en este caso es que fue sabidor y encubridor dello su maestro, el qual no sólo no fue para remediarlo, pero aun concertó entre ellos el adulterio; y mi hijo diole una carta firmada por la qual se obliga que, si le trae a su poder aquella romana, le dará después de mi muerte las casas y eredad que yo tengo a la puerta Salaria. No contento con esto, él y mi hijo me han robado mucho de mi dinero; porque los amores largos siempre son a los que los tienen costosos, y los amores de los hijos siempre son a costa de los padres. Juzga, pues, tú, sereníssimo príncipe, esta causa tan criminosa y tan escandalosa; porque gran atrevimiento es que el vassallo tome vengança de ninguna injuria, sabiendo que su señor hará vengança della.»

Oýdo por el Emperador Severo el caso tan enorme, como hombre que era tan severo en el castigo como lo era en el nombre, proveyó que se tomasse de aquel hecho información muy entera y que llamassen allí en su presencia al padre y al hijo y al maestro, para que cada uno alegasse de su derecho; porque en Roma ninguno criminalmente podía ser sentenciado si los acusadores no le dixessen primero el crimen en su presencia y el acusado no tomasse tiempo para dar su escusa. Sabida, pues, la verdad, y los reos confessada su culpa, el Emperador Severo dixo por su sentencia: «Yo mando que el ayo o maestro deste moço le echen vivo a las bestias del cercado palatino; porque muy justo es le quiten las bestias la vida al [594] hombre que enseña a otro a vivir como bestia. Ítem mando que este moço totalmente de los bienes de su padre sea deseredado y en las yslas Baleares desterrado; porque el hijo que desde moço es vicioso, muy justo es que desde moço sea deseredado.»

Esto, pues, fue de lo que Apuleyo se quexó del ayo de su hijo y lo que el Emperador Severo sentenció en aquel caso. ¡O, quán varios son los casos de fortuna, y cómo muchas vezes por do no pensamos se nos quiebra el hilo de la vida! Dígolo porque si este maestro o ayo no fuera cobdicioso, ni el padre fuera privado de su hijo, ni el fijo fuera desterrado, ni la muger no fuera infamada, ni la república fuera escandalizada, ni el maestro fuera de las bestias despedaçado, ni el Emperador fuera con ellos tan crudo, ni para mayor infamia dellos en las historias no fuera puesto. No sin causa digo esto de quedar por escrito lo que los malos hazen en este mundo, ca los hombres cuerdos más han de temer la infamia de la péñola mal cortada que no la infamia de la lengua suelta; porque al fin una mala lengua no nos puede infamar sino con los que son vivos, pero la escriptura infámanos con los que son vivos y aun con los que están por nascer. Para atajar todo esto, sería mi parescer que el maestro trabaje que sea el discípulo virtuoso y no desespere si por el trabajo no fuere luego galardonado, ca si no lo fuere de la criatura, téngase por dicho que lo será del Criador; porque Dios es tan bueno que muchas vezes, apiadándose del sudor de los buenos, castiga a los ingratos y toma a su cargo de pagar los servicios. [595]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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