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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XL
Do se ponen otros dos vicios de los quales deven los ayos guardar a sus discípulos, conviene a saber: que no sean desvergonçados, ni en los vicios de la carne sueltos.


Lo tercero, deven trabajar los ayos y maestros que a los niños que tienen a cargo no les consientan que sean livianos, atrevidos ni desvergonçados. Y digo que no les dexen ser muy livianos porque el moço desassossegado muchas vezes para en viejo perdido. Digo que no les consientan ser atrevidos porque de moços atrevidos se hazen los hombres reboltosos. Digo que no les consientan ser desvergonçados porque del moço desvergonçado se haze el hombre escandaloso. En mucho deven tener los príncipes y grandes señores que los ayos de sus hijos se los críen vergonçosos y reposados, ca no da más gloria al rey la corona en la cabeça, ni la cadena en los ombros, ni el joyel en los pechos, ni el sceptro en las manos, ni el enxambre de guardas que trae en torno consigo, como el assiento y reposo que muestra el moço desde mancebo; porque un hombre, de qualquier estado que sea, la honestidad que muestra pública le encubre muchas flaquezas secretas.

En los tiempos que imperava Helio Pertinax, diez y nueve Emperador que fue de Roma, a la sazón governavan la república dos cónsules, que avían nombre Vero y Mamilo, los quales rogaron al Emperador tuviesse por bien de quererse servir de dos hijos suyos, el mayor de los quales aún no avía doze años. Y, como el Emperador les hiziesse merced de los rescebir, y los padres no fuessen perezosos de se los traer, venidos delante el Emperador, hizieron cada uno dos oraciones, una en griego y otra en latín, de las quales quedó el Emperador [609] muy contento y todos muy espantados; porque en aquellos tiempos ninguno servía a los príncipes romanos si no era muy diestro en la cavallería o muy ábile para sciencia. Estando, pues, haziendo sus oraciones estos dos niños delante el Emperador, el uno dellos tuvo puesto los ojos en el que jamás los abaxó y el otro túvolos puestos en el suelo en que nunca por nunca los alçó. Y, como el Emperador fuesse tan grave, agradóse tanto de la gravedad del niño que tuvo puestos los ojos en el suelo, que no sólo le permitió servir a la mesa, mas aun entrar en su cámara. Y esto túvose en mucho como era razón de se tener; porque los príncipes no suelen fiar sus mesas ni sus cámaras sino de parientes muy propincos o de criados muy antiguos. Al otro niño que era compañero de éste, tornóle el Emperador a su padre, diziéndole que, quando fuesse más vergonçoso, él le dava por rescebido. Y de verdad tuvo razón este buen Emperador en hazer lo que hizo; porque en la gravedad de los príncipes buenos no se sufre servirse de moços livianos. Pregunto agora yo: a los padres que quieren mucho a sus hijos y dessean que sus hijos sean muy valerosos, ¿qué les aprovecha que los niños sean muy hermosos en el rostro, sean muy dispuestos en el cuerpo, sean muy vivos en el juyzio, sean blancos en las carnes, sean roxos en los cabellos, sean facundos en la memoria, sean ábiles para la sciencia, si con todas estas gracias que les dio naturaleza son por otra parte atrevidos en lo que hazen, y desvergonçados en lo que dizen? Es auctor de lo sobredicho Patricio Senense, libro quinto De rege y regno.

Uno de los príncipes bien fortunados y virtuosos fue el gran Theodosio, el qual entre todas las otras virtudes tuvo una muy señalada, conviene a saber: que jamás en su palacio se sirvió de mancebo que fuesse desvergonçado, ni de hombre que fuesse reboltoso, ni de viejo que fuesse desonesto, ca dezía él muchas vezes que jamás los príncipes serán bienquistos si los que están cabe ellos son mentirosos y escandalosos. Como príncipe experimentado y como hombre muy cuerdo hablava este buen Emperador; porque si los privados que están cabe los príncipes son mal sufridos, escandalizan a muchos; si son mentirosos, engañan a todos; si son desonestos, [610] escandalizan los pueblos; y no se echa tanto la culpa a ellos que lo hazen, quanto a los príncipes que lo consienten. Tenía el Emperador Theodosio dos cavalleros en su casa, que se llamavan Rufino y Estellicón, por cuyo parecer y prudencia se governavan las cosas de la república y (según dize Baptista Ignacio) estos dos quedaron por tutores y ayos de sus hijos de Theodosio, los quales se llamavan Archadio y Honorio; porque (según dize Séneca) los buenos príncipes quando mueren, más cuydado han de tener en ver a sus hijos a quién los dexarán, que no qué reynos ni riquezas les dexarán. Este Rufino, y Estelicón, tenían en el palacio de Theodosio sendos hijos, los quales eran en estremo bien criados y vergonçosos, y por contrario los dos príncipes Archadio y Honorio eran mal disciplinados y no poco desonestos; y desta ocasión el buen Theodosio muchas vezes tomava aquellos niños y los assentava a su mesa, y por contrario a sus proprios hijos aun no los quería mirar a la cara. No se maraville ninguno que en un príncipe tan grave cupiesse y se abatiesse a hazer cosa tan pequeña; porque a la verdad los niños bien criados y vergonçosos no son sino ladrones que roban los coraçones agenos.

Lo quarto, deven los ayos y maestros poner gran solicitud en que, ya que los moços son crecidos, no se les desmanden a encenagar y ensuziar en los vicios torpes y carnales, de manera que la sensualidad y mala inclinación del moço se recuta y se remedie con la prudencia del bueno y casto maestro; porque es de tal qualidad esta maldita carne, que llama muy temprano al aldava y, si le abren, jamás hasta la muerte quiere que le cierren la puerta. Los árboles que antes de tiempo brotan y echan hoja no esperamos en el verano comer dellos mucha fruta. Quiero dezir que los moços que desde muy niños andan en los vicios carnales metidos ningún bien se ha de presumir dellos, sino que ellos y los que tratan con ellos quanto más fueren los veremos más viciosos y muy menos virtuosos; porque a la cresciente de los vicios siempre se sigue la menguante de las virtudes.

Aristótiles, en sus Políticas, y Platón, en el segundo libro De legibus, dizen y determinan que a lo más temprano no se deven casar los moços hasta que ayan veynte y cinco años y las [611] donzellas hasta los veynte años; porque, llegados a tal edad, resciben los padres poco daño en engendrarlos y los hijos que nacen son de muy mayor provecho. Pues si esto es verdad, como es verdad, pregunto agora yo: si casarse y procrear hijos, que es el fin del matrimonio, no lo permiten los philósophos hasta que los moços sean muy hombres, ¿quánto menos deven consentir los maestros a sus discípulos que, siendo como son moços y tiernos, anden en vicios carnales metidos? En este caso y en la guarda deste vicio no se deven los buenos padres fiar solamente de los maestros, sino que ellos deven velar y saber los passos en que andan sus hijos; porque muchas vezes les dirán que andan en romerías y andarán en ramerías.

El vicio de la carne es de tal qualidad, que no pueden los hombres darse a él sin escrúpulo de la conciencia, sin detrimento de la fama, sin pérdida de la hazienda, sin corrupción de la memoria, sin peligro de la persona, sin diminución de la vida y aun sin escándalo de la república; porque los hombres amancebados no poco escándalo suelen poner en los pueblos. Mucho me satisfaze lo que pone Séneca en el segundo De clemencia ad Neronem, do dize estas palabras: «Si supiesse que los dioses me avían de perdonar y los hombres no lo avían de saber, sólo por la vileza de la carne no pecaría en la carne.» Y a la verdad Séneca tenía razón; porque dize Aristóteles «quod omne animal post coitum tristatur dempto gallo.» ¡O!, ayos de príncipes y grandes señores, por aquel immortal Dios que nos crió vos juro, y por lo que devéys a nobleza vos ruego, que a los discípulos que tenéys a cargo los enfrenéys con freno áspero, les echéys las sueltas cortas, les afloxéys muy poco las riendas; ca, si estos moços viven, assaz de tiempo les queda para buscar, para seguir, para alcançar y aun para tropeçar en pos de las yeguas; porque por nuestra desdicha, este maldito vicio de la carne en todo lugar, en toda edad, en todo estado y en todo tiempo tiene sazón, aunque no con razón. ¿Qué os diré en este caso, sino que, passado el verde de la infancia, desbocados los moços del freno de la razón, heridos con las espuelas de la carne, sueltos de las sueltas de la razón, tocada su trompeta la sensualidad, desapoderados (o, por mejor dezir, desamparados) del temor divino, con un furioso brío [612] arremetemos por las xaras y riscos en pos de una yegua, la qual en dexar va poco y en alcançarla va mucho menos?; porque en los vicios carnales el que menos alcança de lo que la sensualidad le pide, mucho más tiene de lo que según razón le conviene.

Visto que los ayos sean descuydados, visto que los moços sean atrevidos, visto que los sentidos del todo estén ciegos, visto que los bestiales movimientos cumplen sus apetitos; pregunto agora yo: ¿qué es lo que al moço le queda, o qué es el contentamiento que de aquella torpedad saca? Por cierto el mancebo carnal y vicioso, después que de su apetito es vencido, a mejor librar yo no veo en él otro fructo sino que queda el cuerpo manco, el juyzio enclavado, la memoria ofuscada, el entendimiento corrupto, la voluntad dañada, la razón tropellada y la fama despeñada, y (lo que es peor de todo) siempre la carne se queda carne. ¡O!, quántos mancebos viven engañados, pensando que por satisfazer y entregarse una vez de los vicios, dende en adelante se apartarán y dexarán de ser viciosos, lo qual no sólo no les haze provecho, mas aun les es assaz muy dañoso; porque el huego no se amata con leña seca, sino echándole mucha agua fría. Pero ¿qué haremos?, que assí se precian oy muchos padres en que sean sus hijos de mugeres traviessos como si fuessen en las sciencias muy doctos y en las armas muy esforçados, y (lo que es peor de todo) a las vezes regalan más a los nietos hechos de adulterio condenado que no a los hijos nascidos de legítimo matrimonio. ¿Qué diremos, pues, de las madres, que a la verdad yo he vergüença dezirlo, pero más avían ellas de tener en hazerlo, las quales a escusa de sus maridos encubren las travessuras de sus hijos, dan a criar a los hijos de sus mancebas, desempéñanlos quando están empeñados, danles dineros para jugar por los tableros, reconcílianlos con sus padres quando dellos tienen enojos, buscan dineros emprestados para rescatarlos quando están presos, están siempre con sus vezinos enojadas por no yrles a la mano a sus hijos; finalmente son madres de sus cuerpos y madrastras de sus almas?

Esto he dicho incidentalmente, a causa que muchas vezes los maestros querrían castigar a los moços, y los padres y madres [613] los hazen ser en esto remissos; porque poco aprovecha que los calcañares lastimen al animal con las espuelas y por otra parte le den con las riendas sofrenadas. Tornando al propósito, ¿qué remedio tomaremos para remediar nuestro daño, conviene a saber: si viéremos a un moço en la carne vicioso? Yo no hallo otro remedio sino que al fuego rezio cárguenle de tierra, que allí morirá; y al moço vicioso apártenle de las ocasiones, y assí se remediará; porque en las guerras alcánçase la honra esperando, pero en el vicio de la carne alcánçase la victoria huyendo.

* * *

Aquí se acaba el segundo Libro del famosíssimo Emperador Marco Aurelio con el Relox de príncipes, en el qual se ha tratado de cómo los príncipes y grandes señores se han de aver con sus mugeres y de la criança que desde niños han de dar a sus hijos.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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