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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXI
En el qual el Emperador Marco Aurelio prosigue su plática, y prueva por muy buenas razones que, pues los viejos quieren ser servidos y honrados de los moços, deven ser más honestos y virtuosos que ellos.


Todo lo sobredicho lo he dicho por ocasión de ti, Claudio, y de ti, Claudina, los quales dos, quando de setenta años no queréys salir de la cárcel del mundo, do tenéys ya los miembros podridos, ¿qué esperança ternemos de los moços que no han sino xxv años? Si no me engaña mi memoria, quando yo allá estava, ya teníades nietos casados, y visnietos desposados, y aun choznos nascidos. Y, pues esto es verdad, paréceme a mí que, espremido el razimo, no es sino para los animales el borujo; cogida la fructa, de ningún valor es la hoja; después de llevada la prensa, mal puede moler el molino. Quiero dezir que el hombre ya muy viejo dévese tener por afrentado de vivir tanto en el mundo. No penséys, amigos, que se sufre tener la casa llena de nietos y dezir a los otros que han pocos años; porque en cargando el árbol de fructas, luego las flores se caen o se tornan marchitas. Estado he pensando entre mí qué es lo que vosotros podíades aver hecho para que paresciéssedes moços y acortássedes los años, y no sé otra razón sino que quando casastes a Lamberta, vuestra hija, con Drusio, y a vuestra nieta, Sophía la hermosa, con Tuscidano, los quales todos eran tan moços, que apenas las moças avían xv años ni los moços xx, como a vosotros sus abuelos os sobrava edad y os faltavan dineros, imagino que les distes cada xx años de los vuestros en lugar de los dineros del dote. Podíase desto colegir que os quedastes con los [741] dineros de los nietos y sacudistes de vosotros los años proprios. Mucho quisiera, amigos míos, como oý dezir que fuestes moços y muy moços, veros con mis ojos viejos y muy viejos, no digo en la edad que os sobra, sino en el seso que os falta. ¡O!, Claudio y Claudina, notad, notad esto que os quiero dezir, y siempre en la memoria lo devéys de tener. Yo os hago saber que sustentar la mocedad, desfazer la vejez, vivir contentos, esentarnos de trabajos, alargar la vida y oxear la muerte; estas cosas no son en manos de los hombres que las dessean, sino en manos de los que las dan, los quales según su justicia, y no nuestra cobdicia, nos dan la vida por peso y la muerte sin medida.

Una cosa hazen los viejos, la qual es causa de escandalizar a muchos, y es que quieren ellos primero hablar en los consejos; quieren de los moços ser más servidos; quieren en los conbites los primeros assentamientos; quieren en todo lo que dizen ser siempre creýdos; quieren en los templos estar más altos que otros; en el repartir de los oficios quieren ellos los más honrados; en cosa que ellos votan no quieren ser contradichos; finalmente quieren tener el crédito de viejos y hazer la vida de moços. Todas estas preeminencias y privilegios justo y justíssimo es que las tengan los viejos, los quales desde muchos tiempos en servicio de la república han empleado sus años; pero junto con esto, avísoles y requiéroles que la auctoridad que les dan sus canas no la desmerezcan por sus malas obras. ¿Por ventura será cosa justa que el moço humilde y honesto reverencie al viejo indómito y sobervio? ¿Por ventura será cosa justa que el moço benívolo y amoroso reverencie al viejo embidioso y malicioso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço cuerdo y sufrido reverencie al viejo impaciente y loco? ¿Por ventura será cosa justa que el moço liberal y magnánimo reverencie al viejo escasso y codicioso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço solícito y cuydadoso reverencie al viejo descuydado y perezoso? ¿Por ventura será cosa justa que el moço abstinente y sobrio reverencie al viejo goloso y regalado? ¿Por ventura será cosa justa que el moço continente y casto reverencie al viejo luxurioso y dissoluto? No me parescen a mí que estas cosas son para que por ellas merezcan [742] ser honrados, sino reprehendidos y castigados; porque los viejos más pecan en el mal exemplo que dan que no en la culpa que cometen.

No me podrás tú negar, Claudio, amigo mío, que avrá treynta y tres años que, estando ambos en el theatro mirando un espectáculo, como viniesses tarde y no hallasses assentamiento, dexiste a mí, que estava assentado: «Levántate, Marco, hijo, que, pues tú eres moço, justo es des el lugar a mí, que soy viejo.» Si es verdad que ha treynta y tres años que querías ya lugar en los theatros como viejo, dime -yo te ruego, y aun conjuro: ¿con qué ungüento te has untado, o con qué agua te has lavado, para remoçarte y tornarte moço? ¡O!, si tú, Claudio, uviesses hallado alguna medicina o descubierto alguna yerva con la qual a los hombres quitasses las canas de la cabeça y a las mugeres quitasses las arrugas de la cara, yo te juro, y aun asseguro, que tú fuesses más visitado y servido en Roma que no lo es el templo de Apolo en Asia. Bien te acordarás tú de Annio Prisco el viejo, vezino que era nuestro y algo pariente tuyo, el qual, como yo le dixesse un día que no me hartava de oýr sus buenas palabras y de mirar sus ancianas canas, díxome él: «¡O!, Marco, hijo, bien parece que no has sido viejo, y por esso hablas como moço, ca las canas, si honran a la persona, lastiman mucho al coraçón; porque la hora que nos veen viejos los estraños nos aborrecen y los nuestros no nos aman. (E díxome más.) Hágote saber, hijo Marco, que muchas vezes mi muger y yo hablamos en particular coloquio de los años que ha cada uno, y como ella me mira tanto y le parezco tan viejo, dígole y júrole que aun soy moço; porque las canas me han venido por erencia y la vejez por dolencia.» Acuérdome también que a este Annio Prisco le cupo de ser senador un año, y, como le pesasse mucho de parecer viejo y en estremo trabajasse de que le tuviessen por moço, acordó de raparse la barba y la cabeça a navaja, lo qual era muy prohibido a los censores y senadores de Roma; y, como entrasse un día con los otros senadores en el alto Capitolio, dixéronle: «Di, hombre: ¿de dónde eres?, ¿qué quieres?, ¿a qué vienes? y ¿cómo has sido osado, no siendo senador, de entrar en este Senado?» Respondió él: «Yo soy Annio Prisco el viejo. [743] ¿Qué es esto, que agora me avéys desconocido?» Replicáronle ellos: «Si tú fuesses Annio Prisco, no vernías assí rapado, ca en este Sacro Senado no puede ninguno entrar a governar la república si no fuere honestíssima su persona y truxere cubierta de canas la cabeça. Y tú desde agora te ten por desterrado y por privado del oficio; porque los viejos que viven como moços, como moços han de ser castigados.» Bien sabes tú, Claudio, y Claudina, que esto que he dicho no es fición de Homero, ni fábula de Ovidio, sino que vosotros le vistes con vuestros ojos y yo le ayudé para el destierro con algunos dineros, y no es nada sino que se fue desterrado de Roma a Capua, de do le desterraron otra vez por las liviandades que por la ciudad de noche hazía, y no me maravillo desto, ca, según vemos por experiencia, los viejos que están muy encarniçados en los vicios muy peores son de corregir que los mancebos.

¡O, quánta malaventura tienen los viejos los quales se han dexado envejecer en los vicios!; porque más peligroso es el huego en una casa vieja que no en una nueva, y una reziente cuchillada no es tan peligrosa como una fístola podrida. Aunque los viejos no fuessen honestos y virtuosos por el servicio de los dioses, por el provecho de la república, por el dezir de los pueblos y por el exemplo de los moços, devríanlo ser sólo por el descanso de sí mismos. Un pobre viejo, si no tiene dientes, ¿cómo será goloso? Si no tiene calor, ¿cómo podrá comer? Si no tiene gusto, ¿cómo le sabrá el bever? Si no tiene fuerças, ¿cómo podrá adulterar? Si no tiene pies, ¿cómo podrá andar? Si tiene perlesía, ¿cómo podrá hablar? Si tiene gota artética, ¿cómo podrá jugar? Finalmente los semejantes hombres mundanos y viciosos emplearon sus fuerças quando moços en querer todos estos vicios provar, y agora que son viejos pésales de todo su coraçón de que no los pueden cumplir. Sobre todas las culpas, a mi parecer ésta es la más suprema culpa en los viejos, conviene a saber: que, constándonos que un viejo ni ha dexado parte del mundo que no ha andado, ni ha dexado vileza que no ha atentado, ni ha dexado fortuna que no ha corrido, ni ha dexado bueno que no ha perseguido, ni ha dexado malo a que no se ha allegado, ni ha dexado vicio que no ha provado; passando, pues, el [744] malaventurado tantos tienpos en estos vicios, ya que el mundo le ataja los passos con enfermedades y trabajos, no le pesa tanto para ser virtuoso de los vicios que le sobran, quanto para ser vicioso de las fuerças que le faltan. ¡O!, si nosotros fuéssemos dioses, o si no, que los dioses nos diessen licencia para que conociéssemos los pensamientos de los viejos como vemos con los ojos las obras de los moços, yo juro al dios Mars, y aun a la madre Verecinta, que sin comparación castigássemos más los malos desseos que tienen de ser malos los viejos, que no las liviandades ni travessuras de los moços.

Dime, Claudio, y dime tú, Claudina: ¿pensáys vosotros por ventura que por traeros como moços dexaréys de parescer viejos? ¿Vosotros no sabéys que nuestra naturaleza es corrupción de nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo es mollidor de nuestros sentidos, y nuestros sentidos son alcaydes de nuestra ánima, y nuestra ánima es madre de nuestros desseos, y nuestros desseos son verdugos de nuestra juventud, y nuestra juventud es atalaya de nuestra vejez, y nuestra vejez es espía de nuestra muerte, y la muerte al fin es el mesón do toma posada la vida, y donde la mocedad se nos va huyendo por pies, y de la vejez aun no podemos escapar cavalgando? Holgaría que tú, Claudio, y tú, Claudina, me dixéssedes qué halláys en la vida, por qué os contenta tanto la vida, después que avéys passado ochenta años de vida. O vosotros avéys sido en este mundo malos, o avéys sido buenos: si avéys sido buenos, tened por bueno yros a gozar con los dioses buenos; si avéys sido malos, justíssimo es que os muráys porque no seáys más malos, que (hablando la verdad) los que en setenta años han sido de mala vida, poca esperança ternemos de su emienda. Adriano, mi señor, estando en Nola de Campania, truxéronle un sobrino suyo del estudio, en el qual el niño no avía aprovechado poco, ca venía gran griego y latino, y junto con esto el moço era hermoso y honesto. Y, como el Emperador Adriano le amasse tanto aquel sobrino, díxole estas palabras: «No sé, sobrino, si te diga que seas bueno o que seas malo; porque si eres malo, será en ti mal empleado el vivir; si eres bueno, luego te has de morir; y por esso vivo yo más que todos, porque soy peor que todos.» Por estas palabras que dixo Adriano, mi [745] señor, da claramente a entender que a los buenos en breve les saltea la muerte y a los malos se les alarga mucho la vida. Opinión fue de un philósopho que los dioses, como son tan profundos en sus secretos y tan justos en sus obras, a los hombres que menos aprovechan en la república, aquéllos alargan mucho más la vida. Y que él no lo dixera vémoslo nosotros por experiencia; porque a un bueno y que de la república es zeloso o le llevan los dioses, o le matan los enemigos, o le acaban los trabajos.

Quando el gran Pompeyo y Julio César se enemistaron, y de aquella enemistad en crudas guerras vinieron, cuentan los annales de aquel tiempo que vinieron en favor de Julio César los reyes y gentes de Occidente, y en socorro del gran Pompeyo todos los más poderosos de Oriente; porque estos dos príncipes eran amados de pocos y servidos y temidos de muchos. Entre las otras gentes varias y estremadas que vinieron de Oriente en las huestes del gran Pompeyo fueron unos bárbaros muy bárbaros, los quales dezían ser moradores a la otra parte de los montes Ripheos, a las vertientes que corren a la India. Tenían en costumbre estos bárbaros de no querer vivir más de cincuenta años, y para esto, quando llegavan a la tal edad, hazían grandes hogueras de huego y allí se quemavan vivos, y por su voluntad se sacrificavan a los dioses. No se espante nadie de lo que emos dicho, pero espántese de lo que queremos dezir, conviene a saber: que el día que uno cumplía los cincuenta años, assí vivo se echava en los huegos, y los parientes y hijos y amigos del tal hazían muy gran fiesta, y la fiesta era que comían las carnes de aquel muerto medio quemadas y bevían en vino o agua los polvos de sus huessos, por manera que las entrañas de los fijos vivos eran sepulcros de los padres muertos. Todo lo sobredicho vio con sus proprios ojos el gran Pompeyo, a causa que algunos cumplieron los cincuenta años estando en su campo, y como el caso era tan monstruoso, muchas vezes después lo contava Pompeyo en el Senado.

Sienta en este caso cada uno lo que quisiere, y condene a estos bárbaros quanto mandare, que yo no dexaré de dezir lo que siento: ¡O, siglo dorado, que tales hombres tuvo! [746] ¡O, gente bienaventurada, de la qual en todos los siglos advenideros con razón avrá perpetua memoria! ¡Qué menosprecio del mundo, qué olvido de sí mismos, qué acocear de fortuna, qué açote para la carne, qué en poco tener la vida, quán en menos tener ni temer la muerte pudo ser mayor! ¡O, qué freno para viciosos!; ¡o, qué espuelas para virtuosos!; ¡o, qué confusión para los que aman la vida!; ¡o, qué exemplo tan grande para no temer la muerte nos dexaron! Pues éstos de su voluntad menospreciavan la vida propria, bien es de pensar que no morirían por tomar la hazienda agena. No por más de por pensar que nunca ha de aver fin nuestra vida, jamás ha fin nuestra cobdicia. ¡O, gloriosa gente y diez mil vezes bienaventurada!, que, dexada la sensualidad propria y vencido el natural apetito de querer vivir, no creyendo a lo que veýades, teniendo la fe en lo que nunca vistes; fuistes a los hados a la mano, salistes a la fortuna al camino, derrocastes por suelo a la vida, hurtastes el cuerpo a la muerte y, sobre todo, ganastes honra con los dioses no que os alargassen más la vida, sino que tomassen lo que vos sobrava de la vida. Archagento, çurujano de Roma, y Antonio Musa, médico del Emperador Augusto, y Esculapio, padre de la Medicina, pocos sextercios ganaran en aquella tierra. ¿Quién mandará a aquellos bárbaros fazer entonces lo que hazen agora los romanos, conviene a saber: xaroparse a la mañana, tomar píldoras a la noche; serenar sueros, tomar ordeates; untar el hígado, correr por desopilar el baço; sangrarse oy, purgarse mañana; comer de una cosa y abstenerse de muchas? No es de creer que quien de balde busca la muerte, diera dineros por alargar la vida. [747]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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