La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo LII
De lo que el Emperador Marco Aurelio respondió a su secretario Panucio, en la qual respuesta da a entender que no muere con pena por dexar este mundo, sino por dexar después de sí a un mal hijo por eredero.


¡O, Panucio! ¡Bien aya la leche que mamaste en Dacia, el pan que comiste en Roma, el enseñamiento que uviste en Grecia y la criança que tomaste en mi casa! Y esto porque me serviste en la vida como buen criado y me aconsejaste en la muerte como fiel amigo. A mi hijo Cómodo mando que te pague los servicios, y a los inmortales dioses ruego que te agradezcan los consejos. Y no sin causa al hijo encomiendo lo uno y a los dioses suplico por lo otro, porque paga de muchos servicios solo un hombre la puede hazer, pero para un buen consejo pagar todos los dioses son menester. El mayor y más alto beneficio que un amigo puede hazer a su amigo es en algún arduo negocio acertar a darle un buen consejo; y no sin causa digo acertar, y no dar, porque suele no pocas vezes acontescer que los que pensavan con sus consejos remediarnos, aquéllos nos meten en mayores peligros.

Todos los trabajos de la vida son arduos, pero el de la muerte es arduíssimo; todos son grandes, pero éste es grandíssimo; todos son peligrosos, pero éste es periculosíssimo; todos ellos al fin en la muerte han fin, si no es el trabajo de la muerte, que no sabemos qué es su fin. Esto que agora digo ninguno lo puede perfectamente conoscer sino quien se viere como me veo agora morir. Por cierto tú, Panucio, me has hablado como sabio; pero, como no conosces mi mal, no aciertas en la cura; ca no está el dolor do pusiste los defensivos, no es [909] aquélla la fístola do diste los cauterios, no estava allí la opilación do aplicaste los socrocios, no eran aquéllas las venas do me diste la sangría, no acertaste bien la herida do me cosiste los puntos. Quiero dezir que más y más dentro de mí en mí avías de entrar para mi mal conoscer. Los suspiros que da el coraçón (digo si los da de coraçón) no piense cada uno que los oye que luego los entiende; porque las ansias y congoxas del spíritu, como los honbres no las pueden remediar, no quisieron los dioses que las uviessen de conoscer. Sin temor y sin vergüença osan dezir muchos que conoscen los pensamientos de otros, en lo qual ellos se muestran ser más livianos que sabios; porque muchas cosas ay en mí que no conozco yo de mí, quánto más el que está fuera de mí.

Acúsasme, Panucio, que temo mucho la muerte, y en este caso digo que temerla mucho, niégolo; pero temerla como hombre, confiéssolo; porque negar yo que temo la muerte sería negar que no soy de carne. Vemos por experiencia que al león teme el elephante; y al elephante, el osso; y al osso, el lobo; y al lobo, el cordero; y el ratón, al gato; y el gato, al perro; y el perro, al ombre; finalmente unos a otros se temen no más de porque no se maten. Pues si los animales rehúyen la muerte, los quales, aunque mueran, ni temen batallar con las furias, ni tampoco gozar con los dioses, quánto más nosotros, que morimos en dubda si nos despedaçarán las furias con sus penas, o si nos acogerán los dioses en sus casas.

¿Piensas tú, Panucio, que yo no veo que es agostada ya mi yerva? Bien sé que es vendimiada mi viña, no me es oculto que se va ya al suelo mi casa, bien sé que ya no ay sino el hollejo de la uva y el pellejo de la carne, y que no ay sino un soplo de toda mi vida. Hasta agora mucho yva de ti a mí, pero agora mucho va de mí a ti; porque tú desde la atalaya miras al exército, dende las riberas echas las redes, dende la talanquera corres al toro, junto a la lumbre te toma el frío, estando tú a la sombra reverbera el sol. Quiero por esto dezir que por esso blasonas tú tanto de la muerte, porque tienes en salvo la vida. ¡Ay de mí, triste!, que en breve espacio de todo lo que tuve en esta vida no llevaré comigo sino una mortaja. ¡Ay de mí,! que agora entraré en el cosso do no seré de bestias acossado, mas [910] de gusanos seré comido. ¡Ay de mí!, que me veo en tal estrecho de donde no puedo huyr; y, si espero, espero morir. Quando yo estoy enfermo, no querría que me consolasse el que está sano; quando yo estoy triste, no querría que me consolasse el que está alegre; quando yo estoy desterrado, no querría que me consolasse el próspero; ni quando yo estoy a la muerte, no querría que me consolasse el que no tiene sospecha de la vida, sino querría yo que me consolasse el pobre en mi pobreza, el triste en mi tristeza, el desterrado en mi destierro y el que tiene tan en peligro su vida, como yo tengo agora a mano la muerte; porque no ay tan saludable ni tan verdadero consejo como es el del hombre que está lastimado quando aconseja a otro lastimado como él.

Si piensas bien, en esta sentencia hallarás que he dicho una cosa muy nueva, en la qual todavía aploma mi pluma; porque a mi parescer muy mal se consolará el que está derramando lágrimas con el que está muerto de risa. Esto digo porque sepas que lo sé y porque sientas que lo siento. E, porque no vivas engañado, quiérote como amigo descubrir el secreto; y verás que es muy poca la tristeza que tengo respecto de la mucha que tengo razón de tener; porque si la razón a la sensualidad no le fuera a la mano, los suspiros dieran fin de mi vida y en un sepulchro de lágrimas me hizieran la sepultura. Las novedades que has visto en mí, que son aborrescer el comer, tener desterrado el dormir, amar la soledad, darme pena compañía, tener descanso en los suspiros y tomar passatiempo en las lágrimas, ya puedes tú pensar qué tormenta puede andar en la mar del coraçón, quando tales terremotos parescen en la tierra de mi cuerpo. Vengamos, pues, ya al caso y veremos por qué está sin consolación mi cuerpo y tan desmayado mi coraçón. Y más es sentirlo él que quexarse otro, porque es tan delicado el cuerpo, que, en amargándole, se quexa; y el coraçón tan esforçado, que, aun hiriéndole, dissimula.

¡O!, Panucio, hágote saber que por esso siento tanto la muerte, porque dexo a mi hijo Cómodo en esta vida, el qual queda en edad muy peligrosa para él y no menos sospechosa para el Imperio. En flor se conocen las frutas, en cierna se conocen las viñas, en el olor se conoscen los vinos, en la cara [911] se conoscen los hombres, dende potro se conosce el cavallo y dende niño se conoce el moço. Esto digo porque el príncipe, mi hijo, en lo poco que vale en mi vida, veo lo muy menos que será ni valdrá después de mi muerte. Pues tú sabes tan bien como yo lo sé las malignas condiciones del hijo, ¿por qué te maravillas de las ansias del padre? Cómodo, mi hijo, es moço en la edad y muy más moço en el seso; tiene inclinación mala y no quiere hazerse fuerça en ella; rígese por su seso, como si fuesse hombre experimentado; sabe en lo que le conviene muy poco y (lo que es peor) no se da cosa por ello; de lo passado no ha visto cosa y en solo lo presente se ocupa. Finalmente digo que, por lo que he visto con los ojos y sospecho con el coraçón, adevino que muy presto la persona de mi fijo ha de peligrar y la memoria y casa de su padre ha de perescer.

¡O!, quán inhumanamente se uvieron los dioses con nosotros en mandarnos que dexássemos nuestra honra en poder de los hijos, ca abastara que les dexáramos la hazienda y que encomendáramos a nuestros amigos la honra; pero ¡ay, dolor! que la hazienda consumen en vicios y la honra pierden por ser viciosos. Siendo como son piadosos los dioses, pues nos dan auctoridad de repartir la hazienda, ¿por qué no nos dan lugar para hazer testamento de la honra? Mi hijo llámase Cómodo, que en lengua romana quiere tanto dezir como provecho; pero, según él es, perdonarle hemos el poco provecho que hará a algunos, con el mucho daño que hará a todos; porque para mí téngome por dicho que ha de ser un verdugo de los hombres y un açote de los dioses. Entra agora en las sendas de la mocedad solo y sin guía; y, como ha de passar por lugares muy montuosos y peligrosos, témome no se quede emboscado en los vicios; porque los hijos de los príncipes y grandes señores, como los crían en libertad y regalo, son fáciles de caer en los vicios y muy incorregibles a salir dellos.

¡O!, Panucio, oye con atención esto que te digo, que no sin lágrimas lo digo: ¿y tú no vees que mi hijo Cómodo queda libre, queda rico, queda moço y queda solo? A ley de bueno te juro que de un viento más pequeño (quánto más de quatro tan rezios) caerá un árbol tan tierno. Riqueza, mocedad, [912] soledad y libertad quatro landres son que emponçoñan al príncipe, enconan la república, matan a los vivos y infaman a los muertos. Créanme los viejos, noten esto los moços, que en el hombre do pusieron los dioses muchas gracias se requiere para sustentarlas que tengan muchas virtudes. Los mancos, los plagados, los simples, los contrahechos y los tímidos: no rebuelven por cierto éstos la república, sino aquéllos que mejoró en gracias naturaleza; porque, según nos lo muestra la experiencia, de las más hermosas se pueblan los burdeles, los más dispuestos son los impúdicos, los más esforçados son los homicianos, los muy sotiles son los ladrones más vivos, y los hombres que son de muy claros juyzios, aquéllos son los que se tornan locos. Digo y torno a dezir, afirmo y torno afirmar, juro y torno a jurar, que a los hombres que están vestidos de gracias naturales, si les falta el aforro de virtudes acquisitas, a los tales podrémosles dezir que tienen cuchillo en la mano con que se fieran, huego a las espaldas con que se quemen, soga a la garganta con que se ahorquen, puñales a los pechos con que se maten, abrojos a los pies con que se espinen, pedregales a los pies do tropiecen, y tropeçando caygan, y cayendo se hallen con la muerte que aborrescían y sin la vida que mucho aman.

Nota, Panucio, nota: el hombre que de su infancia puso delante sí el temor de los dioses y la vergüença de los hombres, mantiene verdad a todos y vive sin perjuyzio de nadie; al tal árbol podrá la erizada fortuna hender la corteza de la salud, tornar marchita la flor de su mocedad, secar las hojas de sus favores, coger las fructas de sus trabajos, destronchar algún ramo de sus oficios, inclinar lo más alto de sus privanças; pero al fin al fin por mucho que de todos los vientos sea combatido, jamás por jamás será derrocado. ¡O!, quán por bienaventurados se tienen los padres en averles dado Dios fijos agudos, sabios, hermosos, ábiles, ligeros y esforçados, no parando mientes que todos estos aparejos no son sino tizones para hazerlos viciosos; y en tal caso, si los padres se guiassen por mi consejo, antes querría yo que a mis hijos les faltassen los miembros que no que les sobrassen los vicios. Uno de los más hermosos mancebos que han nascido en el Imperio Romano [913] es mi hijo el príncipe Cómodo, pero pluguiera a los immortales dioses que en el gesto paresciera a los muy negros de Ethiopía y en las costumbres paresciera a los grandes philósophos de Grecia; porque no está ni deve estar la gloria del padre en que su hijo tenga la cara muy blanca, sino en que trayga la vida muy corregida. No le llamaremos padre piadoso, sino muy enemigo, al que adora a su hijo porque es hermoso, y no le castiga si es vicioso. Osaría yo dezir que el padre que tiene un hijo dotado de muchas gracias, y el hijo las emplea todas en vicios, el tal hijo no avía por cierto de nascer en el mundo; y, si el tal fue nascido, luego a la hora avía de ser enterrado. [914]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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