Filosofía en español 
Filosofía en español


Novador

El que enseña una doctrina nueva en materias de fe. La Iglesia de Jesucristo hizo siempre profesión de no seguir más doctrina que la que enseñaron Jesucristo y los Apóstoles, y por lo mismo condenó siempre como herejes a los que trataron de variarla o corregirla. Les dijo por boca de Tertuliano de praescrip. cap. 37. “Yo soy más antigua que vosotros, y estoy en posesión de la verdad antes que vosotros: la recibí de aquellos mismos que estaban encargados de anunciarla: soy la heredera de los Apóstoles, y guardo lo que me dejaron por testamento, lo que confiaron a mi fe, lo que me obligaron a jurar que conservaría. A vosotros os han desheredado y desechado como extranjeros y como enemigos”. La Iglesia conserva por base de su doctrina la máxima de este mismo Padre que es la siguiente: “lo que fue enseñado desde el principio es la pura verdad, y viene de Dios; pero lo que fue después inventado, es extranjero y falso.” Ibid. cap. 31.

La práctica de la Iglesia, dice Vicente de Lerins en su Commonit. §6, fue siempre el tener horror a las novedades en proporción de su religiosidad. Para refutar el error de los rebautizantes en el siglo III el Papa S. Esteban se contentó con alegarles la siguiente regla, nada innovemos; observemos la tradición. El talento, la elocuencia, las razones plausibles, las citas de la Sagrada Escritura, el número de partidarios de [119] la nueva opinión, ni aun la santidad de muchos, no pudieron prescribir contra el dictamen y la práctica de la antigüedad.

§21. “Guardad el depósito, dice S. Pablo a Timoteo, Epíst. 1ª, cap. 6, y procurad evitar toda novedad profana y las disputas que suele suscitar una ciencia falsa.” Si debemos evitar la novedad, debemos adherirnos a la antigüedad, porque la primera es profana, y la segunda es sagrada.

§22. Explíquese en buen hora con más claridad lo que en otro tiempo se creía de una manera más oscura; pero no enseñéis sino lo que habéis aprendido, y si vuestras palabras son nuevas, que no sea nuevo lo que significan.

§23. ¿Luego no será lícito hacer progresos en la ciencia de la religión? Seguramente lo es; pero de un modo que no altere el dogma ni su sentido. La creencia de las almas debe imitar la marcha de los cuerpos; estos crecen, se extienden, se desenvuelven en el discurso de algunos años, pero siempre quedan los mismos. Así debe suceder en la doctrina cristiana: que se afirme con el trascurso de los siglos, que se extienda y se ilustre con el trabajo de los sabios, y que se haga cada vez más digna de nuestro respeto; pero que en el fondo permanezca siempre íntegra e inalterable.

La Iglesia de Jesucristo, solícita y fiel depositaria de los dogmas que de él recibió, nada cambia, nada suprime, nada añade. Su atención se reduce a poner más exacto y más claro lo que se había propuesto con alguna oscuridad e imperfección, más firme y más constante lo que estaba suficientemente explicado, y más inviolable lo que ya estaba decidido. ¿A qué se reducen los decretos de sus concilios? A dar más luz a su creencia, más exactitud a su doctrina, y más claridad y precisión a sus profesiones de fe. Cuando los herejes trataron de enseñar novedades, la Iglesia no hizo por sus decretos mas que trasmitir por escrito a la posteridad lo [120] que había recibido de los antiguos por tradición, expresar en pocas palabras un sentido muy extenso, y fijarle con una nueva palabra para hacerle más comprensible.

§24. Si fuese lícito admitir nuevas doctrinas, ¿qué se seguiría? Que los fieles de todos los siglos anteriores, los santos, las vírgenes, el clero, millares de confesores, una inmensa multitud de mártires, pueblos enteros, y el universo cristiano, adherido a Jesucristo por la fe católica, estuvieron en la ignorancia y en el error, y blasfemaron sin saber lo que decían o lo que creían.

Toda herejía principió con un cierto nombre en un lugar fijo, y en un tiempo conocido. Todo heresiarca principió separándose de la creencia antigua y universal de la Iglesia Católica. De este modo procedieron Pelagio, Arrio, Sabelio, Prisciliano, &c.: todos se precian de creer novedades, de despreciar la antigüedad, y de poner en claro lo que se ignoraba antes de su aparición. Al contrario, la regla de los católicos es guardar el depósito de los santos Padres, refutar toda novedad profana, y decir con el Apóstol: “Si alguno enseña lo contrario de lo que hemos recibido que sea anatema.”

§26. Y si los herejes alegan en su favor la autoridad de la Sagrada Escritura, ¿qué han de hacer los hijos de la Iglesia? Deberán tener presente la antigua regla que siempre se observó, que se debe explicar la Sagrada Escritura, según la tradición de la Iglesia universal, y preferir en esta explicación la antigüedad a la doctrina nueva, la universalidad al dictamen de pocos, el sentir de los doctores católicos de más celebridad a las opiniones temerarias de algunos nuevos disertadores.

Se ve que Vicente de Lerins no hizo más que desenvolver en su Comonitorio lo que ya había enseñado Tertuliano 200 años antes en sus prescripciones contra los herejes. [12]

Es verdad que los novadores de los últimos siglos acusan a la misma Iglesia de haber innovado y, alterado la doctrina de los Apóstoles. Fácil era de formar esta acusación; pero para demostrar la falsedad es preciso confrontar la tradición de quince siglos: el proceso no podía formarse de pronto con la debida instrucción; y los herejes se aprovecharon del intervalo para seducir a los ignorantes. ¿Es posible que la Iglesia Católica, extendida por todas las partes del mundo, cuyos pastores juran y protestan unánimemente que no les es lícito variar una letra de la doctrina que han recibido, conspire sin embargo para variar esta doctrina; que los fieles de todas las naciones, íntimamente convencidos de que este atentado sería el mayor de los crímenes, hayan consentido en cooperar a él, siguiendo una doctrina nueva e imaginada por sus pastores; y que las mismas sociedades que se separaron de la Iglesia Romana hace mas 1000 años, cayeron en el mismo error? Si esta paradoja se hubiera comprendido desde el principio, sería capaz por sí sola de incomodar a todo el universo por su absurdo. A fuerza de oírla repetir, empezaron a creerla aguardando el examen de los monumentos que demostraban lo contrario. Últimamente se verificó en la Perpetuidad de la fe; pero la herejía estaba muy arraigada para que pudiese ceder a la evidencia de los hechos y de los monumentos. Aun en el día sostienen los protestantes que todos los dogmas católicos que refutaban, son una nueva invención de los últimos siglos. Véase Depósito de la fe, perpetuidad de la fe, prescripción.