Filosofía en español 
Filosofía en español

Nicolás Silvestre Bergier  1718-1790

Nicolás Silvestre Bergier

Apologista y teólogo católico francés, “el abate Bergier”, “el apóstol Bergier”, coetáneo e impugnador de Rousseau (1712-1778), de Holbach (1723-1789) y de Voltaire (1694-1778); “doctor en Teología, canónigo de París; de la Academia de las Ciencias, Bellas-letras y Artes de Besanzón; de la Real Sociedad de Nancy, y confesor de Monsieur, hermano del Rey”, se dice en la versión española de su Diccionario enciclopédico de teología (Madrid 1831-1835), dispuesta por el presbítero Ramon García Cónsul. Aunque el fraile mínimo Andrés Antonio Martín Maldonado lo tradujo, su Examen del materialismo o impugnación del sistema de la Naturaleza (237 págs., AHN, Consejos, leg. 5780; Aguilar Piñal 5:3243) no llegó a ser impreso en español.

1781 «Traité Historique, &c. Tratado Histórico y Dogmático de la verdadera Religión con una refutación de los errores de todos los Siglos, por M. Bergier, Canónigo de la Iglesia Metropolitana de París, 12 vol. en 12. París. Antes había ya sacado a luz este celebre escritor muchas y excelentes obras contra los incrédulos, pero la presente es otra cosa. Aquí no se propone impugnar un determinado incrédulo, sino confundir de una vez los errores de todos. Este es un sistema perfectamente bien ordenado de religión: ni en cuanto a la historia, ni en cuanto al dogma hay más que pedir. Cierto, es obra dignísima de que se traduzca en todas lenguas.» (Correo literario de la Europa, Madrid, jueves 14 junio 1781, pág. 27.)

Aunque Niceto Alonso Perujo censure a Bergier en 1885 haber colaborado con la Enciclopedia, “aquella obra perniciosa, vasto depósito de errores de todos géneros”, con los ocho volúmenes de su Dictionnaire de théologie (1789-1792), en realidad está confundiendo la Encyclopédie dirigida por Diderot y d'Alembert (1751-1772, 35 volúmenes), con su contradistinta secuela editorial iniciada una década después, la Encyclopédie méthodique (1782-1832, prevista inicialmente en 60 volúmenes, terminó sumando 210 volúmenes), organizada a finales de 1781 por el librero Carlos José Panckoucke, donde la presencia de Bergier buscaba precisamente, desde los inicios del proyecto, “bautizar la Encyclopédie”, salvar los excesos ilustrados de la precedente, que dejaban así superada y convertida en “antigua Enciclopedia”, algo que perfectamente conocían sus promotores y no dudaban expresarlo en su propaganda:

1782 «Enciclopedia metódica por orden de materias por una sociedad de literatos, de sabios y de artistas, que ofrece en francés por subscripción Mr. Panckoucke de París. Esta subscripción, que se abrió allí a últimos del año pasado de 1781 se cierra a últimos de abril de este año; pero a favor de nuestra Nación y de sus Literatos ha autorizado Mr. Panckoucke a Don Santiago Thevin, Librero encuadernador en esta Corte, calle de Alcalá, para continuarla en estos reinos hasta primeros de Julio de este presente año por la cantidad de 672 libras tornesas. Esta obra logra tan superiores ventajas sobre la antigua Enciclopedia, que es necesario dar una idea al público literato de ellas para que convencido por su propio interés aproveche la ocasión de esta subscripción. Cada ramo de ciencia y artes forma un Diccionario separado. Al principio de cada uno habrá un discurso preliminar en que después de presentar la pintura general del arte o ciencia de que trata, pasa a discurrir sobre sus ramos particulares; previniendo el método u orden con que debe leerse cada artículo para instruirse por principios como si fuese un tratado metódico. En la antigua Enciclopedia, como todos sus tomos formaban un Diccionario universal, no se conseguía esta utilidad ni se había pensado en tan excelente método. A estas ventajas se agrega otra más apreciable para la Nación, pues se ha procurado conservar la pureza de la Religión, respecto a que el ramo de la Teología, que en la antigua Enciclopedia estaba lleno de errores y contradicciones, y en la que se habían copiado las declaraciones de los herejes e incrédulos contra los Stos. PP. y los Teólogos, proponiendo con ostentación las objeciones contra éstos sin las respuestas; y finalmente en la que todo estaba viciado con la doctrina de los Heterodoxos sobre los dogmas, leyes y disciplina de la Iglesia, se ha encargado de purificarle; corregirle y ordenarle el célebre Teólogo controversista Mr. Bergier, Canónigo de la Catedral de París, y Confesor del Sr. Conde de Provenza, hermano de S. M. Cristianísima, tan conocido por sus obras contra los incrédulos como por su piedad y vasta literatura. Además de esto los mismos autores aseguran en el Prospecto que por lo relativo a la moral y a la historia procurarán combatir en todas partes el maquiavelismo y limpiar estos ramos de los falsos principios y discursos que en ellos se han introducido. Estas reformas, con el aumento considerable de más de 30.000 artículos sobre la antigua Enciclopedia y el nuevo método que se la ha dado, ofrecen a los literatos españoles una obra exquisita que abraza todas las ciencias y artes. Los literatos verdaderamente celosos por el honor de la Religión esperan que por este recomendable proyecto vendrá a hacerse útil a la iglesia y al Estado una obra que había merecido las severas condenaciones de los más justos y celosos tribunales de Europa: mayormente habiéndose encargado del ramo de Teología el mencionado Bergier. Esta esperanza ha alentado a muchas personas a contribuir por su parte a esta impresión, siendo el primero que se ha dignado subscribir en estos reinos el Ilmo. y Excmo. Sr. D. Felipe Beltrán, Obispo de Salamanca e Inquisidor General. Finalmente el Prospecto, que se vende en casa del mismo D. Santiago Thevin, traducido al Castellano por D. José de Covarrubias, explica con mucha extensión las utilidades de esta obra; la más apreciable que se haya erigido a las ciencias y artes; y por la cantidad de 2688 rs. se podrá adquirir una Biblioteca selecta y completa de todos los conocimientos humanos, y compuesta de 53 volúmenes en 4º de discursos, y de 7 de láminas.» (Mercurio Histórico y Político, Imprenta Real, Madrid, abril de 1782, págs. 449-452.)

1812 «La historia de un siglo los presenta a la faz de todo el mundo como reos de lesa majestad y nación. En Roma y Nápoles, en Francia y España fueron delatados a los gobiernos por autores de una rebelión general, que por necesidad debía anegar a toda la Europa en su misma sangre. Fleuri, Zeballos, Valsequio, Bergier, el clero de Francia, otros muchos sabios de la Europa, celosos de su patria y de su religión, descorrieron el velo de la novedad, ilustración, filosofía, reforma con que aparecieron disfrazados al principio, y los presentaron a toda la tierra como a unos Diágoras o unos Epicuros, unos Espinosas o Maquiavelos, enemigos de Dios, de los tronos, de la sociedad, de toda virtud, de toda religión.» (Fray Rafael de Vélez, “Prólogo” a Preservativo contra la irreligión o los planes de la Filosofía, Cádiz 1812.)

1849 «Bergier (Nicolás Silvestre) doctor en teología, cura párroco de Flangebouche, diócesis de Besanzon, pequeño pueblo del Franco Condado, canónigo de la metrópoli de París y confesor del Rey. Nació en Darnay, provincia de Lorena, en 31 de Diciembre de 1718: fue conocido por un gran número de escritos sabios y de mucha utilidad. Preludió en la carrera de las letras enseñando teología en el colegio de Besanzon, y dando a luz unos Elementos primitivos de las lenguas descubiertos por la comparación de las raíces del hebreo con las del griego, del latín y del francés, París, 1764, en 12, y con algunos otros discursos referentes a distintos asuntos de erudición en que descollaba la elocuencia, mereciendo un premio de la academia de Besanzon. Alentado con el buen éxito de su primera prueba, lanzóse en un campo más vasto e hizo servir su pluma a un objeto más noble y más glorioso, cual era el de defender la religión cristiana contra los ataques multiplicados de aquellos terribles incrédulos que, más encarnizados que nunca, se vanagloriaban de destruirla en breve y de entronizar sobre sus ruinas la impiedad. La primera obra que Bergier publicó fué: El deísmo refutado por sí mismo, París, 1765, 1766, 1768, dos vol. en 12º. Allí examina los principios religiosos de Juan Jacobo Rousseau, le ataca con sus propias armas, es decir, con sus propios sentimientos esparcidos en varios lugares de sus obras. Es allí que maneja diestramente la comparación del ciego de nacimiento para explicar la relación de nuestra razón con la naturaleza y las obras de Dios; es allí donde prueba la necesidad y la existencia de la revelación, la vía de que Dios quiere servirse para hacérnosla conocer; es allí donde justifica plenamente a la religión, rechazando los males que se le atribuyen; allí es donde demuestra la inutilidad y los falsos principios del plan de educación vertido en el Emilio, hermana el cristianismo con la política, y refuta en fin de una manera victoriosa la apología de Rousseau contra la pastoral o circular de Monseñor el arzobispo de París. Corría de mano en mano manuscrita y después impresa una obrita intitulada: Examen crítico de los apologistas de la religión cristiana; obra insidiosa atribuida a Frered, y que dio materia abundante a un gran número de libros impíos. A este examen crítico opuso el abate Bergier la Certeza de las pruebas del cristianismo, en 1767. Bergier quita la máscara al autor del Examen crítico, haciendo pública su pasión y mala fe, y sin espantarse a vista de aquel aparato especioso de raciocinio, ataca en detalle todos los conceptos; hace ver su ilusión, la ligereza de cada uno en particular y echa así por tierra el edificio entero. Esta obra tiene el mérito de ser escrita con moderación y con dignidad, el autor hace gala de sus conocimientos lógicos, y hace admirar como dicen los autores de la Biografía universal, que habiendo constantemente vivido en una provincia de las más apartadas de la capital, conociese tan perfectamente los recursos de la lengua y las finezas del arte de escribir. Esta obra es la que más amigos atrajo y la que mñas adversarios suscitó a Bergier; en un solo año se hicieron de ella tres ediciones, y fue traducida en italiano y en español. Voltaire, que llevaba entonces la bandera de la impiedad, respondió con unos Consejos razonables &c.; folleto escrito con mucho tiento, pero más lleno de chocarrerías que de razones convincentes; y Bergier contestó a su vez en 1772, refutando los sofismas y pulverizando los sarcasmos de Voltaire. Un hombre que adquirió nombradía en los últimos tiempos de la guerra filosófica, Anacarchis Clots, opuso también a la obra de Bergier la Certeza de las pruebas del mahometismo. En 1769 publicó en dos vol. en 12º, la Apología de la religión cristiana contra el autor del Cristianismo desmascarado (el barón de Holbach), obra más extensa que las otras y tan precisa, tan clara y moderada como tenía de costumbre. En ella combate a Boulangici, autor del Despotismo oriental y de otros escritos. La continuación de aquella Apología, o la Refutación de los principales artículos del Diccionario filosófico, presenta así mismo una precisión, una energía, y un laconismo admirables. El abate Bergier volviendo varias veces a un mismo asunto, atraído por el incesante empeño de sus adversarios, comparece siempre armado de nuevas razones y nuevas autoridades, y aunque siempre satisface plenamente, jamás acaba sus recursos y opone a la monotonía de los filósofos una fecundidad y una variedad tan grande que forma un contraste poco ventajoso a la causa del filosofismo. Por este tiempo el clero de Francia le acordó una pensión de dos mil libras, y le ofreció varios beneficios de los cuales solamente aceptó Bergier un canonicato en Nuestra Señora de París. Obligado a residir en aquella capital, vivió como en la provincia, modesto, sencillo y amable, enemigo de intrigas, y siempre en medio de sus libros. Por más retirado que estuvo y por mucho que huyese los honores y las consideraciones, no pudo rehusar el cargo de confesor de las princesas, tías de Luis XVI. El sistema de la naturaleza, publicado por los filósofos hacía muchos estragos en Francia. Bergier le opuso el Examen del materialismo, París, 1771, dos vol. en 12º. En esta obra nuestro célebre apologista de la religión hace, digámoslo así, la anatomía de la monstruosa producción que refuta con tanta exactitud que raya a escrúpulo, y la pone al propio tiempo al abrigo de la acusación que respecto de otras obras le habían hecho los filósofos de pasar en silencio las objeciones esenciales. En el primer volumen destruye el materialismo, y en el segundo justifica la religión y trata de la Divinidad, de las pruebas de su existencia, de sus atributos, del modo con que influye en la felicidad de los hombres, y otras cosas de no menor importancia. En 1780 publicó en París en doce vol. en 12º el Tratado histórico y dogmático de la verdadera religión con la refutación de los errores que se le han opuesto en diferentes siglos. Aquí agota el autor la riqueza de su talento en todos los géneros. Historia, física, geografía, política, moral, filosofía, erudición sagrada, todo se reúne en el pico de la pluma de aquel sabio, elocuente y juicioso autor para pintar un cuadro sencillo en su principal objeto, y muy complicado por la diversidad de sus relaciones, y por la multitud de partes que concurren a formar su maravilloso conjunto. Después publicó un Discurso sobre el matrimonio de los protestantes 1787, en 8º, y unas Observaciones sobre el divorcio 1790, setenta y dos páginas en 8º, reimpreso en Besanzon en el mismo año; pero lo mejor que escribió posteriormente es el Diccionario teológico, tres vol. en 4º formando parte de la Enciclopedia metódica, París, 1788 y siguientes, Lieja, 1789 y siguientes ocho vol. en 8º. Encuéntrase también en esta obra la misma vasta erudición, la lógica rigurosa y el estudio fluido y rápido de las demás producciones. El arma que con más talento jugaba el abate Bergier, el recurso que le daba siempre la victoria sobre sus contendientes era el argumento de retorsión. Apenas rechazado un ataque dado al cristianismo les asalta con sus mismas armas, volviéndoselas con una celeridad y una destreza que sorprende al lector; pone a la religión fuera de la arena del combate y la reemplaza con el filosofismo al cual destruye con mil mortíferos dardos. Escribió también, según Mr. Barbier, los Principios de metafísica, impresos en el Curso de estudios a uso de la escuela militar. Su Origen de los dioses del paganismo y el Sentido de las fábulas descubierto con una explicación de las poesías de Hesiodo, impreso en París, 1767, dos volúmenes en 12º, fue bien acogido de los inteligentes. Era una de las primeras obras de su juventud, y carece de la lógica y la marcha juiciosa de su vasta erudición. Cuando Bergier hubo adquirido mayores conocimientos y se puso a la altura de juzgar el mérito de una producción literaria, hizo de su propia obra un juicio poco favorable en cierto modo, elogiando distintas veces la Historia de los tiempos fabulosos del abate Rocher. A propósito dice el abate Barruel: era Bergier del número de aquellos pocos que podían juzgarla con criterio; por lo menos puedo afirmar que no he visto más sincero y más ilustrado admirador de esta estimable producción de Mr. Rocher, que el abate Bergier; la aplaudía, la preconizaba por todas partes y decía en voz alta. “Que el sistema de la fábula explicada por la Historia era mas bien probado que el suyo, y merecía la preferencia en todos conceptos.” Este vigoroso atleta, este implacable enemigo de los sofistas mereció bien de su patria, y mereció bien de la religión. Fue académico de Besanzon y socio de la de inscripciones y bellas letras. En los días que bramaba la revolución sobre el horizonte de Francia, resultado próximo de las doctrinas disolventes combatidas tan dignamente por el abate Bergier, cerró este los ojos a la luz en 9 de Abril de 1790.» (Biografía Universal. Primera parte: Biografía eclesiástica completa, redactada por una reunión de eclesiásticos y literatos, tomo II, Madrid 1849, págs. 533-536.)

1850 «…no será demasiado decir si se le apellida apóstol Bergier.» (El Observador, Madrid, lunes 25 febrero 1850.)

1881 «No conoce el siglo XVIII español quien conozca sólo lo que en él fué imitación y reflejo. No bastan las tropelías oficiales, ni la mala literatura ni los ditirambos económicos para pervertir en menos de cien años a un pueblo. La vieja España vivía, y con ella la antigua ciencia española, y con ella la apologética cristiana, que daba de sí granados y deleitosos frutos, no indignos de recordarse aun después de haber admirado en otras edades los esfuerzos de San Paciano contra los novacianos, de Prudencio contra los marcionitas, patripassianos y maniqueos, de Orosio contra los pelagianos, de San Leandro contra el arrianismo, de San Ildefonso contra los negadores de la perpetua virginidad de Nuestra Señora, de Liciniano y el Abad Sansón contra el materialismo y antropomorfismo, de Ramón Martí contra judíos y musulmanes, de Ramón Lull, contra la filosofía averroísta, y de Domingo de Soto, Gregorio de Valencia, Alfonso de Castro, el Cardenal Toledo, don Martín Pérez de Ayala, Suárez y otros innumerables contra las mil cabezas de la hidra protestante. Justo es decir, para honra de la cultura española del siglo pasado, que quizá los mejores libros que produjo fueron los de controversia contra el enciclopedismo, y de cierto muy superiores a los que en otras partes se componían. Estos libros no son célebres ni populares, y hay una razón para que no lo sean: en el estilo no suelen pasar de medianos, y las formas, no rara vez, rayan en inamenas, amazacotadas, escolásticas, duras y pedestres. Cuesta trabajo leerlos, harto más que leer a Condillac o a Voltaire; pero la erudición y la doctrina de esos apologistas es muy seria. Ni Bergier ni Nonotte están a su altura, y apenas los vence en Italia el Cardenal Gerdil. No hubo objeción, de todas las presentadas por la falsa filosofía, que no encontrara en algún español de entonces correctivo o respuesta. Si los innovadores iban al terreno de las ciencias físicas, allí los contradecía el cisterciense Rodríguez: si atacaban la teología escolástica, para defenderla se levantaban el P. Castro y el P. Alvarado: si en el campo de las ciencias sociales maduraban la gran conjuración contra el orden antiguo, desde lejos los atalayaba el P. Ceballos y daba la voz de alarma, anunciando proféticamente cuánto los hijos de este siglo hemos visto cumplirse y cuánto han de ver nuestros nietos. En todas partes y con todo género de armas se aceptó la lucha: en la metafísica, en la teodicea, en el derecho natural, en la cosmología, en la exégesis bíblica, en la historia. Unos, como el Canónigo Fernández Valcárcel, hicieron la genealogía de los errores modernos, siguiéndolos hasta la raíz, hasta dar con Descartes, y comenzaron por la duda cartesiana el proceso del racionalismo moderno. Otros, como el médico Pereira, convirtieron los nuevos sistemas, y hasta la filosofía sensualista y analítica, latamente interpretada, en armas contra la incredulidad; y algunos, finalmente, como Piquer y su glorioso sobrino Forner, resucitaron del polvo la antigua filosofía española para presentarla, como en sus mejores días, gallarda y batalladora, delante de las hordas revolucionarias que comenzaban a descender del Pirineo. ¡Hermoso movimiento de restauración católica y nacional, que hasta tuvo su orador inspirado y vehementísimo en la lengua de fuego de aquel apostólico misionero capuchino, de quien el mismo Quintana solía hablar con asombro, y ante quien caían de rodillas, absortos y mudos, los hombres de alma más tibia y empedernidamente volteriana!» (Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Librería Católica de San José, Madrid 1881, tomo III, págs. 307-308.)

1885 «También es verdad que la colaboración de Bergier en la Enciclopedia contribuyó poderosamente a que se extendiera aquella obra perniciosa, vasto depósito de errores de todos géneros, a los que los lectores cristianos tenían la mayor aversión, y que desde el momento que salieron bajo la égida del nombre de un autor tan sabio y religioso, se la hizo un lugar en las bibliotecas más escrupulosamente selectas. Pero este paso imprudente, que dio engañado por su celo, no impedirá que sea considerado con justo título como uno de los más celosos apologistas modernos del cristianismo. El abate Gouset publicó este diccionario con muchas notas y correcciones. Migne hizo otra edición más completa en 1849, añadiendo muchos artículos nuevos; y últimamente, el abad Lenoir publicó en 1876 otra edición más completa en diez volúmenes. En España se publicó este diccionario con muchas adiciones, notas y artículos nuevos, bajo la dirección del Excmo. e Ilmo. señor Dr. D Antolín Monescillo, actual Cardenal Arzobispo de Valencia; y por último en 1857 se publicó un Suplemento al mismo de artículos nuevos, bajo la dirección del mismo sabio señor Monescillo, en un grueso volumen.» (Niceto Alonso Perujo, “Bergier (El abate Nicolás Silvestre)”, en Diccionario de ciencias eclesiásticas, Valencia 1885, tomo 2, págs. 201-202.)

1950 «Bergier (Nicolás Silvestre). Teólogo (1715-1790), nacido en Darney (Lorena) y muerto en Versalles. Estudió teología en la Universidad de Besanzón, y después de recibir el grado de doctor y la ordenación sacerdotal, fue a París para terminar sus estudios. En 1748 se encargó de una parroquia en Besanzón, y después presidió el colegio de la localidad. En 1769, el arzobispo de París le nombró canónigo de la catedral, cargo que conservó hasta su muerte. Bergier dedicó gran parte de su vida a escribir en defensa de la religión, además de las obras científicas que también se deben a su pluma. Entre las principales se cuentan: Les éléments primîtifs des langues (1764), L'origine des dieux du paganisme (1767), Le deisme refuté par lui-même (1765), La certitude des preuves du christianisme (1767), Christianisme dévoilé (1769) y Traité historique et dogmatique de la vraie religión (1780). Algunos de sus escritos, sobre todo los que tratan las cuestiones de la gracia y la necesidad de la revelación, adolecen de falta de precisión; no obstante, su valor apologético y teológico es muy estimable.» (Enciclopedia de la Religión Católica, Dalmau y Jover, Barcelona 1950, tomo I, columna 1462.)

Bibliografía de Nicolás Silvestre Bergier en francés

1764 Les élemens primitifs des langues découverts par la comparaison des racines de l'Hébreu avec celles du Grec, du Latin & du François, 1764.

1766 Le Deisme réfuté par lui-même, ou Examen en forme de Lettres, des principes d'incrédulité répandus dans les divers ouvrages de M. Rousseau, 1766, 2 vols.

1767 L'Origine des Dieux du paganisme, et Le Sens des Fables découvert par une explication suivie des poesias d'Hésiode, 1767, 2 vols.

1767 La certitude des preuves du Christianisme, ou Refutation del “Examen critique des Apologistes de la Religion Chrétienne”, 1767.

1769 Apologie de la Religion chrétiènne, contre l'Auteur du “Christianisme dévoilé”, & contre quelques autres critiques, 1769, 2 vols.

1771 Examen du Matérialisme, ou Réfutation du systéme de la Nature, 1771, 2 vols.

1784 Traité historique et dogmatique de la vraie Religion, 1784-85, 12 vols.

1789 Dictionnaire de théologie, 1789-1792, 8 vols.

1790 Quelle est la source de toute autorité? 1789, 43 págs.

Bibliografía de Nicolás Silvestre Bergier en español

1777 El deísmo refutado por sí mismo, o Examen de los principios de incredulidad esparcidos en las diversas obras de M. Rousseau en forma de cartas, Blas Román, Madrid 1777, 2 vols.

1831 Diccionario enciclopédico de teología, versión de Ramon García Cónsul, Madrid 1831-1835, 11 vols.

1845 Diccionario de teología, Imprenta de Primitivo Fuentes, Madrid 1845-1847, 4 vols.

1847 Tratado histórico y dogmático de la verdadera religión, con la refutación de los errores con que ha sido impugnada en los diferentes siglos, Tomo primero, Primitivo Fuentes, Madrid 1847, 727 págs.

1854 Diccionario de teología, Librería de Garnier Hermanos, París 1854, 4 vols.

1857 Suplemento al diccionario de teología del Abate Bergier, en su segunda versión al castellano, hecha por una Sociedad de Eclesiásticos de esta Corte en el año 1846 y 1847, José Lorente, Madrid 1857, 961 págs.

Textos de Nicolás Silvestre Bergier en el proyecto Filosofía en español

1831-1835 Diccionario enciclopédico de teología del abate Bergier

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