Filosofía en español 
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Apolonio de Tiana

Célebre impostor del siglo I, cuya existencia niegan algunos, diciendo que es un personaje fabuloso creado por la imaginación de Filostrato, a la manera que Don Quijote es un personaje creado por la fantasía de Cervantes, y añaden que este personaje imaginario fue inventado para oponer sus pretendidos prodigios a los de Nuestro Señor Jesucristo y oscurecer su esplendor. Otros admiten su existencia y dicen que fue un filósofo pitagórico dotado de un talento prodigioso y de una memoria muy feliz, que después de haber estudiado en las escuelas más célebres de Grecia, hizo viajes a Persia con objeto de estudiar la ciencia de los magos, a la India para aprender la de los brahmanes, y a la Etiopía para estudiar con los gimnosofistas. Después recorrió las principales ciudades del imperio romano, especialmente las del Asia Menor y de la Acaya, fingiéndose inspirado y favorecido de los dioses, y alucinando a los pueblos con pretendidos prodigios, hechos por arte de magia o tal vez con el auxilio de los espíritus malignos, para contrarrestar los progresos del Cristianismo. También se le atribuyen profecías y predicciones, que se dice tuvieron su cumplimiento, aunque otros piensan que fueron inventadas mucho tiempo después. Cuando Nerva fue nombrado emperador, le llamó a su lado; pero él se excusó, enviándole ciertos consejos y a su discípulo Damis: en seguida desapareció, y no se le volvió a encontrar ni vivo ni muerto. Los tianeos le erigieron un templo y colocaron su imagen en otros, Adriano reunió sus cartas, Caracalla le tributó honores divinos, el emperador Alejandro Severo tenía su efigie en medio de Abraham y de Cristo, y Aureliano tuvo o fingió tener una visión que le disuadió de destruir a Tiana. Sea, pues, que haya existido verdaderamente Apolonio, o que lo hayan fingido sus partidarios, lo cierto es que los pueblos tenían en él gran fe, y nadie puede desconocer cuánto perjudicaron los pretendidos milagros atribuidos a este sofista, a la propagación del Cristianismo, cuyos verdaderos milagros eran también calificados de magia y hechicería. Pero de todos modos la impostura no pudo durar mucho tiempo, y los pretendidos prodigios de Apolonio yacen en el olvido, al paso que Jesucristo ha sido reconocido como hijo de Dios y salvador de los hombres en la mayor parte del universo.

Terminaremos este artículo con una nota del editor de la Historia eclesiástica, de Henrion, tom. 1, pág. 114. «La vida y hechos del famoso impostor Apolonio de Tiana, han venido a ser otra de las materias que un historiador cristiano debe tratar con alguna atención, para poner en claro la superchería y falsedad de los prodigios atribuidos a aquel entusiasta. Bercastei y Henrion se contentan con añadir el dictado de imposturas a cuantos hechos se refieren de Apolonio; mas nosotros juzgamos necesario indicar siquiera las razones y sólidos fundamentos en que se apoya esta nota de falsedad, a fin de que puedan precaverse nuestros lectores, y derribar esta máquina de impiedad en que muchos incrédulos han pretendido atrincherarse y batir con ella el edificio incontrastable de la religión de Jesucristo.

Con efecto, desde Bayle hasta el último de los filósofos impíos del siglo XVIII y XIX, han opuesto constantemente la vida, hechos y doctrina de Apolonio a la del Salvador, haciendo un sacrílego paralelo entre el Hombre-Dios y el impostor de Tiana. Este insulto hecho a la razón no ha podido nacer de otro principio que de la más ignorante incredulidad, porque nada más fácil que reconocer el carácter de novela y ficción que llevan en sí mismas las memorias históricas de Apolonio. En primer lugar, como observa Dupin, y había observado ya muchos siglos antes Eusebio, esta historia no tiene el menor crédito, porque sus autores son de todo punto indignos de fe. Todos ellos se refieren a Filostrato, que lejos de ser contemporáneo de Apolonio, no escribió esta historia sino después de más de cien años. Los únicos monumentos que consultó para formar su narración, no fueron otros que los rumores populares; las memorias que supone escritas por Damis, discípulo y confidente de Apolonio, y por Máximo y Mesagenes, son absolutamente supuestas. La causa de escribir el filósofo adulador de Caracalla, fue granjearse la benevolencia de Julia, mujer de aquel emperador, apasionada ciegamente por todos los cuentos y fábulas de la magia. Hasta el modo mismo de publicar Filostrato su mal tejido centón, haciéndole pasar por manos ocultas y desconocidas, manifiesta que lejos de escribir una historia verdadera, solo se propuso atraer la admiración refiriendo hechos extraordinarios. Sus frecuentes contradicciones, sus relaciones fastidiosas sobre los pigmeos, sobre los vasos fabulosos, sobre los montes Tauro y Cáucaso, sobre los ríos Hispalis, Nilo y Pactolo, y en especial sobre la fuente de Tiana, sus episodios interminables, en fin, todo el escrito da de sí, aun al lector menos crítico, la idea de una fábula grosera y mal zurcida.

Y luego, dígannos los incrédulos, ¿qué doctrina fue la de Apolonio? ¿Acaso se dio por enviado de Dios? ¿Hizo alguna obra por la invocación de su santo nombre? Su memoria y la de sus pretendidos prodigios se perdió en todos los pueblos; ni un vestigio, ni un monumento, ni tradición alguna aun popular ha quedado de ellos, ni merecen más que el desprecio de todos los sabios, a cuya clase jamás pertenecerán los enemigos de nuestra santa Religión. (Véase la Historia de Dupin sobre Apolonio, a Don Pablo Olavide en las Cartas 6.ª y 7.ª del Evangelio en triunfo, y el Catecismo de Feller, lib. IV, cap. III, art. 1.º, par. 3.º).

Perujo.