Filosofía en español 
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Ateísmo. Ateos

Llámanse ateos aquellos que niegan la existencia de Dios, o tal vez la ignoran, si es que puede darse tal ignorancia. Los ateos pueden ser positivos, que niegan a Dios, y negativos, que ignoran su existencia. Los primeros se subdividen en especulativos y prácticos; aquellos llamados también dogmáticos o teoréticos, son los que impugnan con razones la existencia de Dios, y dicen que están persuadidos que no existe; los segundos son los que creyendo en Dios, le niegan con sus obras, viviendo como si no existiese. Esta negación se llama más acertadamente impiedad. Los ateos positivos se subdividen también en sistemáticos o filosóficos, que impugnan científicamente la existencia de Dios, siguiendo un sistema determinado, y no sistemáticos o vulgares, que niegan la existencia de Dios de un modo ciego y obstinado, no presentando argumentos filosóficos contra ella, sino solo declamaciones y vaciedades. Por último, se distinguen ateos escépticos, que dudan de Dios; indirectos, que aunque no le niegan directamente, defienden sistemas que conducen a su negación, o rechazan como insuficientes todos los argumentos con que se demuestra su existencia; y en fin, ateos directos, que son los mismos que los sistemáticos. Los ateos de todo género fueron anatematizados en el concilio Vaticano en el siguiente canon: Si quis unum verum Deum visibilium et invisibilium Creatorum et Dominum negaverit; anathema sit.

Hemos dicho que no puede darse ignorancia invencible de la existencia de Dios, y aunque algunos pocos defiendan lo contrario, nuestra opinión es más conforme a la Sagrada Escritura, que a cada paso está indicando que nadie puede ignorar a Dios, como, por ejemplo, Job. XII, 7: Interroga jumenta et docebunt te; et volatilia cœli, et indicabunt tibi, loquere terræ, et respondebit tibi, et narrabunt pisces maris. Quis ignorat, quod omnia hæc. manus Domini fecerit? in cujus manu anima omnis viventis, et spiritus universæ carnis. En el Salmo XVIII, 1, se lee: cœli enarrant gloriam Dei et opera manuum ejus annuntiat firmamentum; y en el XCIX, 3, representan todas las criaturas, clamando: scitote quoniamt ipse est Deus; ipse fecit nos, et non ipsi nos. Lo cual se halla confirmado, Sap. XIII, 1; Act. XIV, 16; Psal. IV, 7; Joan. I, 7; Rom. I, 19; II, 14.

Parece también más probable la opinión de aquellos que dicen que no se dan ateos positivos verdaderos, es decir, que estén plenamente convencidos de que no hay Dios. Los que se llaman ateos no pueden presentar prueba alguna directa contra la existencia de Dios, al paso que nosotros presentamos razones muy fuertes y convincentes de que existe. Por otra parte, el ateo no puede responder a los que le impugnan, ni resolver ninguno de sus argumentos, al paso que los que creen en Dios resuelven con facilidad las objeciones de los ateos. «De todos modos, dice Feller, esta controversia es una de las más fuertes prevenciones contra el ateísmo, y demuestra cuánto ofende este sistema a la razón humana y a los sentimientos del corazón, pues no se han podido hasta ahora convenir los hombres en si son posibles los ateos. Jamás han dudado éstos, o los que se llaman tales, que se puede creer que hay un Dios; y hasta ahora no está decidido, si es posible que haya quien con toda sinceridad diga que no le hay.» Sin embargo, no puede dudarse que hay algunos hombres obcecados hasta el extremo de creer y afirmar que Dios no existe, inducidos a ello por las causas que vamos a exponer. Es también muy cierto que son muchísimos, por desgracia, los ateos prácticos que viven abandonados a sus pasiones, como si no hubiera Dios; pero éstos más bien merecen el nombre de impíos. Unos y otros, al acercarse la muerte, invocan a Dios y le temen como Juez supremo, que en breve les ha de pedir cuenta de todas sus acciones, lo cual prueba que no estaban persuadidos del error que sostenían, y que su ateísmo provenía únicamente de la corrupción de su corazón.

En nuestro siglo abundan las causas que precipitan a algunos en el abismo del ateísmo. Entre ellas debe contarse en primer lugar la mala educación que materializa el corazón del niño, sea porque de propósito se le enseñan ideas perversas, sea porque no se le da educación alguna religiosa, sea porque se le acostumbra a despreciar la religión y sus ministros, y a considerar todas las cosas bajo un punto de vista materialista.

Contribuyen también mucho a este funesto resultado las conversaciones de los incrédulos, que se burlan de las cosas más santas, los malos ejemplos, la lectura de los libros impíos, y el deseo de singularizarse y distinguirse del vulgo, creyendo que lo conseguirá con alardes de incredulidad.

Pero la causa más poderosa de este error lamentable es la corrupción y relajación de las costumbres, porque abandonado el hombre a sus pasiones, no quiere reconocer ninguna ley ni freno, y por otra parte la tiranía del sensualismo apaga poco a poco la luz de la inteligencia, o la pervierte, para mirar las cosas con un criterio falso y errado. El abuso de los goces sensuales disminuye poco a poco la energía del espíritu en provecho de la materia, y por este camino el hombre en mayor o menor grado se convierte en bruto. Por eso leemos en la Sagrada Escritura (Oseas, IV, 11): Fornicatio et ebrietates auferunt cor. Y en otro lugar (I Cor. II, 14): Animalis homo non percipit ea quæ Dei sunt.

El estudio inmoderado de las ciencias naturales, con solo las luces de la razón, obstinándose temerariamente en sondear todos los misterios, y encerrarlo todo en los estrechos límites de la naturaleza, puede llegar también a la negación de la primera causa, por el orgullo de no querer someter el propio juicio a las enseñanzas de la revelación. El mismo resultado produce una filosofía superficial, por querer investigar las causas de todo, y darse razón de todos los misterios, prefiriendo soberbio su opinión al testimonio universal de todos los hombres, en todos los siglos y lugares.

Según esto, el ateísmo es el error más perjudicial a la sociedad. «Quitad a Dios y quitáis la fe pública, la justicia, la fuerza de los juramentos, la firmeza de los contratos, la autoridad en los gobernantes y la obediencia en los súbditos. El ateo no puede tener más freno para contener sus pasiones que el temor servil de las leyes humanas». En este punto nos valdremos exclusivamente de los argumentos nada sospechosos de Voltaire: «Tal es la debilidad del linaje humano y tal su perversidad, que le está mejor sujetarse a todas las supersticiones posibles que vivir sin religión. El hombre ha tenido siempre necesidad de un freno, y por más ridículo que fuese sacrificar a los faunos, silvanos y náyades, era mucho más útil adorar estas imágenes fantásticas de la divinidad que arrojarse al ateísmo. Un ateo que fuese razonador violento y poderoso, sería un azote no menos terrible que un supersticioso sanguinario. Yo no querría vivir ni servir al lado de un príncipe ateo que hallase o se le figurase hallar algún interés en hacerme moler en un mortero, pues estoy seguro que me haría moler con él; mas si fuese yo príncipe, no querría que los de mi servidumbre fuesen ateos, a quienes les pareciere lograr alguna ventaja en envenenarme, pues debería todos los días tomar contravenenos. Es absolutamente necesario, así para los príncipes como para los pueblos, que la idea de un Ser Supremo, criador, gobernador y remunerador, esté profundamente impresa en los ánimos.»

«El ateo, dice en otra parte el mismo filósofo, astuto, ingrato, calumniador, inquieto, sanguinario, discurre y obra según estas disposiciones, si está seguro de la impunidad de parte de los hombres. Está demostrado que el ateísmo, cuando más, puede dejar que subsistan las virtudes sociales en la tranquilidad apática de una vida privada; pero conduce a todos los delitos en las agitaciones y turbulencias de la vida pública. Una sociedad particular de ateos que pierde locamente sus días en medio de los deleites del vicio, podrá durar algún tiempo sin tumultos; pero si el mundo estuviese gobernado por ateos, sería para nosotros lo mismo que estar bajo el imperio inmediato de los demonios.» Y, por último, considerando él mismo, que en el sistema del ateo es consiguiente no reparar en medios para satisfacer sus pasiones, avanza a decir: Si no hubiera Dios, sería preciso inventarlo.

(Véase Feller, Catecismo filosófico, que dedica todo el tomo primero a la impugnación del ateísmo, y Bresma, S. J. De generis humani consensu in agnoscenda Divinitate, obra profunda y completa, que verdaderamente ha agotado la materia.)

Perujo.