Libertinos
Los llamados libertinos arecieron en Flandes hacia el año 1547, y se extendieron por Francia. Estos herejes enseñaban que no hay más que un solo espíritu de Dios derramado por todas partes; que existe y vive en todas las criaturas; que el alma humana no es más que este espíritu de Dios y que muere con el cuerpo; que el pecado no es nada, y que solo consiste en la opinión, toda vez que es Dios quien hace todo bien y todo mal. Negaban la gloria y el infierno. En cuanto a la primera decían que es una ilusión, y el segundo un fantasma inventado por los teólogos. La religión, según ellos, era una invención de los políticos, como medio el más seguro para mantener a los pueblos en la obediencia de los poderes instituidos: añadían que la regeneración espiritual solo se reduce a sofocar los remordimientos de la conciencia, y la penitencia a sostener que no se hizo cosa mala; que es lícito, y aún conveniente mentir en materia de religión, y acomodarse a todas las sectas según la conveniencia particular de cada uno.
Sobre todo, eran verdaderamente horribles sus blasfemias contra Jesucristo, del que decían que era un no se qué compuesto del espíritu de Dios y de la opinión de los hombres. No podía dárseles un nombre más adecuado a sus grandes impiedades que el de libertinos con el que fueron distinguidos, y que desde entonces se ha aplicado en el peor sentido. Los primeros jefes de esta secta fueron un sastre de Picardía, llamado Quintín, y un tal Coppin o Choppin, que se unió a él y fue su discípulo.
Los libertinos se esparcieron por Holanda y por Brabante. Hoy, en la segunda mitad del siglo XIX, aunque no formen secta ni tengan jefes, se hallan en número muy considerable, esparcidos por toda Europa. ¿No merecen el mismo nombre de libertinos los incrédulos modernos, que no tienen más regla de conducta que los caprichos del corazón y las veleidades de la fantasía? Por todas partes los encontramos. Desde que empezó a propagarse el escepticismo, hijo de la filosofía enciclopédica del siglo XVIII, han ido aumentando de un modo considerable. Es imposible hacer un viaje, estar en una reunión, asistir a un espectáculo sin tropezar con alguno de esos hombres para quienes la religión es una quimera; que se burlan del mismo Dios porque no creen en él, y para quienes significa lo mismo el Evangelio de Cristo que el Korán de Mahoma. Estos indiferentistas en materia de religión, que por consecuencia de su incredulidad buscan solo los medios de satisfacer sus pasiones, sofocando en los placeres y deleites los remordimientos de la conciencia, son verdaderos libertinos, que hacen recordar los del siglo XVI.
Varios autores refieren de diversa manera que lo hemos hecho, los errores de los libertinos. No lo extrañamos. Una secta que profesa el libertinaje de entendimiento, no es posible que tenga unidad en su creencia.
Bergier añade lo siguiente: “Dicen que uno de los mayores obstáculos que encontró Calvino para establecer su Reforma en Ginebra, fue un numeroso partido de libertinos, que no podía sufrir la severidad de su disciplina, de lo cual infieren que el carácter dominante de la Iglesia romana era el libertinaje. ¿Pero no se encontraron libertinos en ninguno de los lugares en que se había establecido la pretendida Reforma, y por consiguiente estaba profundamente olvidado el papismo? Nunca fue mayor el número de los hombres perversos y perdidos respeto a costumbres y reputación que desde el establecimiento del protestantismo, y esto se pudiera probar por la confesión de sus más celosos defensores. Es evidente que los principios de los libertinos no eran más que una extensión de los de Calvino. Bien convencido de esto estaba el mismo Calvino, cuando escribió contra estos fanáticos, pero no pudo reparar el mal, habiendo sido su primer autor.”