Hispanidad
El concepto de Hispanidad, admitida la posibilidad de su definición y, en consecuencia, la existencia de lo definido, considerado como factor de futuras realidades políticas, bien puede ser resumido con estas palabras recientes de Salvador de Madariaga: «La única base sobre la que puede realizarse la unión de la América latina.» Ya que es un concepto con posibilidades de futuro, no es una entelequia, sino una fuerza política activa, resultado de otras fuerzas que actuaron en el pasado. La formulación del concepto se debe a Ramiro de Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, pero fue introducido en una interpretación filosófica de la historia española por el filósofo Manuel García Morente, y, como hemos visto, actualizado por Salvador de Madariaga. Estos tres hombres avalan, con su prestigio, su autoridad y su diferente significación ideológica, cualquier análisis que dentro de la línea seguida por los tres se realice. Ante todo, ninguna de las autoridades citadas insiste en matiz político alguno, pues no puede tenerlo toda fuerza engendrada por la Historia, y no por un momento histórico determinado, sino por siglos de Historia.
El proceso de formación del concepto de Hispanidad se inició en el período que va desde la llegada de los primeros españoles, colonos y misioneros a tierras americanas hasta aquel en que, en el último cuarto del siglo XVI, late, consciente, la persuasión de la sociedad de Nueva España de constituir una entidad política con personalidad propia, no frente a la metrópoli, sino junto a ésta; se desarrolló a lo largo del periodo siguiente, lleno de intentos de vinculación jurídica y cultural con la Península, sin que estuvieran ausentes los errores y las equivocaciones; perdió toda su virtualidad histórica cuando, al ritmo de la independencia, se confundió, lamentablemente para el propio porvenir político-cultural de las nuevas naciones, con lúcida y deseada diferenciación. Pero con el paso del tiempo, que trajo e impuso a las nuevas naciones, que estrenaron independencia, todos los problemas consecuentes de una desvinculación querida a rajatabla, ayudada, es demasiado cierto, por una nefasta política peninsular para con las naciones ultramarinas de habla castellana, problemas de toda índole, cuya raíz era la ruptura del cordón umbilical de la cultura, así como la evolución lógica del pensamiento político de las naciones hispanoamericanas, e hicieron revivir las realidades innegables e indelebles de cuatro siglos de coexistencia histórica, como así lo demuestran no sólo los movimientos políticos, sino la copiosa correspondencia intercambiada entre intelectuales de allende y de acá del Atlántico, y todo comenzó a colaborar para que en el seno de las nuevas naciones, con una independencia todavía no centenaria, cobrara nueva vigencia no sólo la nostalgia de lo hispánico, sino, lo que importa más, su esencialidad para que prosperara una independencia, en muchos casos, inmatura. Pero si estos elementos se dejan notar tras la consideración de la evolución política de Hispanoamérica, no es menos cierto que en Europa, y casi sincrónicamente, tras la guerra europea de 1914-18, se iniciaba un movimiento tendente a la unidad, que va cuajando en nuestros días, que creaba un clima propicio para la comprensión y para la vulgarización de todo concepto que entrañara una idea unitaria, como la de Hispanidad, ya apuntada por Rubén Darío en versos inolvidables.
Pero no se alzó sólo la voz de Rubén para afirmar, con voz de águila, la unidad sustantiva creada por la Historia, con conceptos que son adelantados de lo que el mejicano Alfonso Reyes llamara «raza cósmica», afirmando con todo ello la perennidad de una obra realizada por la Historia, que siempre es camino hacia lo uno, como la anti-Historia es la dispersión, sino que a su voz podríamos añadir la de Santos Chocano, el peruano cantor de «Alma América. Poemas Indo-Españoles», título que en sí mismo ya es afirmación de Hispanidad.
Pero a los poetas idos y a sus voces escuchadas podríamos sumar el desconsuelo con que H. A. Murena, en El pecado original de América, nos habla de la soledad espiritual y cultural de aquellas nacionalidades, por haber desdeñado un pasado, una tradición tan ineludible como el mismo sistema circulatorio del cuerpo humano: «Rehuimos nuestra condición de soledad y desheredamiento históricos --porque los americanos somos precisamente europeos que hemos perdido todo derecho a la tradición y a los derechos europeos-- y nos conformamos, nos calmamos con el engaño y la exterioridad de un tradicionalismo peligroso, mientras ante nosotros, ahora, en los planos más evidentes y más ocultos, se nos presenta y acosa la soledad, la soledad que es nuestra existencia, la soledad, la soledad a la que debemos arrancarle nuestra propia vida, nuestra propia poesía». Murena admite, con frase a todas luces excesiva, que se ha perdido todo derecho de europeísmo, siendo así que lo que llevó a la Hispanidad americana a este estado crítico de desaliento y «soledad» fue la labor lúcida de dos generaciones, pero no la Historia.
Resumiendo todo el contagioso dolor que contienen estas palabras hispanoamericanas citadas, y cambiándolas de signo, sacando a la luz el solar que implícitamente contienen, diríamos que de ellas, como remedio, puede deducirse un concepto de Hispanidad, que bien puede ser definido diciendo que no es más que la aplicación al orbe hispanoamericano de las fuerzas vivas que impulsan hacia la unidad europea. Hispanidad tiene que ser un concepto, que en su proyección real no tiene que ser sólo el reconocimiento tópico de unos fundamentos culturales comunes, sino que ha de tener el vigor suficiente para que esa cultura «sea misión entre las masas populares» como escribiera Ramiro de Maeztu; preocupación de que, iluminada por este vocablo, se realice una obra de unión, como la que realizó España.
Bibliografía: J. E. Casariego, Grandeza y proyección del mundo hispánico, Madrid 1941; Manuel García Morente, Idea de la Hispanidad, Madrid 1961; Rafael Gil Serrano, Nueva visión de la hispanidad, Madrid 1947; Carlos Hamilton, Comunidad de pueblos hispánicos, Madrid 1951; Guillermo Lohman Villena, Menéndez Pelayo y la Hispanidad, Ed. Rialp, Madrid 1957; Bernardo Monsegú, El Occidente y la Hispanidad, Madrid 1949; Juan Zaragüeta Bengoechea, La Hispanidad y el pensamiento filosófico, Madrid 1940.