Prólogos a las seis ediciones del Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora
1941 1944 1951 1958 1965 1979
Prólogo
(Editorial Atlante S. A., México D. F. 1941, páginas v-vi.)
La imposibilidad de una obra no es siempre motivo suficiente para decidirse a no emprenderla con tal que, como Ortega y Gasset certeramente apunta, el autor no se haga con respecto a ella demasiadas ilusiones. Al decidirnos a escribir esa imposibilidad que es un Diccionario de Filosofía, hemos procurado no desviarnos demasiado del lema de todo buen utopista: percatados de la radical imposibilidad de poner íntegramente en práctica la utopía, hemos procurado que se aproximara lo más posible a la realidad.
Pero si la utopía es ya decididamente imposible, este segundo trabajo utópico consistente en aproximarla lo más posible a la realidad no ofrece, desde luego, menos dificultades. Por una parte, la tarea de reducir a unas breves líneas lo que habitualmente debe ser objeto de dilatadas aclaraciones, obliga a adoptar una concisión esquemática en constante peligro de convertirse, según los casos, en superficial o en obscura. Por otra, la misma extensión del vocabulario filosófico, que coincide casi aproximadamente con el vocabulario humano y que a veces lo sobrepasa, hace indispensable una selección rigurosa y un nuevo y no menos indeseable esquematismo. El autor espera que, por lo menos, haya permanecido como residuo de tanta eliminación forzosa o inadvertida la demostración de su buena voluntad.
Sin embargo, la indicación de las dificultades no pretende eludir la responsabilidad que implica siempre el hecho de decidirse a hacer algo, prescindiendo de que sea utópico o plenamente factible. No pretendemos, pues, con el despliegue de las imposibilidades radicales, encubrir el incumplimiento de las posibilidades más patentes, y es cabalmente el lector quien debe juzgar si estas últimas han sido o no realizadas. Nuestro Diccionario se propone sobre todo ser una guía para los interesados en filosofía, estación de tránsito más bien que punto de arranque o término final. Quien así no lo considere no podrá extraer de él lo único que él puede proporcionar, aun con todas sus imperfecciones. Hemos procurado atenernos siempre a lo que consideramos en filosofía como las más legítimas adquisiciones de la época actual, pero ello no equivale ni mucho menos a prescindir de las inevitables referencias al pasado filosófico, que late en toda su integridad en el presente y cuya riqueza sólo puede negar un juicio precipitado y superficial. En filosofía, más que en ninguna otra cosa, es obligada la tradición. [vi]
Sólo nos queda expresar el deseo de que cualquier comentario que se haga de esta obra no se limite a la nota meramente elogiosa o a la crítica negativa. Ambas podrían despertar en la natural humanidad del autor la vanidad o la indignación, la alegría o la pesadumbre. Pero en el saber no se trata de provocar reacciones, sino de colaborar cada cual en la medida de sus fuerzas en el perfeccionamiento de una obra, en la consecución de lo que un pensador español ha llamado, con frase acertada y honda, la «obra bien hecha». El autor acogerá con gusto cuantas indicaciones se le hagan respecto a las incorrecciones, olvidos o inclusiones indebidas, «con tal que, como decía Leibniz, el amor a la verdad brille en ellas más bien que la pasión por opiniones ya formadas».
J. F. M.
La Habana, abril de 1941.
Prólogo a la segunda edición
(Editorial Atlante S. A., México D. F. 1944, páginas vii-viii.)
La generosa acogida que ha tenido esta obra ha permitido al autor aproximarse un poco más a la norma ideal que se había impuesto. En primer lugar, ha podido desarrollar algunos temas que en la primera edición habían quedado en meras alusiones. Los artículos nuevos son por este motivo relativamente escasos; lo que importaba era menos agregar artículos insuficientes que ampliar los ya habidos, en particular los de carácter fundamental, hasta un límite decoroso. Como el autor pretende que este Diccionario sea a la vez una introducción a la filosofía, tal cosa resultaba imposible hasta y tanto no pudiera dedicarse a cada uno de los temas filosóficos esenciales un cierto desarrollo. Claro está que aun en esta edición, y no obstante las numerosas ampliaciones, muchos de los propósitos siguen siendo simples deseos. Para que tal cosa no ocurriera se requeriría que esta obra acotara un espacio considerablemente mayor que el actual. No obstante, algo ha podido avanzarse en este sentido: artículos como Absoluto, Acto, Aristóteles, Bien, Categoría, Creación, Descartes, Devenir, Eternidad, Experiencia, Infinito, Mal, Nada, Persona, Platón, Saber, Ser, Verdad, Vida –para no mencionar sino algunos de los que han experimentado mayores cambios– han sido notablemente ampliados e inclusive enteramente refundidos. Se han agregado otros –Admiración, Arte, Barreto, Bowne, Brito, Filosofía americana, Filosofía contemporánea, Peirce, Santayana, Whitehead, &c.– cuya ausencia en la primera edición era absolutamente imperdonable. Algunos han sido incorporados a artículos de mayor amplitud, dejando siempre las correspondientes referencias. También se ha ampliado, corregido y puesto al día la bibliografía, pero, lo mismo que en la edición anterior, ésta no pretende ni mucho menos ser completa. Las indicaciones bibliográficas tienen más carácter selectivo que exhaustivo. Se ha procurado indicar las obras mejores y más accesibles para el lector de lengua castellana, así como aquellas que, aun siendo, por diversos motivos, de consulta difícil, son fundamentales. Pero cuando el autor ha llegado hasta el límite del espacio de que disponía se ha encontrado con que buena parte de sus deseos quedaban insatisfechos. Algunos de los artículos que pensaba ampliar o refundir han tenido que quedar, como en la edición anterior, en insinuaciones. Decimos esto no tanto para disculpar las evidentes fallas de este libro como para que algunas de ellas sean por lo menos comprendidas. El lector debe tener en cuenta que el espacio es limitado. Debe asimismo considerar [viii] que ha de atenderse al conjunto; nada más fácil, en efecto, para el autor que dedicar buen número de páginas al tratamiento de sus temas preferidos. Mas una obra como la presente exige el sacrificio continuo de las personales preferencias y preocupaciones para atender más pulcramente a su finalidad principal: la de recapitular lo esencial de la filosofía, la de podar la selva selvaggia de las meditaciones filosóficas para quedarse con el nudo perfil de su presente y de su historia. Algo se ha hecho de esto hasta el momento; si la obra sigue teniendo buena fortuna es posible que en el futuro se reduzca un poco más su involuntaria imperfección.
J. F. M.
Santiago de Chile, abril de 1944.
[ La frase subrayada falta, desde la cuarta edición, en las recopilaciones de los prólogos. ]
Prólogo a la tercera edición
(Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1951, página 7.)
Un año y medio pasado en los Estados Unidos bajo los auspicios de la Fundación Guggenheim ha permitido al autor reelaborar de tal modo este Diccionario, que prácticamente se trata de una obra nueva. Una buena parte del contenido de la segunda edición ha sido reescrita. Pero, además, el material agregado ha hecho que el texto actual sea aproximadamente el doble del contenido en la segunda edición, y el triple del que incluía la primera. No creemos necesario señalar cuáles son los puntos donde la reelaboración y las ampliaciones han sido más considerables. De hecho, afectan a la totalidad del volumen y, por lo tanto, a la total dimensión histórica de los conceptos estudiados, aun cuando ciertas partes relativas a la lógica actual y a la teoría de la ciencia pueden considerarse como enteramente nuevas y particularmente beneficiadas. La bibliografía ha sido también considerablemente aumentada y puesta al día. En muchos casos la parte bibliográfica no es meramente una indicación de títulos, sino que pretende proporcionar una orientación en el autor o el concepto estudiados, de modo que a veces puede considerarse como parte esencial del correspondiente artículo. Las obras que el autor manejó a su paso por las bibliotecas de las Universidades de Columbia, Princeton y Johns Hopkins facilitaron, desde luego, ciertas precisiones que eran necesarias y que habían tenido que permanecer hasta ahora en meros deseos. Pero el autor quiere agradecer también las facilidades encontradas en la Biblioteca Nacional de Chile y en la de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad del mismo país, que le permitieron preparar, desde la aparición de la segunda edición, lo que contiene la tercera. Un Diccionario de Filosofía, aun con todas las limitaciones del presente, no puede componerse en un día ni en un año. Sólo deseamos ahora que el interesado en la filosofía pueda seguir encontrando en él lo único que se ha propuesto ser: un instrumento de trabajo, una herramienta suficiente y precisa. El autor puede preferir la elaboración de su propio pensamiento; no es menos cierto que, en la penuria de libros de trabajo científico que existe todavía en lengua española, no considera perdidos sus esfuerzos con vistas a aportar su grano de arena en lo que comienza ya a divisarse como un prometedor montón.
J. F. M.
Bryn Mawr College, Pennsylvania, 1950.
Prólogo a la cuarta edición
(Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1958, páginas 7-8.)
El autor no ha ahorrado esfuerzos para ampliar y mejorar esta obra; como consecuencia de ello la presente edición contiene un número considerable de novedades con respecto a la precedente. He aquí las más destacadas.
1. Se han escrito 762 artículos nuevos.
2. Se han reescrito por entero, casi siempre con ampliaciones, 239 artículos.
3. Se han modificado o ampliado substancialmente 189 artículos.
4. Se ha revisado completamente el texto para eliminar en lo posible errores e incluir algunas nuevas informaciones.
5. Se ha corregido y puesto al día la bibliografía.
6. Se ha revisado y ampliado el sistema de llamadas de conceptos tanto dentro como fuera de los artículos.
7. Se han incluido un Cuadro sinóptico y una Tabla cronológica.
Aparte estas novedades, queremos llamar la atención del lector sobre dos puntos que han sido objeto de especial atención por parte del autor.
El primero se refiere a la organización interna de cada artículo, en particular de los artículos extensos sobre conceptos. Adoptar un procedimiento único –ya sea exposición de acuerdo con el desenvolvimiento histórico, ya sea descomposición en significados según filósofos o tendencias, ya sea análisis sistemático– hubiera tenido como consecuencia la infidelidad frecuente a las peculiaridades de cada concepto. Hemos seguido, pues, el método que nos ha parecido en cada caso más fecundo para aunar la claridad máxima con la mayor cantidad posible de información, si bien con predilección notoria por el análisis de significados siguiendo el curso histórico y terminando por lo común con una presentación del estado actual de la cuestión o un estudio sistemático del problema correspondiente. Hemos evitado en lo posible la atomización en diversas significaciones y hemos preferido subrayar lo que hubiera de común en ellas o bien –cuando la presentación ha sido predominantemente histórica– la continuidad en la evolución del concepto. En los casos en que el artículo resulta extenso, hemos introducido casi siempre subdivisiones que hacen resaltar, ya los diversos períodos históricos, ya las varias disciplinas filosóficas a las cuales puede adscribirse el concepto.
El segundo punto afecta a los autores y materias representados en la obra. El número de autores, de todos los países y épocas, ha sido muy ampliado. En cuanto a las materias, se ha seguido poniendo singular empeño en tratar extensamente las cuestiones relativas a historia de la filosofía (con introducción, por vez primera en esta obra, de un número relativamente crecido de conceptos relativos a «filosofía oriental»), metafísica, ontología, lógica, teoría del conocimiento y el grupo de las llamadas «filosofías de» –de la religión, de la naturaleza, de la ciencia, de la historia, del lenguaje, de la propia filosofía, &c. Pero mientras disciplinas como la ética y la estética estaban insuficientemente representadas en las otras ediciones, en la edición presente han sido debidamente atendidas. La psicología, la sociología y la educación son introducidas en la medida en que pueden ayudar a la comprensión de los problemas filosóficos generales. Y se ha intensificado la introducción de conceptos y problemas que, como los que tocan a las ciencias naturales, ciencias sociales y teología, son susceptibles de despertar el interés no sólo de los filósofos, sino también del público en general.
Larga sería la lista de personas que han hecho al autor valiosas sugestiones sobre diversas partes de la obra; se ha procurado tener en cuenta todas las que encajaban dentro de los marcos que nos [8] habíamos trazado previamente. Nos limitaremos a mencionar tres nombres: el profesor George L. Kline, de Columbia University (Nueva York), el profesor Walter Brüning, de la Universidad de Córdoba (Argentina) –que han enviado extensas y muy útiles listas de correcciones–, y el señor Raúl E. Lagomarsino, de la Editorial Sudamericana, que ha tenido a su cargo –como ya había ocurrido con la precedente– la edición de esta obra y ha llevado a cabo la corrección final de las pruebas compaginadas. A todos, nuestro más sincero agradecimiento.
Finalmente, agradecemos a Bryn Mawr College el año de licencia sabática otorgada durante el período académico de 1955-1956. En el curso del mismo nos ha sido posible completar nuestro trabajo y terminar en bibliotecas europeas –de España, Italia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y muy en particular de Francia– las consultas iniciadas en las de los Estados Unidos.
J. F. M.
París, agosto de 1956.
[ Al reproducirse este prólogo en ediciones posteriores, se modifica el destino del “profesor George L. Kline, de Bryn Mawr College.” ]
Prólogo a la quinta edición
(Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1965, páginas 7-8.)
La presente edición difiere de la anterior en lo siguiente: he escrito 546 artículos nuevos; he reescrito totalmente 213 artículos; he ampliado o modificado, a veces sustancialmente, 262 artículos. Además, he revisado el texto, he corregido errores, he ampliado datos, y he puesto al día la bibliografía.
Como resultado, abunda en esta edición el material nuevo. Éste abarca el conjunto de las disciplinas filosóficas y de la historia de la filosofía. He seguido prestando particular atención a los temas de ontología y metafísica, lógica, teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia, antropología filosófica e historia de la filosofía. Pero he ampliado no poco las partes relativas a ética, filosofía de la religión, filosofía de la historia, teoría de los valores y estética. He añadido copia de artículos sobre filósofos llamados «menores», antiguos, medievales y modernos, y he ampliado el número de los consagrados a filósofos contemporáneos. Sin desviarme de la norma de no diluir excesivamente la sustancia filosófica, he incluido también algunos artículos sobre conceptos y figuras que, sin ser estrictamente filosóficos –conceptos y figuras importantes, por ejemplo, en la ciencia, en la teología, en el pensamiento social y político–, han mantenido, o mantienen, relaciones particularmente estrechas con cuestiones suscitadas en filosofía.
Aunque he penado mucho por ampliar y mejorar esta obra, no pretendo que sea perfecta. Por lo demás, mi ideal en este caso no es la perfección; creo más razonable trabajar por alcanzar lo bueno que holgazanear soñando en lo mejor. Por este motivo, aunque esta obra está, y estará siempre, abierta a revisiones y mejoras, estimo que en el estado actual de los conocimientos filosóficos es razonablemente suficiente. En todo caso, las revisiones y las mejoras no pueden consistir un pulir y repulir la obra hasta la exasperación. Estoy plenamente de acuerdo en que hay que revisar, corregir y pulir; en esta actividad he consumido incontables horas y casi he arruinado mis ojos. Pero en una obra de las dimensiones de ésta no se pueden practicar los mismos ejercicios de virtuosismo conceptual y lingüístico que son de rigor en otros escritos menos dilatados. Esta obra no es un lindo ensayito. No es, ni puede ser, cosa remirada y relamida. Hay que luchar sin tregua contra la chapucería intelectual. Pero en cierto tipo de obras hay que rehuir el estéril perfeccionismo.
Dadas las proporciones que alcanzó esta obra ya en la edición precedente –hasta el punto de que desde entonces pudo ser considerada como una Enciclopedia y no sólo como un Diccionario– varios críticos me han aconsejado que desistiera de ser a la vez el director y el ejecutante, y que recabara el auxilio de colaboradores más diestros que yo en cada una de las disciplinas filosóficas y en cada uno de los períodos históricos. Este consejo es harto tentador, inclusive por razones personales; el tiempo y el esfuerzo gastados en la confección de este Diccionario me han impedido a menudo poner mayores empeños en la elaboración de escritos más «personales», hacia los que, como filósofo, siento cierta debilidad. Sin embargo, aunque la transformación sugerida introduciría en esta obra no pocas mejoras, creo que las ventajas así conseguidas no compensarían los inconvenientes. En la obra presente el conjunto importa por lo menos tanto como el detalle. Pues este Diccionario es ya como un imponente y complejo edificio, con su fachada, sus alas, sus galerías, sus largos e intrincados corredores, sus sótanos y sus ventanales. He alcanzado a familiarizarme con todos ellos y, por descontado, con sus fundaciones. Puedo –todavía– recorrer el edificio en todas direcciones y orientarme en él sin [8] excesivas perplejidades. Ello significa que puedo aún seguir ampliando, alterando, rehaciendo, depurando y ornando este conjunto sin perderme en su laberinto. Sobre todo, puedo seguir manteniendo su unidad de estilo, la cual no es sólo cuestión de «literatura» –de «estética»–, sino también, y especialmente, de «pensamiento» –de «noética». Por estos motivos no me he decidido todavía a sucumbir a la tentación que se me ha brindado.
El predominio que en esta obra tiene el conjunto sobre los detalles explica que éstos no puedan ser siempre todo lo numerosos o elaborados que ciertos lectores quisieran. Por la naturaleza misma de la obra, hay que pasar a la carrera sobre temas, problemas y autores que en otros trabajos son objeto de exposición y comentario dilatados. Por cierto que no escasean aquí las exposiciones y análisis algo minuciosos. Pero se hallan siempre integrados en visiones de conjunto y expresados en el lenguaje apropiado para ellos. Estimo que con ello no se falsean necesariamente las ideas; sólo ocurre que son enfocadas de modo distinto. Por motivos que no hacen aquí al caso, estimo que es posible presentar y dilucidar lo que se llaman «grandes temas» y «grandes problemas» siempre que se utilice a tal efecto la óptica adecuada. Discurrir sobre la física no equivale a exponer toda la física; discurrir sobre la idea de substancia no es lo mismo que componer una poderosa monografía sobre tal idea. Sería disparatado pretender hallar en este Diccionario exposiciones tan detalladas del pensamiento de Aristóteles, o análisis tan minuciosos del imperativo categórico como los que figuran en obras especialmente consagradas a estos temas, o hasta a aspectos de ellos. En cambio, puede hallarse en esta obra un modo de presentar, ver, dilucidar y debatir temas y problemas que a veces se echa de menos en estudios y repertorios más especializados. Pues esta obra no se especializa en ningún tema, en ningún problema, en ninguna figura, época, rama o recoveco de la filosofía: se «especializa» en el conjunto de ellos.
Debo a varios lectores y críticos preciosas sugestiones y muy útiles informaciones; todas ellas han contribuido a mejorar esta obra. Pero quiero destacar los auxilios recibidos de tres personas. Mi esposa, que me ha prestado incansablemente ayuda en las múltiples tareas de organización, ordenación y coordinación que requiere esta vasta empresa. El señor Ezequiel de Olaso, que me ha estado enviando puntualmente noticias filosóficas de toda especie y que me ha sugerido no pocas mejoras. Y el señor Raúl E. Lagomarsino, que ha tenido a su cargo la corrección de pruebas y el ajuste final de la presente edición, y que ha trabajado en ella con la misma perspicacia y tenacidad que mostró en la preparación de las dos ediciones anteriores. Por el volumen de esta edición, la tarea del Sr. Lagomarsino ha sido no sólo perspicaz y tenaz, sino también hercúlea. Creo difícil encontrar mejor «director de edición».
J. F. M.
Bryn Mawr College, Pennsylvania, 1964.
Prólogo a la sexta edición
(Alianza Editorial, Madrid 1979, páginas vii-x.)
La edición anterior en dos volúmenes de este Diccionario es la quinta, publicada en 1965 y terminada en 1963. Desde 1965 se ha reimpreso tres veces, en 1969, 1972 y 1975, pero habiéndose introducido sólo leves correcciones, hay que seguir considerando como edición anterior la quinta, de 1965. (Para la diferencia entre 'edición' y 'reimpresión', véanse las «Advertencias para el manejo de esta obra».)
Los cambios que la presente edición, sexta, en cuatro volúmenes, contiene respecto a la precedente son:
1. Hay 756 entradas nuevas, incluyendo artículos sobre personas, conceptos y corrientes.
2. Se han modificado, aumentado o reescrito por completo 542 artículos.
3. Se ha corregido, comprobado, aumentado, puesto al día y reordenado la bibliografía. El número de títulos nuevos pasa de los 6.000.
4. Se han corregido los miles de erratas de la edición y reimpresiones precedentes.
El número total de entradas en esta edición es de 3.154, que se distribuyen como sigue: personas, 1.756; conceptos, incluyendo locuciones y términos especiales, 1.398. Las remisiones en orden alfabético entre entradas alcanza a más de 2.000.
En términos absolutos, esta edición tiene un 50 por 100 de material nuevo respecto a la anterior. Si se tienen en cuenta los cambios a que me refiero en 2, es posible que un 60 o 65 por 100 del material de esta edición sea nuevo.
Una porción considerable del nuevo material se refiere a la filosofía contemporánea, pero he seguido prestando atención a todos los períodos de la historia de la filosofía y he mantenido la tendencia de las [VIII] ediciones anteriores a presentar los conceptos en su historia. He incluido buen número de autores y conceptos que no son demasiado conocidos, pero sin los cuales no podría pintarse el vasto lienzo del pensamiento filosófico. He conservado asimismo la tendencia a incluir algunas figuras, conceptos y tendencias que desde el punto de vista convencional no son estrictamente filosóficas, pero cuyo interés filosófico me parece innegable.
En una obra de esta índole, a diferencia de las monográficas, no es posible decirlo todo sobre una sola cosa, pero hay que decir algo sobre muchas cosas. El especialista en matemática o en lógica encontrará insuficiente la entrada sobre el axioma de elección, pero espero que encuentre algo interesante en la entrada sobre la voluntad de poder; el especialista en ética mostrará buen juicio en no consultar, o no prestar demasiada atención, a las entradas sobre la noción de imperativo o sobre la falacia naturalista, pero tal vez aprenda algo del artículo sobre el teorema de Craig; al medievalista le sabrán a poco los artículos sobre Apelación, Apelativo o sobre Enrique de Harclay, pero puede aprender algo consultando las entradas sobre estructuralismo, materialismo histórico o la indeterminación de la traducción. En este Diccionario se dice algo sobre tantas cosas que ello puede hasta constituir una especialidad.
En todo caso, la obra contiene multitud de informaciones que no es fácil encontrar juntas en otras obras. Desde este punto de vista no debe juzgarse de la importancia de una entrada por la longitud de la misma. Muchas entradas remiten a otras en un sistema de remisiones que da a la obra una estructura (informalmente) sistemática.
No se puede escribir el equivalente de treinta volúmenes de tamaño corriente y cuidar el estilo como si se tratara de un ensayo. Pero he procurado ser lo más claro posible. En honesto descargo quiero hacer constar que en ocasiones la falta de claridad puede deberse a que algunos de los pensamientos de varios de los filósofos transcritos son más bien opacos.
Prefiero a este Diccionario algunos otros escritos míos que estimo más originales, pero no me arrepiento de haber dedicado a él un esfuerzo sostenido. Creo que obras como la presente son necesarias para la buena marcha de la filosofía y que, además, pueden contribuir a reducir el notorio déficit entre las importaciones y las exportaciones culturales en países de lengua española.
Aunque esta lengua ha ido hacia adelante en los últimos tiempos, no ha alcanzado aún la reputación intelectual de varias de las lenguas que se han extendido más allá de las fronteras de los países en que son normalmente usadas. Estas lenguas son, en muy diversa proporción de difusión cultural, el inglés, el francés, el alemán y el ruso –por varias razones, algunas simplemente pedagógicas, no puede decirse todavía lo mismo de lenguas de tan vasto alcance demográfico y cultural como el árabe [IX] y el chino–. No es excepcional encontrar personas procedentes de países de lengua española que conozcan una o varias de cuando menos las tres primeras lenguas mencionadas. Pero es aún bastante raro encontrar entre los usuarios de cualesquiera de ellas personas que, para propósitos culturales y científicos distintos de las especialidades agrupadas bajo el nombre de «estudios hispánicos» o «hispano-americanos», conozcan, o lean, el español. (Consúltense las listas de «Libros recibidos» en algunas revistas filosóficas muy prestigiosas e inmaculadamente impresas; el desaliño en la impresión de personas y de títulos hispánicos es casi patético.)
El carácter relativamente marginal del español en esferas culturales distintas de la literatura o las artes, se debe a muy diversos factores, entre ellos políticos y económicos, pero se debe asimismo a que no hay todavía en español la abundancia y calidad de trabajos de investigación y de repertorios científicos y filosóficos que existen en las lenguas susodichas, especialmente en inglés, francés, alemán y ruso. Todo lo que contribuya a aumentar la cantidad y calidad de tales trabajos y repertorios ha de redundar en beneficio de la lengua, y de la cultura, en que se produzcan.
Quiero hacer constar que por sí solo ello no sería razón para esforzarse en producir semejantes trabajos y repertorios, o siquiera para crear la infraestructura educativa y cultural que permita la formación de multitud de personas capaces de llevarlos a cabo. Hacer estas cosas por motivos nacionales o, como en el caso del español, plurinacionales, sería sospechoso. Lo importante es que el beneficio sea, no sólo nacional, o plurinacional, sino también, y sobre todo, social. En todo caso, en el estado actual de cosas, ninguna lengua y, con ello, ninguna cultura es enteramente respetada si, por grandes que sean sus contribuciones en los órdenes estético y literario, no van acompañadas de contribuciones creadoras y ordenadoras suficientes en los aspectos filosófico y científico.
El presente Diccionario está destinado a circular principalmente entre usuarios de la lengua en que está escrito. Pero aspira a ser consultado asimismo por personas de otras lenguas. Ofrece al respecto una ventaja que no se encuentra siempre en los grandes repertorios producidos en algunas de las lenguas más o menos universales antes citadas. Es común en tales repertorios, especialmente en filosofía, donde pesan tanto las tradiciones nacionales, y a veces inclusive las meramente provinciales, que se confinen a temas, problemas, figuras y referencias bibliográficas de los respectivos países. No es infrecuente, además, que los autores se pongan anteojos para otear el paisaje de modo que acaban por verlo sólo del color del cristal a través del cual lo miran. Creo que la presente obra es más amplia y ecuménica que muchas de las aludidas. Tiene, por descontado, sus limitaciones. Aunque contiene información sobre figuras y conceptos básicos de la llamada «filosofía oriental», trata principalmente de la titulada «filosofía occidental» a partir de Grecia. Dentro de ella [X] usurpan la parte del león, además de las filosofías en lenguas griega y latina, las que proceden de autores usuarios –sean o no nativos de los países correspondientes– de las lenguas alemana, francesa, inglesa, italiana, rusa y lenguas hispánicas, así como, bien que en proporción menor, de las lenguas holandesa, polaca y escandinavas. Dentro de estas limitaciones, sin embargo, he procurado ensanchar el horizonte al máximo, dando cabida, en la medida en que lo permiten mis conocimientos, a figuras, tendencias y haces de conceptos procedentes de muy diversas regiones, lenguas y culturas. En particular, y aunque tengo mis preferencias filosóficas –por lo demás, poco dogmáticas–, he tratado de ser equitativo con muy varias corrientes. Lo he hecho no en nombre del eclecticismo, sino en el del rigor y exactitud de la información.
La terminación de la preparación de esta edición ha coincidido con el último día del año 1976. Entre la terminación de una obra de las proporciones de la presente y su publicación media tiempo suficiente para que el autor sienta frecuentemente la tentación de añadidos y cambios: unos, por corresponder al período intermedio entre la terminación del manuscrito y su publicación; otros, por haberse descubierto omisiones. Es seguro, en todo caso, que en el entretanto habrá aumentado la ya abrumadora bibliografía filosófica.
Salvo un reducido número de añadidos de última hora, he rechazado la tentación citada, porque en una obra como ésta no hay más remedio que fijarse un límite temporal –de todos modos, se sabe de antemano que es incompleta–, y también porque los añadidos, o modificaciones, durante el período de impresión y corrección de pruebas son onerosos para el editor.
J. Ferrater Mora
Bryn Mawr, Pennsylvania, Diciembre de 1976.
→ José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía
→ Selección de artículos de las distintas ediciones del Diccionario
→ Del diccionario de Heinrich Schmidt al diccionario de Ferrater Mora