Filosofía en español 
Filosofía en español


Progreso (doctrina del)

La doctrina del progreso indefinido es hoy una especie de religión no muy ortodoxa: por eso hablamos aquí de ella. Esta doctrina predicada con entusiasmo se ha recibido sin examen, y se ha intentado fundarla en la analogía, comprobarla por la historia y ponerla en relación con los instintos de la humanidad. Pero en primer lugar falta la analogía: la destrucción después del progreso es una ley general. Ateniéndonos a la analogía, bajo el respeto de la fuerza material y de la fuerza intelectual el género humano debe crecer primero, luego declinar y por último acabar: en lo tocante al sentimiento moral el género humano no progresa; mas bien retrograda.

En segundo lugar no se verifica mejor la comprobación por la historia, porque esta dice sí lo pasado; pero dice mal lo venidero. Aunque el género humano hubiera crecido y se hubiera engrandecido desde su origen, no se seguiría que haya de crecer y engrandecerse siempre. Pero ¿ha crecido y se ha engrandecido en verdad hasta aquí? La escuela lo afirma: primeramente forja unos tiempos pasados imaginarios, presupone un largo periodo de estolidez, después se coloca en medio del pueblo hebreo, echa una mirada furtiva hacia los griegos, y sienta sus reales en el centro de la sociedad cristiana. Pero refutando la suposición primera y ensanchando el círculo donde se encierra, es fácil hacer ver que la humanidad no ha seguido en todas partes una línea ascendente, sino que el progreso se ha circunscrito dentro de los límites del horizonte cristiano y se mantiene aun hoy en ellos.

En tercer lugar se apela a los nobles instintos de la humanidad: entonces la teoría toma el carácter del misticismo. El maestro inspirado prescribe la fe a los discípulos: entre lo que él dice y lo que nosotros sentimos quiere que hallemos una relación necesaria: lo cual no es así. La humanidad tiene sed de una verdad eterna, y él no nos da más que una ilusión pasajera. La humanidad tiene deseo de una felicidad sin fin, y él no nos ofrece más que una desazón e infelicidad perpetua. El sueño del progreso indefinido no constituye porvenir; además malea lo presente porque tiende a destruir todo sistema religioso, a hacer ambiguos los principios de moral, a minar los fundamentos del orden político; luego no puede mejorar la suerte de los hombres.

La doctrina del progreso indefinido en oposición con la analogía, contradicha por la historia y rechazada por los instintos de la humanidad es una hipótesis gratuita y fácilmente viene a ser una teoría peligrosa.

La voz progreso tomada gramaticalmente significa mudanza de lugar, movimiento hacia delante: si se aplica pues a las verdades reveladas, no tendría sentido sino en cuanto estas verdades fuesen movibles y mudables. Mas la palabra verdad por sí sola implica la inmutabilidad, porque la verdad descansa en la esencia de las cosas, que es inmutable: demás el origen divino de las verdades reveladas imprime en ellas un nuevo carácter de inmutabilidad marcándolas con el sello de la inteligencia y veracidad infinitas. Presumir que lo que la razón humana reconoce por verdadero, puede dejar de serlo y volverse falso es negar la realidad del objeto que se reconoce por verdadero, o más bien la existencia de la certidumbre en la razón humana. Y con todo eso es preciso admitir que si lo que es verdad no puede jamás dejar de serlo, hay todo un conjunto de conocimientos en las ciencias físicas y morales, que estando fundadas en la experiencia pueden y deben progresar con ella; pero afirmar que las verdades reconocidas por reveladas pueden variar ni aun ser completadas por el entendimiento humano es en primer lugar quitarles su título de reveladas, porque elaboradas de nuevo por la inteligencia del hombre no serían ya obra de Dios, sino suya y producto de su entendimiento: en segundo lugar es sujetar la inteligencia divina al examen y censura de la nuestra; es decir que el sol puede recibir su luz de los rayos que emanan de él. Pero además no puede decirse del cristianismo como de las ciencias morales y especialmente las físicas, cuyas teorías perfecciona la experiencia aumentando continuamente los datos en que se fundan, que aquellas doctrinas pueden también extenderse más o acomodarse mejor a las necesidades variables y a las diferentes edades de la humanidad: porque 1.° habría que demostrar que falta alguna cosa al cristianismo, indicar las modificaciones y variaciones que se quisieran introducir en él, y hacer ver que estas modificaciones y variaciones serían una verdadera perfección; mas eso no se ha podido efectuar después de muy prolijos y duros afanes. Y no es porque hayan faltado ingenios para dar cima a la empresa ni porque se haya carecido de tiempo, porque ha habido siglos para concluirla: sin embargo nada se ha hecho, demostrándose así la imposibilidad absoluta del hombre para perfeccionar la obra de Dios. 2.° Esta imposibilidad resulta también no solo del hecho del origen divino del cristianismo, sino de su perfección intrínseca, que hacen evidente y por decirlo así palpable la publicidad de su doctrina y la aplicación de ella. Por más diferencia que puedan introducir entre las diferentes épocas de las sociedades el movimiento de las ideas y las variaciones que este determina en las costumbres, no habrá nada que modificar en las verdades reveladas para acomodarlas a las necesidades respectivas de los tiempos: bastará modificar la aplicación de ellas según estas mismas necesidades.

Así pues la palabra progreso aplicada a los verdades reveladas en sí mismas no tiene sentido; pero si se trata del conocimiento de estas verdades y del modo de exponerlas y defenderlas, es admisible y necesario.

Para resolver esta cuestión distingamos cuidadosamente dos cosas muy diferentes y que sin embargo suelen confundirse, a saber, 1.° la exposición de las pruebas que establecen la divinidad del cristianismo y de la sociedad que tiene el depósito de ellas, y aun de las diferentes verdades que abraza: 2.° la controversia. De la primera cosa de estas que forma la parte positiva y por decirlo así constitutiva de la enseñanza religiosa, decimos 1.° que no debe variar en cuanto al fondo de las pruebas, cuya solidez estriba juntamente sobre las verdades mismas que confirman, y sobre las leyes primeras de nuestro entendimiento inmutables como esas verdades. Lo mismo sucede y por la propia razón con el modo de exponerlas. Hay uno que presentándolas en su punto de vista más luminoso y más conforme con las leyes primeras y comunes de nuestro entendimiento es desde luego el más a propósito para producir la convicción; y ya se conoce que este modo no debe de variar. Sin examinar si ha sido alguna vez perfectamente comprendido y aplicado es lógico pensar que ha debido serlo, a lo menos en su parte más esencial, por sola la razón de que está fundado en la naturaleza. De esto debe inferirse que es prudente conformarse con el método recibido generalmente hasta que haya evidencia de que puede mejorarse. 2.° No obstante lo que acabamos de decir se debe de entender con algunas restricciones: en efecto si la razón es la misma en todos los hombres en lo que tiene de fundamental, hay diferencias accesorias indefinidamente multiplicadas y variables de un hombre a otro hombre, de nación a nación y de uno a otro siglo. De ahí se sigue que tal prueba y tal modo de presentarla excelente para una época, un hombre y una nación no son tan buenos para otra época, otro hombre u otra nación: indudablemente hay que tener en cuenta estas diferencias.

La segunda parte de la enseñanza religiosa hemos dicho que es la controversia: a ella se refieren todas las consideraciones que tienen por objeto preparar los entendimientos para que admitan la demostración propiamente dicha y comprendan su fuerza. Consiste pues la controversia principalmente en desvanecer las preocupaciones y confutar los errores que obscurecen o contradicen las verdades de cuya demostración se trata: y evidentemente debe asestar sus tiros a errores vivos, a errores que estén en boga y no a fantasmas inútilmente invocados, debiendo hacerlo con el género de consideraciones y la manera de presentarlas que mejor cuadren a las disposiciones de aquellos con quien se disputa.

Véase pues en lo que es admisible y necesario el progreso; en el modo de exponer y defender las verdades reveladas. 1.° La parte polémica de la enseñanza religiosa debe modificarse en su objeto según los errores y las preocupaciones esencialmente variables que hay que destruir: 2.° la forma ya de la exposición de las verdades, ya de la polémica propiamente dicha debe ponerse en proporción con las disposiciones de los entendimientos en la elección de los argumentos y aún más en el modo de presentarlos. Estos principios parecen incontestables: para precaver el abuso que podría hacerse de ellos, basta añadir que el juicio de los errores y de las tendencias características de una época exige sólidos estudios; y aun le prudencia quiere generalmente que para caminar por sendas un tanto nuevas aguardemos a que vayan delante la mayor parte de los hombres sabios y competentes. No sería menos peligroso presentarse con demasiada facilidad como representante de la sabiduría y de la experiencia y desechar por este título toda nueva modificación que introducir estas modificaciones antes que se pruebe su utilidad.

Sentado esto, la historia de la enseñanza cristiana en todas las épocas viene a confirmar la verdad de estos principios, que aquella no ha hecho mas que aplicar exactamente:

1.° A medida que nacen y se difunden unos errores, aparecen sus refutaciones, que en breve ocupan un lugar en los autores elementales para desaparecer a su vez y dar cabida a una nueva controversia. De toda esta parte de la teología no hay ni puede haber otra cosa fija más que el vínculo de familia que une a todos los errores. Con todo conviene evidenciar siempre este vínculo, que es el mejor medio de entender bien la naturaleza de los errores nuevos y dar más profundidad y solidez a su refutación. Es tan claro este punto, que no juzgamos necesario detenernos en él.

2.° Lo que tenemos que decir sobre la forma de la polémica, merece más ampliación. Para formar una idea de los progresos que nos presenta la historia de la polémica en sus formas, basta tomar por término de comparación de una parte las mejores obras de la antigüedad cristiana contra los herejes, las de Tertuliano por ejemplo o San Agustín, y de otra las de los controversistas modernos que han defendido la autoridad de la iglesia contra los protestantes. Los primeros superiores a los segundos bajo algunos respectos les son inferiores bajo el de la precisión y claridad: el pensamiento se presenta en estos bajo formas más rigurosamente determinadas. El mismo progreso se advierte en las obras modernas que tratan la cuestión de la autoridad en general. Esto debe parecer tanto más natural, cuanto que según la opinión común nuestro idioma filosófico, menos variado que el de los antiguos, se aventaja a él por su carácter eminentemente lógico; ventaja que proviene en parte de que reúne y fija bajo ciertas palabras fundamentales ciertos órdenes de ideas que antes fluctuaban en medio de perífrasis arbitrarias, y también del orden de las palabras en la cláusula, que el cristianismo ha hecho mas análogo al orden intrínseco de las ideas por lo mismo que ha destruido todo error y enseñado toda verdad moral. Lo que decimos de la expresión de las ideas, se aplica igualmente al método que las combina. El ingenio grecorromano de los santos padres tiene un rumbo menos regular que el ingenio católico de los tiempos modernos, y parece haber conservado en su carrera más suma de aquella libertad propia del ingenio oriental, fuente primitiva del caudaloso río de los pensamientos humanos. Los santos padres pertenecían o estaban próximos a aquella época en que el antiguo Oriente, apareciendo con todas sus doctrinas en la escena del mundo occidental, modificó visiblemente el estado del entendimiento humano. El ingenio moderno por el contrario se ha preparado lentamente en el gimnasio de la escolástica de la edad media. Si esta primera educación le ha comunicado una disposición a cierta especie de rigorismo lógico que coarte la facultad y la libertad de sus movimientos, también ha contraído con tan dura disciplina hábitos severos de razón, un tino admirable para el orden y economía de las ideas y una superioridad de método que está marcado más particularmente en los tres últimos siglos. Por cierto que es una época muy notable del entendimiento humano la que produjo los Erígenes, los Anselmos, los Guillermos de París, los Albertos, los Tomases de Aquino y los Buenaventuras; pero las obras de esta época se diferencian esencialmente de las de los primeros siglos. Los grandes escritores de la edad media en vez de ocuparse en probar el cristianismo que nadie contradecía; trataron de construir una ciencia esencialmente concorde con la fe católica aprovechando la armonía de todas las verdades.

Lutero inaugura una nueva era con su pretendida reforma: Bossuet confunde y aniquila esta nueva herejía mereciendo justamente el dictado de martillo de los protestantes: innumerable muchedumbre de aventajados escritores de todas las naciones católicas reducen los herejes al último apuro con la irresistible fuerza de su dialéctica. En ayuda del protestantismo corre la filosofía del siglo decimoctavo. Rousseau y Voltaire repiten las mismas objeciones  que habían hecho ya contra el cristianismo los filósofos de los primeros siglos. Bergier, Nonnotte, Bullet y Guenéc los refutan reproduciendo las pruebas que los santos padres habían opuesto a los filósofos de su tiempo; pero en conformidad al carácter del espíritu moderno, bajo de formas más lógicas, más distintas y rigurosas.

Preparados así los caminos por la lógica y la erudición de tres siglos, es imposible que de esta grande obra no salga una nueva manifestación de la verdad. Todos los puntos de la doctrina revelada han pasado por la criba del discurso y de la experiencia; y el discurso y la experiencia les han dado nuevo esplendor. Está por hacer una grande obra que resuma todos esas tareas, que haga refluir todas las aguas de los conocimientos humanos hacia su fuente divina, y que reúna las mil voces de la ciencia en un concierto inmenso de alabanzas a Dios y a su Cristo. En cualquier tiempo que se efectúe esta obra, el clero tiene la suya, que es grandiosa y urgente. Todas las clases y puede decirse que la mayor parte de los individuos están atormentados de una increíble ardiente sed de saber; pues bien que cada un miembro del clero, inspirado de la sublimidad de su carácter y misión, trabaje por lucrar el talento que ha recibido, y entonces se desvanecerán y caerán por tierra reducidos a polvo los cargos injustos, y nada faltará a la milicia santa para la conquista del mundo cuando todos los guerreros estén prontos a marchar con la triple armadura de la fe, la virtud y la ciencia.