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Doctrina de las categorías (desde la perspectiva del materialismo filosófico)
La expresión “doctrina o teoría de las categorías”, aunque por su forma gramatical se asemeja a expresiones tales “doctrina (teoría) de los cinco poliedros regulares”, o bien “doctrina (teoría) de la relatividad especial”, sin embargo, se diferencia notablemente de ellas según por lo menos tres determinaciones:
(1) La doctrina (o teoría) de las categorías es una doctrina filosófica, no es una doctrina (o teoría científica), como pueda serlo la doctrina topológica de los cinco poliedros o la teoría física de la relatividad especial.
(2) La doctrina (o teoría) de las categorías no es una doctrina “exenta” que pueda ser establecida en torno a un material de referencia dado de antemano (ni siquiera los términos de la teoría de las categorías son contenidos comunes a las diversas tablas), y en función del cual hubiera de apoyarse la teoría: la doctrina de las categorías, comenzando por la Idea misma de Categoría, depende de otras muchas premisas generales (implícitas o explícitas) de naturaleza filosófica, en nuestro caso, como hemos dicho en (1).
(3) Aunque no fuera más que porque las premisas en las que se apoyan las diversas teorías de las categorías, así como los métodos, son entre sí diferentes, la expresión “teoría de las categorías” habrá que considerarla engañosa.
No hay una teoría de las categorías que pueda servir a las investigaciones ulteriores de referencia sistemática. Las únicas referencias comunes son históricas y, por ello, nos parece improcedente erigir alguna teoría reciente de las categorías en canon de la problemática actual. No hay motivo para obligarnos a tomar tal teoría (por ejemplo, la de Strawson o la de Sommers) como referencia universal (dando a la “última teoría filosófica” el tratamiento que suele dársele a la “última teoría científica” sobre el átomo). Solamente las doctrinas que, de hecho, han acreditado secularmente su condición de referencias históricas (aquellas teorías que hayan sido citadas durante siglos un número de veces que alcance un punto crítico significativo, a determinar por los historiadores) y que han canalizado, por tanto, el encuentro de las doctrinas más diversas y aún siguen canalizando el contraste de las doctrinas más recientes, pueden exhibir títulos suficientes para constituirse en referencias actuales. Tal es el caso de las doctrinas de las categorías de Aristóteles y de Kant [154-159].
Desde este punto de vista, puede incluso decirse que es una impostura hablar de una “teoría de las categorías” a secas, como si no hubiera más que una. Tan solo podríamos mantener la expresión “teoría de las categorías” como denominación de la parte del sistema que incluye el tratamiento de la Idea de Categoría, pero constatando la multiplicidad y heterogeneidad de doctrinas (de teorías) de las categorías a lo largo de la historia del pensamiento filosófico (pues nadie dejará de reconocer que la consideración de la cuestión de las categorías, en general, ha formado parte de los principales sistemas o programas de filosofía). Desde una tal constatación, una tarea obligada será la de dar cuenta de la razón por la cual doctrinas (o teorías) muy diversas y cuya materia no es ni siquiera tampoco la misma, sin embargo, están entrelazadas mutuamente, hasta el punto de hacerse capaces de arrogarse la pretensión de pasar como “la doctrina de las categorías”. Esta pretensión sólo puede entenderse como testimonio de su capacidad para dar cuenta polémicamente de otras doctrinas, no como pretensión de “dar cuenta de la realidad”. El entrelazamiento sólo podría, por tanto, entenderse por su índole polémica (con una base común, sólo presente a través de las diversas doctrinas) y cabría hacerlo consistir en esa propensión de cada teoría a arrogarse la capacidad de dar cuenta de las otras doctrinas (por tanto, de citarlas), para reducirlas críticamente a sus propios términos.
Por nuestra parte, no queremos mantenernos únicamente en este “horizonte” constituido por las diversas teorías (doctrinas) filosóficas de las categorías dadas en la tradición histórica, como si nuestro propósito inmediato fuera confrontarlas y nuestro objetivo, como resultado final de la confrontación, fuera alcanzar una doctrina susceptible de ser defendida victoriosamente entre las otras alternativas (ya sea porque la doctrina escogida fuera una de las que ya han sido formuladas históricamente, ya sea porque es una síntesis ecléctica de diversas doctrinas históricamente dadas, ya sea porque se trata de una doctrina nueva con capacidad de “generalización y asimilación” de las otras). Pues siempre será posible elevarnos a un plano abstracto tal que unas teorías filosóficas puedan mostrarse reducidas a otra. Pero esto sería mantenernos en el terreno de la “filosofía pura”, que consideramos meramente escolástica [10] o filológica [20].
Reconociendo que, en cualquier caso, no es posible volvernos de espaldas al horizonte de esta confrontación, damos por cierto que sólo podremos salir fuera de este horizonte (en el que se mueven, como en su propio elemento, los historiadores de la filosofía o los “profesores de filosofía”) cuando logremos volver a poner el pie en las “cosas mismas”, para ir a la fuente de la que manan las propias categorías gnoseológicas. No pretendemos, por ello, en modo alguno, haber alcanzado una “doctrina canónica” nueva, sino simplemente queremos desprendernos del “horizonte filosófico filológico puro”, para situarnos en un “horizonte positivo” (eminentemente aquel en el que se dibujan las ciencias del presente), de manera tal que la doctrina de las categorías no la hagamos consistir en una confrontación con otras doctrinas filosóficas cuanto en una confrontación con los “hechos” de nuestro presente, aunque valiéndonos, eso sí, de las doctrinas filosóficas dadas que nos parezcan más pertinentes.
¿En qué dirección orientarnos para encontrar esa fuente de la que emaman las mismas categorías? Si nos volvemos hacia las ciencias positivas mismas –más que hacia el lenguaje natural, hacia los juicios o hacia las estructuras sociales– como hitos en los cuales nos parece que debemos amarrar un hilo conductor que sea capaz de guiarnos en la determinación de las categorías, es porque suponemos que ya hemos de algún modo constatado que son las ciencias positivas los lugares en los cuales se encuentran las categorías que buscamos, las categorías gnoseológicas. Esto puede sonar a una simple (tautológica) petición de principio: si lo que buscamos son las categorías gnoseológicas será obvio que el lugar de nuestra exploración habrá de encontrarse en el “reino de las ciencias”. Sin duda: pero, ¿por qué definir este lugar como el “lugar de las categorías? ¿Cómo podremos decir que lo que exploramos son las categorías, al margen de toda confrontación con otras vías (o hilos conductores) que también prometen llevarnos a las categorías? En el momento en el que formulemos esta pregunta, lo que se nos mostraba como petición de principio, puede comenzar a aparecérsenos de otro modo.
La confrontación principal que, obligadamente, como hemos dicho, deberemos hacer es, en primer lugar, la confrontación con Aristóteles y, en segundo lugar, la confrontación con Kant. Aristóteles y Kant son, en efecto, los dos grandes filósofos que tienen verdadera importancia en la cuestión de las categorías, cuando se considera esta cuestión en la perspectiva ontológico-gnseológica, puesto que representan las dos alternativas posibles, y de hecho reconocidas (realismo e idealismo), dentro de un mismo planteamiento (Kant también quiso mantenerse fiel a las líneas establecidas por Aristóteles, como fundador de la teoría de las categorías). No queremos menospreciar, con esto, a los numerosos tratamientos que la cuestión de las categorías ha recibido en la tradición filosófica; queremos decir que estos tratamientos (al menos, cuando descartamos aquellos tratamientos escépticos que contienen una propuesta más o menos explícita de abandono de la cuestión de las categorías como cuestión ontológica) no tienen por qué considerarse, al modo como suelen considerarse las diversas “aportaciones” científicas en torno a un problema objetivo, reconocido como tal, como si fueran aportaciones integrables o “diversos modos independientes de asedio al problema”, sino como tratamientos que reciben su significado ontológico precisamente cuando se los considera, sea “desde Aristóteles”, sea “desde Kant”. La doctrina de Brentano, por ejemplo, sólo mantiene su importancia (como Brentano mismo reconoce) desde coordenadas aristotélicas; las doctrinas de las categorías incluidas en la llamada filosofía analítica (Strawson, Katz, Sommers, Quine, etc.) sólo alcanzan importancia filosófica cuando, por ejemplo, el “innatismo chomskiano” se utiliza como una versión implícita o explícita del idealismo transcendental (un idealismo asentado, no ya sobre la idea psicológica de la “conciencia pura”, sino sobre la idea de una “conciencia o facultad lingüística”): al margen del idealismo trascendental las “teorías lingüísticas” de las categorías carecen por completo de importancia filosófica (si es que tienen alguna, como teorías lingüísticas).