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Siameses y Grupo social (sistema de relaciones posibles)
Distinguimos cuatro alternativas lógicamente (sintácticamente) posibles según el modo de abordar las relaciones entre el organismo siamés y el grupo en el que se inserta.
(a) En primer lugar, la situación en la que el grupo acepta al organismo bicéfalo, por los motivos que fuere (y no sólo los de “resignación”, porque también valdría como motivo de aceptación el proyecto de dedicación del “portento” a la exhibición pública lucrativa en ferias, teatros o a la investigación científica en Facultades de Medicina o de Psicología), así como también este organismo bicípite también “acepta” (por los motivos que fueren) su realidad irreversible. ¿Puede decirse que, en este caso, el problema ha desaparecido? Sin duda, desde un punto de vista práctico, y, en términos estrictos, moral; pero, sin embargo, esta solución no ha de confundirse con una solución bioética general. Desde las coordenadas de la bioética materialista, sin embargo, puede decirse que la situación que consideramos no contradice los principios, sino que corrobora el “diagnóstico” del problema como aberración constituida por respecto del canon. La aceptación y aún satisfacción psicológica de la situación por parte del grupo y del organismo siamés no contradice, en efecto, la idea de la aberración, si se supone que esta aceptación o satisfacción “cuenta” con tal aberración, o es consciente de ella (en hipótesis contraria el problema bioético se plantearía también por parte del grupo, a quien cabría atribuirle una “aberración” en su conciencia ética). El problema bioético se transforma entonces en un problema más general, a saber, el problema de la conciencia de la aberración, del grado de conciencia o de falsa conciencia que será preciso atribuir a un grupo (por ejemplo, a una familia) que “ocultándose” el problema objetivo considerado (interpretándolo como un simple efecto natural éticamente neutro, o como muestra de un designio de la voluntad divina) acepta con satisfacción el prodigio por los beneficios que pueda reportarle, incluyendo en estos beneficios la beatitud en la “otra vida”; y suponiendo, desde luego, que psicológicamente al menos, la satisfacción afectase también al monstruo bicípite, por la esperanza de que en el crepúsculo del último día del mundo (Santo Tomás, Summa Theologica, 77, 2c) sus cuerpos se separasen para irse a reunir con sus almas respectivas.
(b) En segundo lugar la situación en la cual el grupo no “acepta” la aberración, pero el organismo siamés, o bien la acepta, o por lo menos no vive como un delirio, y acaso siquiera como una “incomodidad”, su estado congénito: simplemente no se plantea el problema. Es evidente que en la práctica esta situación conducirá probablemente a la destrucción del monstruo, ya sea arrojándolo por el Taigeto, ya mediante la administración de una inyección eutanásica. ¿Puede “aprobar” la bioética materialista este proceder, en nombre de la generosidad debida a las personas inseparables? No cabe una respuesta general, porque la situación nos conduce a un caso de “balance” entre la generosidad respecto de una vida aberrante y la firmeza necesaria para el propio grupo. Tan sólo diremos que el proceder orientado hacia la eliminación corroboraría también el planteamiento del problema en términos de aberración, es decir, de incompatibilidad entre el canon y la anomalía, incompatibilidad que no es sólo “incompatibilidad de conciencia”, o de “mentalidad”: puede ser una incompatibilidad concreta real. Por ello sería preciso introducir las circunstancias sociales, históricas, económicas, propias del grupo de referencia. No es lo mismo referirnos a un grupo de cazadores en el que el monstruo bicípite puede representar un obstáculo capaz de poner en peligro su misma subsistencia, que referirnos a un grupo familiar implantado en una sociedad compleja, en la que otros grupos puedan incidir en el “fenómeno” desde puntos de vista diferentes, capaces de “neutralizar” o “diluir” en el sistema global la incompatibilidad concreta de referencia.
(c) La tercera situación (ni el grupo ni el monstruo aceptan su estado) nos permite reproducir el planteamiento de la segunda, pero contiene una “facilitación” de la resolución en sentido eliminatorio, al dejar fuera el “obstáculo” psicológico procedente de las personas inseparables afectadas. El problema es ahora, en cierto modo, el inverso: el estado psicológico de los afectados favorable a su propia destrucción no justifica, sin embargo, esta destrucción desde la perspectiva bioética. Tiene que ver esta situación con el problema del suicidio; el médico podrá aconsejar iniciar un tratamiento psicológico orientado a la recuperación o elevación de los deseos de vivir de los afectados, según las circunstancias.
(d) La cuarta situación (el grupo acepta la situación y el monstruo no la acepta), nos remite a los mismos problemas que se plantean en las situaciones (b) y (c).