Filosofía en español 
Filosofía en español


Crítica

Reflexiones sobre la instrucción de las mujeres

Desde tiempos remotos se está disputando sobre si las mujeres son aptas o no para el estudio de las letras o de las ciencias; y sobre si conviene que se dediquen a él. Han tenido así antigua como modernamente sujetos de mucha autoridad a su favor, y los han tenido no menos grandes en contra. Esta controversia se renueva de tiempo en tiempo; lo cual prueba su importancia. No hace mucho se suscitó también en esta Corte cuando se trató si convendría admitir Socias en las Sociedades económicas, asunto a que un hecho acaecido por entonces dio nuevo interés.{*} Tienen mucho a su favor las damas cuando logran ser defendidas por hombres de fama, sobre todo dando ellas mismas con sus talentos y obras, cimientos y materiales para su defensa.

El último de sus protectores públicos, de que tenemos noticia, salió a luz no hace mucho tiempo en París con una obra en dos tomos intitulada: Las mujeres consideradas bajo tres aspectos: lo que han sido en otros tiempos: lo que son en el día; y lo que podrían ser. Insertaremos aquí el breve juicio que de ella forma el autor de un papel periódico de la misma Capital; y haremos luego algunas reflexiones sobre este particular.

“El autor de esta obra, gran defensor del bello sexo, sostiene que sería ventajosísimo para el bien general de la humanidad, y particularmente para el de su nación, que las mujeres se asociasen con los hombres en el desempeño de las obligaciones públicas, participando a la gloria, honores y distinciones que adquieren los que cumplen sus deberes con celo y fruto. Clama contra la falta de educación, que impide explayarse en toda su fuerza las principales calidades de las mujeres; y presenta en abono de su opinión multitud de ejemplos de las que han sobresalido en letras, en legislación, y aún en armas. Se vale también de grandes autoridades, y cita la veneración y sumo respeto que gozaban con los Galos, entre quienes eran legisladoras y sacerdotisas, decidían de la paz o de la guerra, y conservaron largo tiempo esta supremacía, disfrutando muchos honores.” Licurgo (añade el autor) “queriendo que los Espartanos formasen un pueblo virtuoso y guerrero señala a las mujeres igual gloria que a los hombres; y el suceso acreditó que las virtudes civiles y militares se aumentan y extienden mediante la igual asociación de trabajo y placer, de infamia y de gloria entre la mujer y el hombre.” Platón propone también que las mujeres tengan las mismas ocupaciones que los hombres. Estas son sin duda autoridades poderosas (observa el Diarista donde sacamos esta noticia) ¿pero no se podría decir que aquellos celebres legisladores se han extraviado en sus quimeras, y que solo han compuesto unas novelas filosóficas? No podríamos responderles que habiendo dado la naturaleza una constitución física y moral a la mujer diferente de la del hombre, ha señalado a cada sexo el plan de sus deberes y de sus ocupaciones? Recomendemos a las mujeres las preciosas calidades de esposas, de madres, y de amas de casa, pero no las vistamos de cota de malla. A nosotros nos toca protegerlas, defenderlas, atender a sus necesidades y las de sus hijos; y a ellas (me atrevo a decirlo) consolarnos: cargar con el peso del gobierno interior: presidir a la educación de la primera infancia; en una palabra, participar a nuestras penas aliviándolas. No salgamos de estos límites pero en el día gustamos pasarlos en todo: ¿y qué resulta de esto? Confusión y vanidad.

Parece que el autor de este artículo se propuso compendiar o indicar en pocos renglones cuanto se ha dicho contra el estudio e instrucción de las mujeres; y de intento anticipamos esta noticia, no sea llegase a creer alguno que ocultando unas razones tantas veces repetidas, era nuestro ánimo sorprender a los lectores incautos, con las reflexiones que incluiremos mañana: bien entendido que no tocaremos la cuestión de la aptitud del bello seco para el estudio de las ciencias, dándola por sentada.

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{*} El punto sobre admisión de mujeres en estos cuerpos patrióticos se ventiló por dos veces en la Sociedad de Madrid. La primera, que fue en 1777, todos los autores de disertaciones sobre la cuestión estuvieron por la afirmativa: la segunda, en 1786, solo hubo un discurso en contra, el cual hemos visto recientemente traducido en algunos papeles públicos extranjeros.



Diario curioso, erudito, económico y comercial
del domingo 30 de setiembre de 1787
número 457
página 370


Crítica. Reflexiones sobre la instrucción de las mujeres.

Es innegable que la mujer que cría y educa a sus hijos, que ama y cuida como debe a su esposo, y gobierna por sí misma su casa y familia, es más digna de aprecio y alabanza, que la que abandona estas primeras obligaciones para meterse entre libros, mapas y esferas: que hace un papel más propio en la despensa que en la librería; y que parecerá mejor en su mano un huso que una pluma. También es cierto que, desempeñando los preciosos cargos de esposa fiel, de madre tierna, y de ama vigilante, poco tiempo la quedará para dedicarse a otros objetos. ¿Pero debe inferirse de aquí que en el estado actual de las costumbres a ninguna le esté bien leer, estudiar y aun escribir? A la verdad será muy reprehensible la madre de familia que descuide las haciendas caseras por granjearse la aura de escritora; pero el hombre que, por manía de pasar por autor, desatiende el gobierno de su casa, o los deberes de su estado ¿es por ventura menos vituperable? En este caso parecen estar iguales hombres y mujeres, y ser de una misma cualidad su culpa. Si hay hombres de oficio autores, que se ocupan de continuo en escribir, sirviéndose de las imprentas como de manufacturas o talleres en que ganan la vida, y destinando a ello todo su tiempo, estos se pueden mirar como otros cualesquiera jornaleros, que tienen ratos señalados para mirar por su hacienda e intereses: y si así no lo hacen ¿qué tal estará gobernada la casa? Diráse que toman un ama de gobierno para librarse de aquellos cuidados. También puede una escritora descuidar de los suyos con un mayordomo de confianza. Las mujeres deben coser y no estudiar. Es cierto, pero, ¡cuántos autores deberían arar o hacer zapatos en vez de escribir! Háblase aquí únicamente del hombre o mujer sin más familia que algunos domésticos, pues si son casados y tienen hijos, pasada la primer infancia, tanto o más debe ocuparse con ellos el padre que la madre.

Pero dejando ya este cotejo, que podría esforzarse, ciñámonos a la cuestión de si deben las mujeres escribir, examinándola con relación a las costumbres de nuestro tiempo. (Se continuará.)  



Diario curioso, erudito, económico y comercial
del lunes 1 de octubre de 1787
número 458
páginas 374-375


Continuación de la instrucción de las mujeres.

Supongamos un matrimonio que goza tantos mil ducados de renta. Los hijos se crían en el Lugar hasta 3 o 4 años, y tal vez más. Luego pasan al colegio, a estudios públicos, o se fía su educación a un Pedagogo hasta los 16, o 18. Desde entonces son dueños de sí mismos: empiezan a entrar en el gran mundo; se casan los unos, y los otros adquieren empleos. Las hijas siguen casi los mismos pasos; y si están algo más al lado de sus madres, no por eso las ocupan mucho. Para gobierno de la casa hay varias personas encargadas del cobro de rentas y de los gastos, de la caballeriza, de la cocina, secretaría, despacho &c.; de suerte que con media hora al mes que dedique el amo a recorrer algunos papeles, se halla servido y todo corriente. Hay asimismo guardadamas, dueñas, mujeres de gobierno para cada cuarto dependiente del ama: el Capellán reza con la familia; y a la señora, que paga y tiene a su servicio 10, 20, o más personas, no la queda otra ocupación que la del tocador, en la cual gasta más tiempo de lo que haría si supiese en qué invertirlo. Véase aquí una mujer, que por huir del ocio se peina dos veces al día: se viste o desnuda 4 o 5: procura despertarse tarde para que la mañana le parezca más corta, y dice que madrugar es indecoroso de su estado, y propio de gente plebeya: a las 12 recibe, o sale a hacer visitas que la son enojosas: por la tarde va a dormitar al teatro, o a bostezar al Prado; y por la noche a murmurar a una tertulia, deseando llegue el coche pata ir a descansar a su casa de la molestia de un día en que tanto se ha atormentado el espíritu sin contentar un deseo. Pues todo esto lo hace por librarse de la pesada carga de la ociosidad y holgazanería. Ninguna conversación la gusta. Por falta de instrucción de nada entiende sino de modas, de visitas, de etiquetas; y como el entendimiento y el corazón no pueden menos de estar ocupados y en continuo ejercicio, procura dar a semejantes pequeñeces un interés, una importancia que las hacen más risibles a los ojos de la razón. Que mucho que cansada a veces de esta vanidad de pensamientos y ocupaciones se introduzca a examinar la conducta de sus conocidas, de sus amigas, de sus parientas: a contar un lance en secreto a todo el mundo, pintándolo según su intención o interés: a perder confidencialmente la reputación de una familia; a hablar con una libertad, que aturde a los mismos hombres, de sucesos que deberían sepultarse en olvido, y sin tener más reparo aunque sean suyos propios: finalmente ¡que no viva sino de enredos y chismes! Pero ¿qué será si no hallando en todo esto cosa que llene el ámbito de su voluntad, la ocupa en devaneos amorosos, a que más que nada contribuyen la inacción y el ocio, origen de tantos vicios? No entraremos ahora en los males y trastorno general que causa esta pasión, aun cuando no es pasión, sino pasatiempo desordenado, como sucede en el día. Recordaremos únicamente que nada favorece tanto a esta inclinación como la ociosidad; y que la ocupación, el trabajo, el estudio son sus mejores preservativos. (Se continuará.)



Diario curioso, erudito, económico y comercial
del martes 2 de octubre de 1787
número 459
páginas 378-379


Fin de las reflexiones sobre la instrucción de las mujeres.

Represéntese cualquiera la vida activa y ocupada de una mujer, que algo instruida en su mocedad, se apasione luego a la lectura y al trabajo. Entregada a aquel género de lección y estudio que más le agrade, los días le parecerán cortos: empleará gustosamente su tiempo: hará uso de su razón, y buen uso de su entendimiento: siempre ocupada o deseando ocuparse, los paseos, las concurrencias, las diversiones serían entonces verdaderos recreos para ella: mudaría el tono general de la conversación: obligaría a los hombres que la rodeasen a que se instruyeran; pues estos procuran siempre seguir los gustos e inclinaciones de las mujeres para captarse su benevolencia. Los hombres estudiarían y sabrían luego que adviniesen que las damas gustaban de gente a quien la instrucción y talento supliesen el no saber cantar tiranas, bailar el bolero, tocar la guitarra. No se oponen estas habilidades a los estudios de otra naturaleza; pero en el día son las preferidas: y no puede ser de otro modo. Díganlo si no los que más frecuentan tertulias y concurrencias. Al principio conversación general. El juego, el sol o la lluvia, el frío o el calor son sus eternos y cansados asuntos; y a poco que se alargue está cada uno deseando llegue la persona de su confianza. Se ponen las mesas: los mirones forman corrillos: empiezan las conferencias privadas; el más dócil canta, toca, mete bulla; y mientras entre todos apenas 2 o 4 se divierten, los demás dormitan, se esfuerzan para hablar; no siendo la menor ocupación de noche tan divertida el sainetillo de murmurar de los mismos circunstantes. Otras veces sirven a la risa las chocheces de un viejo que quiere recordar en sus frases y obsequios los deslices de un pisaverde; o un bufón que cansa con cuentos y dicharachos, celebrados por la desenvoltura, y de que se corre el pudor. No sería así si reinara más o menos instrucción en las damas de estas juntas. El hombre chocarrero, el ignorante, el desenvuelto, se ausentarían de ellas, o se esmerarían en adornar su entendimiento por no pasar claramente por zotes. No decimos que cada tertulia se transforme en una Academia. Juéguese en ellas, cántese, báilese: pero esto mismo, ¿cuánto más divertiría si semejantes pasatiempos, que ahora se toman por librarse del fastidio, se tomasen como descanso de alguna ocupación? ¡Qué variedad en las conversaciones! ¡Qué interés en sus asuntos! Hasta en las mayores menudencias se cogería el fruto de la cultura y del saber: se inventarían nuevos entretenimientos; y aun nuevos juegos en vez de los que ahora son de despropósitos.

No se nos acuse que intentamos hacer literatas a todas las mujeres. Queremos solo retraerlas del ocio: ocuparlas en algún trabajo, sea cual fuere. Repetimos que mejor parece una mujer hilando que escribiendo, sea también quien fuese; pero creemos asimismo que aconsejarlas que hilen, que madruguen, que cuiden de sus maridos, hijos y casas, es en el día hablar de imposibles. El cumplimiento de estas principales obligaciones trae sujeción: y cuando ha llegado a mirarse como ridículo, es en vano apelar a las razones. ¿Cuál será pues el remedio a las costumbres del día? Hacer de moda la instrucción y la ocupación. Además, ¿qué esposa, qué madre, qué ama de familia sabrá cumplir bien con cualquiera de estos esenciales deberes si no está instruida? Para todo las conviene instruirse: para sus obligaciones, para su diversión, para su vanidad. Sea pues de moda el saber, y todas ansiarán ilustrarse. Haya algunas bachilleras: háyalas violetas; nada importa. Tomen apego a la aplicación y a la lectura: escojan buenos libros, escríbanlos también para avergonzar a los autores de tantos malos: dediquen a esto los muchos ratos perdidos en fastidiosas nadas; serán más felices, causarán una revolución dichosa en la literatura y quizá en el Estado. Ríanse sobre todo del escarnio de los hombres y mujeres que nada saben. Una señora (entre mil escritoras) acaba de publicar en Francia cierta obra profunda sobre la Religión; y por lo vasto de sus conocimientos, la fuerza de sus raciocinios y el vigor de sus impugnaciones, ha sorprendido hasta a los mismos que conocían sus importantes escritos sobre la educación, anteriores a este.{*} Otra se halla presidiendo la Academia de Ciencias de Rusia. ¿Por qué no puede suceder en el clima de España, tan favorable para las producciones del ingenio, algo parecido a lo que sucede en el helado del Norte? Entonces se hablará de la ilustración de las damas Españolas, como ahora se alaba su agudeza y entendimiento. Finalmente entre muchas parecidas a las que hemos bosquejado en estas breves reflexiones, las hay sólidamente instruidas. Véase cuáles son las más felices y las más apreciadas.

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{*} El título de esta obra es «La Religión considerada como base única de la felicidad y de la verdadera filosofía: obra destinada a la educación de los hijos S. A. S. el Duque de Orleans, en la cual se manifiestan y refutan los principios de los llamados Filósofos modernos; por la Marquesa de Sillery, Condesa que fue de Genlis.» Algunas obras de esta escritora, que ha sido Aya de dichos Príncipes, están traducidas en castellano por un militar aplicado.