Filosofía en español 
Filosofía en español


[ España, la Nación por antonomasia, la única que se puede llamar Grande ]

Correo Político y Literario de Salamanca del día 6 de Septiembre.

La gran Nación. Este es un epíteto con que se quiere distinguir la Francia. Pero ¿es una proposición verdadera o absolutamente falsa? ¿Es, por decirlo así, un dilema que convence, o un problema que abraza, sentidos opuestos? Dígalo su examen.

Grande y Nación. Grande se puede tomar por su cantidad o por su calidad.

La cantidad, con respecto a una Nación, se dice o de lo numeroso de sus pueblos, o de la mucha extensión de su terreno. La Alemania se dirá grande por lo primero, y la Rusia por lo segundo: la Francia ni por lo uno ni por lo otro.

Vengamos a la calidad. Esta se valúa por la feracidad del terreno, por la bondad del clima, y por la industria y bondad de sus moradores. En aquello no compite la Francia con la pequeña Italia, ni con la grande España: y acerca de esto otro hay mucho que decir.

La feracidad y bondad de un pueblo proviene de su industria, de sus artes, de su comercio, de sus leyes, de su gobierno, de sus fuerzas de mar y tierra, de sus costumbres y de su religión. Y véase aquí que la Francia, habiendo substituido a su industria, artes y comercio solo un sistema guerrero y desolador, perdió ya una gran parte de su grandeza.

No perdió menos en substituir a sus leyes y gobierno nacional un código naciente, un dominio extranjero, y una mudanza total que la degrada de lo que era, y la convierte en un pueblo de esclavos, sujetos a la voluntad de un tirano. ¿Y sus fuerzas de mar y tierra? Depongan de aquellas los Ingleses, y de estás los Alemanes, Italianos y Polacos, obligados a suplir la debilidad francesa. ¿Sus usos, sus costumbres y religión? Dos siglos hace que la Francia comenzó a vacilar en todo esto. Más de medio que padeció un trastorno notable. Y de veinte años acá solo Dios sabe lo que son los Franceses. ¿Y querrá aun decirse grande aquella Nación corrompida, moribunda, y que apenas tiene existencia?

Nación. ¿Qué se entiende por esto? ¿Es otra cosa que un agregado de Pueblos que tienen un mismo origen, que se gobiernan por unas mismas leyes, bajo de una misma Religión, y conservando siempre sus mismos usos y costumbres? ¿Hay algo de esto en la Francia? ¿Su regenerador Napoleón lo halló en otra parte que en España? No lo digamos nosotros. Oigámoslo de la boca de un Francés (* Chateaubriand, Genio del Cristianismo, t. 3, lib. 3, cap. 5), que no se tendrá por sospechoso. “La España, dice, separada de toda otra nación, presenta aun al historiador un carácter más original. Una especie de inmutabilidad de costumbres, sobre la que sosegadamente descansa, no podrá menos de serla útil en algún día. Pues cuando todas las naciones se hallen gastadas por la corrupción, ella sola podrá aparecer con esplendor sobre la escena del mundo, porque ella sola será la que conserve el fondo de sus costumbres.”

Si el árbitro de los destinos de Europa hubiera meditado esto; si fuera tan gran político como le suponen el miedo y la adulación, no hubiera pensado jamás en sojuzgar a los Suecos ni a los Ingleses, en quienes aun se conserva su espíritu nacional: y ni aun se atrevería a soñar que pudiese extender su tiranía sobre la España, sobre la Nación por antonomasia, sobre la única que se puede llamar Grande.

La Francia no lo es; ni aún es Nación. Es un residió de lo que fue: un borrón de sus mayores: un agregado de tumultuarios y de facciosos.

¡Infeliz Francia! Tu enfermaste en la Junta de los Notables del año de 89. Lo grave de tu enfermedad se conoció demasiado por sus accesos, y por los excesos de 10 de Agosto, 2 de Septiembre &c. y últimamente, te enterraste con todas tus glorias en la tumba del bondadoso Luis XVI. Desde entonces ya no hay Francia, porque no quedaron verdaderos Franceses.

Las maneras o monerías romanas o romancescas de lo que aun se quiere llamar Grande Nación; su Convención; su Directorio; su Consulado; su Imperio, y todo esto a la francesa, de priesa y corriendo; todo esto decimos, no es más que el funeral de la que en otro tiempo mereció el nombre de una de las mayores Naciones.